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PODER CAPITALISMO Y DEMOCRACIA. PRESENTACIÓN

LIBRO “PODER, CAPITALISMO Y DEMOCRACIA”,
PRESENTACIÓN DEL AUTOR EN OCASIÓN DE SU LANZAMIENTO PÚBLICO
Armando Di Filippo
Ante todo, permítanme expresar mi profundo agradecimiento a todo el equipo del
Departamento de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Facultad de Ciencias
Sociales de la Universidad Alberto Hurtado. Quiero personalizar esa gratitud, primero en la
persona de su actual Director, el profesor Esteban Valenzuela, y, segundo, en la de su antecesor,
el profesor Fabián Pressacco, sin cuyo estímulo y aliento este libro jamás habría sido escrito.
Agradezco también a los dos comentaristas Ángel Flisfisch, actual Director de FLACSO Chile,
destacado hombre político, diplomático y académico, profundamente conocedor de los
aspectos teóricos y prácticos de la democracia, y a Don Osvaldo Sunkel, destacado pensador
de talla internacional quien fue, junto con Raúl Prebisch y Aníbal Pinto, un calificado maestro
que me inició en las perspectivas latinoamericanas del desarrollo. Agradezco, por último,
a mis alumnos que, en diferentes cursos dictados en los últimos diez años me provocaron
constructivamente con sus preguntas y reflexiones, obligándome a profundizar o a corregir
mis propias ideas.
Más que tratar de resumir el contenido del libro en veinte minutos, tarea imposible en
la que me agoté y desesperé en el día de ayer (9 de mayo) con resultados infructuosos,
prefiero explicar las razones que me llevaron a escribirlo, las que pueden ser mucho más
aclaratorias. Como se sabe, soy un economista formado en América Latina dentro de la
escuela que podríamos denominar del estructuralismo histórico latinoamericano, originada en
la CEPAL y en los pensadores que articularon su pensamiento en torno a las ideas inicialmente
formuladas por Raúl Prebisch.
Hace cincuenta años, igual que ahora, la corriente de pensamiento hegemónica era la
microeconomía neoclásica, expandida posteriormente con una macroeconomía neokeynesiana
convenientemente adaptada para compatibilizarse con el enfoque neoclásico. Los manuales de
Paul Samuelson, que desde hace más de cincuenta años circulan como textos fundamentales
de estudio, dan cuenta de esa visión.
Sin embargo, era evidente que los estudios de la CEPAL y de los estructuralistas
latinoamericanos (Prebisch, Furtado, Aníbal Pinto, Aldo Ferrer, y el profesor Sunkel que hoy
integra esta mesa) no cabían en absoluto dentro de la visión neoclásica caracterizada por
un individualismo epistemológico y ético, fundado en el neopositivismo o empirismo lógico,
donde los criterios de cientificidad están dados por la coherencia interna de modelos lógico-
matemáticos y por verificaciones empíricas de naturaleza fragmentada haciendo uso y abuso
de procedimientos econométricos de base probabilística. En el origen de esta visión está el
mercado “perfecto”, con sus mecanismos autorreguladores que logran una asignación de
recursos pretendidamente equilibrada, estable, eficiente, y en algún sentido también justa. El
paradigma de la competencia perfecta se define de manera amplia como aquel donde ninguna
de las partes contratantes cuenta con poder suficiente para intentar dominar el mercado.
Por el contrario, los abordajes del estructuralismo histórico de raíz cepalina habían ido
decantándose y apoyándose en una lectura fundada en las nociones de sistema, de estructura,
de instituciones, y apoyada en el estudio de la historia, todo ello aplicado a la comprensión de
los cambios estructurales que constituyen el objeto del desarrollo económico. El paradigma
estudiado por los estructuralistas hace énfasis en la estructura social que subyace detrás de
los mercados, con actores económicos dotados de posiciones asimétricas de poder. Por lo
tanto, las raíces filosóficas del estructuralismo histórico latinoamericano no tenían nada que
ver con los fundamentos epistemológicos de la hegemónica escuela neoclásica.
Esas asimetrías de poder estaban claramente expuestas, además, en la visión centro-
periferia de relaciones económicas internacionales, primer planteamiento globalizado de la
relación desarrollo-subdesarrollo a escala planetaria, formulada por el estudio económico de
1949, inspirado y parcialmente redactado por Raúl Prebisch. Mi asimilación de esta visión y
su aplicación aggiornada a la realidad del capitalismo global fundamentalista de mercado que
hoy impera en la era de las tecnologías de la información está incluida en la parte sexta de
este libro.
En consecuencia, estas comprobaciones me llevaron a la lectura profundizada de otras
corrientes de pensamiento, diferentes a la hegemónica neoclásica, las que sí daban cabida
a la perspectiva histórica, y a los vínculos de ida y vuelta entre la dinámica de los mercados
y de la estructura social. Me refiero, entre otros, a los economistas clásicos que escribieron
al inicio de la Revolución Industrial Británica (Adam Smith, Robert Malthus, David Ricardo),
a la corriente que fundó Karl Marx, a los institucionalistas estadounidenses que a fines del
siglo XIX fueron testigos de la Segunda Revolución Industrial Americana (Thorstein Veblen
y John Commons), a las contribuciones macroeconómicas genuinamente originadas en
John Maynard Keynes, a la teoría del empresario de Schumpeter, y a las aportaciones más
recientes de John Kenneth Galbraith y Gunnar Myrdal. Todos estos autores y corrientes de
pensamiento tomaron en consideración los vínculos de doble vía entre estructura social y
mercado, y también introdujeron desde distintos puntos de vista las nociones de poder y las
asimetrías de poder de las estructuras sociales. Ninguno de ellos se adhirió a la epistemología
del empirismo lógico o neopositivismo. Mis reflexiones sobre estas corrientes de pensamiento
están incorporadas a la parte quinta de este libro.
La necesidad de explicarme cómo diablos había hecho el enfoque epistemológico neoclásico
para eliminar de su concepción ideal de la competencia perfecta las asimetrías de poder que
brotan de la dinámica social, y cómo había logrado aislar, blindar y compartimentar a
los mercados respecto del resto del orden social, me llevó a desmenuzar los supuestos
abstractos del modelo neoclásico original de competencia perfecta. Los supuestos del
modelo van sistemáticamente eliminando las formas de poder económico, de poder político,
de poder cultural, o de poder derivado de localizaciones específicas, y también eliminan todas
las fricciones y retardos que afectan los procesos reales de mercado. Este esfuerzo crítico
está incluido en la parte cuarta de este libro, destinado al examen teórico-epistemológico del
enfoque neoclásico de la competencia perfecta y de su ética hedonista-utilitarista.
En consecuencia, surge de inmediato otra pregunta. Si la raíz filosófica y ética del
estructuralismo histórico latinoamericano no puede fundarse en la tradición del individualismo
utilitarista neoclásico, entonces cabe preguntarse: ¿en qué otras fuentes filosóficas
debemos encontrar sus orígenes? Estas fuentes epistemológicas y éticas alternativas las
busqué acudiendo a dos propuestas filosóficas muy dispares pero, en mi opinión, bastante
compatibles en sus fundamentos. Por un lado, en la epistemología del filósofo argentino Mario
Bunge, y por otro lado en el pensamiento de Aristóteles, que está profundamente imbricado
en el “ADN” de la filosofía occidental. Del filósofo Mario Bunge este libro extrae la lectura
sistémica y el carácter multidimensional (es decir, biológico ambiental, económico, cultural
y político) de las sociedades humanas. Mario Bunge parte de una determinada antropología
filosófica, de donde deduce la existencia de esos sistemas. Esa concepción del hombre que
plantea Bunge es compatible, según propongo, con la concepción aristotélica de naturaleza
humana, entendida como la de un animal o entidad biológica, que es instrumentalmente
racional, que es también moralmente racional, y que por último es un animal político. Así
los fundamentos epistemológicos del enfoque estructuralista los obtuve de las nociones de
sistema, de estructura, de proceso, de mecanismos y nociones predicadas respecto de las
sociedades humanas tal como las ha elaborado Mario Bunge. Estas nociones las combiné
con la perspectiva histórica, que es el punto de partida del pensamiento estructuralista
latinoamericano, para encontrar un adecuado basamento de la visión centro periferia.
En tanto, los fundamentos éticos los extraje del filósofo Aristóteles. En efecto, el énfasis
categórico y omnipresente del estructuralismo respecto de las nociones de equidad e
igualdad, se asocia de manera inmediata con las elucubraciones de Aristóteles sobre la justicia
distributiva. Ese asunto está prácticamente ausente de las reflexiones neoclásicas, las que ni
siquiera rozan los temas de la distribución personal/familiar de la riqueza y del ingreso en sus
desarrollos teóricos.
En consecuencia, del filósofo Aristóteles extraje los fundamentos de filosofía moral en
que se funda mi examen de los sistemas políticos y económicos del siglo XX. Empezando
por los sistemas políticos, en Aristóteles se encuentran los fundamentos republicanos de la
noción de democracia que se profundizan en otra parte de este libro. Pero concentrándonos
ahora en los fundamentos del razonamiento económico, no hay duda de que encontramos en
Aristóteles las bases más permanentes de la ciencia económica contemporánea. En primer
lugar, las distinciones entre valor de uso y valor de cambio (tomadas por los economistas
clásicos y por Marx), en segundo lugar sus nociones de crematística natural y crematística
lucrativa, de las que se derivan las nociones de circulación simple y ampliada planteadas
por Karl Marx (quien era mucho más aristotélico de lo que sus acólitos quieren admitir). En
tercer lugar, la concepción del dinero como una institución que no depende de la materialidad
concreta asumida por las diferentes monedas que lo representan, es una anticipación notable
de las formas crecientemente abstractas y desmaterializadas del dinero contemporáneo.
Por último, en esta dimensión económica, Aristóteles entendió la lógica de los mercados, el
funcionamiento de la oferta y la demanda y las asimetrías de poder que derivan de la existencia
de posiciones monopólicas, tanto las derivadas de restricciones privadas a la entrada de
competidores, como aquellas originadas en el poder del Estado. Todas estas reflexiones
magistrales elaboradas por Aristóteles se efectúan en el seno de su teoría de la justicia, en
donde distingue entre la justicia conmutativa o reparadora que opera en los mercados y en los
contratos voluntarios privados, y la justicia distributiva que responde a la legitimidad alcanzada
por distintos regímenes políticos. La noción aristotélica de la justicia, entendida como la virtud
practicada respecto del prójimo, nos permite establecer una lectura institucional del tema.
En efecto, puesto que las virtudes son hábitos de comportamiento, la práctica de la justicia
expresa un conjunto de instituciones, es decir, de reglas interiorizadas en el comportamiento
social.
Con base en estas visiones combinadas, en este libro se propone una noción de poder
y dominación que intenta dar cuenta de la forma cómo las posiciones ocupadas por los
actores en la estructura social afectan la dinámica de los mercados. Estas nociones de poder
y dominación se fundan en la relación aristotélica potencia-acto, en la que las posiciones de
poder en la esfera social son una especificación de la noción de potencia, y el ejercicio de
la dominación es una actualización de ese poder. En este libro también se hace uso de las
famosas cuatro causas, o cuatro explicaciones de la filosofía aristotélica, para dar cuenta del
ejercicio de la dominación racional. Por ejemplo, en la institución de la esclavitud, el amo con
sus incentivos coercitivos es la causa eficiente de la dominación, el esclavo subordinado es
la materia dominable o causa material de la dominación, la institución de la esclavitud es la
forma o causa formal de la relación de esclavitud y los fines del amo, cualesquiera sean ellos,
se expresan como la causa final aristotélica de la relación de dominación.
En el lenguaje de los sistemas de Mario Bunge, el dominador y el dominado pueden verse
como los actores del sistema de dominación, la relación institucionalizada de esclavitud se
concibe como la estructura del sistema de dominación, los mecanismos del sistema de
dominación son la coerción del amo esclavista, y los fines y valores que controlan el proceso
son fijados por el propio dominador. Además, partiendo de la relación potencia-acto, se
distinguen tres momentos en la formación de un sistema de dominación: el momento de las
posiciones de poder, el momento de las pugnas de poder y el momento final de la dominación
establecida como sistema. El ejemplo histórico que se proporciona en el libro para ilustrar esos
momentos que culminan en un sistema de dominación propiamente dicho es el de la conquista
de América desde México hacia el sur, distinguiendo entre las posiciones de poder que antes
de la conquista poseían en estado potencial los europeos y los indoamericanos. De allí derivó
una pugna de poder bajo la forma de guerra de conquista a fines del siglo XV y comienzos
del siglo XVI, que culminó con un sistema de dominación (fundado en las instituciones de
la esclavitud y la servidumbre) que, en áreas rurales de América Latina, duró por lo menos
tres siglos. Se incluyen en esta parte dos temas adicionales, primero una discusión sobre la
legitimidad científica de las nociones de poder y de dominación y, segundo, una reflexión sobre
el factor de última instancia que ha ido quebrando los sistemas establecidos de dominación.
Este factor es el cambio técnico, cuya plena propagación y asimilación social se verificó a
partir de la Revolución Industrial Británica y de la difusión del capitalismo a escala planetaria.
Todas estas reflexiones están incluidas en la parte tercera del libro que hoy presento.
A diferencia de la noción de explotación profundizada por Marx en su obra principal El
Capital, la noción de dominación es más amplia y engloba a la primera. Si bien toda relación
estructurada de explotación es una relación de dominación, no toda relación de dominación
implica una relación de explotación. Asimismo, el significado ético de una relación estructurada
de dominación debe dilucidarse a la luz de las nociones de justicia. En general puede postularse
que no toda relación de dominación es ipso facto una relación injusta y, en consecuencia
ilegítima. En efecto, toda sociedad humana está, de un modo u otro, relativamente estratificada,
de acuerdo a posiciones que implican cuotas de poder. Todo depende de los fines que se
proponen los agentes dominantes y de las consecuencias que dimanan de los mismos.
También depende de la medida en que, libre y genuinamente, los agentes dominados asumen
como propios los fines últimos buscados por los agentes dominantes.
Sin embargo quedaba un aspecto esencial de mi crítica a la teoría económica neoclásica,
todavía dominante en occidente bajo su formato neoliberal. En efecto, si el mercado no se
autorregula de manera eficiente, justa y ambientalmente sustentable, y si su dinámica solo
expresa posiciones sociales de poder, entonces la reflexión se sustrae del ámbito de los
mercados y se traslada al sistema político. En otras palabras la dinámica del mercado se
encuadra siempre en la dinámica del sistema político. Y esto significa la necesidad de estudiar
los sistemas políticos que han acompañado la difusión del capitalismo en la era contemporánea.
Dicho de otra manera, la dinámica del mercado y sus asimetrías de poder deben buscarse
no solo en su interior, sino también fuera del mercado, en las instituciones de la estructura
social en su conjunto y en el poder normativo del Estado que regula dichas instituciones. La
parte segunda del libro aborda esta tarea, centrándose en el sistema político dominante en el
occidente actual, que es el sistema democrático bajo sus diferentes modalidades. Esta parte
distingue entre los aspectos procedimentales y los aspectos ético-sustantivos del sistema
político. Los aspectos procedimentales se refieren al conjunto de mecanismos que en los
regímenes de base republicana sirven para acceder a las posiciones de poder del Estado, tales
como el sufragio, sea censitario o universal, la pugna entre los partidos políticos, la división y
equilibrio de poderes legislativos, ejecutivos y judiciales, etc. De otro lado, los aspectos ético-
sustantivos del sistema político, examinados en el libro, se refieren a los valores propios de
los regímenes democráticos, tales como la libertad, la igualdad, la fraternidad, y el conjunto
de derechos, libertades y obligaciones ciudadanas en la esfera civil, económica, cultural, etc.,
que culminaron con la Declaración Universal de los Derechos Humanos, donde se fijaron, a
partir de la Segunda Guerra Mundial, los ideales de la cultura democrática de las denominadas
democracias sociales.
Por último, el libro aboga por una democracia republicana y multidimensional o integral. El
rasgo republicano de esta visión de la democracia recupera las nociones de virtud cívica y de
justicia que también se remontan a Aristóteles, para quien la justicia era la virtud practicada
respecto del prójimo, y distinguía entre la justicia conmutativa o reparadora, aplicable a las
relaciones contractuales de naturaleza voluntaria como las del mercado, y la justicia distributiva,
referida al reparto de bienes sociales como la fortuna, la honra, el poder o la educación. Es
claro que la democracia en que pensaba Aristóteles coexistía con la institución de la esclavitud,
en tanto que en la democracia de los modernos todos los seres humanos pueden aspirar a una
ciudadanía compartida. Por último, el carácter integral o multidimensional de esta democracia
ideal se refiere a la lectura sistémica ya comentada, donde los derechos y deberes ciudadanos
no se limitan al sistema político, sino que también existen derechos y deberes que operan
en el campo económico, cultural o biológico ambiental. Todos estos temas se abordan en la
segunda parte del libro. Al ser yo un economista, reconozco las debilidades y esquematismos
de esta parte, cuyo único objetivo es invitar a los filósofos políticos a interactuar reflexivamente
con los filósofos de la economía.
Finalmente, en este recorrido inverso llegamos a la primera parte, donde se efectúa un
estudio de los rasgos que son propios del sistema capitalista contemporáneo. Esta primera
parte fue la última en ser redactada, y hace un uso sistemático de las investigaciones
teóricas contenidas en las partes anteriores y en cierto sentido es una “destilación” de
dichas reflexiones. Esta primera parte también profundiza en los aspectos más específicos,
tanto del capitalismo transnacional y globalizado del siglo XXI, como de las corporaciones
transnacionales que ejercen el poder de asignar los recursos económicos en el mundo actual,
por lo tanto, también destila y resume los contenidos de la parte sexta del libro. En particular
se examina el poder del capital financiero en esta era global, y la manera como este capital
financiero ha conquistado y colonizado los Estados democráticos, no solo de las regiones
periféricas del mundo sino también de los grandes centros hegemónicos de Occidente. Los
sistemas políticos de los países centrales están por ahora subyugados a la lógica omnipotente
de las entidades y de los mercados financieros, con un aparato fiscal subordinado a las
políticas monetarias concebidas por Bancos Centrales que, como en el caso de la Eurozona,
no responden a los intereses nacionales de la mayoría de los países miembros.
El resultado visible es el derrumbe de las democracias sociales y de los Estados
benefactores que se construyeron en la posguerra y el surgimiento de movimientos sociales
fragmentados a escala nacional como los indignados, Occupy Wall Street, la primavera árabe,
y también en los países latinoamericanos los movimientos juveniles que luchan por los bienes
públicos y los derechos sociales básicos.
En conclusión, la lucha por romper la hegemonía de los mercados financieros globales
privadamente controlados, y por asegurar una verdadera responsabilidad social corporativa,
deberá pasar por un fortalecimiento de las democracias occidentales hoy amenazadas por el
poder desbordado del capitalismo global y de las corporaciones transnacionales que pretenden
autorregularse al margen de las instituciones del Estado democrático.
Resumiendo lo dicho, la preocupación central abordada en este libro son las
formas presuntamente autorreguladas de los mercados globales y de las corporaciones
transnacionales que son sus actores dominantes. El libro cuestiona severamente los
dogmas del fundamentalismo de mercado que sostiene aquellas premisas y que ha dado en
denominarse neoliberalismo y es el fundamento de un nuevo sistema de dominación. En esta
presentación, las partes del libro han sido comentadas en orden inverso al que figuran en el
texto, precisamente para facilitar la comprensión de su hilo conductor.
Muchas gracias

By | octubre 7th, 2020|Sin categoría|Sin comentarios

LIBRO PODER CAPITALISMO Y DEMOCRACIA

DEMOCRACIA INTEGRAL Y REPUBLICANISMO

Las nociones de democracia y de proceso de democratización que aquí se proponen, a las que denominaremos «integrales o multidimensionales», pretenden universalizar la noción de democracia no solo para la esfera de los regímenes políticos, sino también extendiéndola a las otras dimensiones de las sociedades humanas.

Lo que caracteriza al republicanismo, al representarse en la tradición judeo-greco-latina, es el contenido ético que se le confiere a las formas de gobierno, las que deben estar fundadas en el concepto de virtud. No está claro qué es lo que quiere decirse con este término, pero sin duda, él introduce el ámbito de la moral y de la ética en las formas políticas del poder. Entonces, orientada a estas raíces de la noción republicana, la noción de virtud nos remite a la idea de justicia, cargada con fundamentos éticos y morales.

Los rasgos republicanos más típicos que hoy se le reconocen a esta visión de la democracia integral son esencialmente tres: a) una correspondencia o correlación estrictas entre la vigencia de los derechos y las libertades humanas, por una parte, y la vigencia de los deberes y las responsabilidades humanas (asociadas a la noción de virtud cívica), por otra; b) una noción de libertad como no dominación; c) una concepción sustantiva (por oposición a procedimental) de la democracia asociada la noción de justicia (Salvat 2002, Ovejero 2004).

El derecho a elegir y a ser elegido a cargos gubernamentales por parte de los ciudadanos de un régimen democrático, otorga un papel central a los seres humanos, ya que la condición de ciudadano se predica solamente respecto de los seres humanos. Si bien no todo ser humano ha sido investido, en la historia, con la condición de ciudadano, queda claro que todo ciudadano debe ser necesariamente un ser humano. Este énfasis en la condición humana de cualquier ciudadano puede parecer una perogrullada obvia, si no fuera porque en el presente de las megacorporaciones capitalistas se ha acuñado la equívoca expresión «ciudadanía corporativa» o «ciudadanía empresarial» que confunde el significado básico de nociones centrales de la ciencia política establecidas desde los tiempos de Aristóteles.

El sufragio universal es una, entre tantas formas de establecer esa centralidad del ciudadano que, a través de ese mecanismo, expresa su voluntad soberana y constituye los fundamentos del poder del estado. En caso de que el derecho a elegir y ser elegido se extienda a todos los seres humanos, significa que la centralidad del ciudadano se convierte en la centralidad del ser humano como fuente de legitimidad y poder de los regímenes políticos.

La otra forma de establecer esa centralidad de los seres humanos en el proceso democrático, se asocia a la noción, de origen liberal, de derechos humanos. Pero, para la visión republicana en su modalidad de democracia integral, esta noción carece de vigencia efectiva y de empoderamiento eficaz, si no guarda correspondencia con una correlativa especificación de los deberes, obligaciones, compromisos y responsabilidades de los encargados de hacer cumplir aquellos derechos.

Si se acepta ese lugar central para la noción de ser humano, entonces la democracia integral debe ser una expresión a escala social de la defensa de aquellos rasgos que definen a un ser humano. Siguiendo a Aristóteles, los seres humanos poseen cuatro rasgos bastante definitorios que son objetivos y universales: a) la animalidad con sus condiciones biológico-ambientales subyacentes, b) la racionalidad moral o la capacidad y voluntad para proponerse fines y valores que pueden ser juzgados a la luz de principios éticos, c) la racionalidad instrumental o la capacidad de producir instrumentos destinados a satisfacer los fines de la vida social, y d) la «socialidad», entendida como una condición objetiva inherente a la naturaleza humana, por oposición a «sociabilidad», que es un término más equívoco y se refiere más bien a una disposición personal y voluntaria a ser más o menos sociable. Los seres humanos son animales sociales, pero la «socialidad» humana es más compleja y desarrollada que la «socialidad» de otras especies animales, y esa complejidad se expresa en el dictum de Aristóteles, de que los seres humanos son «animales políticos».

Desde luego la noción de animal político incluye la de animal social, pero lo inverso no es necesariamente cierto. Por eso, solamente los humanos en este planeta somos animales políticos. La condición de animal político es objetiva e independiente de la conciencia de quienes lo son, así como la condición de bípedo es inherente a las formas de la animalidad humana, y no porque alguien se empecine en caminar como un cuadrúpedo, modificará un elemento que ya es inherente a la condición humana.

A cada uno de estos cuatro rasgos de la condición humana (animalidad, racionalidad moral, racionalidad instrumental y «socialidad») les corresponden cuatro subsistemas sociales (biológico-ambiental, cultural, económico y político). Esta correspondencia es desde luego planteada aquí de una manera aún borrosa, y expresa no más que un bosquejo que debería ser profundizado. Pero sirve para señalar el nexo entre las cuatro dimensiones definitorias de los seres humanos y los cuatro subsistemas constitutivos de toda sociedad humana.

En suma, una democracia integral es aquella entendida multidimensionalmente como democracia postulada y practicada no sólo en la esfera política, sino también en las dimensiones biológico-ambiental, económica, y cultural. En consecuencia, una democracia de este tipo, si asume un carácter republicano, debería incluir listas de derechos y obligaciones no sólo políticos sino también económicos, biológico-ambientales y culturales. Los derechos ciudadanos deben ser empoderados mediante el compromiso y las obligaciones asumidas por aquellos dotados de poder. Con tal objeto se requiere establecer quién, cuándo y cómo asume las responsabilidades requeridas para dar vigencia a esos derechos ciudadanos.

A la noción de poder, entendida como una posición social institucionalizada ocupada por una persona, le corresponde en el otro polo la noción de impotencia social o pobreza. La noción de pobreza puede ser caracterizada como carencia de poder en algún ámbito de la vida social. Los pobres son seres humanos que tienen derechos (merecimientos o méritos suficientes que justifican pretensiones) a recibir ciertos bienes de la sociedad, pero no están empoderados por la sociedad para que esos derechos adquieran vigencia.

La pobreza es así una privación de algo que necesariamente se debería poseer. Los pobres, igual que los ricos, están en potencia de superar su pobreza cultural (por ejemplo, alfabetizándose), de superar su pobreza económica (accediendo a los recursos que se ofrecen en los mercados), de superar su pobreza biológico-ambiental (respirando aire limpio y bebiendo agua no contaminada), y de superar su pobreza política (accediendo a los derechos civiles y ciudadanos básicos). La versión multidimensional o integral de la democracia republicana se propone precisamente actualizar las potencialidades de los pobres, incorporándolos plenamente a la participación en todas las dimensiones de la vida social. Para ello deben ser empoderados, es decir, debe otorgarse vigencia efectiva a sus derechos biológico-ambientales, económicos, sociales y políticos.

El papel político del estado es fijar las reglas de juego de las sociedades humanas en todas sus dimensiones. Por lo tanto, el objeto de acción de todo estado que detenta el poder político (monopolio de la coerción) incluye el dictado de las reglas formales, legales y de curso obligatorio que determinan la dinámica de los cuatro subsistemas mencionados. Desde este punto de vista pueden entenderse las reflexiones de Aristóteles que atribuían la preeminencia de la política por encima de cualquier otra ciencia práctica.

La política en efecto es una práctica y una disciplina «envolvente», por así decirlo, que fija las reglas de juego básicas que determinan el funcionamiento de todos los subsistemas sociales y la forma en que puede establecerse la correspondencia entre ellos.

Nótese, sin embargo, que los contenidos de la cultura fijan los valores y fines de la acción humana, con lo que también la cultura alude a una práctica y una disciplina envolvente, interiorizada en los comportamientos humanos cotidianos.

Entendida de este modo, la «democracia republicana multidimensional» pone a los seres humanos integralmente considerados en el centro de los fines últimos que orientan el proceso social. Si se acepta esta humanización integral de la democracia, entonces el objetivo general del proceso democrático se asocia con la noción de desarrollo humano predicada para todo y cada uno de los seres humanos que componen la vida social.

La noción de desarrollo humano tiene un contenido conceptual debatible y posee diferentes acepciones, pero en cualquier caso coloca a los seres humanos en el centro del debate. Aquello respecto de lo cual se predica el desarrollo no son los subsistemas económicos, políticos o culturales por sí mismos, sino los seres humanos mismos. En consecuencia, nociones como desarrollo económico, desarrollo político o desarrollo cultural son puramente instrumentales e ininteligibles si no se específica su conexión con alguna noción socialmente aceptada de desarrollo humano.

Este libro ha intentado desentrañar los conceptos de poder y de dominación. Lo ha hecho en relación con la era global del tercer milenio y con el papel que en aquellos conceptos desempeña la mega-corporación transnacional en las modalidades vigentes del capitalismo actual. La contrapartida de la noción de libertad es la noción de poder. La noción de poder precede, en la esfera social, a la noción de libertad. Y la mega corporación expresa las máximas posiciones de poder ocupadas por un agente económico en la esfera de los mercados.

En el capitalismo, la noción de propiedad referida a las personas ha sido extendida por la noción de propiedad referida a las organizaciones. En las versiones liberales primigenias, por ejemplo en Locke o en Rousseau, la propiedad de los recursos se predicaba y legitimaba respecto de las personas naturales, y no de las personas jurídicas como es el caso con las corporaciones trasnacionales. En Locke la propiedad privada se legitimaba a través de la agregación de trabajo a bienes o recursos que antes estaban en un «estado de naturaleza». Esta idea asociaba también el derecho a la propiedad de los recursos con la iniciativa individual de aquellos que, mediante su trabajo, agregaban valor a dichos recursos.

