OTEANDO EL HORIZONTE      

La comprensión del capitalismo, sistema que ha dominado el mundo occidental durante los últimos doscientos cincuenta años, se apoya en dos formas centrales de la racionalidad: la racionalidad técnica de la producción y la racionalidad instrumental del mercado. Así como el Rey Midas convertía en oro todo lo que tocaba, también el capitalismo ha convertido en mercancías todo lo que ha tocado, y cada vez abarca más ámbitos de la vida humana que, sobre todo en Occidente, llamamos civilizada.

Lo que logró hacer el capitalismo fue colocar la racionalidad técnica derivada del conocimiento científico, al servicio de la racionalidad instrumental del capital. El cambio técnico orientado a lograr una finalidad productiva había sido rescatado originalmente por Adam Smith cuando en La Riqueza de Las Naciones usó su famoso ejemplo de la fábrica de alfileres para explicar los incrementos de productividad que derivaban de la división técnica del trabajo. Casi un siglo más tarde, y ya producida la Revolución Industrial Británica, Marx y Engels a través del Manifiesto Comunista profundizaron admirativamente en la pasmosa capacidad transformadora del capitalismo asociada al poder productivo del trabajo humano. Finalmente, la creatividad empresarial como fuente del creciente poder productivo fue formulada a comienzos del siglo XX en la idea del empresario innovador planteada por Schumpeter en su Teoría del desenvolvimiento económico.

Las dos grandes revoluciones industriales: la británica de fines del siglo XVIII, y la estadounidense de fines del siglo XIX produjeron enormes saltos cualitativos en la productividad laboral derivados de los nuevos procesos técnicos. Lo original de las formulaciones del latinoamericano Raúl Prebisch consistió en haber examinado el impacto de esos cambios en las sociedades que, como la latinoamericana, no habían participado en la gestación de aquellas revoluciones, pero eran la contraparte y complemento de la hegemonía productiva de los centros. La elaboración y desarrollo de esas ideas lo condujeron cuarenta años más tarde a escribir su último libro (1981) en donde profundizó sus nociones sobre lo que denominó el capitalismo periférico. Capitalismo Periférico y Capitalismo Céntrico constituyen un solo sistema interdependiente en el que centros y periferias se oponen y se suponen recíprocamente en una dialéctica que el estructuralismo latinoamericano, primero, y los teóricos de la dependencia, después, desarrollaron en una serie de estudios que terminaron construyendo una verdadera Escuela Latinoamericana del desarrollo.  (Véase la Parte I de este libro).

Como es bien conocido, la racionalidad instrumental del capitalismo se expresa cuantitativamente a través de los mercados, allí se transan por un lado precios y cantidades de mercancías. Por otro lado, el aspecto cualitativo de las mercancías transadas se toma en cuenta también con un criterio empresarial microeconómico que es instrumentalmente racional: producir y ofertar objetos materiales o inmateriales que tienen demanda en el mercado para lucrar con su venta. La composición y dinámica de esa demanda es una expresión de la distribución del poder de compra entre los actores, personas y empresas, que puedan jugar el juego del mercado. El mercado responde a las escaseces relativas, y éstas a su vez se van midiendo por el juego de las cantidades demandadas y ofrecidas, tanto a nivel de productos, sectores o ramas específicas como a nivel de los sistemas económicos considerados en su conjunto.

La dinámica íntima de los mercados fue examinada por el estructuralismo latinoamericano derivado del enfoque de Prebisch buscando apoyo en la noción de poder en sus diferentes dimensiones (Véase la Parte II de este libro). Tomando esa noción como fuente de inspiración el presente trabajo ha replanteado conceptos probablemente útiles para la comprensión del capitalismo del siglo XXI.

A lo largo del contenido de los capítulos seleccionados para este libro, se ha intentado profundizar y generalizar la noción de poder distinguiendo entre sus dimensiones económica, política, cultural y biológico ambiental.

El poder económico que dinamiza el capitalismo es el capital, entendido como el poder adquisitivo general capaz de adquirir mercantilmente todas las condiciones materiales o inmateriales, públicas o privadas, nacionales o internacionales requeridas para generar el poder productivo, para elaborar el producto e intentar venderlo. En términos macroeconómicos la composición de ese producto debe responder a la demanda agregada, única forma de lograr realizarlo (venderlo) para recuperar con ganancia el poder adquisitivo invertido. Esta es la lógica reproductiva del capital capaz de generar y administrar los niveles de escasez relativa que determinan directamente los precios de las mercancías demandadas por aquellos actores sociales que pueden pagarlas.

El poder político de los Estados Nación es el otro componente requerido por el capital, primero al fijar las reglas formales que regulan la sociedad en su conjunto y, segundo, al controlar, y administrar la coerción o la amenaza de utilizarla en caso de que otras fuerzas políticas intenten cambiar aquellas reglas. En este control y administración legalizados de la coerción radica en última instancia la cruda verdad del poder político efectivamente ejercido. Al ejercicio del poder político podemos denominarlo dominación política (Max Weber 1922).

El poder cultural, incluye mecanismos y valores. Los mecanismos del poder cultural son las tecnologías que propagan la información, la comunicación y el conocimiento (TIC). A través de ellas (por ejemplo, algoritmos generadores de la inteligencia artificial) quienes las controlan (por ejemplo, Apple, Huawei, Google, etc.) están ocupando las posiciones dominantes del orden social a escala planetaria. Esta creciente dominación tiene proyecciones políticas y económicas profundas, que están transformando la naturaleza misma del capitalismo y de la democracia tales como fueron definidos en sus versiones primigenias. De otro lado los valores sustentados por el poder cultural, incluso los más ancestrales que se arraigan en el lenguaje, en la memoria y en las instituciones de los pueblos están siendo remodelados por aquellos mecanismos. Como se observa más adelante, este proceso ya se traduce en el rápido descrédito de los principios dominantes de la ética social previamente establecidos.

El poder biológico-ambiental, finalmente, ha estado detrás de todos los poderes mencionados; detrás de sus mecanismos instrumentales y de sus contenidos legitimadores. Este poder de la biosfera hasta hace muy poco resistió la avasalladora presión del capitalismo. Pero las crisis ambientales gravísimas que en el siglo XXI sufrimos de manera creciente, nos recuerdan que todos los otros poderes humanos están subordinados a éste que, en última instancia, procede de la madre naturaleza, y para los creyentes de las grandes religiones monoteístas encuentra su origen en una inteligencia trascendente y eterna (Francisco 2015).

En este trabajo se efectuó una lectura de estos procesos desde el punto de vista de la economía política o, si se prefiere, desde la economía política del poder. La tesis que aquí se defiende es que, en última instancia, la dinámica de los mercados y la distribución de los ingresos reales responden al juego interactivo de estos cuatro poderes. Por lo tanto, desde un punto de vista teórico, el valor económico, entendido como la “sustancia social” que subyace a (y termina ordenando) los precios, cantidades y calidades de las mercancías que se transan, expresa el impacto derivado de dicho juego interactivo. La medida de dicho impacto sobre los mercados se expresa precisamente en la manera como pueden modificar los precios, cantidades y calidades de las mercancías efectivamente transadas.

Una prueba complementaria de la presencia activa de estos cuatro poderes, radica en que si omitimos el impacto de cualquiera de ellos no podremos entender cuáles son las razones que hoy, en el siglo XXI determinan la dinámica y perspectivas de los mercados mundiales. En un análisis más detenido podríamos detectar una permanente retroacción por parte de la lógica del capital que impacta a su vez sobre el modus operandi de estos poderes. La compartimentación disciplinaria actual en ciencias sociales conspira contra la comprensión y estudio de estos procesos multidimensionales.

Por lo tanto, cuando tomamos como punto de partida las teorías del valor que, para comprender el funcionamiento del capitalismo, nos legaron las grandes escuelas económicas del pasado (clásicos, historicistas, marxistas, institucionalistas, neoclásicos, keynesianos, etc.) carecemos de una lectura lo suficientemente amplia como para entender y pronosticar el futuro de la economía mundial, y mucho menos podemos lograr entender la forma que toman estos procesos en la periferia latinoamericana. Esta afirmación no niega que, como estas teorías del valor lo establecieron, las mercancías son productos, directos o indirectos, del trabajo humano, dirigidos a demandantes potenciales dotados del poder adquisitivo sin el cual no podrían ejercitar su demanda efectiva. (Adam Smith 1776, John Maynard Keynes 1930). Sin embargo, la inteligencia artificial ya está determinando que las mercancías son productos cada vez más “indirectos” del trabajo humano… y de la mente humana misma.