También para Rousseau la propiedad se predicaba respecto de ciudadanos, es decir, de personas investidas de derechos y obligaciones. Pero en Rousseau la noción predominante original era la voluntad popular del ciudadano, que mediante el contrato social creaba el Estado. En Rousseau (2010) la noción de libertad no se acopla con la noción de propiedad, y la noción de igualdad es mucho más fuerte que en Locke, por ejemplo, cuando afirma: «Y que ningún ciudadano sea suficientemente opulento como para comprar a otro ni ninguno tan pobre como para ser obligado a venderse; lo que supone, por parte de los grandes, moderación de bienes y de crédito y, por parte de los pequeños, moderación de avaricia y de codicia» (p. 53). Hay implícita en estas líneas una apelación a la función social de la propiedad y a la noción de igualdad básica entre los seres humanos que no está presente en Locke.

En la justificación que hace Locke de la propiedad privada hay una apelación a la libertad positiva, entendida como libertad para emprender acciones económicas que, mediante el trabajo personal, agregan valor al patrimonio natural. En las limitaciones que pone Rousseau a la propiedad de riqueza hay una apelación a la libertad negativa, entendida como rechazo a la dominación. Así Rousseau está más cerca de lo que estamos denominando democracia integral y Locke más cerca de lo que hoy denominamos democracia liberal.

Pero es necesario enfatizar algo esencial: los actores del proceso económico contemporáneo ya no son las personas naturales, los seres humanos, sino las personas jurídicas, las organizaciones. Esas organizaciones han alcanzado una escala tal, que su existencia y desempeño en los mercados no puede justificarse, como hacía Locke, en la defensa de la libertad de las personas para emprender, porque esa libertad para emprender se ha institucionalizado en reglas y limitaciones al trabajo creativo, impuestas por la prioridad del lucro sobre la creatividad, y segundo, porque el poder de mercado, al irse acumulando, crea situaciones monopólicas u oligopólicas que afectan a la gran masa de micro, pequeñas y medianas empresas, mayoritariamente constituidas por personas directamente responsables de su gestión, y les impiden el desarrollo de su creatividad personal.

En estos dos autores que hemos elegido para nuestro contrapunto reflexivo, tan importantes en la formulación de las bases del liberalismo político sobre las que se fundaron las democracias contemporáneas, las nociones de libertad se predican respecto de seres humanos y no respecto de organizaciones.

En primer lugar, vale la pena proyectar una mirada histórica sobre la relación general de causalidad social entre las nociones de poder y libertad positiva, y las nociones de dominación y libertad negativa. La libertad positiva es «libertad para emprender» y se asocia con los objetivos de expansión de la burguesía industrial, por oposición a la noción de libertad negativa, que es liberación por parte del dominado, respecto de posiciones o situaciones de dominación. Esta noción de liberación, en los inicios de la Revolución Industrial, planteaba la lucha de la burguesía industrial naciente contra la opresión o dominación de los regímenes absolutistas de las monarquías apoyadas en el orden económico mercantilista. Era la lucha entre personas-ciudadanos que se alzaban frente a estados absolutistas. Era la libertad entendida como libertad negativa, es decir como liberación respecto de estructuras preexistentes de dominación.

Este lenguaje del poder y de la dominación es el que pretende examinarse con más detalle en este libro y vincularlo con las instituciones, prácticas, valores y principios del capitalismo y de la democracia.

Se puede tomar como punto de partida una situación de dominación establecida, donde es razonablemente posible determinar quién es el dominador y quién es el dominado. El quiebre de esa relación de dominación sería una liberación o libertad negativa, respecto del dominador previo. Una vez establecido ese quiebre, emerge un nuevo posicionamiento social que habilita al «ex dominado» (le concede «libertad para»): fijar con autonomía sus fines en el subsistema social donde esa relación de dominación tenía previamente lugar.

Supongamos que el dominador de la situación anterior es una corporación transnacional oligopólica que limita el radio de acción y la iniciativa de pequeñas y medianas empresas que operan en el mismo mercado, o que afecta el poder de elección o de adquisición de sus clientes. En suma, la corporación dominante comete cierto tipo de abusos (violaciones a la justicia distributiva) en su relación con los competidores y con los proveedores y clientes en su propio mercado.

Si el sistema jurídico establece una legislación de defensa de los consumidores y de los principios de la competencia justa, creando nuevos deberes, obligaciones y responsabilidades a la empresa dominante, este proceso generará un ámbito de libertad en un doble sentido. Primero una «libertad negativa» como liberación de una situación de dominación previamente establecida, y segundo, una «libertad positiva», al posibilitar el emprendimiento de nuevas opciones para las pequeñas empresas y los consumidores previamente dominados en la situación anterior. Esta transición de posiciones de poder se podrá razonablemente mensurar en los precios y las cantidades que se trancen en los mercados y en la distribución de la masa general de lucros o ganancias alcanzadas por todos los emprendedores.

Del mismo modo, esta preeminencia de las corporaciones transnacionales en la esfera de la propiedad de los recursos productivos aplicados al lucro y la acumulación, afecta la libertad de las personas y las familias al controlar los términos del contrato privado. En el caso de la concesión de créditos al consumo, los procedimientos financieros más recientes han dado lugar a incontables abusos derivados de las diferentes posiciones de poder de las partes contratantes. Los que conceden el crédito son enormes corporaciones privadas, mientras que los que se endeudan son generalmente personas de ingresos medios o bajos.

Pero las nociones de poder y de dominación no solo son explicativas respecto de los subsistemas económicos, sino que pueden usarse para entender las injusticias que tienen lugar en los otros subsistemas sociales. El ejemplo anterior, referido a la esfera económica, es especialmente pertinente en un orden social donde el poder de mercado se impone sobre las otras formas sociales del poder; sin embargo, puede ser generalizado a todos los subsistemas de la vida social. Así, el ejercicio de la capacidad de elección en el mercado es precedido por la posesión de poder adquisitivo general, requerido para transar todo tipo de mercancías; el ejercicio de la libertad en la esfera de la cultura es precedido por el poder para acceder y utilizar los medios de información, comunicación y conocimiento; el ejercicio de los derechos civiles y políticos es precedido por el poder que emana de las reglas de juego, efectivamente vigentes, del estado.

El ejercicio del poder es siempre una categoría relacional, sea que se proyecte sobre las cosas (caso en que hablamos de posesión, producción, consumo, etc.), sea que se proyecte sobre las personas, en cuyo caso hablamos de dominación.

Nunca antes en la historia humana, las formas económicas del poder y la dominación tuvieron tal gravitación en los ordenamientos sociales. No son solamente los bienes económicos, tales como los medios de vida y de producción, los que se transan de manera creciente en los mercados respectivos.

Los bienes culturales se distribuyen a través de los mecanismos de información, comunicación y conocimiento, y el acceso a dichos mecanismos está crecientemente mediado por los mercados en ámbitos tales como la educación, el arte, la ciencia, o los medios de comunicación masiva.

Los bienes biológico-ambientales también de manera indirecta adquieren precio en el mercado. Por ejemplo, el acceso al aire puro, al agua pura, a paisajes estéticos, plazas y jardines, y a otros bienes públicos similares, suele estar crecientemente mediado por mercados que racionan esas opciones.

Por último, también ciertos bienes de naturaleza política como seguridad ciudadana o administración de justicia, suelen pasar por la criba de los mercados. Por ejemplo, la contratación de mercenarios para la guerra es una forma de mercantilizar procesos de naturaleza intrínsecamente política.

En consecuencia, las formas de la dominación en esta era global pasan especialmente por la esfera de los mercados y se manifiestan de maneras diferentes a las teorías de explotación del siglo xix.

Los ejemplos más obvios de las nuevas condiciones de la dominación injusta (o explotación) tienen que ver con el mecanismo del endeudamiento en la esfera del consumo, y, más específicamente, en lo relativo a los bienes durables de uso o consumo individual y familiar.

Los consumidores tienen acceso a una enorme variedad de bienes, tanto de consumo durable como perecedero. La compra del primer tipo de bienes se funda en el uso del crédito a plazos que, por lo general, compromete sueldos que serán percibidos en meses o años futuros. Este mecanismo de endeudamiento atrapa y subordina a los deudores, a nuevos mecanismos de dominación y explotación. Este tipo de situaciones se relaciona con la crisis de las denominadas «hipotecas tóxicas» en Estados Unidos (2008) o con la proliferación de tarjetas de crédito, emitidas no sólo por la banca sino por las mega corporaciones del comercio al por menor.

Las mega corporaciones transnacionales de la presente era global, cuando actúan en la esfera bancaria-financiera, poseen una forma especial de poder conferida por su control del mercado de dinero. Como decía Schumpeter (1967) «el mercado de dinero es siempre el estado mayor del sistema capitalista» (p. 133). Sin embargo, fue Keynes, en su Tratado de la moneda, quien esclareció los vínculos entre el poder político y el poder económico en la esfera monetaria.

Aun cuando, el papel protagónico de las mega corporaciones que actúan en la esfera monetario-financiera en el ámbito de los mercados capitalistas globales es un dato esencial para la comprensión de los procesos de dominación social en el tercer milenio, seguimos aquí en el campo de los procesos particulares. En la tercera parte de este libro se efectuará un intento de teorizar de manera más general, respecto de las nociones de poder y de dominación.

Conviene establecer una generalización más amplia entre las nociones de poder y de dominación, por una parte, y las nociones de justicia y democracia por la otra. Con tal fin nos remitimos nuevamente a las nociones aristotélicas de justicia legal (o conmutativa) y justicia distributiva. La idea central que pretendemos desarrollar aquí, ya sugerida en secciones anteriores, es que las nociones de justicia legal o conmutativa nos remiten a la lógica del capitalismo, en tanto que las nociones de justicia distributiva nos remiten a la lógica de la democracia.

La democracia liberal fue revolucionaria a fines del siglo xviii precisamente porque su noción de libertad negativa estaba asociada con el quiebre de la dominación del antiguo régimen absolutista que sustentaba las formas económicas precapitalistas, y porque su noción de libertad positiva se expresaba en la iniciativa individual, dada a través de los mercados, cuya «mano invisible» transmutaba el interés Capitalismo y Democracia 87 privado en prosperidad y desarrollo públicos. Fue además revolucionaria porque atacó las formas esclavistas y serviles de la dominación en el ámbito de los regímenes laborales. En ese sentido practicó la libertad negativa como ruptura de un sistema de dominación.

Pero para los burgueses capitalistas del siglo xix, la noción de libertad positiva estaba ligada a la propiedad de los medios de producción y a los mecanismos del mercado. Era una libertad para los propietarios. Su divisa no fue en definitiva la de «libertad, igualdad y fraternidad», sino la de «propiedad privada como fundamento de la libertad burguesa». Posteriormente, con la consolidación del capitalismo, esa propiedad de riqueza se transmutó en propiedad de capital, para acumular, lucrar y crecer. Finalmente, en la era presente del capitalismo oligopólico globalizado, esa dupla «libertad-propiedad» no se predica respecto de las personas naturales que también pueden ser ciudadanos, sino respecto de esas personas jurídicas (mega corporaciones) que son las nuevas formas organizacionales del capital transnacional.

En consecuencia, hoy predomina cada vez más una forma de democracia (¿poliarquía plutocrática?) que se basa en la dupla «libertad-propiedad» y que en el campo de la filosofía política se conoce como libertarianismo, predicada aparentemente para los propietarios que son personas naturales, pero practicada como sustento para la legitimación de las corporaciones oligopólicas transnacionales que, incluso, llegan a pretender un título «honorífico» de ciudadanía empresarial o corporativa.

La otra forma de libertad es la que parte de la noción de ser humano, el único ente que en el planeta Tierra puede ser ciudadano por ser un animal político. El ciudadano es necesariamente una persona y no un mecanismo organizativo sujeto a la ficción de la personería jurídica.

En el republicanismo de raíces grecolatinas, la noción de ciudadano (y no la de propietario) es el punto de partida de toda filosofía política. Para Aristóteles una condición para ser ciudadano era la de ser libre de sujeciones o formas de dominación que le estén impidiendo el ejercicio pleno de su ciudadanía. Aristóteles entendió esto y por eso, desde su posición de aristócrata privilegiado, negó que los esclavos, los sirvientes, los artesanos e incluso, los pequeños mercaderes, pudieran ser ciudadanos plenos.

Para el filósofo griego la justicia es la práctica de la virtud frente al otro con quien se convive. Por lo tanto, para plantear la noción de justicia, toma como punto de partida la noción de virtud. En terminología moderna esto significa que él proyecta una visión institucional sobre el tema de la justicia. En efecto, la virtud, según Aristóteles, es un hábito, tiene un carácter recurrente, repetitivo. Igualmente, la práctica de la justicia (ejercicio de la virtud frente al otro) significa que los magistrados (aquellos dotados de poder como los legisladores, los jueces o los supremos gobernantes) solo pueden practicar la justicia si es que son virtuosos, y por lo tanto, pueden proyectar su virtud frente a los otros.

De manera más amplia, en una democracia ideal de ciudadanos, donde todos pueden participar activamente en el gobierno de la polis, una sociedad justa sería aquella compuesta por ciudadanos virtuosos que también serían justos al proyectar su virtud frente al otro.

Si aceptamos que las instituciones son reglas sociales vigentes (es decir, efectivamente practicadas) y, por lo tanto, recurrentes, la práctica habitual de la justicia es la práctica habitual de la virtud proyectada a la esfera social. Existe por ende un nexo importante entre la noción de virtud, la noción de justicia y la noción republicana de democracia.

Es por esta razón que Aristóteles, más allá del tipo de régimen político que se instale (monarquía, aristocracia, democracia) observa que los regímenes «buenos» exigen que los gobernantes no actúen en su propio beneficio, sino en interés de toda la polis. Es decir, exige que sean virtuosos y que practiquen su virtud frente a los otros. Establecida de este modo la noción de justicia y sus nexos con la noción de virtud, focaliza las dos formas principales de la justicia que son, como hemos señalado reiteradamente, la justicia legal o conmutativa y la justicia distributiva.

La única justicia que reconoce el capitalismo es la que se aplica a los contratos. Por oposición, la justicia distributiva es la que resulta propia de la vigencia de la democracia. Ambas formas de justicia no son excluyentes, pero, en el republicanismo como forma de gobierno, la justicia distributiva que se practica respecto de las personas, debe predominar sobre la justicia conmutativa que se aplica sobre los propietarios.

 

Capítulo 4 del libro de Armando Di Filippo, PODER CAPITALISMO Y DEMOCRACIA, RIL Editores 2012, ISBN: 978-956-284-912-8.-

By | julio 4th, 2020|Sin categoría|Sin comentarios

CAPITALISMO DESARROLLO Y POLÍTICAS PÚBLICAS

La noción de desarrollo económico como objetivo deseable deliberadamente asumido por las políticas públicas y sistemáticamente analizado en la esfera académica es sólo un aspecto del tema del desarrollo que tomó forma a partir de la Segunda Guerra Mundial. Paralelamente podemos hablar de procesos históricos de desarrollo económico vinculados al surgimiento de la Revolución Industrial Británica que otorgó al capitalismo su dinámica tecnológica contemporánea.

 

Si exploramos los orígenes del tema del desarrollo económico, lo que estamos haciendo es rastrear los orígenes del capitalismo. Solamente si abordamos el tema del capitalismo logramos conferir al tema del desarrollo económico su contexto histórico propio (Véase Parte I del presente apunte)

 

En suma, el uso de la noción de desarrollo en la literatura occidental se concentró originalmente en la dimensión económica del concepto y se asoció con la noción de capitalismo, es decir con ese sistema económico que, tras varios siglos de gestación, a partir de la era moderna, se asentó sobre las bases tecnológicas de la Revolución Industrial Británica desde fines del siglo XVIII.

 

Un punto de partida para el estudio del capitalismo y, consecuentemente, del desarrollo económico son los trabajos de los economistas clásicos y, en particular del, así denominado “padre de la economía política”, Adam Smith, quien asoció el crecimiento del producto social con el progreso técnico, vinculado a la división técnica del trabajo en el seno de los talleres de manufacturas. Los economistas clásicos (Adam Smith, David Ricardo, Robert Malthus) develaron los rasgos estructurales del capitalismo, y los fundamentos económicos de la estructura de clases que le es inherente. También plantearon los principales problemas del valor económico, subyacente a los precios de mercado que ponderan el producto social.

 

El trabajo humano concreto produce mercancías concretas, y la relación entre la cantidad de producto generado (Q) y la cantidad de trabajo requerida para generarlo (T), se denomina productividad (o poder productivo) del trabajo (Q/T) indicador básico de ese fenómeno que hemos denominado desarrollo económico. Cuando la productividad media del trabajo se plantea a nivel macroeconómico ponderada por los precios relativos de mercado, la contrapartida de ese aumento del poder productivo de las sociedades es el incremento en el poder adquisitivo medio de la población. Si denominamos (N) a la población total, podemos llegar a otro indicador (Q/N) que sería la cantidad de bienes y servicios que pueden en promedio ser adquiridos por persona. Si Q se expresa en unidades físicas, estamos en presencia de medidas técnicas y no económicas del desarrollo puesto que las mediciones del producto social pasan a través de las valoraciones del mercado siendo ponderadas por precios relativos. La profundización de la comprensión de esas medidas económicas nos remite nuevamente a la teoría que estudia los rasgos del capitalismo.

 

Aparte de la visión economicista que implican, otra enorme carencia de estas mediciones radica en que son promedios. Por lo tanto, queda afuera la noción de distribución (o reparto) del producto social. Si introducimos la noción de distribución del producto social no todo crecimiento del producto implica desarrollo económico, puesto que junto con el estudio de la distribución se “infiltra” (implícita o explícitamente) el estudio de la justicia distributiva, abriendo la puerta a consideraciones de naturaleza ética y social mucho más amplias.

 

El significado del reparto del producto social nos remite a una teoría de la justicia. La primera de esas teorías que ha perdurado largamente en la historia del pensamiento económico y político de Occidente es la distinción aristotélica entre la justicia distributiva y la justicia conmutativa. Este y otros enfoques posteriores sobre el tema de la justicia distributiva (el más importante en la segunda mitad del siglo XX fue planteado por John Rawls en su Teoría de la Justicia) han surgido con mucha fuerza en el siglo XXI, superando los límites del planteamiento de Rawls y planteando los problemas multidimensionales de la igualdad de derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales.

 

En suma, las nociones de crecimiento del poder productivo del trabajo y de crecimiento del poder adquisitivo de la población total nos remiten a una versión puramente cuantitativa y economicista de crecimiento, pero son absolutamente insuficientes si queremos penetrar en una comprensión del impacto de la noción de desarrollo económico sobre las sociedades humanas en su conjunto. Para esa comprensión más profunda hace falta examinar las condiciones históricas y estructurales que dieron lugar a la emergencia del capitalismo como sistema dominante en la era contemporánea de Occidente.

 

En efecto el enfoque puramente empirista-economicista del desarrollo capitalista es claramente reduccionista y no nos permite penetrar en las visiones más multidimensionales de la temática del desarrollo. No da cuenta de las profundas transformaciones sociales que acompañaron el advenimiento del capitalismo: cambios en la estructuración de las clases sociales y formación de un proletariado industrial, procesos de urbanización y metropolización, transformación de la organización familiar, separación entre el lugar de trabajo y el lugar de residencia personal, transición demográfica, incremento del proceso de alfabetización, etc. El estudio de los impactos sociales del capitalismo forma hoy parte importante de los estudios sociales en general y de los sociológicos en particular.

 

Como se sabe junto con el advenimiento de la era contemporánea a fines del Siglo XVIII tuvo lugar no sólo la Revolución Industrial Británica (base tecnológica del capitalismo a partir de esa fecha) sino también las Revoluciones Políticas Francesa (1789) y americana (1776) que instalaron los valores y principios republicanos de la democracia y de los derechos humanos, los que todavía predominan en la cultura occidental. Tomados en su conjunto el sistema económico capitalista y el sistema político democrático son, respectivamente, expresiones del liberalismo económico (Adam Smith) y del liberalismo político (Locke, Rousseau, etc.) que tuvieron un nacimiento simultáneo en la historia de Occidente.

 

Adam Smith considerado no sólo el padre del liberalismo económico, sino también el fundador de la corriente teórica clásica en la ciencia económica, fue el primero en establecer las conexiones entre la división técnica y social del trabajo, el crecimiento de la productividad laboral y la expansión de los mercados nacionales e internacionales.

 

También cuando Marx habla del desarrollo de las fuerzas productivas bajo el comando del capital (Precisamente El Capital se llama su obra principal), otorga un papel central (como punto de partida) a la Revolución Industrial, y de modo más amplio o general al desarrollo de las fuerzas productivas dentro del modo de producción capitalista. Lo mismo hacen autores no marxistas como Werner Sombart, Max Weber, y Joseph Schumpeter, todos vinculados al historicismo alemán. El capitalismo es el marco histórico estructural en donde ha tenido lugar el desarrollo económico entendido en sentido restringido como la expansión sistemática y secular del poder productivo del trabajo humano. Además de la escuela historicista europea, existe otra corriente de pensamiento económico que ha profundizado en la noción de desarrollo en el marco del estudio del sistema capitalista: el institucionalismo estadounidense (por ejemplo, ThorsteinVeblen y John Commons).

 

La noción de desarrollo económico adquirió especial relevancia política y académica al final de la Segunda Guerra Mundial del Siglo XX, con el proceso de descolonización acompañado y promovido por la fundación de la Organización de las Naciones Unidas (1945). Surgió entonces el tema del subdesarrollo, es decir, el estudio de las situaciones de pobreza y privación de las naciones que abandonaban su condición de colonia y entraban en el proceso de independencia política.  Este proceso histórico fue acompañado por el estudio del desarrollo y el subdesarrollo como disciplinas relativamente autónomas de la ciencia económica. Fue en ese momento cuando tuvieron lugar las contribuciones del estructuralismo latinoamericano (integrado por autores como Raúl Prebisch, Celso Furtado, Osvaldo Súnkel, Anibal Pinto, y Aldo Ferrer). Esta escuela de pensamiento establecida al alero de la CEPAL-ONU para estudiar los rasgos específicos del desarrollo y el subdesarrollo bajo las condiciones del capitalismo periférico, formuló una importante perspectiva histórica de interpretación de las sociedades latinoamericanas desde el momento mismo de su conquista y colonización por parte de las potencias ibéricas.

 

En el marco de los principios y valores de la ONU estuvo siempre subyacente a estos autores la defensa de la democracia y de los derechos humanos. Otros sociólogos latinoamericanos de la época como José Medina Echavarría y Gino Germani, también exaltaron el tema democracia en su interacción con el capitalismo, en las modalidades que estos sistemas asumieron en América Latina. En su libro postrero Raúl Prebisch el fundador del enfoque estructuralista originario de la CEPAL, volvió a poner de relieve los vínculos históricos entre las formas periféricas del capitalismo y los obstáculos de allí derivados para un firme desarrollo de las instituciones democráticas en América Latina.

 

Ética y capitalismo

El nacimiento de la economía como ciencia coincidió con la emergencia de una nueva ideología, la del liberalismo económico en la que se intenta demostrar la existencia de una conexión significativa entre los móviles egoístas del comportamiento de las personas y los resultados favorables que éste comportamiento genera sobre el bienestar general y conjunto de esas mismas personas.

 

Los principios éticos occidentales pre modernos de raíz grecolatina se habían construido con base en las nociones de bien y de mal, de virtud y de vicio, de deberes y dignidades, de justicia y de bien común. En particular las motivaciones personales altruistas eran consideradas buenas y las egoístas y hedonistas malas. A escala social estos eran los fundamentos del bien común. Sin embargo, el advenimiento del liberalismo económico se basó en el reconocimiento pragmático de que la mayoría de los seres humanos actúan, en la esfera de los mercados de una manera egoísta, y están más preocupados por la máxima satisfacción posible de sus deseos, que por el carácter virtuoso de sus comportamientos.

 

El punto, paradojal si se quiere, del liberalismo desde el punto de vista ético era, la noción un tanto inusitada, de que la búsqueda de la ganancia y de su incremento sin límites, era fuente de abundancia social. Este resultado derivaba de la lógica de la competencia a través del mecanismo de mercado. La expresión histórica de esta lógica económica fue la emergencia del capitalismo, un sistema económico de mercado, fundado en una Revolución Tecnológica que, a partir del último cuarto del siglo XVIII comenzó un proceso sostenido de expansión productiva del trabajo humano.

 

La expresión capitalismo alude a un sistema económico fundado en el poder del capitalista, una persona que cuenta con poder adquisitivo suficiente para controlar no sólo los productos-mercancías, sino también los factores requeridos (recursos naturales, trabajo y recursos tecnológicos) para producirlos. El capitalista se propone acrecentar su poder inicial en una secuencia indefinida. Su instrumento inicial es la posesión de dinero, que adquiriendo factores productivos se convierte en poder productivo primero y en productos-mercancías después; la venta de esos productos le permite recuperar su dinero con ganancias, en un proceso indefinido donde la meta final es acrecentar continuamente el capital-dinero.

 

En la versión aristotélico tomista de la ética que predominó en Europa Occidental durante buena parte del período pre-moderno se presumía una congruencia entre la moralidad de los comportamientos personales de los actores económicos considerados individualmente y los resultados generales esperados del proceso económico. Había una correlación entre el comportamiento virtuoso de las personas y la consecución del bien común. Por ejemplo, el préstamo a interés era considerado usura, la que era éticamente mala tanto a nivel personal como social, del mismo modo el afán de ganancia ilimitada era considerado una perversión en la lógica del intercambio. Aristóteles había distinguido entre las nociones de crematística natural, donde el intercambio tenía como objetivo la satisfacción de necesidades de los contratantes y la crematística artificial donde el objetivo, éticamente censurable era el afán de lucro ilimitado.

 

Pero en un mundo donde imperaba la escasez y la pobreza, los ideólogos del liberalismo propusieron que desde el punto de vista económico la mayor producción de riqueza era un resultado bueno para el interés general, aunque estuviera basado en un comportamiento personal individual cuyos móviles eran considerados malos por la ética tradicionalmente aceptada. La magia o mano invisible del mercado lograba que a través de personas que se enriquecían más allá de todo límite (conducta considerada mala por la ética tradicional) a escala individual, se consiguiera un resultado (considerado bueno por la ética emergente) creador de riqueza que aumentaría el bienestar económico de todos. Esto generó nuevas actitudes morales que fomentaron el desarrollo del capitalismo, y nuevas justificaciones éticas, congruentes con una ciencia económica fundada en criterios cuantitativos, que fueran mensurables por los precios de mercado.

 

La ética clásica de raíz grecolatina concebida y aplicada a las conductas personales y, por extensión a sus resultados sociales, cuya expresión más generalizada en el mundo occidental consistía en perseguir el bien y rechazar el mal debió confrontar la nueva ética individualista y utilitarista según la cual a través de un comportamiento egoísta pero eficiente a escala individual, el mecanismo del mercado prometía superar el dolor de la escasez y disfrutar el placer de la abundancia.

 

Los conductores de este proceso, miembros de la burguesía industrial naciente, propietarios del capital productivo, impusieron un código de comportamiento egoísta que se legitimaba a través del mercado. El poder adquisitivo del capital aplicado a la producción y fundado en el control del poder tecnológico se revelaba capaz de generar una expansión indefinida de la riqueza de las naciones. Así se tituló precisamente el libro de Adam Smith, economista y filósofo moral considerado el padre fundador de la ciencia económica, la que emergió como disciplina autónoma en ese período histórico.

 

En su libro fundacional La Riqueza de las Naciones, Adam Smith enuncia con claridad esa mutación en virtud de la cual el comportamiento individualista y egoísta aplicado a las operaciones de mercado da lugar a una expansión del bienestar general, en la medida que dicho bienestar se mida o asocie con la creciente expansión de la capacidad productiva por habitante. No es por la benevolencia del carnicero o del panadero que obtenemos los productos de consumo, dirá Smith, sino apelando a su propio interés egoísta como logramos que ellos nos provean de los bienes que necesitamos. Aun así, la visión ética de Adam Smith, correspondía a la escuela ética escocesa, y no estaba vinculada a la ética utilitarista que sería formulada casi simultáneamente por el inglés Jeremy Bentham.

 

Estas diferentes formulaciones éticas evidencian que el desarrollo de las instituciones del capitalismo puede fundarse en diferentes posiciones (quizá debiéramos decir justificaciones o legitimaciones) en el campo de la moral y de la ética. Este proceso dista de haber terminado.

 

Examinando los hechos históricos, el sociólogo alemán Max Weber, elaboró trabajos publicados a comienzos del siglo XX donde vinculó el nacimiento del capitalismo, al surgimiento de una racionalidad formal basada en el cálculo económico, la que pudo llevarse hasta sus últimas consecuencias cuando las instituciones del capitalismo permitieron convertir en mercancías dotadas de un precio calculable a todas las condiciones y recursos requeridos por el proceso productivo y no sólo a algunos insumos y productos finales. El capitalismo convirtió en mercancías con precio calculable a la capacidad de trabajo de los seres humanos, a los recursos naturales, al conocimiento tecnológico, etc., expresándolos en unidades de valor económico a través del uso del dinero, unidad de cuenta y medio de circulación.