Tampoco hay que olvidar el carácter multidimensional (económico, político y cultural) de enfoques nacionalistas e historicistas del tipo Sistema Nacional de Economía Política (F. List 1841) o los de la Escuela Americana (Alexander Hamilton, Henry Carey). Lo mismo cabría decir del institucionalismo estadounidense (Thorstein Veblen, John Commons). Estas corrientes de pensamiento abrevaron en el examen de procesos históricos cruciales para el desarrollo económico de Occidente que condujeron a la formación de grandes potencias industriales como Estados Unidos y Alemania.

Las corrientes teóricas mencionadas en el párrafo anterior fueron industrialistas, proteccionistas e integracionistas, oponiéndose a los dogmas liberales del libre cambio formulados por los economistas clásicos y neoclásicos.

El integracionismo de Estados Unidos y de Alemania dio lugar finalmente a la unificación en un solo país de cada una de estas grandes potencias. En Alemania la tarea estuvo a cargo del Canciller Bismarck, y en Estados Unidos de Abraham Lincoln tras la Guerra de Secesión. También el estructuralismo latinoamericano ha sido y es, todavía actualmente, integracionista. (Véanse partes II y IV de este libro). Esta actitud integracionista de América Latina predicada por el E.L. debe entenderse y replantearse aún con más fuerza en esta era del capitalismo globalizado.

Estas corrientes de pensamiento han contribuido a entender el funcionamiento de los mercados en los siglos anteriores al presente. Sin embargo, la ciencia económica que terminó dominando el panorama académico occidental fue la que resultaba funcional a los centros hegemónicos principales del capitalismo a fines del siglo XIX y comienzos del XX. Esta ciencia emanó principalmente de la corriente liberal neoclásica: abstracta, ahistórica, individualista, y utilitarista. Para ella el punto de partida del estudio de los mercados fue una situación de equilibrio general estable, bajo condiciones de “competencia perfecta”, en donde las mercancías transadas se denominaron “bienes económicos” caracterizados por su “utilidad y escasez”.

En el párrafo anterior las palabras “utilidad y escasez” van entre comillas porque sus significados efectivos actuales (distintos a los que nos cuentan los manuales) responden a la racionalidad instrumental del capital y a la lógica sistémica del capitalismo. La utilidad y la escasez de las mercancías se determinan socialmente según cual sea la distribución de los poderes efectivamente operantes en la sociedad. En términos de ética social estamos en el ámbito de la justicia distributiva. Bajo la racionalidad instrumental del capitalismo cuanto más concentrada sea esta distribución menor atención social se prestará a la satisfacción de necesidades objetivas que son inherentes a la naturaleza humana. En suma, la justicia distributiva tiende a ser desestimada o ignorada completamente no sólo en la teoría académica sino también en la praxis concreta de la racionalidad capitalista del siglo XXI. (Véase la parte tercera de esta selección)

La racionalidad capitalista se opone incluso a la razón democrática liberal legitimada a partir de la revolución francesa (“libertad, igualdad, fraternidad”) o a los principios del gobierno (“del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”) democrático, inspiradamente sintetizados por Abraham Lincoln en sus esfuerzos republicanos por promover la libertad entendida como liberación de la dominación padecida por los esclavos y, también, como liberación de la joven nación de los lazos que la subordinaban a su madre patria.

El sistema capitalista opera como un mecanismo cibernético autoexpansivo fundado en la racionalidad instrumental del capital. Su modus operandi es totalmente autorreferencial y tiende permanentemente a controlar y colonizar para su propio provecho las lógicas políticas, culturales, y biológico- ambientales. Librado a los poderes económicos que se confrontan en los mercados tiende inexorablemente a generar posiciones monopólicas incompatibles con la democracia (Véase parte V).

Las voces que pronosticaron el fin del capitalismo se han equivocado múltiples veces a lo largo de los siglos XIX y XX y, al final, el capitalismo ha continuado expandiendo y profundizando su dominio, ahora a escala planetaria. Sin embargo, en este siglo se han agudizado o profundizado al menos dos circunstancias históricas nuevas que están cambiando el “campo de juego”: por un lado, el surgimiento de las tecnologías de la información, de la comunicación y del conocimiento (TIC), y, por otro lado, la agudización de la crisis ambiental a escala planetaria. Estos factores están generando un impacto transformador definitivo e irreversible que no tiene precedentes en la historia humana. En particular están afectando en profundidad la lógica de los mercados en cuanto a precios, cantidades y calidades de las mercancías que se tranzan. De allí la necesidad de formular teorías multidimensionales del valor económico que expliquen este nuevo desempeño y permitan introducir frontalmente la lógica de la democracia en el juego íntimo del mercado.

El impacto planetario de estas mutaciones conduce a un replanteamiento ético nuevo que no puede deducirse directamente de los preceptos morales del pasado. Utilizando una analogía que equipara los sistemas sociales a los juegos. Se trata de un “juego” nuevo, que da origen a nuevos jugadores (tanto los que “ganan” como los que “pierden”), operando con nuevos tipos de jugadas, que conducen a la elaboración de nuevas reglas.

Estamos en un profundo cambio de época cuyo desenlace desconocemos:  pero que puede conducirnos a un apocalipsis terminal o a un nuevo despertar civilizatorio. Por un mínimo sentido de cautela y auto conservación se impone una ética que tienda a preservar la sobrevivencia de la especie humana frente a los impactos objetivos que, en las esferas económica, política, cultural y biológico- ambiental, están derivando de la racionalidad descontrolada del capital y de la lógica sistémica del capitalismo, apoyado en los valores del individualismo utilitarista (Véase parte VI).

Esta ética de la sobrevivencia de la especie no se opone, pero tampoco se deduce directamente de valores trascendentes de naturaleza metafísica como los manifestados a través de las grandes religiones que son origen de las civilizaciones occidentales. Del mismo modo, la ética que nos ligaron los grandes filósofos occidentales (Aristóteles, Tomás de Aquino, Espinoza, Kant, etc.) está compuesta de principios y de preceptos para el comportamiento de personas humanas que mayoritariamente nacieron en sociedades pre o protocapitalistas. Es una ética cada vez menos útil para regular el actuar de autómatas instrumentalmente racionales dotados de personalidad jurídica (como las grandes corporaciones transnacionales) y orientados a maximizar el excedente privado en el marco del capitalismo globalizado actual. Los valores humanos fundamentales tendrán que reinterpretarse para enfrentar los desafíos de los algoritmos que alimentan la inteligencia artificial y, de manera creciente, regulan nuestros comportamientos.

Vivimos en un mundo pragmático en donde el razonamiento científico (y, lo que debería ser, su búsqueda insobornable de la verdad) ha quedado capturado y colonizado por la racionalidad instrumental del capital, fundada en los criterios microeconómicos del cálculo costo beneficio.

Hoy más que nunca en la historia, la complejidad e interdependencia de los poderes que modelan las sociedades humanas del tercer milenio, exigen una ciencia económica y una economía política que los refleje y traduzca en su teorización general sobre los mercados.

Por un lado, las teorías abstractas del valor económico basadas en la cantidad de trabajo contenido en las mercancías, como lo visualizaron los economistas clásicos y el propio Marx, están destinadas a quedar obsoletas a medida que la técnica continúe imponiendo la robotización en el proceso productivo. Fue el propio Marx el que anticipó este desenlace en el Fragmento sobre las Maquinarias anticipando la defunción futura de su propia teoría del valor económico[1]. Desgraciadamente, no es posible compartir el optimismo que expresa Marx respecto del futuro de la sociedad humana a partir de ese momento.

El problema emergente del capitalismo actual ya no es (o no es solamente) el ser humano explotado sino el ser humano innecesario y descartable que es marginado del sistema por los algoritmos y la inteligencia artificial que van dando vida a la robotización. Pero, además, (y esto no lo anticipó Marx) el peor de los problemas de las sociedades futuras, sean capitalistas o no, podría ser la subordinación de nuestras libertades y convicciones personales a las reglas y dictados de la inteligencia artificial controlada por algunos pocos actores económicos y/o políticos, que registren exhaustivamente, que prevean, y que luego, intenten manipular (a través de los macrodatos) hasta nuestras más íntimas reacciones y comportamientos.