 

Ese proceso de expansión de la, así denominada, racionalidad formal, fue acompañado por una racionalidad denominada material que según la terminología de Weber se expresó en la ética calvinista, dotada de lo que podríamos llamar un ascetismo aplicado a la producción de riqueza. La ética protestante, y el calvinismo en particular, emergen, así como una alternativa a la ética católica, creando condiciones capaces de legitimar el desarrollo del capitalismo al permitir conciliar en principio los mecanismos del mercado con algunas de las viejas nociones de virtud a escala personal, convenientemente modificadas.

 

Sin embargo, el fundamento ético más generalizado y perdurable en la legitimación del orden capitalista provino del utilitarismo. Fue el inglés Jeremy Bentham (1748-1832) quien sentó las bases de este sistema ético sobre el que se asientan el capitalismo como sistema económico y la teoría académica que hasta hoy continúa siendo más difundida en occidente: la microeconomía neoclásica.

 

  • Ética utilitarista y economía neoclásica

El utilitarismo tiende a identificar la noción de felicidad con la noción de placer. Según Bentham un principio innato de la conducta humana es huir del dolor y perseguir el placer. Pero decir que la felicidad deriva de la búsqueda y obtención del placer, no es lo mismo que decir que la felicidad es el resultado de una vida virtuosa. Aquí se genera no sólo una confusión terminológica sino también un abismo respecto de los fundamentos de la ética tradicional. El utilitarismo concibe el placer como el resultado de la satisfacción de deseos individuales con independencia del carácter virtuoso o vicioso de esos deseos particulares y, con independencia aún de la moralidad concreta de aquellos que buscan dicho placer. John Stuart Mill discípulo de Bentham se contenta con aceptar que la felicidad es una cosa deseable, y basta con que sea deseable para considerarla un bien (es decir una cosa buena).

 

En resumen, para los utilitaristas un bien tiene la cualidad de satisfacer deseos, por eso es un bien, es decir, por eso es algo bueno. La cualidad de satisfacer deseos que tiene un bien, es la utilidad del bien, y la satisfacción del deseo genera “felicidad”. De donde la noción de “felicidad”, en su acepción utilitarista, consiste en la satisfacción de deseos y no en el cultivo de una vida de virtud.

 

La teoría de los mercados y de los precios se edificó sobre la base de las nociones de utilidad ya planteadas por Bentham cuyo rasgo más importante era la pretensión de mensurabilidad cardinal y de comparación interpersonal de magnitudes de utilidad. Por lo tanto, esta ética admitía su asociación teórica con el sistema de precios. Surgió a partir de esas ideas, continuadas por John Stuart Mill, la teoría neoclásica de los mercados y de los precios, en donde las sustancias del valor, mensuradas por el sistema de precios eran la utilidad y la escasez, y la materia mensurable era la utilidad marginal. La teoría utilitarista del bienestar fue perfeccionada por Wilfredo Pareto, en el marco del modelo de equilibrio general bajo condiciones de competencia perfecta formalizado por León Walras.

 

Pero el utilitarismo entendido como la ética sobre la que se asentó el capitalismo formaba parte de una ideología más amplia denominada liberalismo, apoyada en una visión individualista del mundo que incluyó, también una nueva visión del proceso político, en donde el fundamento ontológico del orden social reposaba en el individuo. Este era el punto de partida del sistema político, construido contractualmente, según Hobbes, por los propios individuos para preservarse de los abusos de poder provenientes de ellos mismos en el curso de las interacciones sociales. Esta visión contractualista de la sociedad contó con importantes sostenedores intelectuales en particular Hobbes, Locke, y Rousseau. La visión contractualista del sistema político, implicaba que la autoridad provenía de los propios individuos quienes pactaban su constitución. La soberanía del Estado ya no provenía de un origen divino, sino que era un fruto de las decisiones individuales de los seres humanos. El hombre no se concebía como un ser intrínsecamente social, sino que construía él mismo su propio ordenamiento social.

 

En el caso de Locke este ordenamiento consideraba a la propiedad privada como un legítimo derecho natural cuyo origen y legitimidad debía buscarse en el trabajo humano, y, por esa vía, contribuía indirectamente a la elaboración de una teoría de los mercados en que los precios se consideraban como una medida del trabajo contenido en los bienes. Desde ese punto de vista Locke es un predecesor de las teorías del valor trabajo sostenidas por los economistas clásicos y por Marx. También es un antecesor indirecto y remoto de las teorías así denominadas libertarias que toman como punto de partida la “propiedad de sí mismo”.

 

A mediados del siglo XIX y como consecuencia de los excesos del capitalismo en el tratamiento de la clase obrera, (bajo un período histórico en que la democracia como sistema político estaba aún lejos de imperar en Europa Occidental), surgen diferentes formas de socialismo, así denominado utópico, fundadas en principios éticos de tipo cooperativo, los que preanuncian la llegada de las ideas de Karl Marx, y su “socialismo científico”.

 

  • El determinismo implícito en la teoría económica de Marx

En el caso de la teoría del valor de Marx se produce un determinismo tecnológico que fija los valores de las mercancías de acuerdo con su contenido de trabajo abstracto incorporado bajo condiciones técnicas medias correspondientes a una época dada. En el modelo más puro (planteado en el tomo I de El Capital) opera sin restricciones la ley del valor según la cual las mercancías se intercambian de acuerdo con su contenido de trabajo abstracto, social medio. En el tomo tercero de la misma obra se introduce la noción de precios de producción que son también calculados en términos de valor pero que incluyen la premisa de la igualación de las tasas de ganancia como consecuencia de la transferencia de capitales desde los procesos menos rentables hacia los más rentables. Hay aquí una mezcla entre un mecanismo originado en la esfera de la producción (atribución de valor a las mercancías mediante trabajo abstracto), y otro mecanismo originado en la esfera de los mercados (competencia entre los capitales que buscando maximizar su tasa de individual de ganancia terminan generando la igualación de la tasa general de ganancia).

 

¿Dónde entran los seres humanos, y, con ellos, la ética social en estos procesos?

En ninguna parte. En efecto, Marx observa en el penúltimo párrafo de su prólogo a la primera edición alemana del primer tomo de El Capital: “Unas palabras para evitar posibles interpretaciones falsas. A los capitalistas y propietarios de tierra no los he pintado de color de rosa. Pero aquí se habla de las personas sólo como personificación de categorías económicas, como portadores de determinadas relaciones e intereses de clase. Mi punto de vista, que enfoca el desarrollo de la formación económica de la sociedad como un proceso histórico-natural, puede menos que ningún otro hacer responsable al individuo de unas relaciones de las cuales socialmente es producto, aunque subjetivamente puedas estar muy por encima de ellas”.

 

En otras palabras, la visión es completamente determinista y la persona es una criatura de las estructuras que lo han condicionado. Las nociones de libertad y de responsabilidad social no son tenidas en cuenta.

 

En el primer cuarto del siglo XX, la Revolución Rusa instaló un experimento colectivista de planificación centralizada, inspirado en las ideas de Marx, y basado en la noción de que los precios podían entenderse como una medida del contenido en trabajo contenido en las mercancías. La visión colectivista, desde un punto de vista ético subsumió el individuo en una razón de estado orientada a un tránsito desde la sociedad de clases a la sociedad comunista. Nuevamente la noción de persona quedó sacrificada a los grandes objetivos políticos de la construcción del comunismo, y el tránsito desde un estadio hasta el otro se debía verificar a través de la dictadura del proletariado, legitimada en sus excesos por el resultado final, en el que las generaciones sacrificadas lo hacían en beneficio de las futuras generaciones que disfrutarían del mundo comunista. Marx consideraba que en la sociedad sin clases aparecería de nuevo la naturaleza humana en toda su integridad sin las alienaciones que se le imponían en el ámbito de las sociedades de clases.

 

En las economías centralmente planificadas donde operaba la, así denominada dictadura del proletariado, las consideraciones de ética social y humana quedaban, a la espera de que el proceso de la dictadura del proletariado permitiera llegar al mundo a la tierra prometida del comunismo propiamente dicho. En ese momento utópico, la ética emergería en el comportamiento de las personas efectivamente libres.

 

  • El determinismo implícito en el liberalismo económico neoclásico

Por otro lado, también es posible demostrar el determinismo contenido en la teoría económica neoclásica. El liberalismo clásico se fundó sobre otras bases teóricas diferentes al liberalismo neoclásico. A diferencia de los clásicos según los cuales los precios miden trabajo humano, los neoclásicos dicen que los precios miden utilidad y escasez, marginalmente determinadas de acuerdo con el cálculo racional de consumidores y de productores. Los primeros (consumidores) son el punto de partida de todo el proceso (soberanía del consumidor) y buscan llevar al máximo la satisfacción de sus deseos individuales, expresados a través de sus funciones de preferencias individuales. Ese máximo u óptimo depende desde luego de su poder adquisitivo general, determinado en el punto en que (gráficamente hablando de acuerdo con las formalizaciones neoclásicas) la recta de presupuesto es tangente a la más alta curva de indiferencia en el consumo, con base en la cual cada consumidor determina su “canasta” personal.

 

Los segundos (productores), con base en esas preferencias marginales de consumidores solventes enfrentan una curva de demanda que les permite producir bajo condiciones de eficiencia, asociadas al cálculo de costos marginales que determinan las cantidades producidas. En ambos casos los agentes económicos carecen de poder para influenciar los precios significativamente por sí mismos, son en léxico económico “precio-aceptantes”, y las premisas del análisis suponen la atomicidad de esos contratantes.

 

Bajo condiciones de competencia perfecta y posiciones de equilibrio general (o equilibrio parcial bajo la cláusula ceteris paribus) de los mercados, los agentes del proceso son meros optimizadores de magnitudes, calculadas con base en la racionalidad instrumental de un hombre económico. De esa manera aparentemente son los individuos libres (soberanía del consumidor) los que con sus comportamientos determinan la lógica de los mercados y de los precios. Pero solo aparentemente porque las premisas de la competencia perfecta hacen que la única “libertad” del hombre económico consista en desplazarse hacia posiciones de óptimo, según cuales sean sus preferencias de consumo o sus alternativas tecnológicas. El mecanismo es determinista, porque las premisas del modelo de la competencia perfecta y del comportamiento del hombre económico predeterminan los resultados del funcionamiento del mercado.

 

Los dos elementos sustantivos que determinan en última instancia los precios, no son considerados materialmente por la teoría económica neoclásica. Dicho de otra manera, la teoría no entra en materia para determinar el contenido de las preferencias de los consumidores ni para determinar el ingreso real que determina su poder de compra. El contenido de las preferencias de los consumidores no es algo que, según la visión positivista de la economía neoclásica, le competa a la teoría, sino sólo a los deseos del consumidor soberano. Del mismo modo, la magnitud del ingreso personal consumible forma parte de la distribución del ingreso real que tampoco es un tema que le competa a la ciencia económica neoclásica. De otro lado las necesidades esenciales mínimas que todo ser humano debe satisfacer, y que los economistas clásicos (y también Marx) habían considerado bajo la noción de salario de subsistencia, desaparecen del espacio teórico neoclásico. Por lo tanto, la ética social queda fuera de tema al ser imposible determinar ni la justicia distributiva asociada a esos comportamientos, ni, tampoco evaluar la naturaleza o motivaciones de las conductas individuales que se expresan en el mercado. El utilitarismo queda como un trasfondo ético según el cual la utilidad total de los bienes es siempre positiva, lo que constituye una buena base para los excesos de una psicología consumista.

 

El proceso, formulado de manera matemática por los neoclásicos, que conduce al equilibrio de los mercados es inexorable. Está totalmente predeterminado por las premisas del análisis, y la única racionalidad que se presume en las partes contratantes es de naturaleza instrumental asociado a la noción de eficiencia. Consiste en optimizar los fines (ganancia de los productores o bienestar de los consumidores) para una dada dotación de medios. Pero la ética no entra en el análisis, o, mejor dicho, la única que “puede entrar” es la ética utilitarista en su versión más individualista y consumista, porque las preferencias se evalúan por niveles de satisfacción personal y no por el contenido bueno o malo, altruista o egoísta, justo o injusto de las decisiones de los actores. Esta racionalidad instrumental está perfectamente aislada de los ámbitos de la política y de la cultura. Además, la noción neoclásica de los “hombres económicos” supone que éstos se comunican entre sí solamente a través de los mercados, y su naturaleza “humana” carece de cualquier otra dimensión, no sólo ética, sino tampoco cultural, lúdica o política.

 

Cuando a la teoría neoclásica, a partir del primer tercio del siglo XX no le quedó otro remedio que admitir, a regañadientes, que la competencia perfecta no existe y que los mercados se ven afectados por asimetrías de poder económico, de poder político o de poder cultural, entonces esa admisión trajo a colación la noción de “imperfecciones” del mercado. Es decir, se examinaron “desviaciones” a las premisas de la competencia perfecta. Aun así, la teoría microeconómica académica que todavía hoy se enseña mayoritariamente en Estados Unidos y América Latina, sigue considerando el mecanismo de la competencia más o menos pura o perfecta como el punto de partida para el estudio de la asignación de recursos. Una vez establecido ese artículo de fe, la teoría económica neoclásica estudia acotadamente algunas de las asimetrías de poder en los mercados bajo el rótulo de “imperfecciones de los mercados” (monopolio, oligopolio, teoría de juegos, competencia monopolística). Bajo estas imperfecciones que, obviamente no son tales, sino las condiciones reales en los mercados globales del mundo de hoy, emerge el tema de la responsabilidad de los actores más poderosos, por ejemplo, en las reflexiones recientes sobre la responsabilidad social empresarial.

 

Surge de aquí una conclusión importante en la esfera de la ética económica. Solamente reconociendo las asimetrías reales de poder que operan a través de los mercados es posible plantear los temas de la justicia.

 

Estado y políticas públicas en la teoría y en la práctica del sistema capitalista

En la visión teórica neoclásica y en la práctica histórica concreta del capitalismo, tras la aparición del régimen soviético, la imagen del estado era la del verdugo de la economía “libre”. Por lo tanto, los paradigmas de la teoría de la competencia perfecta se convirtieron no sólo en un instrumento presuntamente científico para entender la lógica de los mercados capitalistas, sino también en un instrumento ideológico poderoso para enfrentar los excesos de la planificación estatalmente planificada. Desde un punto de vista ético, también aquí se enfrentaba un determinismo donde la libertad y la creatividad humanas quedaban anuladas, o, mejor dicho, puestas al servicio de la construcción de una utopía: la sociedad comunista donde se hubiera superado definitivamente la sociedad de clases.

 

En los años treinta del siglo XX, la idea de la mano invisible y de la autorregulación de los mercados entró en una crisis profunda. La gran depresión de los años treinta demostró que el comportamiento microeconómico basado en los postulados de la competencia no lograba rescatar a la economía capitalista de una parálisis recesiva donde los niveles de actividad económica se hundieron y el desempleo alcanzó proporciones dramáticas. En ese momento histórico, el mensaje teórico del economista inglés John Maynard Keynes generó un fuerte impacto en las dinámicas y la lógica tanto del capitalismo como de la democracia.

 

La economía keynesiana legitimó el papel del Estado como agente económico. El Estado democrático dejó de ser para el pensamiento liberal el verdugo del capitalismo, como lo estaba siendo en la Unión Soviética, para convertirse en su eventual salvador. Surgió la macroeconomía como una rama nueva y bien establecida de la ciencia económica, y el liberalismo recalcitrante fundado en la autorregulación de los mercados cedió el paso a la legitimidad de las políticas públicas, fiscales, monetarias, y cambiarias del estado.

 

El keynesianismo impulsó la emergencia de una ética consumista, pues la dinámica del sistema capitalista, sufría decaimientos cíclicos de la demanda efectiva (poder adquisitivo aplicado al consumo), y ésta debía ser estimulada tanto a corto como a largo plazo. A corto plazo la política fiscal y monetaria podía ayudar a paliar situaciones recesivas y, a largo plazo, la publicidad exacerbada, la manipulación del consumidor, y la obsolescencia acelerada de los bienes se convirtieron en mecanismos de estímulos a la demanda efectiva que mantenía en funcionamiento la máquina capitalista. Los resultados de estas estrategias no sólo han promovido el consumismo, sino también el despilfarro, “cargado a la cuenta” del medio ambiente humano y de la estabilidad de la biosfera.

 

Este papel del Estado como regulador y estabilizador necesario del capitalismo, tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, se transfirió también a los sistemas políticos. El proceso de descolonización, y la fundación de las Naciones Unidas, crearon un espacio de acción en el ámbito de las políticas para el desarrollo. Tras dos guerras catastróficas y una crisis económica sin precedentes en la historia del capitalismo, apareció de nuevo la temática de la ética que había sido eclipsada del escenario en la primera mitad del siglo XX. La dignidad de los seres humanos se reconoció enfática y explícitamente en la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

 

El capitalismo regulado o de economía mixta y las socialdemocracias emergentes mostraron una cara del Estado regulador y benefactor, muy distinta a la cara del Estado opresor y autoritario del mundo soviético. Un tema muy importante de esta etapa histórica es el de la consolidación de la democracia en Europa Occidental. En ese momento histórico de posguerra la sociedad europea sufría varios riesgos. En primer lugar, el riesgo de ser absorbida por la ideología comunista, y, en segundo lugar, el riesgo de la fragmentación e irrelevancia políticas en un mundo donde las potencias hegemónicas presentaban una enorme escala en términos geográficos y demográficos.

 

La reacción europea ante dichos riesgos, liderada en medida importante por visiones socialcristianas neotomistas (como las inspiradas en las ideas de Jacques Maritain), fue la de avanzar por los caminos de la democratización y la integración. Europa se democratizó finalmente. Por primera vez de una manera generalizada las democracias parlamentarias se instalaron para permanecer. La democratización y la integración de Europa occidental se retroalimentaron recíprocamente dando lugar a un gran experimento económico y político que ha culminado en la Unión Europea.

 

La ética del capitalismo regulado en las economías desarrolladas

La ética del capitalismo regulado en la esfera económica y de las socialdemocracias en la esfera política, fue un compromiso entre las nociones del individualismo y el utilitarismo que están en la esencia de las conductas del capitalismo, por un lado, y las nociones de derechos económicos, sociales y culturales que están en la esencia de las conductas políticas de la socialdemocracia por otro lado.

 

A medida que estos procesos económicos y políticos se afianzaban surgieron nuevas posiciones éticas que los reflejaron. Una de ellas, muy representativa de las nuevas visiones éticas que éste proceso trajo consigo fue el igualitarismo liberal (John Rawls). El impacto de las ideas de Rawls fue enorme quizá porque reintrodujo una noción, propia de la ética social pre-moderna que el individualismo y el liberalismo de la primera mitad del siglo XX habían borrado del diccionario: la justicia.

 

Bien entendido, John Rawls fue ante todo un filósofo político que intentó preservar la visión de mundo del liberalismo contractualista. Sin embargo, pretendió ser también un igualitarista, y la convergencia de estos dos objetivos (libertad e igualdad) contribuye a configurar su Teoría de la Justicia. Conviene repasar esquemáticamente sus ideas principales en vista del enorme impacto que han generado en los estudios actuales de ética y de filosofía política.

 

Su teoría de los bienes es un fundamento de su teoría de la justicia. Los bienes primarios son caracterizados como los medios generales requeridos para poder aspirar o acceder a una vida buena (nótese la diferencia entre esta noción y la de bienestar en su origen utilitarista). Rawls distingue entre dos tipos de bienes primarios: los naturales y los sociales. Los bienes primarios naturales son la salud y los talentos. Los bienes primarios sociales son básicamente tres: las libertades fundamentales, las oportunidades de acceso a las posiciones sociales y las ventajas socioeconómicas ligadas a dichas posiciones.

 

Su teoría de la justicia se aboca al logro de una distribución justa de los bienes sociales. Los principios para tal cometido son dos: 1) Cada persona ha de tener un derecho igual al esquema más extenso de libertades básicas que sea compatible con un esquema semejante de libertades para todos los demás. 2) Las desigualdades sociales y económicas habrán de ser conformadas de modo tal que a la vez que: a) se espere razonablemente que sean ventajosas para todos, b) se vinculen a empleos y cargos asequibles para todos.

 

Esta mínima referencia a los principios de justicia de Rawls no es suficiente para profundizar en ella, ni es el objeto de esta mención intentar hacerlo. Sin embargo, recordando los paradigmas fundamentales de la ética considerados al principio de estas notas, un rasgo de la visión de Rawls es haber logrado una convergencia entre la noción de libertad y la noción de igualdad. La primera (libertad) considerada como un rasgo central del liberalismo y la segunda (igualdad) considerada como un rasgo central de la visión de una naturaleza humana compartida, la que asume diferentes orígenes y versiones. En cierto sentido la ética social rawlsiana es la que mejor representa, legitima y racionaliza el capitalismo regulado y la democracia social instalados en el mundo desde el inmediato período de posguerra hasta la así denominada revolución conservadora de los años ochenta.

 

Un punto decisivo de la visión de Rawls es su rechazo del utilitarismo y su adscripción a una visión kantiana de la libertad, donde lo necesario es preservar la dignidad de cada hombre considerado como un fin en sí mismo. Otro punto esencial es la enorme importancia que, en el marco de una visión fuertemente influida por el keynesianismo, otorga Rawls a la noción de bienes públicos o bienes sociales en la configuración de una sociedad justa.

 

Globalización económica y neoliberalismo

Finalmente, en el último cuarto del siglo XX fueron el capitalismo regulado y la socialdemocracia apoyada en un estado benefactor los que entraron en crisis en los centros desarrollados. El exceso de gasto fiscal en Estados Unidos, y la fuerte carga tributaria aplicada a las grandes corporaciones condujo por un lado a presiones inflacionarias y por otro lado a un desaliento de la inversión productiva. El exceso de beneficios sociales tendió a producir una creciente participación del sector público y de los salarios en el ingreso total, reduciendo la participación de las ganancias corporativas. Comenzó así un proceso de inflación con recesión que no tenía precedentes en la economía estadounidense. En la década de los años ochenta este proceso condujo a un rechazo de la economía keynesiana, a un esfuerzo por reducir tanto el tamaño del Estado como su intervención en el campo de la vida económica, incluyendo el gasto en bienes público-sociales. Con la llegada a comienzos de los años ochenta de los gobiernos de Margaret Thatcher en Inglaterra y de Ronald Reagan en Estados Unidos se dio inicio a una era conocida como la Revolución Conservadora.

 

El decenio de los años ochenta dio lugar a la acelerada propagación de las tecnologías de la información y de la comunicación, coincidente con una nueva visión de la economía política acorde con los principios del así denominado Consenso de Washington, que restauró el proceso de asignación de recursos controlado por las grandes empresas en un contexto de emergente globalización entendido por una creciente movilidad no sólo de los bienes a través del comercio sino también de nuevos servicios asociados al desarrollo de las TIC, así como de tecnologías e inversiones vinculadas a la inversión directa extranjera. El mismo año de la promulgación de las ideas del Consenso de Washington fue el de la caída del Muro de Berlín y del colapso de las economías centralmente planificadas de Europa Central.

 

El capitalismo y la democracia representativa liberal quedaron como los únicos sistemas reguladores de los procesos económicos y políticos del mundo occidental. Sin embargo, el capitalismo comenzó a operar con base en nuevas posiciones tecnológicas, y acudió a nuevas estrategias y tácticas de mercado. Ese proceso contribuyó por un lado a la concentración y por otro lado a la despersonalización del poder económico.

 

Desde una perspectiva ética, esta inflexión histórica acontecida a fines del siglo XX, generó posiciones “restauradoras” de un individualismo altamente concentrador así denominado neoliberalismo. Los fundamentos de dicho poder económico se “sinceran” apoyándose no ya en presuntas contribuciones al bienestar general (en una línea utilitarista) sino simplemente en la legitimidad y necesidad de un sólido régimen de propiedad privada en el sentido restrictamente capitalista de esta expresión. El proceso económico que se ha traducido en la emergencia de la Revolución Conservadora y en los principios del Consenso de Washington en su traducción a la esfera de la ética y de la filosofía política ha dado en denominarse libertarianismo. Sus principales ideólogos han sido Von Hayek, y Robert Nozick.

 

El libertarianismo define la libertad humana como la propiedad de sí mismo y de todos los objetos legítimamente poseídos. La legitimidad de las relaciones contractuales y de mercado depende solamente de la voluntad de las partes contratantes (que por definición son propietarios). El libertarianismo se ocupa del origen de una propiedad legítima, y presenta diferentes argumentos para intentar justificarlo, los que no podemos profundizar en esta reseña. Bástenos decir que el justo precio para los neoliberales es por definición el convenido entre dos contratantes legítimos y no depende ni de ninguna otra consideración de mercado ni siquiera de la igualdad de las cantidades demandadas y ofertadas.

 

En ciertos aspectos morales más bien extraeconómicos el libertarianismo reconoce el derecho de una persona de hacer con su vida lo que considere conveniente, puede drogarse, suicidarse, ser objeto de eutanasia consentida y voluntaria, practicar relaciones sexuales o establecer vínculos estables con personas del mismo sexo, aislarse del mundo etc. Los únicos límites que impone esta visión son primero, no ceder la propiedad de sí mismo a otra u otras personas, segundo aceptar la necesidad de supervisión que los jóvenes requieren hasta que adquieren su plena capacidad, y, tercero, limitar la libertad de cada uno respecto de acciones delictivas contra la propiedad de terceros o de los bienes legítimamente adquiridos.

 

Si bien, ésta ética adquiere plena inteligibilidad respecto de las personas humanas su mayor utilización y significación económica se ha volcado sobre las personas jurídicas, las organizaciones, y sobre todo, sobre las grandes corporaciones económicas. En ellas, la propiedad se despersonaliza bajo formas de grandes sociedades de responsabilidad limitada, o sociedades anónimas cuyo capital accionario se cotiza en bolsa y es fácilmente transferible.

 

En la práctica, el proceso de globalización ha enfrentado a Estados Nacionales cada vez más debilitados en sus opciones de política pública con grandes corporaciones transnacionales. Estas corporaciones imponen normas legales transnacionales originadas en agencias intergubernamentales y privadas respecto de la propiedad transnacional de inversiones, de servicios, de innovaciones y marcas industriales, etc., las que suelen entrar en conflicto con las normas legales de las naciones donde asientan sus inversiones. A un nivel más profundo el tema puede verse como una confrontación entre los derechos de propiedad de corporaciones transnacionales totalmente despersonalizadas en su responsabilidad y los derechos humanos y ciudadanos de los habitantes de las naciones donde localizan sus inversiones.

 

El mundo económico de hoy es, más que nunca antes, un mundo de instituciones y organizaciones empresariales vinculadas entre sí por una inextricable red de compromisos legales de tipo patrimonial. A diferencia de las personas humanas que son personas naturales, las organizaciones son personas jurídicas respecto de las cuales no cabe predicar derechos humanos porque las organizaciones como tales carecen de conciencia y voluntad, son meramente instrumentales. Sus derechos y obligaciones son patrimoniales y están reglados por las normas que regulan los contratos (públicos y privados) propios de la justicia conmutativa. Incluso aquellas instituciones dedicadas a satisfacer derechos humanos elementales (organismos de seguridad social, escuelas, hospitales, etc.) deben adquirir personería jurídica y quedan sujetas a normas patrimoniales que son fijadas mirando a las cosas que allí se administran y no a las personas que se benefician de esos servicios.

 

También por supuesto hay normas que regulan los derechos y deberes de las personas, códigos familiares y penales, normas morales escritas y no escritas, pero la justicia distributiva que se debe a las personas esta siempre mediada, en las organizaciones, por múltiples “costos de transacción” que limitan u obstaculizan su ejercicio.

 

En el mundo globalizado de hoy, las instituciones que regulan la justicia conmutativa aplicable a las organizaciones, especialmente a las organizaciones económicas transnacionales, tienden a predominar sobre las que regulan la justicia distributiva aplicable a las personas que son ciudadanos de los estados. Las primeras se imponen en el ámbito de las empresas (que carecen de ciudadanía política) con mucha fuerza a través del proceso de globalización del capitalismo, en tanto que las segundas sólo pueden operar a través de los sistemas políticos nacionales (o eventualmente supranacionales cuando varias naciones se integran para defender sus derechos).

 

El proceso de globalización del capitalismo es ante todo un proceso de transnacionalización de las empresas a escala global, o al menos, a escala supranacional, con la consiguiente consolidación de los cambios en los derechos de propiedad que son requeridos para un eficiente funcionamiento de la justicia conmutativa. En consecuencia, la justicia conmutativa aplicada a la lógica del capitalismo global predomina sobre la justicia distributiva aplicable a los sistemas políticos democráticos.

 

El desafío consiste en crear una cultura democrática consolidada a escala latinoamericana, atendiendo a las afinidades preexistentes, especialmente aquellas vinculadas a la común herencia católica que todavía subyace a nuestro ethos cultural. El objetivo fundamental debería ser el de lograr la prioridad de los derechos humanos y ciudadanos fundamentales de las personas sobre los derechos patrimoniales de las empresas. Esto no supone imponer a las empresas, y en especial a las micro, pequeñas y medianas, cargas económicas (salarios mínimos, por ejemplo) que no estén en condiciones de pagar, sino usar los mecanismos de la democracia política para consolidar las dimensiones económica y cultural de la democracia. También supone la aplicación de medidas correctoras de carácter redistributivo frente a las enormes asimetrías de poder económico existentes por ejemplo entre los grandes grupos económicos transnacionalizados, y las pequeñas y medianas empresas que tanto contribuyen a la generación de oportunidades de trabajo.