Por otro lado, las teorías abstractas del valor económico, de corte liberal-neoclásico basadas en las preferencias “soberanas” de consumidores individuales nos obnubilan todavía más. Hacen omisión de todas las formas de poder que permanentemente modelan los mercados y se someten a un insostenible utilitarismo consumista que nos conduce al desastre ecológico. Han sido especialmente diseñadas para desviar la atención respecto de las asimetrías de poder inherentes al juego capitalista y para destacar las bondades del mercado autorregulado.

Tal es el caso del modelo de equilibrio general estable bajo condiciones de competencia “perfecta”. La teoría neoclásica académica posterior ha incluido las formas de la competencia “imperfecta” en donde se admiten explícitamente posiciones diferenciadas de poder en los mercados, pero el escenario teórico de partida sigue siendo el mercado autorregulado, aislado completamente de las dimensiones políticas, culturales y biológico-ambientales de las sociedades humanas.

Por último, cabe subrayar que estas teorías predominantes a lo largo de los siglos XIX y XX en el marco de los Estados nación no tomaron para nada en consideración la dimensión biológico-ambiental que necesariamente opera hoy en escala planetaria.

Son estas dos mutaciones históricas trascendentales las que obligan a plantearnos una teoría del valor económico fundada en la noción de poder: primero la emergencia activa de la crisis ambiental y segundo la globalización apoyada en las tecnologías de la información, la comunicación y el conocimiento establecidas, esta vez, a escala planetaria del capitalismo. Este es el nuevo escenario ambivalente en gestación que nos interpela radicalmente.

La primera de estas dos mutaciones es la interpelación impostergable, proveniente de la madre naturaleza respecto del cuidado de nuestra casa común. Y la segunda es el instrumento (algoritmos, inteligencia artificial, robotización, etc.) del cambio técnico como principal arma para abordar nuestros problemas planetarios y/o alternativamente, para irnos sumiendo en una “dictadura digital” al servicio de poderes cada vez más concentrados.

Desde el punto de vista de la visión centro-periferia formulada por Raúl Prebisch a mediados del siglo pasado, la idea central sigue hoy más válida que nunca y dice relación con una determinada filosofía de la historia que puede rastrearse ya en Política de Aristóteles cuando éste afirma:

“Así como para las artes que tienen una esfera definida, si es que han de cumplir acabadamente su tarea, sería forzoso que existieran los instrumentos apropiados, así también el administrador doméstico debe disponer de instrumentos adecuados. Algunos de los instrumentos son inanimados, mientras que otros son animados (por ejemplo, para el piloto el timón es inanimado pero el vigía es animado, pues en las artes el que presta servicios pertenece a la clase de los instrumentos); así también, una posesión es un instrumento para la vida, y la propiedad es un conjunto de instrumentos, y el esclavo es una posesión animada, y así cualquiera que preste un servicio es como un instrumento anterior a los demás instrumentos. Pues si cada instrumento pudiera cumplir su tarea propia, al recibir una orden o al anticiparse a ella, como se cuenta de las estatuas de Dédalo o de los Trípodes de Hefesto, que según dice el poeta, entraban por sí solos en la asamblea de los dioses, del mismo modo las lanzaderas tejerían por sí solas, y los plectros ejecutarían la cítara, y los arquitectos no tendrían necesidad alguna de servidores ni los amos de esclavos . (Aristóteles, Política 2005, pp. 63-64)”.

Esta reflexión de Aristóteles expresa una hipótesis de cambio social de larguísimo plazo (se está cumpliendo más de dos mil años después de haber sido expuesta). La posibilidad de hacer innecesarias las formas alienadas y subordinadas del trabajo humano mediante el uso de las tecnologías de la información de la comunicación y del conocimiento es el rasgo más profundo y perdurable, capaz de modificar de manera irreversible las estructuras de dominación que son propias del orden capitalista.