 

La “Revolución Conservadora” de los años ochenta

En 1980 se desatan las nuevas estrategias económicas de la, así denominada, “Revolución Conservadora” en los Estados Unidos (“reaganomics”) precedida por el viraje británico con Margaret Thatcher. Esta fecha (1980) podría también aceptarse como un   punto de inicio de la propagación mundial de las tecnologías de la información que entronizaron el papel protagónico de las transnacionales en la economía mundial y dieron comienzo al proceso de globalización. Se transicionó, así, hacia economías cada vez más abiertas y orientadas por las estrategias de las empresas transnacionales en la búsqueda de sus ventajas competitivas.

 

La nueva teorización neoliberal de la década de los ochenta, desacreditó el papel de las políticas fiscales de gasto público (y especialmente de gasto social) tras la alta inflación de los años setenta en los Estados Unidos. La revolución conservadora alentó las políticas “monetaristas” (basadas, prioritariamente, en el manejo de la tasa de interés) y “ofertistas” (basadas en la reducción de impuestos a las empresas) para que los inversionistas privados, reemplazaran la inversión pública y asumieran un papel decisivo en la asignación de los recursos.

 

Las teorías de la oferta, (así denominadas teorías “ofertistas”) fueron promovidas por autores como Laffer, que pedía una reducción de la presión impositiva. Argumentaba que esta medida estimularía la inversión privada y el crecimiento económico, posibilitando, así, como consecuencia del crecimiento de la economía, una recaudación impositiva mayor con tasas tributarias menores.

 

De esta Revolución Conservadora de los años ochenta, deriva la posición económica actual, así denominada neoliberal o libertaria.  Su estrategia en América Latina es “crecimientista” (desarrollista en el más estrecho y economicista sentido de la palabra) y compatible con un recalcitrante “libertarismo” en el plano de la ética. Es “crecimientista”, si se acepta este barbarismo terminológico, a nivel de la economía en su conjunto, pero su libertarismo hace total abstracción de cualquier concepción igualitaria o solidaria, en el plano distributivo o social.

 

El neoliberalismo económico, fuertemente afín con las postulaciones ya examinadas de la economía neoclásica. Rechaza el salario mínimo porque el salario “debe estar fijado por las fuerzas del mercado” y los empresarios no pagarán salarios por encima de lo que, a juicio de ellos, produzca marginalmente el trabajador contratado. Por lo tanto, dicen que un salario mínimo sería “arbitrario” (es decir, no vinculado a las productividades laborales). Por lo tanto, si se les obliga a aceptarlo, no contratarán trabajadores adicionales, no invertirán, y la economía no crecerá, todo lo cual provocará, obviamente, un aumento del desempleo.

 

Este punto, desarrollado con la política y las prácticas salariales, merece una consideración más detenida. De un lado es necesario aceptar que la supervivencia y el desarrollo de la empresa privada exige salarios medios que sean inferiores a las productividades laborales medias correspondientes, como única manera de permitir ganancias y reinversiones en la rama productiva de que se trate. De otro lado, los neoclásicos también se ven obligados a aceptar que el salario fijado por el mercado puede no ser suficiente para superar la línea de la pobreza de los trabajadores contratados. Sin embargo, en tal caso se desligan del problema y lo traspasan al Estado, encargado de asistir a los desocupados o sub-ocupados. Así, los neoclásicos y los neoliberales socializan y redistribuyen las pérdidas, pero privatizan y concentran las ganancias.

 

En la versión neoliberal concreta de la política económica, propagada a partir de la, así denominada, “revolución conservadora” (“reaganomics” y “thatcherismo”), la estrategia económica neoliberal se propone una reducción de la carga tributaria, lo que reduce las posibilidades estatales de entregar subsidios por desempleo o complementos salariales.

 

La única solución verdadera y profunda al problema de la pobreza es, para los neoliberales, el muy acelerado crecimiento económico, y en ese sentido, (estrecho y reductivo) son “desarrollistas” o, más precisamente, “crecimientistas”. Por supuesto ese crecimiento económico, así postulado, depende de la inversión de capital productivo proveniente de los propios empresarios (nacionales y/o transnacionales). Si estos, en su conjunto, deciden no invertir productivamente, impedirán el crecimiento y generarán el desempleo.

 

En la perspectiva neoliberal, el Estado debe ser el encargado de subsidiar a los desocupados para sacarlos de la pobreza. Pero, como ya observáramos, la posición neoliberal (frecuentemente sostenida por las cámaras empresariales) en materia de política fiscal es que debe evitarse el déficit presupuestario derivado de un “excesivo” gasto social, con lo que el límite superior de dicho gasto dependerá de los ingresos tributarios de los estratos de alto ingreso, empezando por el de los propios empresarios. Los empresarios piden “señales claras y estables” en materia de impuestos, y, en cierto modo, consideran que las aportaciones a las arcas fiscales, que los empleadores deben efectuar en virtud de las leyes socio-laborales son también una forma de impuesto.

 

En resumen, la visión neoliberal ignora el tema de la pobreza, porque no parte de las necesidades humanas para fijar un salario mínimo, sino que toma como punto de partida la productividad laboral marginal (incremental) del trabajo. Obsérvese además que, si los empresarios deciden no crear trabajo, el Estado, probablemente, tampoco podrá hacerlo porque las condiciones recesivas reducirán sus recaudaciones tributarias y su posibilidad de gasto social. Los argumentos neoliberales principales son: que la pobreza sólo puede superarse a través del crecimiento económico que asegure el pleno empleo de los trabajadores con salarios crecientes; que los subsidios del Estado son ineficientes e insuficientes; que el pleno empleo depende de la inversión privada, pero; que los empresarios no invertirán cuando el salario mínimo legal excede aquel compatible con el salario máximo que se está dispuesto a pagar.

 

En las formulaciones más recalcitrantes de la derecha económica, ni siquiera se intenta determinar cuál debería ser ese salario atendiendo a su productividad efectiva, sino que el argumento se apoya en la discrecionalidad del empresario respecto del salario que está dispuesto a pagar. De esta manera se cae en una profecía auto-cumplida: el indicador objetivo de que los salarios mínimos son altos y que las relaciones son rígidas es, para los neoliberales, la existencia de desempleo. Cuando los empresarios consideran que el salario mínimo o medio es demasiado elevado, simplemente reducen sus niveles de actividad en el país de que se trate, creando, de manera automática mayores niveles de desempleo. En el mundo global, esta opción es cada vez más viable, sin detrimento de los intereses empresariales, en vista de la creciente globalización de las oportunidades de inversión, tanto en el campo productivo como en el financiero.

 

Por oposición a esta visión, aquí se sugerirá que, el correcto planteamiento del desarrollo, como mecanismo necesario para paliar o solucionar el problema de la pobreza exige partir de las personas realmente existentes interactuando en medios sociales concretos, y tomar en consideración sus capacidades o potencialidades, por un lado, y sus necesidades por el otro. Esto es lo que hacen, por ejemplo, la Enseñanza Social de la Iglesia Católica, o las visiones aristotélicas originales en que aquella se basa. Pero jamás podremos llegar al concepto de pobreza partiendo de las condiciones de eficiencia del mercado de trabajo, o de las preferencias individuales de consumidores “solventes”.

 

Los economistas neoclásicos, incluyendo su expresión neoliberal contemporánea, aceptan que la pobreza existe como problema social. Obviamente no podrían negarla, pero derivan al Estado la obligación de subsidiar a los más pobres (los más ricos tienen una seguridad social crecientemente privatizada). Es claro, sin embargo, que la capacidad del Estado para subsidiar vía gasto social queda dentro de límites muy rigurosos dados por el equilibrio presupuestario y por una contención tributaria. El drama actual (junio de 2020) generado por la pandemia mundial, está poniendo dramáticamente de relieve las insuficiencias de esta concepción del mundo y de la historia.

 

A nivel global, las reglas de juego del Consenso de Washington han ayudado a consolidar estas restricciones a la capacidad operativa del Estado. Por lo tanto, tampoco el Estado cuenta necesariamente con los recursos suficientes para asegurar un mínimo nivel de vida a toda la población. En resumidas cuentas, la lógica del mercado en el capitalismo global, si opera sin contrapesos políticos, conspira contra la lógica de la justicia distributiva y de la democracia. De lo que se trata es de subordinar por la vía política la lógica del capitalismo a la lógica de la democracia.

 

La autorregulación del mercado (la vieja “mano invisible”), coloca a la empresa privada como el principal actor del orden capitalista. La visión liberal del mundo según la cual en la búsqueda del interés privado las empresas, a través del mecanismo de mercado logran acrecentar el bienestar general, entendido como un mayor crecimiento del ingreso y de la riqueza por habitante, ha sobrevivido como fundamento del capitalismo, desde el inicio de la era contemporánea.

 

Como ese mecanismo es presuntamente “automático”, ya hemos visto que las responsabilidades individuales se diluyen, y en particular, las responsabilidades de los poderosos. Sin embargo, el crecimiento de las grandes corporaciones globales desde fines de los años ochenta del siglo XX, hace evidente el inmenso poder de estas corporaciones y pone en relieve su responsabilidad social. En rigor a través del poder ejercido por las grandes corporaciones transnacionales, se pone en relieve la responsabilidad social de todos los actores dotados de poder.

 

Enfoques principales del desarrollo y del subdesarrollo

 

En cierto modo las cartas y declaraciones sancionadas en Naciones Unidas (empezando por la propia Declaración Universal de los Derechos humanos), dio lugar a la fundación de agencias sectoriales como UNESCO, UNICEF, FAO, OMS, OIT, etc., donde se definieron estándares mínimos en materia de educación, cuidado de la infancia y la juventud, alimentación, salud, trabajo, etc. Se fue creando por esta vía una gran base referencial para la defensa de los derechos económicos, sociales y culturales de los seres humanos que posteriormente dio lugar a estudios del Programa de Naciones Unidas para el desarrollo culminando en los años noventa con los informes sobre Desarrollo humano que son una importante vertiente a ser analizada en la este curso. Este fue el punto de partida para los estudios sobre desarrollo integral y desarrollo humano.

 

Otras teorías formuladas por pensadores latinoamericanos se desarrollaron de manera paralela e interconectada, haciendo un énfasis mucho más unilateral en la temática económica del capitalismo como por ejemplo la Teoría de la Dependencia a la que contribuyeron distinguidos sociólogos y politólogos tales como Fernando Henrique Cardoso, Enzo Faletto, Theotonio Dos Santos, Rui Mauro Marini entre otros. También otros científicos sociales latinoamericanos examinaron la naturaleza de las estructuras sociales fuertemente estratificadas no sólo por clases sino por etnias y culturas (Quijano, Stavenhagen, etc.). En estos autores la noción liberal de democracia tuvo una relevancia mucho menor.

 

Un rasgo específico del pensamiento latinoamericano ha sido la incorporación de las teorías del poder asociadas a situaciones de dominación y dependencia social. Estas nociones se vinculan naturalmente con los temas de la justicia distributiva también presentes en la Escuela Latinoamericana del Desarrollo. A medida que la noción de desarrollo se torna multidimensional, el tema de la justicia distributiva, no se circunscribe a la esfera económica, esto es, no se limita a la distribución del producto social (por el lado de la producción y la oferta agregada) o del ingreso total (por el lado del gasto o la demanda agregada) sino que el tema de la desigualdad debe ser planteado de manera multidimensional: económica, cultural, política e incluso ambiental.

 

Volviendo a los aspectos económicos del desarrollo, el estructuralismo histórico latinoamericano como escuela de pensamiento económico, ha desarrollado una teoría del valor económico, en donde los precios de las mercancías no son una medida del trabajo contenido en las mercancías como postularon los clásicos y Marx. Para esta escuela, los precios de mercado tampoco son una medida de la utilidad y la escasez, calculadas para mercados de competencia perfecta en función de preferencias de consumidores individuales como postularon los neoclásicos.

 

Los estructuralistas consideran que subyacentes a estas dimensiones (trabajo por un lado y utilidad y escasez por el otro) están las posiciones institucionalizadas de poder de las partes contratantes. Puesto que, en las sociedades capitalistas los factores de la producción (recursos naturales, trabajo, bienes de capital, conocimiento técnológico), se transan como mercancías, el punto de partida de toda la estructura de los precios y de los mercados son las posiciones institucionalizadas de poder de los propietarios de dichas mercancías. Así por ejemplo el salario como precio en el mercado de trabajo expresa posiciones de poder entre los trabajadores asalariados y los empleadores por el otro. Lo mismo acontece con los recursos naturales que están sujetos a toda clase de regulaciones institucionalizadas. En consecuencia, la noción de poder forma parte integral tanto de la Escuela Latinoamericana del desarrollo como de la teoría económica estructuralista.

 

El auge del estructuralismo histórico latinoamericano tuvo lugar durante la postguerra (1945-1970), coincidiendo con el desarrollo de la teoría macroeconómica keynesiana, que dotó a los estados nacionales con importantes elementos de política monetaria y fiscal para regular el funcionamiento del capitalismo en sociedades democráticas.

 

Dos fueron las contribuciones del estructuralismo histórico a la comprensión del desarrollo latinoamericano. En primer lugar, su visión del sistema centro-periferia de relaciones económicas internacionales originado en los trabajos personales e institucionales que Raúl Prebisch elaboró en la CEPAL/ONU. Este planteamiento fundacional se formuló con una metodología que le permitió una interpretación histórico-estructural de las principales fases de la formación de las economías latinoamericanas (período colonial, Siglo XIX, y primera mitad del Siglo XX).

 

En segundo lugar, el estructuralismo histórico latinoamericano elaboró estrategias de desarrollo económico que, de manera esquemática han sido etiquetadas como «desarrollismo cepalino», el que implicó políticas y estrategias de desarrollo que tuvieron una enorme influencia en las naciones latinoamericanas durante el período 1950-1975, cronológicamente coincidente con el afianzamiento del Keynesianismo en los países hegemónicos occidentales.

 

El tema del subdesarrollo y del desarrollo también fue abordado desde diferentes perspectivas teóricas e ideológicas por otros autores del mundo desarrollado tales como Colin Clark, Albert Hirschman, Arthur Lewis, Gunnar Myrdal, Paul Rosenstein Rodan, Walt Whitman Rostow, Hans Singer, Jan Tinbergen, etc.

 

Sin embargo, el enfoque estructuralista latinoamericano fue probablemente el primero que desde su propio punto de partida examinó la relación desarrollo-subdesarrollo en términos planetarios y desde una amplia perspectiva histórico-estructural. El subdesarrollo latinoamericano fue examinado en el marco de la visión centro-periferia adoptada por CEPAL en sus estudios iniciales, y dio lugar a diagnósticos (como la heterogeneidad estructural), y a estrategias específicas, recomendadas por CEPAL a los gobiernos de América Latina. Estas recomendaciones fueron de vasta aplicación en nuestra región, e incluyeron propuestas tales como la industrialización por sustitución de importaciones, protegida por el estado (década de los cincuenta); las reformas estructurales (reformas fiscales y agrarias), la planificación del desarrollo (compatible con el funcionamiento de sociedades democráticas), y la integración regional (década de los años sesenta). El período cubierto por estas políticas (1945-1975) fue el más dinámico en la historia del capitalismo occidental tanto en los centros como en la periferia latinoamericana. Las tasas de expansión económica solo fueron superadas a partir de los años setenta por las economías asiáticas.

 

Sin embargo, los estructuralistas latinoamericanos siguieron produciendo teoría en períodos posteriores con sus contribuciones personales e incorporando la noción de poder institucionalizado, entendido como un componente inseparable de las interpretaciones latinoamericanas sobre el desarrollo. Esta noción de poder institucionalizado, entendida desde una perspectiva sistémica nos remite a los vínculos entre sistema político, sistema económico y sistema cultural, y a las interacciones de poder que se suscitan entre ellos. Actualmente la crisis del cambio climático y la amenaza gravísima de sucesivas pandemias obliga a considerar también las interacciones con el subsistema ambiental biológico-ambiental.

 

El capitalismo globalizado a partir de los años setenta

La importancia de seguir estudiando el capitalismo como marco referencial de los estudios sobre el desarrollo, se puso nuevamente de relieve a partir de los años setenta, cuando empiezan a surgir nuevos procesos que inician una era en la historia de la humanidad. Estos procesos fueron: a) el surgimiento de las tecnologías de la información, la comunicación y el conocimiento (TIC), b) la agudización de los problemas ambientales y la toma de conciencia de su gravedad (Club de Roma), c) la creciente interdependencia y globalización de la economía mundial, d) la emergencia de los países asiáticos como potencias económicas en ascenso, e) la posición hegemónica de las corporaciones transnacionales en la fase neoliberal del capitalismo globalizado

 

En el campo de las ideas se produjo la decadencia del keynesianismo como fundamento de las políticas de regulación y crecimiento en el mundo desarrollado y su creciente reemplazo por las políticas monetaristas de crecimiento que terminaron conduciendo a la economía política neoliberal cuyo expansión y afianzamiento tuvo lugar durante el período (1970-2000).

 

Desarrollo y subdesarrollo: un enfoque latinoamericano

En este apunte se efectúa un repaso del pensamiento de CEPAL por su influencia durante el medio siglo que media entre 1950 y 2000. Allí se resumen los principales diagnósticos y recomendaciones formuladas por la institución: la visión centro-periferia y las políticas de industrialización en los cincuenta; la desigualdad social y las reformas estructurales en los años sesenta; la recapitulación diagnóstica y la  búsqueda de los estilos de desarrollo en los setenta; los estudios sobre la deuda externa en los años ochenta; las propuestas sistémicas de los estudios sobre la transformación productiva con equidad en los años noventa; y el examen de la globalización a comienzos del nuevo milenio.

 

En el comienzo de este nuevo milenio, se produjeron nuevos eventos que están conduciendo a posiciones contestatarias y cada vez más críticas del modelo neoliberal vinculado a la, así denominada “Revolución Conservadora” (comienzos de los años ochenta) y de las reglas sancionadas bajo la denominación de “Consenso de Washington” (1989). Entre otros acontecimientos que marcan una divisoria de aguas a partir de este nuevo milenio, están los problemas civilizatorios y culturales anticipados por Huntington en su libro El Choque de Civilizaciones y que tuvieron una abrupta y violenta concreción en el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York en un estilo de terrorismo inédito hasta ese momento histórico.

 

En Estados Unidos y Europa en lo que va corrido del siglo XXI se han ido gestando movimientos de protesta social contra la creciente desigualdad social y progresivo desmantelamiento del Estado Social, cuyos mecanismos institucionales protegían los derechos económicos, sociales y culturales de sus ciudadanos.

 

En América Latina el inicio del siglo XXI presenció un viraje de los sistemas políticos vigentes, hacia formas que buscan revertir los rasgos neoliberales (o ultraliberales) del “mercadismo extremo”, como filosofía de vida y vía de desarrollo. Los gobiernos de Lula Da Silva en Brasil, de los esposos Kirchner en Argentina, de  Hugo Chávez en Venezuela, de  Evo Morales en Bolivia, de Rafael Correa en Ecuador, de José Mujica en Uruguay, iniciaron nuevas concepciones para la comprensión del subdesarrollo latinoamericano y la promoción de políticas de desarrollo, que han sido bautizadas con denominaciones ideológicamente cargadas como las (favorables) de “socialismo del siglo XXI” o (desfavorables) de populismo, demagogia, personalismos, y autoritarismos. Se revelan aquí situaciones históricas y nuevas visiones en proceso de maduración que también merecen ser examinadas en un curso sobre enfoques del desarrollo en América Latina.

 

En la esfera de los sistemas políticos se ensayaron reformas constitucionales orientadas a la formación de democracias participativas con una mayor presencia ciudadana y mejor representación de los pueblos (como por ejemplo en Venezuela, Bolivia y Ecuador). En la esfera de los sistemas económicos, se aceptó explícitamente el carácter periférico (exportador de productos primarios e importador de insumos y equipos industriales) de los aparatos productivos, especialmente en Sudamérica. Para ir superando estas estructuras productivas, heredadas ya desde la época colonial, y continuadas durante el período de vida independiente, se intentó generar en dichos países un presunto “modelo neoextractivista progresista” que pretendía utilizar los excedentes de exportación originados en la explotación de recursos naturales (cobre, estaño, petróleo, gas natural, etc.) para promover medidas de protección social y de redistribución progresiva del ingreso. Además, en este período se produjeron cambios importantes en los esquemas de integración dando lugar a la formación de nuevos organismos como el UNASUR el ALBA y el CELAC. Debe reconocerse que esta oleada de gobiernos contestatarios del neoliberalismo no se sustrajo completamente a los escándalos de corrupción que sacudieron al mundo desde comienzos del siglo XXI. Estos escándalos fueron aprovechados y magnificados por la derecha política en esos países para crear un frente mediático- judicial capaz de aplicar «golpes blandos» (por oposición a golpes militares) financiados y promovidos por el capital transnacional. A través de estos golpes el neoliberalismo latinoamericano se «asoció» con la cara nacionalista y racista que parece resurgir en los centros occidentales. El caso más flagrante en Sudamérica de esta “asociación” puede encontrarse en el rumbo que ha tomado Brasil con su presidente Bolsonaro a la vera del gran supremacista blanco Donald Trump.

 

Desde luego en estos tiempos del coronavirus falta escribir un capítulo esencial que empezará a manifestarse después de que se logre controlar esta pandemia.

Capítulo I de las notas de clase preparadas por el autor para el Diplomado sobre Enfoques del Desarrollo y Políticas Públicas, dictado en la Universidad Alberto Hurtado, Santiago de Chile.

LAS IDEAS DE OSVALDO SUNKEL

LAS IDEAS DE OSVALDO SUNKEL

 

El objetivo de este comentario es interpretar las contribuciones que efectuó Osvaldo Sunkel al pensamiento estructuralista y neoestructuralista respecto de las ideas de dependencia y heterogeneidad estructural. Si mi interpretación es correcta, la tesis central de su visión del desarrollo, profundizada por el propio Sunkel en su famoso texto de 1970 elaborado en colaboración con Pedro Paz, es que, desde la Revolución Industrial Británica, la expansión del poder productivo del capitalismo es el fundamento sobre el cual reposan las dinámicas tanto del sistema centro-periferia como del sistema dominación-dependencia que es una proyección del otro.

La expansión del poder productivo de una sociedad es condición necesaria, aunque no suficiente para avanzar en el proceso de desarrollo económico, y, a escala internacional representa el punto de partida de una cadena causal de poderes detentada por los centros hegemónicos, la que incluye el poder de mercado, el poder militar y los mecanismos de la información, la comunicación y el conocimiento sobre los que ha reposado el poder cultural e ideológico de dichos centros.

Si tomamos como hilo conductor de este comentario a la noción de poder, desde una perspectiva histórico estructural que el propio Sunkel profundizó, la Revolución Industrial Británica de fines del siglo XVIII, generó los cimientos del poder productivo sobre los que se construyó la hegemonía de los centros capitalistas desde hace dos siglos y medio a esta parte.

Los países centrales del capitalismo, Gran Bretaña durante el siglo XIX, Estados Unidos durante el siglo XX, y probablemente China en lo que reste del presente siglo generaron un proceso causal que, partiendo del poder productivo, se proyectó a los poderes de mercado, a los poderes militares, normativos y culturales de dichos centros.

La gestación de un salto sin precedentes en el poder productivo con base en la racionalidad instrumental del capitalismo, en el control de las ciencias físicas y en la utilización pragmática del cambio técnico fue la plataforma inicial en que se asentaron las victorias hegemónicas de los grandes centros capitalistas.

Fue el poder productivo de la Revolución Industrial el que convirtió a Gran Bretaña en el centro hegemónico del capitalismo en el siglo XIX, y fue el poder productivo de la Revolución Industrial de los Estados Unidos el que lo convirtió en el centro hegemónico del siglo XX. Por supuesto lo mismo se aplica al poder productivo actual de China que sin aceptar los valores democráticos de las sociedades occidentales supo asimilar los logros del capitalismo occidental.

En los tres casos señalados, de dichos poderes productivos se derivaron el poder de mercado y el poder militar, que caracterizaron la condición dominante de esos grandes centros. En este siglo XXI la irrupción de las tecnologías de la información, de la comunicación y del conocimiento (TIC) está definiendo las formas a través de las cuales el cambio técnico también se expande al campo de las ideas hasta culminar en el creciente control de los algoritmos que alimentan la inteligencia artificial.

Dicho todo esto podemos desembocar en las contribuciones de Osvaldo Sunkel recurriendo a dos nociones que son significativas tanto en el enfoque estructuralista como en el neoestructuralista me refiero a la heterogeneidad estructural de las sociedades latinoamericanas y, de manera más general, a la dependencia de las naciones periféricas respecto de las naciones centrales. En ambos casos, de lo que estamos hablando en última instancia es de las nociones de poder y de dominación en sentido amplio, pero partiendo de las formas específicas del poder productivo que se despliega en cada caso.

Hoy más que nunca se ponen de relieve esos vínculos conceptuales a la luz del surgimiento y sólida instalación de las corporaciones transnacionales a las que en la década del 70 Osvaldo Sunkel denominó contras o conglomerados transnacionales. Hasta aquí estamos hablando de los mecanismos de dominación de las economías centrales, pero el poder productivo también es el factor causal fundamental de las dinámicas de la heterogeneidad estructural en las economías latinoamericanas.

De nuevo si sólo adoptamos una concepción puramente economicista y/o empiricista de la heterogeneidad estructural, hablaremos de los estratos moderno intermedio y primitivo definidos meramente como mediciones ex post del producto medio por trabajador.

Pero si exploramos el potencial productivo vigente en nuestras sociedades son, sin duda los conglomerados transnacionales, los que articulan, estructuran y dominan todos los restantes estratos de la heterogeneidad estructural en el ámbito empresarial. En resumen, tanto hoy como hace medio siglo (cuando Aníbal Pinto primero, y Osvaldo Sunkel después, definían y caracterizaban los rasgos dominantes de la heterogeneidad estructural) las corporaciones o conglomerados transnacionales continúan ocupando una posición dominante, porque controlan el poder productivo (volvemos a nuestro concepto clave) del sistema capitalista en la era global.

Por otro lado, respecto de la noción de dependencia, el capitalismo de los centros dominantes sigue fundando sus posiciones hegemónicas presentes y futuras en el poder productivo potencial que va derivando del avance científico y tecnológico. A partir de la presencia de ese poder productivo hegemónico es cómo pueden discernirse todas las otras formas de la dependencia (económica, financiera, cultural, etc.) que los sociólogos latinoamericanos estudiaron durante las décadas los sesenta y setenta.

Uno de los grandes méritos del neo estructuralismo de los años noventa fue precisamente el realzar y subrayar, el rol crucial de la creatividad científica y tecnológica, para avanzar en la transformación productiva con equidad. Pero esa profundización en los temas de la ciencia y la tecnología de esos años desconsideró los temas de la justicia distributiva, que luego fueron intensamente rescatados por CEPAL en el presente siglo con base en la serie de documentos que se iniciaron con “La Hora de la igualdad” (CEPAL 2010).

La medición ex post de los niveles de desigualdad no solo de poderes productivos sino también de ingresos encuentra sus coeficientes más extremos en la contrastación entre los grandes conglomerados transnacionales, por un lado, y las micro empresas de ínfima productividad por el otro.

Al hacer explícita aquí la noción de poder productivo que necesariamente antecede al proceso mismo de la producción (y no se confunde con las medidas estadísticas ex post del producto por trabajador, o de productividad de los factores) no se hace otra cosa que retornar a los orígenes del mensaje estructuralista fundacional ya que dicho poder es la manifestación concreta de la “propagación universal del progreso técnico” a que se refería Prebisch en la primera línea del Estudio Económico de América Latina (CEPAL 1949).  Y es allí donde radica la dinámica ex ante del poder productivo que alimenta el desarrollo.

A escala planetaria el poder productivo de los centros define su hegemonía en el sistema centro-periferia de relaciones internacionales. Al hacer explícitas las nociones de poder y de poder productivo, surge de inmediato la comprobación de que las economías centrales son dominantes porque controlan dicho poder, y las economías periféricas son dependientes porque carecen de dicho control.  En conclusión, a partir de la noción de poder productivo la dupla conceptual: economías dominantes-versus economías dependientes es una proyección natural e inmediata de la dupla conceptual: economías centrales-economías periféricas.

Al respecto decía Osvaldo Sunkel en su trabajo de los años 70 elaborado con la colaboración de Pedro Paz: “(…) este enfoque implica el uso de un método estructural, histórico y totalizante, a través del cual se persigue una reinterpretación del proceso de desarrollo de los países latinoamericanos, partiendo de una caracterización de su estructura productiva, de la estructura social y de poder derivada de aquella”. Es decir, según Sunkel la dinámica de la estructura productiva de los centros genera no sólo “las transformaciones que ocurren en los países centrales” sino también “las vinculaciones entre esos países y los periféricos” (página 40). Estas ideas de Sunkel están en estricta correspondencia con la visión centro-periferia formulada por Raúl Prebisch, pero, además, incluyen de manera explícita y reiterada la noción de poder entendida como poder productivo.