Los algoritmos y la inteligencia artificial están sustituyendo con gran velocidad las funciones cumplidas por el trabajo humano. No estamos hablando de un horizonte futuro a muy largo plazo, ni de formas imaginativas de “socio-ficción”, hablamos de procesos que ya están empezando a tener lugar.

En la utopía que trasluce este párrafo, quedamos equiparados por Aristóteles a los dioses del Olimpo, pero desgraciadamente nuestra condición humana se asimila más a la del Aprendiz de Brujo, poema sinfónico de Paul Dukas (1897) inspirado en Goethe, donde el aprendiz en ausencia del brujo mayor, intenta hechizar una escoba para ahorrarse el trabajo de limpieza, y produce un caos que no puede controlar. El arte de Walt Disney creo una memorable versión cinematográfica de esta obra musical (Véase Fantasía 1940).

Ahora bien, las formas alienadas y subordinadas del trabajo humano son inherentes a la esencia del capitalismo como sistema económico. Marx dejó muy en claro ese punto y dilucidó muchos de sus rasgos. Para que existiera capitalismo hizo falta la vigencia de la propiedad privada de los medios de producción, la existencia de mercados de productos y de factores productivos, y el concurso de trabajadores desprovistos de otros recursos que necesitaran vender su trabajo potencial para poder vivir. También Max Weber aceptó esta caracterización. En el largo plazo para que ese capitalismo pudiera sobrevivir hizo falta, además, que la ganancia a escala macroeconómica estimulara la inversión y continuara acrecentando el poder productivo del trabajo humano.

Hoy (en el año 2020) el fin del capitalismo no vendrá (o no vendrá solamente) de una revolución social, liderada con sabor épico por las clases oprimidas sino de causas mucho más pragmáticas asociadas a la lógica de funcionamiento de este sistema. Además, la transformación del capitalismo (anticipada por Marx en su fragmento sobre la maquinaria) trae a colación la necesidad de una demanda efectiva en el sentido que otorgaron a esa expresión primero Adam Smith y luego John Maynard Keynes. Dicha demanda efectiva proviene hoy, mayoritariamente de perceptores de sueldos y salarios, de microempresarios, de profesionales independientes con diferentes grados de educación que también viven de los ingresos de sus propios trabajos. Gran parte de ellos están siendo rápidamente desafiados y sustituidos en la esfera productiva por los algoritmos que alimentan la inteligencia artificial junto con instrumentos automatizados, artificialmente inteligentes, conectados a ellos que no sólo ejecutan el trabajo físico propiamente dicho sino también crecientes cuotas del trabajo intelectual.

Entramos a gran velocidad en la era de los trabajadores sustituidos y desechables como los ha bautizado el pontífice Francisco.

El control a escala planetaria de la inteligencia artificial, ejercido sea por las grandes corporaciones transnacionales privadas de Occidente, o por los autoritarios poderes políticos que emergen en Oriente nos facilita la vida, nos ahorra pensar (como, por ejemplo, el así denominado GPS al cual confiamos la orientación de nuestro automóvil), y nos adormece, entreteniéndonos con banalidades “a la carta” como por ejemplo los juegos electrónicos que proliferan desde las redes sociales.

Estamos como la rana sumergida en el confort del agua tibia de una gran cacerola que el fuego va calentando lentamente. Cuando la temperatura supera cierto grado, la rana intenta salir, pero ya es demasiado tarde y termina hervida. Quizá el calentamiento global nos hierva de manera literal y no figurativa, pero la inteligencia artificial del robot planetario que estamos creando va corroyendo gradualmente nuestra dignidad humana y es otra forma de deshumanizarnos.

¿Qué es lo nuevo de este planteamiento? Que se requiere una nueva ética fundada en el concepto de naturaleza humana, y de necesidades objetivas requeridas para la sobrevivencia de la especie.

Los seres humanos ya no se subordinan masivamente a un poder trascendente de naturaleza ultraterrena, como el otrora ejercido por los mandamientos de las grandes religiones monoteístas. Los ciudadanos también descreen de los mensajes ideológicamente interesados que propagan los políticos profesionales distribuyendo promesas incumplibles para alcanzar el gobierno. Mientras escribo estas conclusiones (fines de 2019) varios países grandes y medianos de América del Sur (Chile, Bolivia, Ecuador, Perú, Colombia, etc.) registran inusitados estallidos sociales de protestas contra el capitalismo neoliberal.