Lo mismo acontece con la noción de heterogeneidad estructural, donde los estratos de alta productividad ex ante, es decir los estratos con alto poder productivo, corresponden a los sectores dominantes de las economías nacionales de las sociedades latinoamericanas.

Osvaldo Sunkel, asociado con Ricardo Infante, elaboró una representación sistémica de la matriz de relaciones inter empresariales que le permitió estimar para la totalidad del sistema económico chileno el peso relativo de los sectores económicos según su tamaño y sus niveles de productividad. Resulta de manera inmediata de esos cálculos lo que era previsible: la posición dominante de los estratos de alta productividad, y la posición dependiente o subordinada de las empresas más pequeñas y de menor productividad. En donde la noción de productividad se entiende como una medida estadística. Desde luego los conglomerados transnacionales dominantes se ubican en el primero de los dos conjuntos señalados.

En la esfera de la circulación las posiciones oligopólicas y monopólicas de las grandes empresas especialmente las que transnacionalizan sus actividades influyen claramente de múltiples maneras sobre la dinámica de los mercados y la formación de los precios relativos.

Pero la interpretación de Sunkel respecto de las posiciones y relaciones de poder que operan en los mercados no se limita unilateralmente a subrayar la influencia de las corporaciones transnacionales. Su interpretación es más rica, amplia y profunda y, así observaba en los años setenta:

“Los diversos grupos de unidades económicas que actúan en el mercado forman numerosas alianzas de diversos tipos representativos de intereses múltiples: regionales, sectoriales, relacionados con la propiedad (nacional o extranjera) o el tamaño (grandes, medianos, pequeños), etcétera. Quienes constituyen tales unidades forman parte de grupos y clases sociales tanto como de una estructura social y establecen alianzas –sindicatos, gremios, asociaciones-  que representan y protegen sus intereses.”

Y continuaba diciendo Sunkel:

“Estas diversas alianzas constituyen bloques de poder que actúan directamente o mediante el sistema político y el Estado para influir en la asignación de recursos, el patrón de consumo, la fijación de precios y salarios, la distribución del crédito, la política fiscal, la extensión y el carácter de la información en general y del conocimiento tecnológico en particular, la concentración de la propiedad de los medios de producción, etcétera”.

Finalmente concluía diciendo:

En algunos casos, estas alianzas de empresas y consumidores, de intereses regionales y sectoriales, de grupos extranjeros y nacionales, de empresarios y trabajadores asalariados, de grupos étnicos dentro de la población, etcétera, negocian acuerdos que les permiten distribuirse entre ellos los mercados, el gasto público, la carga tributaria, el crédito, las divisas, etcétera. En otros casos, cuando hay sectores sin capacidad de negociación, es grande el desequilibrio de poder; tan grande en realidad, que los sectores dominantes simplemente imponen salarios, impuestos, precios, etcétera, a los demás” (Sunkel 1978, 5).

A partir de este tipo de reflexiones, surgen elementos inspiradores para elaborar una teoría del valor y de los precios muy distinta a la que deriva de los modelos neoclásicos que aún dominan el escenario académico occidental.

También las teorías ricardianas y marxistas sobre el valor trabajo, utilizadas para entender la dinámica de los mercados capitalistas amenazan con quedar obsoletas, ahora que la proliferación muy rápida de los algoritmos de la inteligencia artificial, va eliminando la necesidad de trabajo viviente para llevar adelante los procesos productivos.

El proceso de robotización amenaza hoy con agravar los problemas de marginalidad, que ya detectó Sunkel cuando escribió su recordado ensayo: “Desarrollo, subdesarrollo, Dependencia, marginación y desigualdades espaciales: Hacia un enfoque totalizante” vinculado con su caracterización de los conglomerados transnacionales de aquella época.

Como ha dicho reiteradamente el propio Osvaldo (y hoy nos ha recordado Alicia Bárcena) el mundo se enfrenta no meramente con una época de cambios sino con un radical cambio de época.

Presentación efectuada en la sede de CEPAL el 6 de setiembre de 2019, con motivo del homenaje rendido a Osvaldo Sunkel. La presente presentación formó parte de otras intervenciones llevadas a cabo por Ricardo Lagos ex presidente de Chile, Alicia Bárcena Secretaria Ejecutiva de CEPAL, Manuel Antonio Garretón premio nacional de humanidades, José Miguel Ahumada (Instituto de Estudios Internacionales Universidad de Chile), y Miguel Torres Director de la Revisa de CEPAL.

By | febrero 12th, 2020|Sin categoría|Sin comentarios

OTEANDO EL HORIZONTE

OTEANDO EL HORIZONTE      

La comprensión del capitalismo, sistema que ha dominado el mundo occidental durante los últimos doscientos cincuenta años, se apoya en dos formas centrales de la racionalidad: la racionalidad técnica de la producción y la racionalidad instrumental del mercado. Así como el Rey Midas convertía en oro todo lo que tocaba, también el capitalismo ha convertido en mercancías todo lo que ha tocado, y cada vez abarca más ámbitos de la vida humana que, sobre todo en Occidente, llamamos civilizada.

Lo que logró hacer el capitalismo fue colocar la racionalidad técnica derivada del conocimiento científico, al servicio de la racionalidad instrumental del capital. El cambio técnico orientado a lograr una finalidad productiva había sido rescatado originalmente por Adam Smith cuando en La Riqueza de Las Naciones usó su famoso ejemplo de la fábrica de alfileres para explicar los incrementos de productividad que derivaban de la división técnica del trabajo. Casi un siglo más tarde, y ya producida la Revolución Industrial Británica, Marx y Engels a través del Manifiesto Comunista profundizaron admirativamente en la pasmosa capacidad transformadora del capitalismo asociada al poder productivo del trabajo humano. Finalmente, la creatividad empresarial como fuente del creciente poder productivo fue formulada a comienzos del siglo XX en la idea del empresario innovador planteada por Schumpeter en su Teoría del desenvolvimiento económico.

Las dos grandes revoluciones industriales: la británica de fines del siglo XVIII, y la estadounidense de fines del siglo XIX produjeron enormes saltos cualitativos en la productividad laboral derivados de los nuevos procesos técnicos. Lo original de las formulaciones del latinoamericano Raúl Prebisch consistió en haber examinado el impacto de esos cambios en las sociedades que, como la latinoamericana, no habían participado en la gestación de aquellas revoluciones, pero eran la contraparte y complemento de la hegemonía productiva de los centros. La elaboración y desarrollo de esas ideas lo condujeron cuarenta años más tarde a escribir su último libro (1981) en donde profundizó sus nociones sobre lo que denominó el capitalismo periférico. Capitalismo Periférico y Capitalismo Céntrico constituyen un solo sistema interdependiente en el que centros y periferias se oponen y se suponen recíprocamente en una dialéctica que el estructuralismo latinoamericano, primero, y los teóricos de la dependencia, después, desarrollaron en una serie de estudios que terminaron construyendo una verdadera Escuela Latinoamericana del desarrollo.  (Véase la Parte I de este libro).

Como es bien conocido, la racionalidad instrumental del capitalismo se expresa cuantitativamente a través de los mercados, allí se transan por un lado precios y cantidades de mercancías. Por otro lado, el aspecto cualitativo de las mercancías transadas se toma en cuenta también con un criterio empresarial microeconómico que es instrumentalmente racional: producir y ofertar objetos materiales o inmateriales que tienen demanda en el mercado para lucrar con su venta. La composición y dinámica de esa demanda es una expresión de la distribución del poder de compra entre los actores, personas y empresas, que puedan jugar el juego del mercado. El mercado responde a las escaseces relativas, y éstas a su vez se van midiendo por el juego de las cantidades demandadas y ofrecidas, tanto a nivel de productos, sectores o ramas específicas como a nivel de los sistemas económicos considerados en su conjunto.

La dinámica íntima de los mercados fue examinada por el estructuralismo latinoamericano derivado del enfoque de Prebisch buscando apoyo en la noción de poder en sus diferentes dimensiones (Véase la Parte II de este libro). Tomando esa noción como fuente de inspiración el presente trabajo ha replanteado conceptos probablemente útiles para la comprensión del capitalismo del siglo XXI.

A lo largo del contenido de los capítulos seleccionados para este libro, se ha intentado profundizar y generalizar la noción de poder distinguiendo entre sus dimensiones económica, política, cultural y biológico ambiental.

El poder económico que dinamiza el capitalismo es el capital, entendido como el poder adquisitivo general capaz de adquirir mercantilmente todas las condiciones materiales o inmateriales, públicas o privadas, nacionales o internacionales requeridas para generar el poder productivo, para elaborar el producto e intentar venderlo. En términos macroeconómicos la composición de ese producto debe responder a la demanda agregada, única forma de lograr realizarlo (venderlo) para recuperar con ganancia el poder adquisitivo invertido. Esta es la lógica reproductiva del capital capaz de generar y administrar los niveles de escasez relativa que determinan directamente los precios de las mercancías demandadas por aquellos actores sociales que pueden pagarlas.

El poder político de los Estados Nación es el otro componente requerido por el capital, primero al fijar las reglas formales que regulan la sociedad en su conjunto y, segundo, al controlar, y administrar la coerción o la amenaza de utilizarla en caso de que otras fuerzas políticas intenten cambiar aquellas reglas. En este control y administración legalizados de la coerción radica en última instancia la cruda verdad del poder político efectivamente ejercido. Al ejercicio del poder político podemos denominarlo dominación política (Max Weber 1922).

El poder cultural, incluye mecanismos y valores. Los mecanismos del poder cultural son las tecnologías que propagan la información, la comunicación y el conocimiento (TIC). A través de ellas (por ejemplo, algoritmos generadores de la inteligencia artificial) quienes las controlan (por ejemplo, Apple, Huawei, Google, etc.) están ocupando las posiciones dominantes del orden social a escala planetaria. Esta creciente dominación tiene proyecciones políticas y económicas profundas, que están transformando la naturaleza misma del capitalismo y de la democracia tales como fueron definidos en sus versiones primigenias. De otro lado los valores sustentados por el poder cultural, incluso los más ancestrales que se arraigan en el lenguaje, en la memoria y en las instituciones de los pueblos están siendo remodelados por aquellos mecanismos. Como se observa más adelante, este proceso ya se traduce en el rápido descrédito de los principios dominantes de la ética social previamente establecidos.

El poder biológico-ambiental, finalmente, ha estado detrás de todos los poderes mencionados; detrás de sus mecanismos instrumentales y de sus contenidos legitimadores. Este poder de la biosfera hasta hace muy poco resistió la avasalladora presión del capitalismo. Pero las crisis ambientales gravísimas que en el siglo XXI sufrimos de manera creciente, nos recuerdan que todos los otros poderes humanos están subordinados a éste que, en última instancia, procede de la madre naturaleza, y para los creyentes de las grandes religiones monoteístas encuentra su origen en una inteligencia trascendente y eterna (Francisco 2015).

En este trabajo se efectuó una lectura de estos procesos desde el punto de vista de la economía política o, si se prefiere, desde la economía política del poder. La tesis que aquí se defiende es que, en última instancia, la dinámica de los mercados y la distribución de los ingresos reales responden al juego interactivo de estos cuatro poderes. Por lo tanto, desde un punto de vista teórico, el valor económico, entendido como la “sustancia social” que subyace a (y termina ordenando) los precios, cantidades y calidades de las mercancías que se transan, expresa el impacto derivado de dicho juego interactivo. La medida de dicho impacto sobre los mercados se expresa precisamente en la manera como pueden modificar los precios, cantidades y calidades de las mercancías efectivamente transadas.

Una prueba complementaria de la presencia activa de estos cuatro poderes, radica en que si omitimos el impacto de cualquiera de ellos no podremos entender cuáles son las razones que hoy, en el siglo XXI determinan la dinámica y perspectivas de los mercados mundiales. En un análisis más detenido podríamos detectar una permanente retroacción por parte de la lógica del capital que impacta a su vez sobre el modus operandi de estos poderes. La compartimentación disciplinaria actual en ciencias sociales conspira contra la comprensión y estudio de estos procesos multidimensionales.

Por lo tanto, cuando tomamos como punto de partida las teorías del valor que, para comprender el funcionamiento del capitalismo, nos legaron las grandes escuelas económicas del pasado (clásicos, historicistas, marxistas, institucionalistas, neoclásicos, keynesianos, etc.) carecemos de una lectura lo suficientemente amplia como para entender y pronosticar el futuro de la economía mundial, y mucho menos podemos lograr entender la forma que toman estos procesos en la periferia latinoamericana. Esta afirmación no niega que, como estas teorías del valor lo establecieron, las mercancías son productos, directos o indirectos, del trabajo humano, dirigidos a demandantes potenciales dotados del poder adquisitivo sin el cual no podrían ejercitar su demanda efectiva. (Adam Smith 1776, John Maynard Keynes 1930). Sin embargo, la inteligencia artificial ya está determinando que las mercancías son productos cada vez más “indirectos” del trabajo humano… y de la mente humana misma.

Tampoco hay que olvidar el carácter multidimensional (económico, político y cultural) de enfoques nacionalistas e historicistas del tipo Sistema Nacional de Economía Política (F. List 1841) o los de la Escuela Americana (Alexander Hamilton, Henry Carey). Lo mismo cabría decir del institucionalismo estadounidense (Thorstein Veblen, John Commons). Estas corrientes de pensamiento abrevaron en el examen de procesos históricos cruciales para el desarrollo económico de Occidente que condujeron a la formación de grandes potencias industriales como Estados Unidos y Alemania.

Las corrientes teóricas mencionadas en el párrafo anterior fueron industrialistas, proteccionistas e integracionistas, oponiéndose a los dogmas liberales del libre cambio formulados por los economistas clásicos y neoclásicos.

El integracionismo de Estados Unidos y de Alemania dio lugar finalmente a la unificación en un solo país de cada una de estas grandes potencias. En Alemania la tarea estuvo a cargo del Canciller Bismarck, y en Estados Unidos de Abraham Lincoln tras la Guerra de Secesión. También el estructuralismo latinoamericano ha sido y es, todavía actualmente, integracionista. (Véanse partes II y IV de este libro). Esta actitud integracionista de América Latina predicada por el E.L. debe entenderse y replantearse aún con más fuerza en esta era del capitalismo globalizado.

Estas corrientes de pensamiento han contribuido a entender el funcionamiento de los mercados en los siglos anteriores al presente. Sin embargo, la ciencia económica que terminó dominando el panorama académico occidental fue la que resultaba funcional a los centros hegemónicos principales del capitalismo a fines del siglo XIX y comienzos del XX. Esta ciencia emanó principalmente de la corriente liberal neoclásica: abstracta, ahistórica, individualista, y utilitarista. Para ella el punto de partida del estudio de los mercados fue una situación de equilibrio general estable, bajo condiciones de “competencia perfecta”, en donde las mercancías transadas se denominaron “bienes económicos” caracterizados por su “utilidad y escasez”.

En el párrafo anterior las palabras “utilidad y escasez” van entre comillas porque sus significados efectivos actuales (distintos a los que nos cuentan los manuales) responden a la racionalidad instrumental del capital y a la lógica sistémica del capitalismo. La utilidad y la escasez de las mercancías se determinan socialmente según cual sea la distribución de los poderes efectivamente operantes en la sociedad. En términos de ética social estamos en el ámbito de la justicia distributiva. Bajo la racionalidad instrumental del capitalismo cuanto más concentrada sea esta distribución menor atención social se prestará a la satisfacción de necesidades objetivas que son inherentes a la naturaleza humana. En suma, la justicia distributiva tiende a ser desestimada o ignorada completamente no sólo en la teoría académica sino también en la praxis concreta de la racionalidad capitalista del siglo XXI. (Véase la parte tercera de esta selección)

La racionalidad capitalista se opone incluso a la razón democrática liberal legitimada a partir de la revolución francesa (“libertad, igualdad, fraternidad”) o a los principios del gobierno (“del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”) democrático, inspiradamente sintetizados por Abraham Lincoln en sus esfuerzos republicanos por promover la libertad entendida como liberación de la dominación padecida por los esclavos y, también, como liberación de la joven nación de los lazos que la subordinaban a su madre patria.

El sistema capitalista opera como un mecanismo cibernético autoexpansivo fundado en la racionalidad instrumental del capital. Su modus operandi es totalmente autorreferencial y tiende permanentemente a controlar y colonizar para su propio provecho las lógicas políticas, culturales, y biológico- ambientales. Librado a los poderes económicos que se confrontan en los mercados tiende inexorablemente a generar posiciones monopólicas incompatibles con la democracia (Véase parte V).

Las voces que pronosticaron el fin del capitalismo se han equivocado múltiples veces a lo largo de los siglos XIX y XX y, al final, el capitalismo ha continuado expandiendo y profundizando su dominio, ahora a escala planetaria. Sin embargo, en este siglo se han agudizado o profundizado al menos dos circunstancias históricas nuevas que están cambiando el “campo de juego”: por un lado, el surgimiento de las tecnologías de la información, de la comunicación y del conocimiento (TIC), y, por otro lado, la agudización de la crisis ambiental a escala planetaria. Estos factores están generando un impacto transformador definitivo e irreversible que no tiene precedentes en la historia humana. En particular están afectando en profundidad la lógica de los mercados en cuanto a precios, cantidades y calidades de las mercancías que se tranzan. De allí la necesidad de formular teorías multidimensionales del valor económico que expliquen este nuevo desempeño y permitan introducir frontalmente la lógica de la democracia en el juego íntimo del mercado.

El impacto planetario de estas mutaciones conduce a un replanteamiento ético nuevo que no puede deducirse directamente de los preceptos morales del pasado. Utilizando una analogía que equipara los sistemas sociales a los juegos. Se trata de un “juego” nuevo, que da origen a nuevos jugadores (tanto los que “ganan” como los que “pierden”), operando con nuevos tipos de jugadas, que conducen a la elaboración de nuevas reglas.

Estamos en un profundo cambio de época cuyo desenlace desconocemos:  pero que puede conducirnos a un apocalipsis terminal o a un nuevo despertar civilizatorio. Por un mínimo sentido de cautela y auto conservación se impone una ética que tienda a preservar la sobrevivencia de la especie humana frente a los impactos objetivos que, en las esferas económica, política, cultural y biológico- ambiental, están derivando de la racionalidad descontrolada del capital y de la lógica sistémica del capitalismo, apoyado en los valores del individualismo utilitarista (Véase parte VI).

Esta ética de la sobrevivencia de la especie no se opone, pero tampoco se deduce directamente de valores trascendentes de naturaleza metafísica como los manifestados a través de las grandes religiones que son origen de las civilizaciones occidentales. Del mismo modo, la ética que nos ligaron los grandes filósofos occidentales (Aristóteles, Tomás de Aquino, Espinoza, Kant, etc.) está compuesta de principios y de preceptos para el comportamiento de personas humanas que mayoritariamente nacieron en sociedades pre o protocapitalistas. Es una ética cada vez menos útil para regular el actuar de autómatas instrumentalmente racionales dotados de personalidad jurídica (como las grandes corporaciones transnacionales) y orientados a maximizar el excedente privado en el marco del capitalismo globalizado actual. Los valores humanos fundamentales tendrán que reinterpretarse para enfrentar los desafíos de los algoritmos que alimentan la inteligencia artificial y, de manera creciente, regulan nuestros comportamientos.

Vivimos en un mundo pragmático en donde el razonamiento científico (y, lo que debería ser, su búsqueda insobornable de la verdad) ha quedado capturado y colonizado por la racionalidad instrumental del capital, fundada en los criterios microeconómicos del cálculo costo beneficio.

Hoy más que nunca en la historia, la complejidad e interdependencia de los poderes que modelan las sociedades humanas del tercer milenio, exigen una ciencia económica y una economía política que los refleje y traduzca en su teorización general sobre los mercados.

Por un lado, las teorías abstractas del valor económico basadas en la cantidad de trabajo contenido en las mercancías, como lo visualizaron los economistas clásicos y el propio Marx, están destinadas a quedar obsoletas a medida que la técnica continúe imponiendo la robotización en el proceso productivo. Fue el propio Marx el que anticipó este desenlace en el Fragmento sobre las Maquinarias anticipando la defunción futura de su propia teoría del valor económico[1]. Desgraciadamente, no es posible compartir el optimismo que expresa Marx respecto del futuro de la sociedad humana a partir de ese momento.

El problema emergente del capitalismo actual ya no es (o no es solamente) el ser humano explotado sino el ser humano innecesario y descartable que es marginado del sistema por los algoritmos y la inteligencia artificial que van dando vida a la robotización. Pero, además, (y esto no lo anticipó Marx) el peor de los problemas de las sociedades futuras, sean capitalistas o no, podría ser la subordinación de nuestras libertades y convicciones personales a las reglas y dictados de la inteligencia artificial controlada por algunos pocos actores económicos y/o políticos, que registren exhaustivamente, que prevean, y que luego, intenten manipular (a través de los macrodatos) hasta nuestras más íntimas reacciones y comportamientos.

Por otro lado, las teorías abstractas del valor económico, de corte liberal-neoclásico basadas en las preferencias “soberanas” de consumidores individuales nos obnubilan todavía más. Hacen omisión de todas las formas de poder que permanentemente modelan los mercados y se someten a un insostenible utilitarismo consumista que nos conduce al desastre ecológico. Han sido especialmente diseñadas para desviar la atención respecto de las asimetrías de poder inherentes al juego capitalista y para destacar las bondades del mercado autorregulado.

Tal es el caso del modelo de equilibrio general estable bajo condiciones de competencia “perfecta”. La teoría neoclásica académica posterior ha incluido las formas de la competencia “imperfecta” en donde se admiten explícitamente posiciones diferenciadas de poder en los mercados, pero el escenario teórico de partida sigue siendo el mercado autorregulado, aislado completamente de las dimensiones políticas, culturales y biológico-ambientales de las sociedades humanas.

Por último, cabe subrayar que estas teorías predominantes a lo largo de los siglos XIX y XX en el marco de los Estados nación no tomaron para nada en consideración la dimensión biológico-ambiental que necesariamente opera hoy en escala planetaria.

Son estas dos mutaciones históricas trascendentales las que obligan a plantearnos una teoría del valor económico fundada en la noción de poder: primero la emergencia activa de la crisis ambiental y segundo la globalización apoyada en las tecnologías de la información, la comunicación y el conocimiento establecidas, esta vez, a escala planetaria del capitalismo. Este es el nuevo escenario ambivalente en gestación que nos interpela radicalmente.

La primera de estas dos mutaciones es la interpelación impostergable, proveniente de la madre naturaleza respecto del cuidado de nuestra casa común. Y la segunda es el instrumento (algoritmos, inteligencia artificial, robotización, etc.) del cambio técnico como principal arma para abordar nuestros problemas planetarios y/o alternativamente, para irnos sumiendo en una “dictadura digital” al servicio de poderes cada vez más concentrados.

Desde el punto de vista de la visión centro-periferia formulada por Raúl Prebisch a mediados del siglo pasado, la idea central sigue hoy más válida que nunca y dice relación con una determinada filosofía de la historia que puede rastrearse ya en Política de Aristóteles cuando éste afirma:

“Así como para las artes que tienen una esfera definida, si es que han de cumplir acabadamente su tarea, sería forzoso que existieran los instrumentos apropiados, así también el administrador doméstico debe disponer de instrumentos adecuados. Algunos de los instrumentos son inanimados, mientras que otros son animados (por ejemplo, para el piloto el timón es inanimado pero el vigía es animado, pues en las artes el que presta servicios pertenece a la clase de los instrumentos); así también, una posesión es un instrumento para la vida, y la propiedad es un conjunto de instrumentos, y el esclavo es una posesión animada, y así cualquiera que preste un servicio es como un instrumento anterior a los demás instrumentos. Pues si cada instrumento pudiera cumplir su tarea propia, al recibir una orden o al anticiparse a ella, como se cuenta de las estatuas de Dédalo o de los Trípodes de Hefesto, que según dice el poeta, entraban por sí solos en la asamblea de los dioses, del mismo modo las lanzaderas tejerían por sí solas, y los plectros ejecutarían la cítara, y los arquitectos no tendrían necesidad alguna de servidores ni los amos de esclavos . (Aristóteles, Política 2005, pp. 63-64)”.

Esta reflexión de Aristóteles expresa una hipótesis de cambio social de larguísimo plazo (se está cumpliendo más de dos mil años después de haber sido expuesta). La posibilidad de hacer innecesarias las formas alienadas y subordinadas del trabajo humano mediante el uso de las tecnologías de la información de la comunicación y del conocimiento es el rasgo más profundo y perdurable, capaz de modificar de manera irreversible las estructuras de dominación que son propias del orden capitalista.

Los algoritmos y la inteligencia artificial están sustituyendo con gran velocidad las funciones cumplidas por el trabajo humano. No estamos hablando de un horizonte futuro a muy largo plazo, ni de formas imaginativas de “socio-ficción”, hablamos de procesos que ya están empezando a tener lugar.

En la utopía que trasluce este párrafo, quedamos equiparados por Aristóteles a los dioses del Olimpo, pero desgraciadamente nuestra condición humana se asimila más a la del Aprendiz de Brujo, poema sinfónico de Paul Dukas (1897) inspirado en Goethe, donde el aprendiz en ausencia del brujo mayor, intenta hechizar una escoba para ahorrarse el trabajo de limpieza, y produce un caos que no puede controlar. El arte de Walt Disney creo una memorable versión cinematográfica de esta obra musical (Véase Fantasía 1940).

Ahora bien, las formas alienadas y subordinadas del trabajo humano son inherentes a la esencia del capitalismo como sistema económico. Marx dejó muy en claro ese punto y dilucidó muchos de sus rasgos. Para que existiera capitalismo hizo falta la vigencia de la propiedad privada de los medios de producción, la existencia de mercados de productos y de factores productivos, y el concurso de trabajadores desprovistos de otros recursos que necesitaran vender su trabajo potencial para poder vivir. También Max Weber aceptó esta caracterización. En el largo plazo para que ese capitalismo pudiera sobrevivir hizo falta, además, que la ganancia a escala macroeconómica estimulara la inversión y continuara acrecentando el poder productivo del trabajo humano.

Hoy (en el año 2020) el fin del capitalismo no vendrá (o no vendrá solamente) de una revolución social, liderada con sabor épico por las clases oprimidas sino de causas mucho más pragmáticas asociadas a la lógica de funcionamiento de este sistema. Además, la transformación del capitalismo (anticipada por Marx en su fragmento sobre la maquinaria) trae a colación la necesidad de una demanda efectiva en el sentido que otorgaron a esa expresión primero Adam Smith y luego John Maynard Keynes. Dicha demanda efectiva proviene hoy, mayoritariamente de perceptores de sueldos y salarios, de microempresarios, de profesionales independientes con diferentes grados de educación que también viven de los ingresos de sus propios trabajos. Gran parte de ellos están siendo rápidamente desafiados y sustituidos en la esfera productiva por los algoritmos que alimentan la inteligencia artificial junto con instrumentos automatizados, artificialmente inteligentes, conectados a ellos que no sólo ejecutan el trabajo físico propiamente dicho sino también crecientes cuotas del trabajo intelectual.

Entramos a gran velocidad en la era de los trabajadores sustituidos y desechables como los ha bautizado el pontífice Francisco.

El control a escala planetaria de la inteligencia artificial, ejercido sea por las grandes corporaciones transnacionales privadas de Occidente, o por los autoritarios poderes políticos que emergen en Oriente nos facilita la vida, nos ahorra pensar (como, por ejemplo, el así denominado GPS al cual confiamos la orientación de nuestro automóvil), y nos adormece, entreteniéndonos con banalidades “a la carta” como por ejemplo los juegos electrónicos que proliferan desde las redes sociales.

Estamos como la rana sumergida en el confort del agua tibia de una gran cacerola que el fuego va calentando lentamente. Cuando la temperatura supera cierto grado, la rana intenta salir, pero ya es demasiado tarde y termina hervida. Quizá el calentamiento global nos hierva de manera literal y no figurativa, pero la inteligencia artificial del robot planetario que estamos creando va corroyendo gradualmente nuestra dignidad humana y es otra forma de deshumanizarnos.

¿Qué es lo nuevo de este planteamiento? Que se requiere una nueva ética fundada en el concepto de naturaleza humana, y de necesidades objetivas requeridas para la sobrevivencia de la especie.

Los seres humanos ya no se subordinan masivamente a un poder trascendente de naturaleza ultraterrena, como el otrora ejercido por los mandamientos de las grandes religiones monoteístas. Los ciudadanos también descreen de los mensajes ideológicamente interesados que propagan los políticos profesionales distribuyendo promesas incumplibles para alcanzar el gobierno. Mientras escribo estas conclusiones (fines de 2019) varios países grandes y medianos de América del Sur (Chile, Bolivia, Ecuador, Perú, Colombia, etc.) registran inusitados estallidos sociales de protestas contra el capitalismo neoliberal.