Además, en el marco de la cultura que complementa los regímenes neoliberales surgen múltiples formas de complicidad entre los detentadores de los poderes económicos y políticos desafiando todos los preceptos éticos heredados. Así, la ciudadanía confía cada vez menos en poderes temporales de tipo secular que deban depender de la moralidad y honradez de los gobernantes.

Hoy surge un panorama ambivalente. De un lado las tecnologías de la información, de la comunicación y del conocimiento (componentes del poder cultural porque modelan la opinión pública) que se consolidan y propagan en el siglo XXI, han dado lugar a “periodismos rebeldes” (Wikileaks, Panamá Papers, etc.) que desafían los poderes establecidos, y a redes sociales interactivas (Facebook, Twitter, Youtube, Instagram, etc.) que democratizan, pero también banalizan en grado importante, los mecanismos mediáticos en que se asienta la opinión pública. Aun así, las actividades y complicidades ilícitas de los que detentan el poder económico y político salen hoy implacablemente a la luz generando una seguidilla de escándalos mediáticos que no tiene precedentes en la historia.

De otro lado, el control por parte del capital transnacional de los mecanismos del poder mediático que modela la cultura contemporánea, introduce cuotas crecientes de sensacionalismo, exitismo, banalidad, y modelos superficiales de vida asociados a la lógica del individualismo utilitarista, y al afán de lucro, distrayendo y perturbando la búsqueda de las virtudes personales y cívicas.

Los preceptos de los moralistas profesionales, sean laicos o religiosos, expresados a nivel retórico tampoco persuaden a muchos. Quizá no sea demasiado aventurado pronosticar que los únicos “mandamientos” a los que todos estarán dispuestos en un futuro cercano a subordinarse, serán los que broten del temor (Hans Jonas (1995). El principio de responsabilidad). Más precisamente de la angustia ante la evidencia creciente de que nuestra casa planetaria común se está derrumbando y es necesario sostenerla. Los sistemas políticos deben reflejar esta ética que ya no puede depender solamente de corrientes ideológicas, ni de preceptos morales tradicionales sino de la defensa transhistórica de la especie humana efectuada colectivamente por los propios seres humanos como habitantes estables de este planeta. En términos weberianos la ética de las convicciones deberá ceder el paso a la ética de las responsabilidades (Max Weber (1919), La Política como vocación).

Sin embargo, esto no significa ignorar ni rechazar la ética de las convicciones traducida en algunos valores fundamentales de la cultura occidental que nos legaron los grandes filósofos y moralistas del pasado. Sino más bien, se trata de poner a prueba esas convicciones en el ámbito de la lucha de poderes como un fundamento de la ética de las responsabilidades. En suma, las responsabilidades no pueden eludir el sustrato de las convicciones. Ambas se suponen recíprocamente (Véase la Parte VI de este libro).

Filósofos y moralistas probablemente deban reformular sus éticas de las convicciones, para que puedan conectarse conceptualmente con las éticas de las responsabilidades que estamos delegando a los instrumentos portadores de la inteligencia artificial para evadir los riesgos del aprendiz de brujo recordado más arriba.

La noción de dignidad humana es clave en este argumento por su carácter multidimensional, y dice relación con la esfera económica, pero lo económico es una condición para el ejercicio de la dignidad en las esferas política y cultural. Los derechos humanos adquieren validez en la medida en que se interiorizan en el comportamiento habitual de los actores sociales. El artículo primero de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (San Francisco 1948) afirma: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos, y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”. (Véase parte V de este libro)

Las teorías del valor económico subyacentes a la lógica de los mercados, deben expresar este amplio contexto de poderes que hoy influencian la vida humana. El instrumento valorizador con el cual intentamos medir la dinámica de los mercados podría, quizá, tomar como punto de partida una renta básica universal, noción apoyada por diferentes filósofos político-sociales, que incluya pero que trascienda la canasta mínima de subsistencia que se puede adquirir con un ingreso pecuniario.