Además, en el marco de la cultura que complementa los regímenes neoliberales surgen múltiples formas de complicidad entre los detentadores de los poderes económicos y políticos desafiando todos los preceptos éticos heredados. Así, la ciudadanía confía cada vez menos en poderes temporales de tipo secular que deban depender de la moralidad y honradez de los gobernantes.

Hoy surge un panorama ambivalente. De un lado las tecnologías de la información, de la comunicación y del conocimiento (componentes del poder cultural porque modelan la opinión pública) que se consolidan y propagan en el siglo XXI, han dado lugar a “periodismos rebeldes” (Wikileaks, Panamá Papers, etc.) que desafían los poderes establecidos, y a redes sociales interactivas (Facebook, Twitter, Youtube, Instagram, etc.) que democratizan, pero también banalizan en grado importante, los mecanismos mediáticos en que se asienta la opinión pública. Aun así, las actividades y complicidades ilícitas de los que detentan el poder económico y político salen hoy implacablemente a la luz generando una seguidilla de escándalos mediáticos que no tiene precedentes en la historia.

De otro lado, el control por parte del capital transnacional de los mecanismos del poder mediático que modela la cultura contemporánea, introduce cuotas crecientes de sensacionalismo, exitismo, banalidad, y modelos superficiales de vida asociados a la lógica del individualismo utilitarista, y al afán de lucro, distrayendo y perturbando la búsqueda de las virtudes personales y cívicas.

Los preceptos de los moralistas profesionales, sean laicos o religiosos, expresados a nivel retórico tampoco persuaden a muchos. Quizá no sea demasiado aventurado pronosticar que los únicos “mandamientos” a los que todos estarán dispuestos en un futuro cercano a subordinarse, serán los que broten del temor (Hans Jonas (1995). El principio de responsabilidad). Más precisamente de la angustia ante la evidencia creciente de que nuestra casa planetaria común se está derrumbando y es necesario sostenerla. Los sistemas políticos deben reflejar esta ética que ya no puede depender solamente de corrientes ideológicas, ni de preceptos morales tradicionales sino de la defensa transhistórica de la especie humana efectuada colectivamente por los propios seres humanos como habitantes estables de este planeta. En términos weberianos la ética de las convicciones deberá ceder el paso a la ética de las responsabilidades (Max Weber (1919), La Política como vocación).

Sin embargo, esto no significa ignorar ni rechazar la ética de las convicciones traducida en algunos valores fundamentales de la cultura occidental que nos legaron los grandes filósofos y moralistas del pasado. Sino más bien, se trata de poner a prueba esas convicciones en el ámbito de la lucha de poderes como un fundamento de la ética de las responsabilidades. En suma, las responsabilidades no pueden eludir el sustrato de las convicciones. Ambas se suponen recíprocamente (Véase la Parte VI de este libro).

Filósofos y moralistas probablemente deban reformular sus éticas de las convicciones, para que puedan conectarse conceptualmente con las éticas de las responsabilidades que estamos delegando a los instrumentos portadores de la inteligencia artificial para evadir los riesgos del aprendiz de brujo recordado más arriba.

La noción de dignidad humana es clave en este argumento por su carácter multidimensional, y dice relación con la esfera económica, pero lo económico es una condición para el ejercicio de la dignidad en las esferas política y cultural. Los derechos humanos adquieren validez en la medida en que se interiorizan en el comportamiento habitual de los actores sociales. El artículo primero de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (San Francisco 1948) afirma: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos, y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”. (Véase parte V de este libro)

Las teorías del valor económico subyacentes a la lógica de los mercados, deben expresar este amplio contexto de poderes que hoy influencian la vida humana. El instrumento valorizador con el cual intentamos medir la dinámica de los mercados podría, quizá, tomar como punto de partida una renta básica universal, noción apoyada por diferentes filósofos político-sociales, que incluya pero que trascienda la canasta mínima de subsistencia que se puede adquirir con un ingreso pecuniario.

Aquí la multidimensionalidad de los poderes que hemos enumerado guarda correspondencia con la multidimensionalidad de la naturaleza humana que es transhistórica. Siguiendo a Aristóteles, somos animales inteligentes interactuando en los sistemas biológico-ambientales de donde provenimos, por ser animales instrumentalmente racionales interactuamos en sistemas económicos, y por ser, además, moralmente racionales interactuamos en sistemas culturales. Por último, somos animales políticos, es decir, construimos sistemas políticos de donde surgen estructuras multidimensionales de poder donde actuamos como ciudadanos. En la tradición republicana grecolatina nuestra lucha por la libertad y la igualdad consiste en sustraernos a las formas de dominación que brotan de los sistemas injustos donde transcurren nuestras vidas.

El desarrollo del capitalismo, apoyado en las sucesivas revoluciones tecnológicas de los últimos doscientos cincuenta años está llegando a su culminación. Está extrayendo hasta la última gota de su racionalidad instrumental consistente en buscar el lucro a través de la expansión del poder productivo del trabajo humano. Cada aumento de esa productividad dio lugar al reemplazo del trabajo viviente por nuevos instrumentos hasta llegar a la inteligencia artificial, creando las condiciones técnicas de posibilidad para convertir a los seres humanos en innecesarios en la esfera de la producción directa.

Lo nuevo y desconcertante es que, además, las máquinas ahora producen “ideas”, pueden “pensar” (identificar, clasificar, seleccionar, recordar, aprender (modificar comportamientos anteriores y actuar con crecientes márgenes de libertad) y, si las programan para eso, pueden también decidir y actuar. Pueden hacerlo además con más eficiencia, velocidad y precisión que los humanos. Sólo que esas entidades carecen de impulsos, de principios morales, de sentimientos y de finalidades propias. No sufren ni física ni síquicamente, no aman ni odian. no sienten arrepentimiento ni remordimiento. Y cada vez más estarán dotadas de la capacidad de decidir por nosotros, tanto en la paz como en la guerra. La pregunta obvia e inmediata se interroga sobre la catadura moral de los programadores. El poder de programar estas entidades pensantes hoy recae sobre corporaciones transnacionales (Huawey, Apple, Microsoft, Google, etc.) y sobre algunas potencias hegemónicas con creciente poder digital (Bástenos mencionar a Estados Unidos y China).

En la esfera de la economía política del desarrollo a que se refiere este libro Muy pronto los productores directos de la gran mayoría de los bienes y servicios que se tranzan en los mercados serán entidades artificialmente inteligentes. Pero esto significará, por razones ya explicadas, el fin del orden capitalista tal como lo conocemos. La esfera de la técnica es la de la relación persona-cosa, pero resulta que ahora parte creciente de esas “cosas” serán entidades pensantes.

“Cuáles serán los frutos de este cambio técnico sin precedentes en la historia humana? Si no logramos subordinar la esfera de la política y de la economía a la esfera de la ética como lo quería Aristóteles, entonces: ¿quién defenderá la justicia distributiva? ¿quién defenderá los derechos humanos? ¿Qué será de las regiones periféricas? En suma, el gran tema-problema será el de la ética de la responsabilidad de los actores dominantes que logren controlar los resortes del poder.

Por ahora, el 99% de la población del mundo forma parte de las ranas adormecidas en tibio sopor, mientras el fuego subyacente aumenta el calor de la cacerola planetaria.

Conclusiones de EL ESTRUCTURALISMO HISTÓRICO (Una mirada al desarrollo desde la periferia latinoamericana) compilación de trabajos de Armando Di Filippo, a ser publicadas por la Editorial de la Universidad Alberto Hurtado, febrero de 2020.

[1] “Tan pronto como el trabajo en su forma inmediata ha dejado de ser condición para el desarrollo de la riqueza social, así como el no-trabajo de unos pocos cesado de serlo para el desarrollo de los poderes generales del intelecto humano. Con ello se desploma la producción fundada en el valor de cambio, y al proceso de producción material inmediato se le quita la forma de la necesidad apremiante y el antagonismo”. Karl Marx (1972), Elementos Fundamentales para la Crítica de la Economía Política (borrador), 1857-1858, Tomo 2, pág.228. Editorial Siglo XXI.

 

 

                   

 

By | enero 17th, 2020|Cs. Sociales|Sin comentarios

Argentina: neoliberalismo periférico versus estructuralismo latinoamericano

 

Puesto que la presente charla tiene lugar en una universidad argentina, será interesante contrastar la política económica del nuevo gobierno que asumió el mando a fines del 2015 a la luz de los marcos conceptuales propios del E.L. En el análisis que sigue se hace completa prescindencia de los aspectos partidarios o personales del proceso político coyuntural, así como de las imputaciones críticas que podrían efectuarse a los gobernantes, anteriores y actuales, respecto de la moralidad y/o eficiencia en la gestión de sus cargos. Ese aspecto puede ser crucial desde otras perspectivas pero aquí solamente se pretende explorar los rasgos más definitorios de la política económica que se ha instalado en el país durante 2016, desde una mirada propia del E.L.

Una evaluación de conjunto permite descubrir un viraje desde una estrategia que era impulsada por la demanda interna, pública y privada, apta para promover la industria interna ayudada por la integración de mercados latinoamericanos (por ejemplo MERCOSUR), hacia otra, que busca impulso en la demanda externa de productos primarios (exportaciones en rubros tradicionales) y en los aportes de los inversionistas extranjeros tradicionalmente orientados hacia esos mismos rubros (por ejemplo vía Alianza del Pacífico).

La estrategia reciente del gobierno se reorienta, así, hacia el clásico modelo primario-exportador   eliminando las cargas fiscales (retenciones) a las exportaciones agropecuarias con las que se financiaba parte del gasto público y de la protección social en la primera década de este siglo. Para recuperar la confianza internacional del mercado de capitales se pagó la deuda a los holdouts (fondos buitres), y se eliminaron los subsidios a las tarifas de servicios públicos reduciendo el poder adquisitivo salarial y aumentando los costos de las MIPYME. Mediante estas y otras señales “pro-mercado global” y “pro empresa transnacional”, el actual gobierno esperaba allanar el camino a una “lluvia” de inversiones extranjeras (o repatriadas con el blanqueo recientemente decretado) que estuvieran dirigidas a la economía real.  De este modo la demanda externa (exportaciones primarias) más las inversiones provenientes del exterior, reemplazaría a la demanda interna proveniente del gasto público y privado en bienes de consumo.

Con la liberalización creciente de las importaciones también se conspira contra la producción nacional. A esto contribuyó la fuerte devaluación de la moneda nacional que favoreció también a los sectores exportadores primarios, y perjudicó a los productores nacionales adquirentes de insumos y equipos industriales dirigidos al mercado interno.

En el marco de las reglas del MERCOSUR el principal estímulo externo a la producción manufacturera argentina provenía de Brasil, pero el viraje neoliberal de este país sumido también en una profunda recesión, y su abandono del ideario integrador latinoamericanista también contribuyen a la actual situación de “estanflación” argentina.

Respecto de la demanda interna, el impacto de estas medidas fue intensamente recesivo porque la redistribución de ingresos desde los sectores asalariados (formales o informales) y desde las MIPYME hacia los sectores empresariales dominantes, redujo el porcentaje del consumo popular sin que se expandieran visiblemente ni las exportaciones primarias ni las inversiones externas. Las primeras están experimentando una finalización del ciclo alcista de productos primarios que había sido promovido por el rápido crecimiento de la economía de China. Por otro lado la esperada “lluvia” de inversiones externas de naturaleza productiva no se está presentando porque el costo laboral y fiscal argentino es muy alto, y resulta preferible orientarse hacia la  inversión especulativa de corto plazo (letras del Banco Central) cuya rentabilidad anual (aún descontada la devaluación de la moneda nacional) es muy superior a la que podría derivarse de inversiones productivas. La recesión con inflación aumenta el déficit fiscal y el gobierno acude al endeudamiento para compensar los desequilibrios macroeconómicos. La actual orientación estratégica hacia el exterior quita importancia al mercado interno y facilita la reducción de los costos laborales de la producción argentina. Así se aumenta la competitividad internacional a costa de una reducción de los niveles medios de vida.

La agudización de la recesión ha ido acompañada de mayor desempleo y subempleo, con la consiguiente intensificación de la pobreza y concentración de los ingresos (Revista Entrelineas número 46, diversos autores).

En suma la economía política que a partir de 2016 ha comenzado a aplicarse no sólo es distinta a los preceptos de la E.L. sino claramente contraria y antagónica a estos. Tiende a premiar las actividades especulativas y rentistas en detrimento de ganancias genuinas de productividad. Tiende a consolidar la posición exportadora de productos primarios y a debilitar abiertamente el aparato industrial y la integración regional que complementaba esa estrategia. La integración que hoy se privilegia (Alianza del Pacífico) favorece a las CT, busca concentrar la distribución del ingreso y reduce el rol del propio mercado latinoamericano.

A escala macroeconómica se expresa en estas tendencias una apropiación socialmente “cerrada” (en favor de las ganancias corporativas transnacionales) de los eventuales incrementos de productividad que pudieran producirse en el futuro. Se verifica una reducción de los ingresos medios y bajos (salarios más ingresos de las MIPYME) que impulsaban la demanda final. Solamente si esas eventuales ganancias de productividad no se fugaran al exterior  y fueran reinvertidas en nuevas actividades productivas en el interior del país podría aumentar el coeficiente de inversiones respecto del producto. A juzgar por lo acontecido en este primer año, la recesión con inflación (estanflación) continúa.

En estas condiciones resulta normal un descenso de las recaudaciones tributarias.  Hasta ahora entonces, la estrategia económica desarrollada en este primer año está generando efectos a mediano plazo ya sufridos anteriormente en otros episodios recesivos. Estos acontecimientos vuelven a encadenar al país a su posición periférica, mono exportadora, deficitaria y deudora porque abren la puerta al caballo de Troya del endeudamiento insostenible. No debe entenderse que todos estos males deban adjudicarse a las presentes políticas, sino que ellas agravan antiguos males tales como la especulación financiera, la fuga de capitales, y el retorno a posiciones mono- productoras y mono-exportadoras.

El tema no tiene solución a escala nacional, y exige un retorno al ideario latinoamericanista,  por lo tanto no enfrentamos un problema solamente económico, sino fundamentalmente político.

Fragmento de El Estructuralismo latinoamericano. Validez y Vigencia en el Siglo XXI. Conferencia dictada sucesivamente en las Facultades de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires y de Ciencias Económicas de la Universidad de Rosario, en noviembre del 2016. Publicada en la Revista Entrelíneas de la Política Económica, Año 10, número 48; Universidad Nacional de La Plata, Argentina.

 

By | abril 26th, 2019|Sin categoría|Sin comentarios

LA NOCIÓN DE PODER EN EL ESTRUCTURALISMO LATINOAMERICANO

LA NOCIÓN DE PODER EN EL ESTRUCTURALISMO LATINOAMERICANO

Síntesis                                                                                                                                    

Una manera significativa de evaluar las contribuciones y limitaciones de la corriente estructuralista de economía política  que nació en América Latina en la década de los años cincuenta, es,  según sugeriremos en estas notas, encuadrarla en un marco sistémico que permita sustentar el concepto de asimetrías de poder aplicable a las sociedades humanas. Lo que caracteriza a esta corriente de pensamiento es que sus categorías económicas  pueden articularse en torno al concepto de (asimetrías de) poder estructurado, examinado multidimensionalmente. Este abordaje posibilita una articulación teórica de los temas propiamente económicos con las otras dimensiones de las sociedades humanas, como por ejemplo las socio-culturales y políticas. Por lo tanto los conceptos de sistema y de poder estructurado a los que aludiremos son de naturaleza multidimensional.

  1. Introducción

Las ideas que se rescatan en este artículo tienen como hilo conductor los diagnósticos y propuestas del “último Prebisch” reflejadas en su libro Capitalismo Periférico. Crisis y Transformación (1981), donde trata de asimilar y sintetizar no sólo todas las experiencias de su larga vida pública e intelectual, sino también los trabajos de muchos pensadores latinoamericanos que se vieron influidos por sus ideas y, de manera conjunta contribuyeron a elaborar esa corriente de pensamiento que conocemos como Estructuralismo Latinoamericano. Uno de los rasgos que, además del propio Prebisch, están claramente presente en los más destacados representantes (Celso Furtado, Osvaldo Sunkel, Aníbal Pinto, y Aldo Ferrer) de esta escuela de pensamiento fue  la multidimensionalidad de sus enfoques y, en particular el uso de la noción de poder (Di Filippo 2009 y 2012).

En el marco de sus conceptualizaciones sobre el sistema económico y sobre la estructura social de la periferia latinoamericana observó Prebisch:

“Conforme la técnica va penetrando en la estructura social sobrevienen mutaciones que se reflejan en la estructura del poder. Se amplían los estratos intermedios y, a medida que avanza el proceso de democratización su poder sindical y político se despliega y contrapone cada vez más al poder económico de quienes, sobre todo en los estratos superiores, concentran la mayor parte de los medios productivos. Asimismo en esos estratos se encuentra principalmente la fuerza de trabajo con poder social. Estas relaciones de poder entre estratos superiores e intermedios se manifiestan tanto en la órbita del mercado como en la del Estado. Se desenvuelve de esta manera una presión cada vez mayor para compartir los frutos del incremento de la productividad. Y a medida que este compartimiento se consigue, tiende a extenderse socialmente hacia abajo la imitación de las formas de consumo de los centros, especialmente en los estratos intermedios. Pero el privilegio se concentra especialmente en los estratos superiores.”

“Esta doble presión [desde las órbitas del mercado y del Estado] se manifiesta a través de un aumento de las remuneraciones de la fuerza de trabajo, sea para mejorar su participación en el fruto de la productividad, o para resarcirse de la incidencia desfavorable de ciertos factores, sobre todo de las cargas fiscales que recaen, directa o indirectamente, sobre aquella y con las cuales el Estado hace frente a la tendencia a su crecimiento”.

“El poder burocrático y el militar tienen su propia dinámica en el aparato del Estado, apoyada en el poder político, principalmente de los estratos intermedios. Y a favor de ella [es decir a favor de aquella dinámica] se despliegan las actividades estatales más allá de consideraciones de economicidad, tanto en lo que concierne a la cuantía y diversificación de sus servicios como a la absorción espuria de fuerza de trabajo”.

“De esta manera el Estado, mediante el crecimiento del empleo y de los servicios sociales, trata de corregir la insuficiencia absorbente del sistema y su inequidad distributiva; lo cual es un factor importante en su hipertrofia”.

“Expresado lo anterior en pocas palabras: la distribución del fruto de la creciente productividad del sistema es fundamentalmente el resultado del juego cambiante de las relaciones de poder, sin excluir, desde luego, las diferencias individuales de capacidad y dinamismo”. (Prebisch 1981, 42, los énfasis y los paréntesis cuadrados fueron agregados a la cita para destacar algunos argumentos).

  1. Contenido de algunos conceptos básicos

En lo que sigue, este artículo trata de enmarcar conceptualmente las nociones de sistema, de estructura social, y de poder inspirándose libremente en las ideas del estructuralismo latinoamericano en general, y, de Prebisch en particular, con la pretensión de resaltar la importancia teórica y práctica de esas categorías que utiliza en su argumentación. Todas las formas de  poder (sindical, político, económico, social, burocrático, militar, etc.) de las que habla Prebisch en la larga cita anterior son intrínsecamente dinámicas y, por lo tanto, o están estructuradas o en proceso de estructuración o de desestructuración, y todas ellas son influidas, directa o indirectamente, por el cambio técnico.

Todas las nociones de poder que utiliza Prebisch están articuladas con sus preocupaciones por la distribución de los frutos del progreso técnico entre los grupos o estratos que concurren a su formación. En particular subraya la importancia del poder económico basado en la tenencia de medios productivos; del poder social vinculado con las calificaciones humanas que mejoran el posicionamiento en el mercado; y del poder sindical basado en la asociación de trabajadores para la defensa de sus intereses profesionales, económicos y laborales.

Además Prebisch habla del Estado por su importancia en la distribución de los frutos del progreso técnico y dentro de la órbita del Estado menciona también el poder burocrático y el poder militar.

Las reflexiones que siguen no pretenden imponer una interpretación única o dogmática de lo que Prebisch y la corriente estructuralista que lideró, dijo o quiso decir, simplemente se inspiran en algunos de sus argumentos centrales, para discurrir libremente sobre el tema. Se trata entonces de contribuir a un debate académico sobre la vigencia actual del estructuralismo latinoamericano respecto de temas que hacen a la esencia misma tanto de la teoría económica como de la economía política estructuralistas. Teniendo en mente esta perspectiva se analizan a continuación los contenidos de algunos concepto clave asociados al tema.

Sistemas: Siguiendo aquí a Mario Bunge (1999) filósofo que influyó en el pensamiento de CEPAL, por sistema cabría entender cualquier objeto complejo cuyas partes están unidas por lazos estables de algún tipo que constituyen su estructura. Un sistema concreto (por oposición a un sistema teórico) existe objetivamente y tiene una base física. Por lo tanto el rasgo central de todo sistema concreto es que está en permanente proceso de cambio. Una sociedad humana históricamente determinada puede verse como un sistema social concreto, intrínsecamente dinámico, cuyas partes son personas (o asociaciones/organizaciones conformadas por personas), y los lazos constitutivos de su estructura son reglas técnicas y sociales efectivamente vigentes. Merece subrayarse que desde un punto de vista epistemológico el pensamiento estructuralista es claramente sistémico.

Instituciones: Esas reglas interiorizadas en el comportamiento habitual pueden denominarse instituciones, sobre cuyas bases se erige la estructura social. El poder detentado por los actores sociales deriva de la posición ocupada en dichas instituciones. En la tradición institucionalista estadounidense fundada por Thorstein Veblen [1904] y John Commons [1934] se han enfatizado los hábitos mentales que rigen la acción colectiva como rasgos definitorios de la noción de instituciones. Por otro lado en la tradición estructuralista latinoamericana el énfasis se ha colocado en la importancia central del progreso técnico en la dinámica del desarrollo económico y en la distribución de sus frutos, y se han examinado los rasgos de esa dinámica en las economías periféricas. En ambas tradiciones teóricas el enfoque es multidimensional y no admite reduccionismos economicistas.

Poder: Para el estructuralismo latinoamericano el poder de los actores sociales depende de su ubicación en las estructuras. Dicho lo anterior, las nociones de poder estructurado y poder institucionalizado que utilizaremos en este ensayo son hasta, cierto punto sinónimos, habida cuenta de los matices anteriores. Es cuestión de acordar en qué sentido se utilizarán. En la esfera de la producción predominan las reglas técnicas, y en la esfera de los mercados predominan las reglas sociales. Las reglas técnicas establecen un vínculo persona-cosa (manejo de una máquina o de un utensilio cualquiera) en tanto las reglas sociales establecen directamente vínculos persona-persona (por ejemplo los regidos por el derecho de familia). En la teoría estructuralista latinoamericana del desarrollo la distribución del cambio técnico y de sus frutos ocupa un lugar medular y, desde ese punto de vista para enfatizar los aspectos inherentes a la estructura de la producción podría hablarse de poder productivo estructurado o de poder productivo en proceso de estructuración.

En un sentido lato, el término instituciones (sean éstas formales o informales) puede abarcar tanto las reglas técnicas como las sociales, pero en un sentido estricto, más usado por el neo-institucionalismo conservador (Douglass North por ejemplo) usualmente se refiere sólo a las reglas sociales. De allí entonces la conveniencia de usar el término poder estructurado que abarca explícitamente también las reglas técnicas tan esenciales en el discurso estructuralista.

En resumen para el estructuralismo latinoamericano el concepto de poder estructurado puede verse como la posición ocupada por las personas en las estructuras sociales básicas incluyendo de manera destacada y enfática las estructuras de la propiedad y de la producción. Los actores sociales pueden definirse ampliamente como personas jurídicas (todo tipo de organizaciones y asociaciones) pero, en sentido estricto sólo cabe predicar el concepto de poder respecto de personas naturales (es decir los seres humanos concretos).

Estructura social: En la perspectiva de Max Weber (1973, 1974) la noción de relaciones sociales (por oposición a la idea más difusa de interacciones humanas) supone la creencia en expectativas recíprocas de conducta, sea que esta creencia esté fundada en probabilidades calculables, o en la práctica cotidiana de los vínculos entre seres humanos. El poder tal como lo hemos definido para los fines de este ensayo es, cabe enfatizarlo, poder estructurado y reposa sobre dichas expectativas de conducta. Algunas de estas expectativas de antigua raíz ética o religiosa están muy arraigadas en la cultura de los pueblos, pero otras de naturaleza política o incluso económica suelen experimentar modificaciones más frecuentes, por ejemplo en la esfera de la técnica (relaciones persona-cosa). Aun así en la medida que son interiorizadas como reglas vigentes de comportamiento forman parte de las formas estructuradas del poder. Detrás del poder científico-técnico están los logros de los sistemas culturales, tal es el caso con las visiones pragmáticas de la ciencia occidental. Con base en estos argumentos la estructura social puede examinarse, tal como lo hacen los estructuralistas, desde el punto de vista de la estructura de poder que le es inherente.

Las formas culturales del poder estructurado se asocian al control legitimado de las organizaciones y las tecnologías  que permiten proveer masivamente información, comunicación y conocimiento. El poder de la ciencia es la forma cultural subyacente al progreso técnico y a la distribución de sus frutos. En esta era de las tecnologías de la información, de la comunicación y del conocimiento (TIC) las formas del poder cultural (y su manipulación por parte del poder económico) adquieren importancia creciente.

Las formas políticas del poder estructurado se asocian  al control legitimado de reglas de juego constitucionales sobre las cuales se apoya la organización del Estado. El control legitimado de las burocracias públicas y de las fuerzas armadas son prerrogativas esenciales del poder del Estado.

Por último las formas económicas del poder estructurado se asocian al control legitimado (derechos de propiedad) de las organizaciones y tecnologías de producción, circulación y consumo.

Las formas económicas del poder estructurado que nos interesa profundizar aquí son las que preponderan en las sociedades capitalistas. En primer lugar este poder se expresa, como ya se dijo, como poder productivo que se expande mediante la incorporación de progreso tecnológico originado en el desarrollo de la ciencia pragmática. En segundo lugar el poder económico se expresa a través de los mercados bajo la modalidad específica de poder adquisitivo general ejercido en los mercados a través del uso de dinero. El poder adquisitivo general es una medida económica de (y está alimentado por) todas las formas del poder societal y no sólo de las del poder económico. Por eso decimos que en términos del tema del valor económico que rige los mercados, las aquí denominadas teorías del “valor-poder” son multidimensionales y no se agotan en el campo específicamente económico. Esto es debido a que la mayoría de los bienes y servicios, privados y públicos que se distribuyen socialmente aunque técnicamente no sean mercancías usan el mecanismo del mercado o al menos son contabilizados con arreglo a valores de mercado que requieren ser expresados en unidades de poder adquisitivo.

Teoría económica: Los economistas neoclásicos originarios (con sus teorías utilitaristas-marginalistas del valor) consideraron tanto la influencia del Estado como las instituciones culturales, como aspectos ajenos a la economía positiva. Es decir consideraron dicha influencia como datos externos no claramente vinculados a la teoría económica pura, y aislaron explícitamente sus teorías a través del criterio metodológico céteris páribus. En particular, para los neoclásicos, la única ética que penetra en la teoría económica es la ética utilitarista a través de las nociones de utilidad marginal y de bienestar. Por otro lado también Marx (a través de su teoría ricardiana del valor formulada en términos abstractos en su obra El Capital) cerró el campo teórico a la influencia directa que los subsistemas cultural y político podrían ejercer sobre el sistema económico en general y sobre la operatoria de los mercados en particular. Los estructuralistas, en cambio, afirmando claramente una perspectiva multidimensional, a través de la noción de poder abren el juego a todas estas influencias causales que terminan afectando la operatoria de mercados y la formación de los precios.

Equilibrio estable: El tema del equilibrio estable de los mercados es fundamental en la formulación de las teorías unidimensionales del valor económico, porque los precios relativos que se toman en consideración son obviamente los de equilibrio, es decir aquellos que se mantendrán mientras no cambien algunas de las condiciones que afectan el comportamiento de los diferentes mercados. El punto a destacar aquí radica en examinar, si las condiciones políticas pueden afectar radical y definitivamente las condiciones del equilibrio estable de los mercados. Y tal cosa es obviamente cierta en varios mercados estratégicos. Cabe reiterar que las condiciones políticas aludidas son las referentes a reglas estables y legítimas que forman parte de las políticas públicas y que no solamente  integran el manejo de la política económica. Esta amplia consideración del poder político del Estado forma parte muy clara del enfoque teórico estructuralista latinoamericano.

Economía política: Los vínculos entre los sistemas políticos y el sistema de precios relativos, dependen de la capacidad del poder político para influir sobre un conjunto de mercados estratégicos que por el lado de la oferta o de la demanda de los bienes finales afectan casi todos los otros precios relativos. No estamos hablando aquí de una intervención directa en los mercados mediante la fijación de precios máximos o mínimos o mediante la fijación de cuotas. Tampoco de medidas proteccionistas orientadas al aislamiento de los mercados o de formas autoritarias de planificación centralizada, sino de la fijación de regulaciones generales de política pública que, por razones claramente extraeconómicas afectan la estructura de esos mercados. Para la economía política estructuralista el poder político del Estado y los aspectos éticos de la equidad están indisolublemente enraizados con su teoría de los precios y de los mercados.

Mercancías ficticias: Una de las modalidades a través de las cuales la totalidad de la estructura social afecta las valorizaciones del mercado han sido puestas de relieve por Karl Polanyi. De su libro La Gran Transformación  (1944) cabe rescatar aquí su noción de mercancías ficticias referida a la fuerza de trabajo, a los recursos naturales y al dinero. Ninguna de estas tres presuntas “mercancías” , denunciadas por Polanyi como ficticias, son producidas para venderse en el mercado, y las instituciones que las regulan son tres de las principales fuentes de poder que afectan el valor económico de todas las restantes mercancías genuinas.

Al respecto observa Polanyi:

“La historia social del siglo XIX fue así el resultado de un movimiento doble: la extensión de la organización del mercado en lo referente a las mercancías genuinas se vio acompañada por su restricción en lo referente a las mercancías ficticias. Mientras que los mercados se difundieron por toda la faz del globo y la cantidad de los bienes involucrados creció hasta alcanzar proporciones increíbles, una red de medidas y políticas se integraba en instituciones poderosas, destinadas a frenar la acción del mercado en relación con la mano de obra, la tierra y el dinero” (página 127).

Primero, el trabajo es la mercancía ficticia donde más claramente las condiciones políticas pueden afectar de manera significativa los precios relativos de todos los productos finales. Las modificaciones en los códigos laborales, de seguridad social, de previsión, etc. pueden cambiar de manera permanente el costo del trabajo de diferentes niveles de calificación. Otras políticas públicas, como por ejemplo la política migratoria también pueden afectar, y de hecho afectan la abundancia relativa de los trabajadores de diferente calificación en cada segmento diferenciable del mercado laboral. Por lo tanto, cuando las reformas regulatorias afectan el mercado de trabajo y cambian las condiciones preexistentes de oferta y demanda se producen cambios en las estructuras de costos de las empresas afectando los precios del producto social por el lado de la oferta. También las migraciones masivas producen cambios en la distribución del ingreso entre salarios y remuneraciones a la propiedad así como, entre los distintos segmentos del mercado de trabajo.

Segundo los recursos naturales son también una mercancía ficticia crucial, especialmente para la comprensión de la formación social y económica de las regiones periféricas en general y de América Latina en particular. La  distribución de la tierra y de los recursos naturales, así como la producción y exportación de productos primarios (intensivos en la utilización de recursos naturales) es definitoria en el posicionamiento periférico de América Latina. Pero más allá de estas circunstancias cruciales propias de la historia latinoamericana, también hoy en el siglo XXI las condiciones turbulentas de la biosfera (extinción de especies vegetales y animales, polución, contaminación y calentamiento global, etc.) acentúan el carácter de mercancías ficticias de los recursos naturales. Por ejemplo la necesidad de protección ambiental para evitar la extinción de determinadas especies vegetales o animales, o la preservación de la biodiversidad, pueden llevar a regulaciones que afecten la oferta de recursos naturales estratégicos. Recientemente la proliferación de catástrofes naturales tales como sequías, inundaciones, tifones, maremotos y terremotos, también han modificado las condiciones de largo plazo de muchos mercados de bienes y servicios finales, incluida desde luego la actividad turística. Otras consideraciones de índole política asociadas al control de las millas marinas en las costas de países con litoral marítimo, o a tratados internacionales también afectan desde la esfera política los mercados de los recursos naturales.

Tercero el dinero: Por último el mismo Polanyi ilustra elocuentemente el carácter de mercancía ficticia del dinero. Refiriéndose a los turbulentos años treinta pero interpretando hechos y perturbaciones aplicables al tiempo presente observa:

“La moneda se había convertido en el pivote de la política nacional. Bajo una economía monetaria moderna, nadie podía dejar de experimentar a diario la contracción o expansión de la vara financiera; las poblaciones se hicieron concientes de la moneda; el efecto de la inflación sobre el ingreso real era descontado por adelantado por las masas; hombres y mujeres de todas partes parecían considerar al dinero estable como la necesidad suprema de la sociedad humana. Pero tal conciencia era inseparable del reconocimiento de que los fundamentos de la moneda podrían depender de factores políticos ubicados fuera de las fronteras nacionales. Así pues, el bouleversement [cambio, perturbación, conmoción] que sacudió la confianza en la inestabilidad inherente destruyó también el ingenuo concepto de soberanía financiera en una economía interdependiente. En adelante, las crisis internas asociadas a la moneda tenderían a provocar graves controversias externas”. (Polanyi 1944, 71-72)

Frente a este tipo de eventos históricos que no cesan de acontecer, las teorías “puras” del valor económico de tipo unidimensional que cierran el campo al ámbito político a través de supuestos ceteris paribus o atendiendo a consideraciones “puramente económicas” no son suficientes para una adecuada comprensión del proceso de valorización que opera concretamente en los mercados.

Especialmente en esta era del capitalismo globalizado y de una manera más general, todo el sistema multidimensional (económico, político, cultural, ambiental, y de relaciones internacionales) sobre el cual reposa el funcionamiento de la estructura social, a medida que evoluciona, está permanentemente modificando la situación de los mercados, las expectativas de los negocios y las condiciones de la inversión productiva. Esta visión global o planetaria del capitalismo ha estado presente desde los orígenes del pensamiento estructuralista latinoamericano a través de su formulación del sistema centro-periferia de relaciones internacionales.

Dependencia: Si nos centramos en las economías periféricas, a través de la noción de dependencia entendida latamente de manera abstracta (y no necesariamente aceptable para algunas versiones de las teorías latinoamericanas de la dependencia), podemos ahora vincular el concepto de poder estructurado con el de necesidades humanas planteadas a escala individual, grupal o macro-social. Las necesidades humanas son el fundamento más permanente de la habitualidad de los comportamientos sociales; ellas generan una dependencia por parte de aquellos que las experimentan, respecto de los que están en capacidad de satisfacerlas. Esta argumentación es trasladable a escala macro-social tanto a nivel nacional como internacional: las necesidades de las naciones periféricas generan situaciones de dependencia respecto de las naciones que están en situación de satisfacerlas. Estas situaciones de dependencia en las relaciones centro-periferia, especialmente en la esfera económica, son, en algún grado recíprocas (afectan tanto a los centros como a las periferias) y están en la base de la existencia de los mercados, pero suelen ser asimétricas operando en beneficio de los centros. Esto legitima hasta cierto punto hablar del concepto más generalmente aceptado en el mundo académico occidental de interdependencias asimétricas (Gilpin 1987, 17).

Volviendo a la nociones más abstractas y generales utilizables en el interior de sociedades nacionales, la secuencia conceptual: i) personas necesitadas de satisfactores específicos; ii) personas que controlan la provisión de esos satisfactores; iii)dependencia de las primeras respecto de las segundas; iv)posición de poder de las segundas detentada respecto de las primeras, genera vínculos causales útiles para conferir una explicación a las formas de poder que los estructuralistas han enfatizado en varias de sus contribuciones intelectuales.  A través de su preocupación por el tema de los estilos de desarrollo, los economistas de CEPAL y los estructuralistas en particular se abocaron profundamente a la temática de las necesidades básicas como referente esencial para el estudio de los temas del valor económico y de las estructuras distributivas.

Un antecedente filosófico ilustre de este enlazamiento conceptual puede rastrearse en la idea aristotélica de que la interdependencia de las necesidades humanas es el vínculo esencial de la vida social y la base de todas las transacciones económicas, las que requieren del dinero como medida de los términos de intercambio. El dinero a su vez es concebido por Aristóteles directamente como un producto institucional derivado de la existencia de la sociedad política (polis o Estado). El enfoque de Aristóteles (1978) en materia de ciencia económica es así, claramente institucional. Esta última afirmación se refuerza si recordamos que para Aristóteles las virtudes son hábitos de comportamiento, y las necesidades humanas se presentan de manera cotidiana o periódica a través de las instituciones vigentes asociadas a su satisfacción.

Cada una de las dimensiones de las necesidades humanas supone comportamientos humanos específicos que dejan huellas físicas las que pueden ser estudiadas con los instrumentos y métodos de la ciencia. Las dimensiones (biológico-ambientales, económicas, políticas y culturales) de un sistema social, examinadas como subsistemas, son una abstracción humana de naturaleza teórica y derivan por un lado de un conocimiento introspectivo de lo que los humanos sabemos que son nuestras propias necesidades y, por otro lado de un conocimiento científico derivado del significado externo de los comportamientos e instrumentos que pueden ser estudiados en los aspectos que se consideren teóricamente pertinentes.

 

  1. El carácter determinista del pensamiento económico heredado

Se ha insistido con razón en el carácter determinista del pensamiento de Marx. En el prólogo de su obra El Capital, Marx afirma que los seres humanos son entendidos como personificación de categorías económicas (Véase página XV de los prólogos del tomo I de El Capital):

“Un par de palabras para evitar posibles equívocos. En esta obra las figuras del capitalista y del terrateniente no aparecen pintadas, ni mucho menos, de color de rosa. Pero adviértase que aquí sólo nos referimos a las personas en cuanto personificación de categorías económicas, como representantes de determinados intereses de clase. Quien como yo concibe el desarrollo de la formación económica de la sociedad como un proceso histórico natural, no puede hacer al individuo responsable de la existencia de relaciones de que él es socialmente criatura, aunque subjetivamente se considere muy por encima de ellas.” (Marx 1968, p. xv).

También hay determinismo en las visiones neoclásicas originarias donde el “hombre económico” es una “máquina optimizadora” que obedece siempre y ciegamente a la racionalidad instrumental hasta lograr que los mercados de competencia perfecta alcances posiciones óptimas de equilibrio general estable.

Cabría preguntarse entonces qué dice Prebisch respecto de este tema:

“¿Hay determinismo en el sistema? Hemos discurrido acerca de las diversas formas de poder y de las relaciones entre ellas, y explicado también cómo el juego de esas relaciones conduce, con el andar del tiempo a la crisis de aquel”. Aquí Prebisch (1981) se refiere a la crisis del sistema social bajo la dinámica del capitalismo periférico que estudió en su último libro; y continúa:

“Pero nada hemos dicho hasta ahora de los actores del desarrollo salvo algunas consideraciones acerca de la movilidad social. Las diversas formas de poder se expresan a través de diferentes actores y entre ellos se destacan quienes tienen mayor capacidad y dinamismo en el desempeño de su papel, tanto para aprovechar las condiciones favorables al desarrollo -así en el campo interno como en el ámbito internacional- cuánto para tratar de sobreponerse y contrarrestar los cambios desfavorables de esas condiciones”.

“Trátase, en realidad, de una acción deliberada de los actores para responder a sus aspiraciones e intereses según sea la intensidad de su poder y sus aptitudes. De todos modos, esto se desenvuelve dentro del sistema y en correspondencia con las mutaciones estructurales que en él se operan”.

“En el curso del desarrollo de los centros han surgido ciertos principios, y sus correspondientes reglas de juego, que la periferia ha tratado de seguir para lograr el funcionamiento regular del sistema. Pero los mismos no son automáticos; la oportunidad y la manera de aplicarlos dependen de la aptitud y decisión de los actores. Y esto se refiere tanto a su funcionamiento regular, como a las reglas que deben seguirse cuando el sistema ha sido perturbado por las violaciones de aquellos principios”. (Prebisch 1981, 166).

Si se abandona la creencia determinista hacia el equilibrio estable que brota de la dinámica de los mercados (presente en las teorías “puras”  de Ricardo [precios naturales], de Marx [ley del valor] y de los neoclásicos [competencia perfecta]. Entonces adquiere especial relevancia e inteligibilidad la tendencia de largo plazo hacia la crisis planteada por Prebisch (1981). Pero esta conclusión no contiene la inexorabilidad de ningún determinismo, sino que induce a proponer  transformaciones profundas de carácter sistémico al capitalismo periférico, las que suponen una consideración explícita de las estructuras de poder.

  1. Las teorías del valor económico y el concepto de poder de mercado

Teorías Unidimensionales del valor económico: Ya se observó que existen dos grupos de teorías del valor económico que, explícita o implícitamente, han sido sostenidas por las principales corrientes de pensamiento económico. El primer grupo está compuesto por aquellas que utilizando un campo teórico cerrado, han definido teorías del valor económico que parten del concepto de equilibrio estable de los mercados. Sobre estas teorías de mercados competitivos se ha construido el andamiaje fundamental de la teoría económica académica ortodoxa o vigente (neoclásica) y de la teoría económica clásica en las versiones de Ricardo y Marx. El rasgo fundamental de estas teorías es que, en el plano operativo de los mercados, no existen asimetrías de poder y por lo tanto las mercancías se intercambian por su valor. Este valor puede estar referido a los contenidos en trabajo de las mercancías (visión ricardiana/marxiana) o a la utilidad y escasez (visión marginalista) de los bienes que se intercambian.

Es cierto que Marx, en su gran visión de la historia y en sus consideraciones de naturaleza política elaboradas en otros trabajos, introduce enfoques multidimensionales asociados a los temas del papel del Estado,  de la explotación y de la lucha de clases. Pero en lo referente a su teoría económica propiamente dicha en su formulación más abstracta y general (tomo primero de El Capital) Marx presenta también una teoría unidimensional del valor económico, entendido éste como el tiempo de trabajo abstracto social medio contenido en cada mercancía. De acuerdo con su, así denominada, “ley del valor” en el ámbito de los mercados no existen asimetrías de poder y todos los productos se intercambian estrictamente por su valor. El derrumbe del capitalismo será, para este autor, una respuesta al desarrollo de las fuerzas productivas, a su impacto sobre las relaciones de producción, y a la dinámica de la lucha de clases. En el intertanto, sin embargo acepta la “ley del valor” como principio rector de las relaciones de intercambio en el mercado.

Posteriormente la teoría económica académica tanto en la tradición neoclásica como en la marxista incorporó las situaciones de competencia “imperfecta” (monopolio, oligopolio, etc.). Si bien debe reconocerse que ese fue un paso decisivo en favor del realismo de esas teorías, la argumentación siguió siendo economicista en el sentido de que sólo se refirió al poder económico pero no lo vinculó al rol del Estado y del poder político, especialmente en lo que se relaciona con las mercancías ficticias que hemos considerado más arriba.

Las limitaciones del equilibrio general estable: Veamos someramente las justificaciones teóricas del equilibrio general estable. En la historia del pensamiento económico, como ya hemos señalado, las dos teorías del valor sobre las cuales se sustentó con toda claridad este concepto son, de un lado la ricardiana-marxiana según la cual el valor de una mercancía corresponde a su contenido en trabajo y, de otro lado, la marginalista neoclásica en su versión walrasiana, según la cual bajo condiciones de competencia perfecta los precios de los factores productivos corresponden a sus productividades marginales y, adicionalmente,  en la esfera del consumo las preferencias marginales entre dos bienes se consideran proporcionales a sus tasas posibles de sustitución en el consumo. En ambos casos se supone la existencia de formas de justicia conmutativa que, de diferentes maneras, aseguran la igualdad de las contraprestaciones. En este segundo caso la igualdad de las contraprestaciones se verifica para la unidad marginal transada existiendo, en términos de “bienestar” para el resto de las unidades, la noción teórica de excedente del productor y del consumidor.

En el marco de estas teorías del valor, la primera de las versiones mencionadas (especialmente la de Marx) es holista porque los valores económicos de mercado dependen unilateralmente de las condiciones tecnológicas de la producción que determinan transversalmente la cantidad de trabajo social contenida en las mercancías. La segunda versión es individualista porque los precios miden la utilidad y la escasez de los bienes que se tranzan a partir de la opinión de los consumidores individuales que ejercen “soberanía”  determinando sus escalas o mapas de preferencias.

La visión neoliberal del tema: La corriente neoliberal contemporánea, por ejemplo en las visiones de Hayek y Nozik ha terminado por abandonar el enfoque marginalista neoclásico de la utilidad y del bienestar para volver a la voluntad de los contratantes. Así, un precio correspondiente a cualquier transacción de mercado sería un precio justo (justicia conmutativa) si expresa la “voluntad libre” de los participantes en la transacción. Es la voluntad de los propietarios la que determina las condiciones de la oferta, y es la voluntad de los demandantes solventes (propietarios de poder adquisitivo) la que determina las condiciones de la demanda. Pero recordando que el poder se define precisamente como la probabilidad de imponer la propia voluntad a terceros, los neoliberales se “sinceran” desnudando en última instancia la cruda realidad del poder estructurado. Bajo estas premisas el tema de las asimetrías o desigualdades de poder, es decir de las condiciones de injusticia distributiva o de inequidad quedan fuera del análisis porque cuando una transacción está consumada ha expresado la “voluntad soberana” de los contratantes.

Por eso, en el lenguaje de la teoría de los juegos, (visión originalmente desarrollada por la vertiente conservadora de la nueva economía institucional), los “jugadores” intentan imponer su voluntad y alcanzar un cierto puntaje que los favorezca en el juego, pero si no lo logran, manifiestan su “voluntad” de aceptar el resultado. Esta visión, aplicada a los mercados acepta la existencia de oligopolio,  por lo que las condiciones de equilibrio estable (equilibrio de Nash) suponen que no existe competencia perfecta y cada jugador “grande” (major player) toma en cuenta el comportamiento de los otros “grandes” para definir su propia situación de equilibrio. Resulta cada vez más claro que “poder” es el nombre real del juego…

Transacción: El concepto de transacción, común a todas las vertientes de la economía institucional pero poco frecuentado por la corriente estructuralista latinoamericana es esencialmente micro económico. La transacción es, en esencia, una relación social de mercado, y expresa una confrontación de voluntades. Esa confrontación genera interdependencias asimétricas en el sentido ya explicado más arriba, y configura una situación de poder, en que se miden las probabilidades recíprocas de imponer la voluntad de las respectivas partes contratantes. Esa medida termina expresándose en precios, cantidades y condiciones de la operación de que se trate. Todo este proceso es, esencialmente micro económico, y, entre los padres fundadores del institucionalismo estadounidense, fue especialmente estudiado por John Commons (1995).

El concepto “micro” de transacción de mercado alcanza un sentido muy relevante en sociedades precapitalistas, como un bazar árabe en donde el regateo forma parte esencial de sus reglas de juego. A medida que el capitalismo se ha ido consolidando, cada vez más asistimos a transacciones que no admiten regateo porque están altamente reguladas hasta en sus menores detalles, por ejemplo en las operaciones bursátiles, en los contratos de adhesión, etc. Por lo tanto lo esencial de las transacciones depende cada vez más de las reglas técnicas e institucionales que las regulan. Esto consolida las formas del poder estructurado.

De otro lado los padres fundadores del estructuralismo latinoamericano no hicieron un gran uso teórico del concepto de transacción entre otras cosas porque su preocupación central era el desarrollo económico (ganancias de productividad, excedente por trabajador, acumulación de dicho excedente, etc.). En esta visión macroeconómica, el concepto de transacción está implícito en la operatoria de los mercados, sin embargo, existe una teoría macroeconómica de los precios, estructuralmente fundada, de genuina raíz estructuralista latinoamericana, vinculada al poder negociador de los trabajadores latinoamericanos.

  1. La visión estructuralista respecto del poder de mercado y la teoría keynesiana

Riqueza y capital: El poder económico es un poder estructurado que, en última instancia, adquiere el trabajo de otros, sea en forma potencial, en forma de servicios, o cristalizado en productos. Esta noción fue originalmente formulada por Adam Smith, y expresada con extrema claridad en La Riqueza de las Naciones. El capital en las interpretaciones de Marx incorporadas en su obra principal  es también y ante todo un fruto del poder estructurado bajo las reglas de juego del capitalismo, pero para este autor ese poder sólo se manifiesta en la esfera de la producción (relaciones de producción) pero no operaría en la esfera de los mercados donde rige la ley del valor (Di Filippo 2012).

Demanda efectiva: Adam Smith introdujo el concepto de demanda efectiva entendida como el uso del poder adquisitivo necesario y suficiente para colocar en el mercado una mercancía cualquiera.

En la esfera macroeconómica, la idea de demanda efectiva, también recogida por Malthus, adquiere su máxima vigencia en Keynes, quien ataca los dos pilares en que se fundaba la escuela neoclásica: pleno empleo y equilibrio bajo condiciones de competencia perfecta. Keynes lo hizo, en un diagnóstico aplicable a las economías desarrolladas poniendo de relieve, primero, que puede haber un desequilibrio económicamente ineficiente y socialmente injusto (desocupación), el que, sin embargo sea estable en el mercado de trabajo. Será desequilibrio porque no todos los que quieren (expresan su voluntad de) trabajar a un dado salario encontrarán empleo. Este desequilibrio puede ser estable si hay deficiencias permanentes en la demanda agregada y mantenerse sin alcanzar la posición de pleno empleo prometida por la ley de Say. Segundo el mercado de trabajo, en las economías de las sociedades desarrolladas que Keynes estudió, operaba bajo condiciones institucionales (por ejemplo vigencia del poder sindical) que modelaban una curva especial de oferta de trabajadores.

La perspectiva macroeconómica de Keynes, es fundamental para entender los planteamientos de la economía política estructuralista latinoamericana. Una diferencia fundamental entre la visión institucional estadounidense y la visión estructural latinoamericana, es que ésta se aboca centralmente a la teoría del desarrollo desde una perspectiva periférica, la que requiere de una visión macroeconómica. Es cierto que la temática del desarrollo económico puede plantearse también a nivel micro económico e incluso, recientemente, en lo que ha dado en llamarse nivel “mesoeconómico” donde opera el poder económico de las corporaciones transnacionales. Sin embargo en materia de desigualdades distributivas, la temática de la equidad, que es medular en el enfoque estructuralista, requiere de las mediciones macroeconómicas para la formulación de políticas públicas referidas al consumo, la producción, la riqueza, etc. Por lo tanto, a diferencia del enfoque institucional estadounidense cuyos padres fundadores son anteriores a Keynes, los principales estructuralistas latinoamericanos no podían prescindir del marco teórico keynesiano. Piénsese por ejemplo en los trabajos de Prebisch (1963), Noyola, Sunkel y Anibal Pinto, sobre las causas estructurales de la inflación latino-americana. Recuérdese también el libro de Prebisch (1947) sobre la economía keynesiana.

  1. La tesis del deterioro de los términos de intercambio

Las reglas formales e informales que regulan la organización del poder sindical de los trabajadores, son datos fundamentales en la tesis del deterioro de los términos de intercambio elaborada por Prebisch.

La noción de transacción depende de las reglas tecnológicas e institucionales imperantes en cada sociedad humana, precisamente porque la imposición de la voluntad, es decir el ejercicio del poder está estructuralmente condicionado. Y el grado de estructuración se ha ido profundizando en directa relación a la consolidación y desarrollo de los sistemas económicos capitalistas. Al afectar transversalmente a todas las transacciones del mismo tipo, las estructuras condicionan las magnitudes macroeconómicas. De allí entonces el papel crucial que cumple en esta interpretación el concepto de poder estructurado.

Esas reglas vigentes que denominamos estructuras no son sólo económicas, sino que también derivan de los otros subsistemas componentes de ese “sistema de sistemas” que hemos definido como sociedad humana. El rasgo de toda transacción es que atañe a un acuerdo de voluntades, pero de voluntades enmarcadas en las reglas tecnológicas e institucionales vigentes. Tal acontece por ejemplo con un sistema institucional que no reconoce los derechos laborales, donde los trabajadores traten de ejercer un poder fáctico no estructurado, por ejemplo iniciando una huelga no autorizada, pero si están al margen de las instituciones laborales, sus voluntades solo expresan una forma no estructurada de poder y seguramente serán reprimidas.

Aquí por ejemplo se abre el campo para agudos conflictos sociales cuando ciertas acciones, como la huelga, están interiorizadas en las expectativas de los trabajadores, pero las instituciones formales han dejado de respaldarlas, por ejemplo con la sanción de nuevas leyes laborales más represivas.

En resumen el concepto de transacción es eminentemente microeconómico y en él se expresa la confrontación de voluntades en el seno de una relación de mercado. Hay en ella un ámbito de libertad contractual donde las transacciones pueden ser vistas como las jugadas o movidas de un juego cuyas reglas están establecidas. Este es el ámbito donde principalmente prevalecen las categorías económicas de la microeconomía neo-institucional conservadora.

De otro lado la noción de norma o de regulación general es más bien macroeconómica, expresa las reglas técnicas y sociales que subyacen a las jugadas que se expresan en cada transacción. Este es el ámbito donde prevalecen las categorías económicas, políticas y culturales, que son el fundamento último de la teoría de los precios propia de la macroeconomía estructuralista latinoamericana.

Keynes influyó fuertemente en las ideas de Raúl Prebisch, respecto del sistema centro-periferia. En rigor el tema del deterioro de los términos del intercambio es una explicación macroeconómica que se apoya fuertemente en el concepto de demanda efectiva y en las reglas tecnológicas e institucionales que regulaban el comercio de productos primarios frente al comercio de manufacturas.

La primera parte de la explicación del deterioro de los términos de intercambio,  especialmente influida por la visión keynesiana, está referida a la demanda externa de productos primarios ofertados por América Latina que tendía a ralentizarse y la demanda periférica de manufacturas ofertadas por los países centrales que tendía a acelerarse.

Respecto de la demanda céntrica de productos primarios influían dos factores en su ralentización, primero debido a las reglas tecnológicas de la producción manufacturera de los centros, tendía a generarse una reducción del componente primario en el valor final de las manufacturas a medida que el progreso técnico (miniaturización, productos sintéticos, reciclaje, etc.) se iba introduciendo en los métodos productivos. Segundo, las reglas técnicas e institucionales del consumo se expresaban en las así denominadas, leyes de Engel (estadístico alemán) sobre el comportamiento de las canastas familiares, de manera que a medida que aumentaba el ingreso medio se reducía el componente de gasto en alimentos y productos menos elaborados en el gasto total de los consumidores (Prebisch 1950).

Respecto de las asimetrías entre el costo de la oferta internacional de productos primarios periféricos vis á vis el costo respectivo de la oferta internacional de manufacturas céntricas, los argumentos inconfundiblemente estructuralistas de esta explicación incluían el bajo poder sindical en las transacciones salariales por parte de los trabajadores de la periferia en las actividades primarias de exportación ante ganancias de productividad derivadas de la introducción de progreso técnico. Este bajo poder sindical expresaba una desfavorecida posición de éstos en la estructura institucional reguladora de las relaciones laborales, asociada, entre otros factores, a la desigualdad social rural en América Latina.

  1. La Heterogeneidad Estructural y las diferentes formas de poder:

La desigualdad social rural, que explicaba el escaso poder negociador de los trabajadores latinoamericanos, fue el punto de partida que abrió el juego a otros científicos sociales para poner de relieve los graves problemas de heterogeneidad estructural, de colonialismo interno, etc., derivados de la herencia colonial latinoamericana y de su aprovechamiento pragmático por las oligarquías prevalecientes en áreas rurales, especialmente durante el período 1950-1980.

La noción de heterogeneidad estructural, típica del estructuralismo latinoamericano, pretende expresar esa cristalización histórica de desigualdades sociales agregadas a lo largo del tiempo, que a escala macroeconómica pueden ser juzgadas a la luz de diferentes principios de justicia distributiva. Por lo tanto la teoría del valor económico estructuralista, que explica la tendencia de los precios de mercado (incluidos los términos internacionales de intercambio), no sólo alude a las interdependencias asimétricas de las transacciones micro económicas, sino también a las inequidades e injusticias distributivas medidas  por las estructuras transversales que regulan las corrientes macroeconómicas.

Desde luego la noción de heterogeneidad estructural entendida desde una perspectiva histórico-estructural, y asociada a la idea de la asincronía en el cambio histórico (Gino Germani), adquirió riqueza y variedad en las contribuciones de sociólogos que también implicaron de manera explícita o implícita los temas de las asimetrías de poder estructurado. (Medina Echavarría, Graciarena, Gurrieri, Stavenhagen, González Casanova, etc.).

Los diagnósticos de naturaleza política y cultural de todos estos autores latinoamericanos,  otorgaban sustento social e histórico a la explicación provista por la teoría del deterioro de los términos del intercambio elaborada por Prebisch, al estudiar las causas profundas del precario poder de organización y de negociación de los trabajadores incorporados a las actividades exportadoras. La contrapartida internacional de esta situación se verificaba en los trabajadores de las sociedades centrales altamente industrializadas que elaboraban las manufacturas exportadas a las periferias quienes lograban apropiar una parte sustancial de los frutos del progreso técnico que se iba incorporando, dando lugar por el lado de los costos de fabricación a una apropiación cerrada de las ganancias de productividad, traducida en aumento de salarios reales y mantenimiento de los precio internacionales de los productos exportados.

Esto significaba que en los mercados de trabajo, las transacciones a través de las cuales se determinaba el salario real de los trabajadores céntricos y de los trabajadores periféricos, reflejaban el mayor poder sindical de los primeros para apropiar cerradamente sus ganancias de productividad.