Aquí la multidimensionalidad de los poderes que hemos enumerado guarda correspondencia con la multidimensionalidad de la naturaleza humana que es transhistórica. Siguiendo a Aristóteles, somos animales inteligentes interactuando en los sistemas biológico-ambientales de donde provenimos, por ser animales instrumentalmente racionales interactuamos en sistemas económicos, y por ser, además, moralmente racionales interactuamos en sistemas culturales. Por último, somos animales políticos, es decir, construimos sistemas políticos de donde surgen estructuras multidimensionales de poder donde actuamos como ciudadanos. En la tradición republicana grecolatina nuestra lucha por la libertad y la igualdad consiste en sustraernos a las formas de dominación que brotan de los sistemas injustos donde transcurren nuestras vidas.

El desarrollo del capitalismo, apoyado en las sucesivas revoluciones tecnológicas de los últimos doscientos cincuenta años está llegando a su culminación. Está extrayendo hasta la última gota de su racionalidad instrumental consistente en buscar el lucro a través de la expansión del poder productivo del trabajo humano. Cada aumento de esa productividad dio lugar al reemplazo del trabajo viviente por nuevos instrumentos hasta llegar a la inteligencia artificial, creando las condiciones técnicas de posibilidad para convertir a los seres humanos en innecesarios en la esfera de la producción directa.

Lo nuevo y desconcertante es que, además, las máquinas ahora producen “ideas”, pueden “pensar” (identificar, clasificar, seleccionar, recordar, aprender (modificar comportamientos anteriores y actuar con crecientes márgenes de libertad) y, si las programan para eso, pueden también decidir y actuar. Pueden hacerlo además con más eficiencia, velocidad y precisión que los humanos. Sólo que esas entidades carecen de impulsos, de principios morales, de sentimientos y de finalidades propias. No sufren ni física ni síquicamente, no aman ni odian. no sienten arrepentimiento ni remordimiento. Y cada vez más estarán dotadas de la capacidad de decidir por nosotros, tanto en la paz como en la guerra. La pregunta obvia e inmediata se interroga sobre la catadura moral de los programadores. El poder de programar estas entidades pensantes hoy recae sobre corporaciones transnacionales (Huawey, Apple, Microsoft, Google, etc.) y sobre algunas potencias hegemónicas con creciente poder digital (Bástenos mencionar a Estados Unidos y China).

En la esfera de la economía política del desarrollo a que se refiere este libro Muy pronto los productores directos de la gran mayoría de los bienes y servicios que se tranzan en los mercados serán entidades artificialmente inteligentes. Pero esto significará, por razones ya explicadas, el fin del orden capitalista tal como lo conocemos. La esfera de la técnica es la de la relación persona-cosa, pero resulta que ahora parte creciente de esas “cosas” serán entidades pensantes.

“Cuáles serán los frutos de este cambio técnico sin precedentes en la historia humana? Si no logramos subordinar la esfera de la política y de la economía a la esfera de la ética como lo quería Aristóteles, entonces: ¿quién defenderá la justicia distributiva? ¿quién defenderá los derechos humanos? ¿Qué será de las regiones periféricas? En suma, el gran tema-problema será el de la ética de la responsabilidad de los actores dominantes que logren controlar los resortes del poder.

Por ahora, el 99% de la población del mundo forma parte de las ranas adormecidas en tibio sopor, mientras el fuego subyacente aumenta el calor de la cacerola planetaria.

Conclusiones de EL ESTRUCTURALISMO HISTÓRICO (Una mirada al desarrollo desde la periferia latinoamericana) compilación de trabajos de Armando Di Filippo, a ser publicadas por la Editorial de la Universidad Alberto Hurtado, febrero de 2020.

[1] “Tan pronto como el trabajo en su forma inmediata ha dejado de ser condición para el desarrollo de la riqueza social, así como el no-trabajo de unos pocos cesado de serlo para el desarrollo de los poderes generales del intelecto humano. Con ello se desploma la producción fundada en el valor de cambio, y al proceso de producción material inmediato se le quita la forma de la necesidad apremiante y el antagonismo”. Karl Marx (1972), Elementos Fundamentales para la Crítica de la Economía Política (borrador), 1857-1858, Tomo 2, pág.228. Editorial Siglo XXI.