Nótese entonces que el razonamiento de Prebisch en su visión centro-periferia es sistémico y multidimensional en el sentido ya explicado al comienzo de este ensayo. El sistema centro periferia está compuesto por Estados nacionales o supranacionales (como lo es hoy la Unión Europea) vinculados por nexos tecnológicos e institucionales, de naturaleza asimétrica, dando lugar a injusticias distributivas, basadas en diferentes posiciones en las estructuras que otorgan poder a escala internacional. Las estructuras involucradas incluyen no sólo las que regulan las relaciones económicas internacionales sino también las internas de las sociedades nacionales de cada Estado. Por ejemplo las relaciones sindicales de los países desarrollados contribuyen a la explicación del deterioro de los términos de intercambio. Ellas incluyen considerar el poder negociador de los trabajadores, y verificar la existencia de un pacto social entre los actores principales de las sociedades desarrolladas (empresarios, trabajadores, y gobierno). La, así denominada, escuela regulacionista francesa que también puede incluirse dentro de la familia de las visiones institucionalistas, denominó “fordismo” a los complejos institucionales sobre los que se fundó dicho pacto.

 

  1. El concepto de excedente y las asimetrías de poder en las ideas de Prebisch y Furtado

Al final de su vida Prebisch, de manera explícita, en su último libro profundizó una convicción que lo había  acompañado durante toda su trayectoria intelectual: que una teoría del desarrollo y del subdesarrollo no se podía construir sobre bases puramente económicas, sino que debía necesariamente incluir otras variables, expresables a través de la estructura de poder. Y así definió, además del poder económico y del poder político del estado, otras dimensiones del poder (sindical, y social) que también operan en la determinación de los precios y afectan la distribución del ingreso real. Toda esta argumentación de Prebisch, en su dimensión específicamente económica se desarrolló en términos macroeconómicos, incluyendo el mecanismo dinámico de apropiación de lo que él llamó el excedente. Este mecanismo específico es una noción compleja y debatible que por razones de espacio no se puede desarrollar aquí.

Al igual que Raúl Prebisch, dentro de la corriente estructuralista latinoamericana también Celso Furtado desarrolló explicaciones del proceso económico que implicaron el rescate de las asimetrías de poder a partir de las cuales se evidenciaban situaciones específicas de (in)justicia distributiva. El punto aquí no radica en las posiciones éticas de estos autores respecto de las desigualdades sociales, sino en las interpretaciones científicas que, desde una perspectiva macroeconómica, terminan explicando el proceso de desarrollo como teñido por desigualdades sociales que en última instancia dependen de toda la estructura de las sociedades que se desarrollan. Hay “algunos botones de muestra” en un libro de Furtado donde esta lectura del proceso de desarrollo económico, de su marco sistémico, y de su carácter multidimensional quedan resumidamente en evidencia:

“Los puntos estratégicos de ese proceso [el proceso económico] son la posibilidad de   incrementar la productividad y la apropiación por grupos minoritarios del fruto de ese incremento. Estos dos factores son los que en última instancia, posibilitan el crecimiento. En verdad si los recursos incorporados al proceso productivo no causasen aumento real de productividad, la acumulación no determinaría ningún crecimiento, limitándose a transferir en el tiempo el acto de consumo. Por otro lado, si el fruto ocasional o permanente de productividad fuese distribuido en el conjunto de la población, el resultado sería apenas una elevación ocasional o permanente del nivel de consumo pasando la economía de una posición estacionaria a otra, sin que se originase un proceso de crecimiento”.

(…) “En una economía que haya alcanzado cierto grado de desenvolvimiento, la producción presenta una estructura tal que la acumulación se torna un proceso casi automático. De partida, para que el aparato productivo funcione normalmente es indispensable que también la demanda presente cierta composición. Ahora la composición de la demanda está determinada por la distribución del ingreso, esto es, por la forma como los distintos grupos se apropian del producto. Cabe, por lo tanto concluir que la estructura de la producción, la parte de la producción que se destina a acumulación y a distribución de la renta tienen todas las mismas causas fundamentales. Estas dependen del sistema institucional que se articula en torno del proceso de apropiación del excedente” (Furtado, 1961, páginas 120 y 121. El énfasis corresponde a esta cita).

Las reflexiones de Furtado, igual que las de Prebisch, distinguen de manera sistémica por un lado entre actores sociales relevantes vinculados por lazos de poder que conforman las estructuras de producción, distribución y consumo propias del subsistema económico. Pero, para ambos autores, dichas estructuras dependen del sistema institucional que se articula en torno del proceso de apropiación del excedente.

El concepto de excedente en Furtado es muy sencillo e intuitivo, se refiere a aquel producto social remanente por encima de las necesidades de supervivencia de la población que se desempeña en actividades manuales no calificadas. Esto supone que Furtado define su concepto de excedente partiendo del concepto de necesidades de subsistencia. Esta idea fue formalizada con algún detalle en su Prefacio a Nova Economía Política.  Este punto también justifica los vínculos conceptuales abstractos que hemos establecido entre los conceptos de necesidad, de dependencia y de poder. Esos vínculos son precisamente a los que se refiere Furtado cuando destaca el sistema institucional que se articula en torno del proceso de apropiación del excedente.

Pero, como el propio Furtado lo hizo notar reiteradamente, uno de los problemas epistemológicos esenciales que afronta la ciencia social es el nivel de abstracción al que se plantean los temas. Al más alto nivel de abstracción nos enfrentamos con la naturaleza o condición humana que es transhistórica. Si no fuera transhistórica, es decir si no atravesara todas las civilizaciones pasadas presentes y futuras la historia carecería de un hilo conductor porque habría perdido su sentido humano. Aquel sentido que hoy nos permite leer, entender y aprender de Aristóteles, o de Platón interpretaciones sobre las sociedades antiguas en una comunicación interhumana que atraviesa milenios.

Lo mismo acontece con las necesidades humanas esenciales, las que son universales mientras la condición humana exista como tal, pero la forma como esas necesidades se satisfacen o los mecanismos a través de las cuales son instrumentadas para crear estructuras de poder, depende de condiciones tecnológicas e institucionales específicas que no se le escapan a Furtado. Lo mismo puede afirmarse en un corte transversal de las sociedades humanas contemporáneas, cada vez más globalizadas.

Respecto del actual proceso de globalización afirma Furtado:

“La situación se hace más compleja cuando la producción se estructura de manera transnacional, el valor de la mano de obra siendo un fenómeno social, se define dentro de cada sociedad, o con mayor precisión dentro del ámbito de los sistemas económicos nacionales. Cierto es que el trabajo puede ser considerado en términos abstractos, independientemente del contexto en el que se realiza, medido en unidades físicas, pero esta es una noción de alcance reducido, si lo que queremos es comprender las relaciones sociales que componen el proceso de producción. Si comparamos sistemas económicos contemporáneos observamos que el valor de la mano de obra – o sea el poder de compra del salario medido en términos de un conjunto de bienes que satisfacen las necesidades básicas de la población-  varía en función de la estructura interna de dominación (la forma en que el excedente social se apropia y utiliza) y del nivel de acumulación, el cual condiciona la productividad física del trabajo. Si nos limitamos a observar sociedades capitalistas con una organización interna similar, el segundo factor pasa a ser determinante”. (Furtado 1978, 29-30).

De nuevo en el párrafo anterior queda claro que, en sus razonamientos económicos asociados al concepto de excedente, Furtado parte del concepto de necesidades humanas, las que para sociedades histórico-concretas son necesidades existenciales específicas que implican diferentes conjuntos de bienes capaces de satisfacer el mismo tipo de necesidades básicas (nutrición, educación, salud, vivienda, etc.). Nótese que para acceder a los satisfactores específicos los trabajadores deben acceder a cuotas de poder adquisitivo que dependen de su salario.

En el caso de Prebisch el concepto de excedente que él privilegia es más dinámico y se asocia a las ganancias de productividad que brotan de la introducción de progreso técnico. Pero también en este caso queda claro que el excedente, es el fruto de relaciones institucionales que expresan poder estructurado en el seno de cada sociedad. Además también para Prebisch la dinámica de generación y apropiación del excedente sólo se hace inteligible a partir de los conceptos vinculados de poder adquisitivo y de demanda efectiva.

El razonamiento de los estructuralistas es, por razones ya apuntadas, fundamentalmente macroeconómico, y se funda en una visión sistémica apoyada por un lado en las reglas técnicas e institucionales que permiten generar y apropiar las ganancias de productividad medidas por la diferencia entre el  valor agregado por la fuerza de trabajo de menor calificación, y la parte del producto social que ésta logra capturar, y por otro lado en la existencia de actores sociales capaces de ejercitar su posición privilegiada en dichas estructuras para llevar adelante el proceso de desarrollo.

El concepto de excedente que fue utilizado de diferentes maneras por la antropología social, y por los economistas clásicos, es, como sabemos, un punto central en la teoría de la explotación capitalista que Carlos Marx profundizó. Sin embargo, al adoptar la teoría del valor trabajo originalmente formulada por David Ricardo, Marx cerró su campo teórico, y en El Capital formuló una teoría totalmente abstracta de los mecanismos de poder que dinamizan el proceso capitalista. Así más allá de la validez ética de los razonamientos de Marx, desde el punto de vista epistemológico que nos interesa enfatizar aquí, el hecho concreto es que Marx, como economista, eliminó de su campo teórico central cualquier asimetría de poder, diferente a la del proceso de explotación laboral, que pudiera operar en el interior de los mercados capitalistas a través de las transacciones de mercado. Esa es precisamente la misión de su teoría del valor (Di Filippo 1981).

Las teorías del valor trabajo y de los precios en las versiones de Ricardo y Marx, no permiten entender las condiciones específicas de heterogeneidad estructural imperantes en América Latina; más precisamente, no son adecuadas para el estudio de la formación de los precios en el interior de las economías periféricas. En particular partiendo de la teoría del valor de Marx no hay manera de vincular la noción de heterogeneidad estructural con el proceso de formación de los precios en las economías periféricas.

  1. Penetración estructuralista al “blindaje” de las teorías económicas unidimensionales

Lo que caracteriza visiblemente a las teorías heterodoxas del valor que, en este ensayo, sugerimos denominar con el apelativo de teorías del valor-poder es que en los mercados prevalecen asimetrías de poder derivadas  tanto de la propia estructura de los mercados (oligopolio, monopolio) como derivadas del marco institucional global articulado en torno a la captación y utilización del excedente social.

Dentro de esta visión heterodoxa propia de las teorías del valor- poder, destaca la escuela institucional o institucionalista cuyos padres fundadores fueron Thorstein Veblen y John Commons. Ambos estudiaron las relaciones de poder institucionalizado que se establecen en las sociedades capitalistas. Lo hicieron preferentemente desde una perspectiva micro-social o micro-económica. El primero escribió, además de su célebre Teoría de la Clase Ociosa, un examen crítico del capitalismo industrial denominado en Inglés The Theory of Business Enterprise, en donde las asimetrías de poder, cuya raíz cultural profundizó extraordinariamente, se traducen en las estructuras monopólicas de los mercados, ejemplificadas claramente con las condiciones imperantes en los Estados Unidos a comienzos del Siglo XX.

Por su parte John Commons escribió, entre otras obras su Legal Foundations of Capitalism [1924], que son una expresión de la idea de transacciones sujetas a un poder institucionalizado tal como la hemos sugerido en estas líneas. La obra en cuestión estudia la influencia de los dictámenes judiciales en la evolución del concepto de propiedad dentro del capitalismo americano.

Así el concepto de asimetrías de poder inherentes a la estructura misma de los mercados fue abordado por estos economistas y su escuela, consolidando la idea evidente de que el capitalismo del siglo XX, y por lo visto aún más en el siglo XXI, es un capitalismo oligopólico.

El estudio de los temas micro-económicos, por ejemplo los relativos a la lógica interna que determina las transacciones de mercado, fue escasamente abordado por Prebisch, pero en el caso de Furtado encontramos párrafos de gran fuerza y transparencia conceptual, referidos a la lógica micro-económica en la determinación de los precios:

“Las transacciones de mercado son, por regla general, transacciones entre agentes de poder desigual. En efecto, la razón de ser del comercio –expresión de un sistema de división del trabajo- reside en la creación de un excedente, cuya apropiación no se funda en ninguna ley natural. Las formas “imperfectas” del mercado a las que se refiere el economista no son otra cosa más que un eufemismo para describir el resultado ex post de la imposición de la voluntad de determinados agentes sobre esta apropiación. Puesto que todos los mercados son de alguna manera “imperfectos”, las actividades de intercambio engendran necesariamente un proceso de concentración de riqueza y poder. De ahí la tendencia estructural, observada desde los inicios del capitalismo industrial, hacia la formación de grandes empresas. Muchos observadores inferirán erróneamente de esta observación que las pequeñas empresas tienden a desaparecer, pero la experiencia demuestra que son insustituibles en el ejercicio de importantes funciones: sin las pequeñas empresas el sistema capitalista perdería considerablemente, no sólo flexibilidad, sino también inventiva e iniciativa”. (Furtado 1978, p.17)

En este párrafo de Furtado, hago abstracción de su interesante acotación respecto de las PYME para poner de relieve la nítida y sencilla formulación de una visión respecto de las transacciones de mercado fundadas en relaciones asimétricas de poder, de la que resulta, una concepción del valor-poder que lo ubica en el grupo heterodoxo distinguido en este examen y lo acerca a las argumentaciones de la corriente institucionalista norteamericana.

La retroacción o fecundación recíproca entre las corrientes estructuralista e institucionalista anglosajona también se observa en otros argumentos de Furtado donde, aún sin mención explícita de este autor, se nota la influencia de J. K. Galbraith y de sus estudios sobre El Nuevo Estado Industrial (1969) y El Capitalismo Americano (1952). Por ejemplo observa Furtado:

“La transición del llamado sistema de mercado hacia el capitalismo organizado contemporáneo había de tener necesariamente repercusiones en los centros coordinadores de las actividades económicas y en la configuración general de las estructuras de poder. Prácticamente en todos los sectores de actividad existen empresas o grupos razonablemente estructurados de empresas cuyo comportamiento pesa globalmente sobre el sistema. Lo mismo puede decirse con respecto a las organizaciones sindicales. De esta manera, el contenido político de las decisiones económicas, que permanecía encubierto en los mercados atomizados, se hace claro, al igual que las implicaciones sociales de la orientación que adoptan los centros coordinadores. En el capitalismo organizado ya no tiene sentido la ideología según la cual la actividad de los centros coordinadores debe ser una prolongación de la “mano invisible” de los mercados atomizados. El poder político –concebido como capaz de modificar el comportamiento de amplios grupos sociales- se configura como una estructura compleja en la cual las instituciones que componen el estado interactúan con los grupos que dominan el proceso de acumulación y con las organizaciones sociales que pueden interferir de manera significativa en la distribución del ingreso. En la medida en que amplía y diversifica su esfera de acción, el estado contribuye a aumentar la complejidad del sistema de relaciones sociales sobre el cual actúa, puesto que él mismo da origen a estratos sociales con intereses propios”. (Furtado 1978, 20).

  1. Conclusiones

El concepto de poder estructurado propuesto en este ensayo, permite combinar el papel de las voluntades individuales como agentes del cambio social con el de las estructuras (reglas técnicas y sociales) que encauzan, incentivan y limitan la expresión concreta de esas voluntades.

El enfoque estructuralista latinoamericano es sistémico y fundado en una concepción de la historia, que no es ni determinista ni voluntarista. La historia se concibe como un proceso abierto e impredecible,  en primer lugar afectado no sólo por estructuras tecnológicas y económicas, sino también por los restantes marcos institucionales de la sociedad y, en segundo lugar dinamizado por la praxis de los actores encuadrados en dichas estructuras.

La posibilidad científica de verificar empíricamente los procesos examinados por los estructuralistas encuentra en los precios de mercado (especialmente en los “precios clave” como los del dinero, del trabajo, de los recursos naturales y de la energía, etc.) la materia cuantitativa requerida, a través de la manera como esos precios reflejan las asimetrías de poder de todo el sistema social y no sólo las del sistema económico.

Cuando el estructuralismo latinoamericano abre de este modo el juego del mercado, entonces la ética utilitarista que hoy predomina en el mundo bajo las formas de la sociedad privilegiada de consumo (Prebisch), pierde la fuerza que tiene en las caricaturas del “hombre económico”, y cede el paso a una consideraciones de filosofía política y moral.

El tipo de justicia que impera en los mercados concebidos bajo condiciones estáticas de equilibrio general estable, es la justicia conmutativa, según la cual se obtiene un precio que, en su justificación teórica implica contraprestaciones equivalentes pero, en su justificación práctica que incluye posiciones de poder, significa que las voluntades de las partes han llegado a un punto de aceptación (de buena o mala gana) de los términos de la transacción. La justicia conmutativa adquiría significación en sociedades precapitalistas estáticas como las del mundo antiguo y medieval no sujetas a procesos de desarrollo  económico. Allí operaba un “juego de suma cero” en donde las ganancias de unos sólo podían provenir de las pérdidas de otros, pero el capitalismo es un juego de suma positiva y su continuo proceso de crecimiento plantea el problema de la apropiación y uso social del excedente incremental (Prebisch 1981).

Al abrir el campo a las consideraciones éticas emerge la noción de justicia distributiva que es esencial para juzgar la racionalidad del comportamiento político y de las funciones de los Estados en el manejo de la política económica.

En la visión de Prebisch la lectura ética subyacente al mensaje estructuralista es esencial y vale la pena terminar este ensayo con uno de los múltiples párrafos en que plantea ese mensaje. Respecto de la pregunta ¿a quién pertenece el excedente? Responde Prebisch:

“No hay solución científica. La solución es fundamentalmente ética: acumular el excedente para brindar a todos  las ventajas del desarrollo. Corresponde a toda la colectividad y tiene que emplearse en su beneficio para corregir las disparidades estructurales en la distribución del fruto de las innovaciones tecnológicas, ya se trate de las que provienen del poder económico o del poder social”. (Prebisch 1981, 334).

 

Bibliografía:

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Weber Max (1973), Ensayos sobre Metodología Sociológica, Amorrortu

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By | noviembre 10th, 2018|Sin categoría|Sin comentarios

PODER CAPITALISMO Y DEMOCRACIA

ÍNDICE Y PREFACIO DEL LIBRO PUBLICADO POR RIL EDITORES (2013)
Índice
Prefacio……………………………………………………………………….11
Índice de siglas ……………………………………………………………23
Agradecimientos…………………………………………………………..25
Parte I
Capitalismo
1. El capitalismo: sus rasgos definitorios…………………………….27
2. Capitalismo y sistemas políticos: un bosquejo histórico…….47

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EL ESTRUCTURALISMO HISTÓRICO LATINOAMERICANO EN EL SIGLO XXI

EL ESTRUCTURALISMO HISTÓRICO LATINOAMERICANO EN EL SIGLO XXI

 Armando Di Filippo

 (Trabajo a ser publicado en la Revista “SaberEs” (www.saberes.fcecon.unr.edu.ar/).

 Publicación de la Facultad de Ciencias Económicas y Estadística. Universidad Nacional de Rosario.

 

El presente ensayo intenta sintetizar los rasgos principales que caracterizan a esa corriente de pensamiento que denominamos Estructuralismo Latino americano (más…)

By | noviembre 18th, 2017|Sin categoría|Sin comentarios

EL ESTRUCTURALISMO LATINOAMERICANO: VALIDEZ Y VIGENCIA EN EL SIGLO XXI

EL ESTRUCTURALISMO LATINOAMERICANO VALIDEZ Y VIGENCIA EN EL SIGLO XXI

Armando Di Filippo

 

Conferencia dictada sucesivamente en las Facultades de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires y de Ciencias Económicas de la Universidad deRosario, en noviembre del 2016. Publicada en la Revista Entrelíneas de la Política Económica, Año 10, número 48; Universidad Nacional de La Plata, Argentina. (más…)

By | noviembre 8th, 2017|Sin categoría|Sin comentarios

CAPITALISMO GLOBALIZADO Y RESPONSABILIDAD DE LAS CORPORACIONES TRANSNACIONALES

CARACTERÍSTICAS DE UN ENFOQUE ALTERNATIVO

El presente fragmento, publicado aquí bajo otro título, corresponde al documento de Armando Di Filippo: “Fundamentos de un enfoque iberoamericano para la enseñanza de la responsabilidad social empresarial”, solicitado a su autor en 2012 por el Fondo Fiduciario España—PNUD referido al área temática: “Hacia un Desarrollo Integrado e Inclusivo en América Latina y el Caribe”.

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DEMOCRACIA INTEGRAL Y DESARROLLO HUMANO

DEMOCRACIA INTEGRAL Y DESARROLLO  HUMANO

Armando Di Filippo

 

El derecho a elegir y a ser elegido a cargos gubernamentales por parte de los ciudadanos de un régimen democrático, otorga un papel central a los seres humanos, ya que la condición de ciudadano se predica solamente respecto de los seres humanos.

 

Si bien no todo ser humano ha sido investido, en la historia, con la condición de ciudadano, queda claro que todo ciudadano debe ser necesariamente un ser humano. Este énfasis en la condición humana de cualquier ciudadano puede parecer una perogrullada obvia, si no fuera porque en el presente de las megacorporaciones capitalistas se ha acuñado la equívoca expresión «ciudadanía corporativa » o «ciudadanía empresarial» que confunde el significado básico de nociones centrales de la ciencia política establecidas desde los tiempos de Aristóteles.

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HACIA UNA NUEVA TEORÍA DEL VALOR PARA LA CIENCIA ECONÓMICA DEL SIGLO XXI

Significado humano del valor económico que subyace a los mercados

El meollo o hilo conductor para la comprensión del capitalismo, sistema que ha dominado el mundo occidental durante los últimos doscientos cincuenta años, es la lógica del mercado. Así como el Rey Midas convertía en oro todo lo que tocaba, también el capitalismo ha convertido en mercancías todo lo que ha tocado, y cada vez abarca más ámbitos de la vida humana que, sobre todo en Occidente, llamamos civilizada.
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UNA TEORÍA MULTIDIMENSIONAL DEL VALOR ECONÓMICO

UNA TEORÍA MULTIDIMENSIONAL DEL VALOR ECONÓMICO

 

Armando Di Filippo

 

Este trabajo propone la tarea de descubrir y recrear una visión multidimensional del valor económico (es decir, de aquello que es medido por los precios y cantidades de mercado y que está detrás de las nociones de ingreso y producto a escala social) que dé cabida a las restantes dimensiones de la sociedad humana y a los científicos sociales que las cultivan, para que penetren en ese terreno blindado y vedado de las actividades económicas y de la ciencia económica actual. Se trata, en otras palabras, de construir avenidas de ida y vuelta entre la ciencia económica y las restantes ciencias sociales y biológico-ambientales que afectan la vida humana. Son dichas avenidas las que permiten establecer vínculos entre la visión multidimensional del valor económico y la visión multidimensional o integral de la democracia planteada en el capítulo anterior.

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By | marzo 5th, 2016|Cs. Sociales, Economía|Sin comentarios

MERCADO EFICIENTE Y LIBRE EMPRESA: ¿De qué estamos hablando?

MERCADO EFICIENTE Y LIBRE EMPRESA: ¿De qué estamos hablando?

Armando Di Filippo

En mi último libro Poder Capitalismo y Democracia (RIL Editores 2012) he insistido en plantear la importancia de la noción de dominación, junto con una crítica al capitalismo globalizado del siglo XXI y a sus impactos sobre los principios de la democracia occidental.

Los críticos más acérrimos a las ideas allí expuestas se apoyan en lo que hemos estado denominando neoliberalismo. La visión neoliberal hace aparecer al mercado y a la libre empresa como los auténticos custodios de la racionalidad instrumental (fuente de la eficiencia capitalista medida por la tasa de ganancia) y como la fuente de la creatividad sobre la cual se construyó la civilización del capitalismo. Por oposición al Estado le adjudican todos los males de la burocracia ineficiente, del autoritarismo, del populismo y de los mayores obstáculos a la expansión de los mercados y de la libre empresa.

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By | febrero 11th, 2016|Sin categoría|Sin comentarios

UNA TEORÍA «ARISTOTÉLICA» DEL PODER Y LA DOMINACIÓN

UNA TEORÍA “ARISTOTÉLICA” DEL PODER Y LA DOMINACIÓN

(Nota: El entrecomillado para la palabra «aristotélica» es un recordatorio de que Aristóteles no formuló tal teoría ni pretendió hacerlo. En este capítulo se utilizan libremente sus categorías filosóficas básicas para proponerla) (más…)

MERCADO Y DEMOCRACIA

NOTA: Se transcriben a continuación fragmentos de un artículo titulado Mercado y Democracia publicado hace más de treinta años, cuando en el mundo se consolidaba la “Revolución Conservadora”. En ese momento histórico las conquistas del Estado Social todavía prevalecían, y el keynesianismo era fuerte (aunque en proceso de erosión) pues la hegemonía del capital financiero globalizado no se había manifestado en plenitud. Hoy el mundo ha cambiado y la conciencia de las tremendas desigualdades sociales, de las nuevas formas de explotación a través de las finanzas, y de la crisis ambiental, (más…)

LA RESPONSABILIDAD DE ALEMANIA SOBRE LOS ESCENARIOS FUTUROS DE LA UNIÓN EUROPEA

LA RESPONSABILIDAD DE ALEMANIA SOBRE LOS ESCENARIOS FUTUROS DE LA UNIÓN EUROPEA

¿Cuáles son las perspectivas de la crisis? En plazos cortos, algunos analistas piensan que dependerá del comportamiento de Alemania que, como se sabe, es el centro hegemónico de la UE. En plazos medianos la disyuntiva es clara, o se consolida la integración mediante una unión fiscal o se afronta una desastrosa fragmentación de Europa. (más…)

HAYEK Y SU DEFENSA UNILATERAL DE LA JUSTICIA CONMUTATIVA

Estudiar a Hayek resulta un interesante ejercicio para verificar hasta qué punto, las palabras pueden ser tergiversadas y dotadas de contenidos conceptuales diametralmente opuestos a lo que realmente significan. Nos concentraremos aquí en dos conceptos claves, los de justicia y libertad, para contrastar la visión de Hayek con la que este trabajo intenta desarrollar. Dice Hayek (1981): (más…)

LA SOCIEDADES QUE TENEMOS Y LAS QUE REQUERIMOS CONSTRUIR

Una lectura multidimensional de las sociedades humanas

Las instituciones entendidas como reglas sociales vigentes, interiorizadas en el comportamiento habitual de las personas naturales y de las asociaciones, pueden ser examinadas en cuatro dimensiones que son consideradas esenciales para cualquier sociedad humana. Las instituciones están históricamente determinadas y por lo tanto nos referimos a las sociedades humanas contemporáneas tal como operan mayoritariamente, al menos en el mundo occidental del siglo XXI.

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DE LA NOCIÓN MARXIANA DE EXPLOTACIÓN A LA DE DOMINACIÓN FINANCIERA POR LA VÍA DEL MERCADO

Si a la demanda agregada se la hace depender de la distribución personal-familiar del ingreso y se la independiza de la ley del valor como fundamento de los precios de mercado en el sentido de Marx, se hace viable considerar los fenómenos de dominación-explotación que se verifican en el mercado. Así, el mercado puede ser la fuente efectiva de asimetrías de poder que no responden o no se detectan a través de las categorías marxistas, sobre la base de las cuales se ha edificado la noción de explotación de clases. (más…)

By | junio 24th, 2015|Cs. Sociales, Economía|Sin comentarios

CAPITALISMO Y DEMOCRACIA EN LA AMERICA LATINA DE POSTGUERRA

En América Latina, en la segunda mitad del siglo XX, tuvieron lugar profundas transformaciones en las áreas rurales, donde predominaba la desigualdad social. Se verificaron importantes revoluciones como la boliviana en 1952 y la cubana en 1959. (más…)

LA VISION CENTRO-PERIFERIA Y EL PROCESO DE GLOBALIZACIÓN

Se han levantado voces en medios académicos y políticos que suscriben el acta de defunción de la visión centro-periferia del sistema de relaciones económicas internacionales, asociada a los estudios y propuestas de la Escuela Latinoamericana del Desarrollo que floreció al alero de la CEPAL. Esta visión tiene un carácter que podríamos denominar transhistórico o, al menos, aplicable a varios períodos  sucesivos de la era contemporánea, inaugurados a partir de las revoluciones políticas americana y francesa y de la Revolución Industrial Británica. El criterio periodizador de la visión centro-periferia incluye la Revolución Industrial (más…)

DEMOCRACIA, ASPECTOS PROCEDIMENTALES Y SUSTANTIVOS

La democracia como sistema político fue caracterizada originalmen­te por Aristóteles en su obra Política, pero lo hizo solamente para el ciudadano griego, apto para gobernar y para obedecer al gobierno de sus pares. Aceptó, simultáneamente, la esclavitud como régimen social compatible con la democracia al estilo griego. Aristóteles no solo caracterizó la democracia como un régimen que defiende la libertad de los ciudadanos griegos, sino que, de acuerdo con algu­nos intérpretes de su pensamiento, la consideró como el mejor de los regímenes políticos, apoyando simultáneamente la regla de la mayoría y la regla de la ley.
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