Capitalismo neoliberal versus social democracias

Un rasgo decisivo del capitalismo estadounidense durante los últimos veinte años ha sido la creciente desigualdad en la distribución del ingreso, como consecuencia de una reducción de la carga tributaria a las grandes fortunas y a las CT, junto con una tendencia de estas últimas a la elusión tributaria aprovechando los paraísos fiscales y financieros.

Especialmente en Estados Unidos, pero también en Europa, el empleo en actividades elaboradoras de productos industriales se redujo por la instalación de las cadenas productivas en aquellas zonas procesadoras de exportaciones (maquiladoras) ubicadas en países subdesarrollados o emergentes.

Resumiendo lo dicho, el capitalismo globalizado fundado en las TIC y apoyado en la ideología neoliberal (codificada en el así denominado Consenso de Washington), se ha ido desvinculando del control de los sistemas políticos democráticos nacionales, fundándose en el dogma de la autorregulación de los mercados, extendido ahora a los poderosos mercados financieros globales. Un punto de inflexión histórica, en materia de autorregulación financiera tuvo lugar a fines del siglo XX con la derogación de la ley Glass-Steagal (separación entre la banca de depósito y la banca de inversión). Esta ley sancionada durante el gobierno de F. D. Roosevelt formaba parte de un conjunto de medidas regulatorias para controlar las posiciones monopólicas y oligopólicas en todos los mercados y evitar la competencia desleal entre empresas.

Con la asunción de Alan Greenspan al comando de la Reserva Federal, la política financiera se relajó con descensos de la tasa de interés que facilitaron la especulación y alimentaron sucesivas burbujas. Estas burbujas incrementaron las ganancias de la banca y la imaginación de los financistas para crear productos financieros complejos e incomprensibles respecto de los cuales no era posible calcular sus tasas de riesgo. Se crearon entonces otros instrumentos financieros que «aseguraron» esas riesgosas inversiones, sin tener mucha claridad sobre la capacidad de afrontar las pérdidas que podían derivarse del impago de dichas deudas.

El descenso de las tasas de interés en la economía europea reconoce causas diferentes. A partir de la introducción del euro los países incluidos en dicha zona, quedaron regulados por un solo banco central y una sola tasa de interés. La tasa de interés que se impuso resultó demasiado baja para los países de la periferia europea de acuerdo con sus tendencias históricas previas, y facilitó el endeudamiento privado y público. Por ejemplo, en la esfera pública las tasas de interés de los bonos gubernamentales a 10 años siempre habían sido mucho más altas en Grecia, Portugal, España, Irlanda e Italia, de lo que eran en Alemania y Francia. A partir de la introducción del Euro esas tasas se nivelaron hacia abajo siguiendo la influencia sobre todo de la tasa alemana. Con ese bajo costo del crédito se hizo muy rentable endeudarse al sector público y privado de la periferia europea. Los gobiernos obtenían recursos vendiendo sus títulos públicos a precios más altos y costos financieros más bajos, y los especuladores privados conseguían fondos a tasas de interés muy favorables. En la esfera privada, una muestra de estas tendencias fueron las burbujas inmobiliarias que proliferaron por dichos países.

Hasta fines del siglo XX, Europa había logrado con dificultades mantener sus socialdemocracias con mayores niveles de justicia distributiva y protección social que los imperantes en Estados Unidos. Lo habían hecho buscando eludir la competencia asiática y apoyándose en el mercado interno integrado. Pero la instalación del Euro (1999), sin una unión fiscal paralela, significó entregar el control del proceso económico al banco central europeo, es decir a un poder monetario autónomo no contrabalanceado por el poder político de los gobiernos. A la falta de control democrático-ciudadano  (carencia que también siempre caracterizó el funcionamiento de la Comisión Europea) se unió a partir del siglo XXI, la falta de control por parte de los estados miembros más débiles de la UE  respecto de las funciones y fines del Banco Central Europeo, que ha respondido a los intereses de los países «centrales» (por oposición a los «periféricos» europeos) y en particular a la poderosa economía alemana.

Esta pérdida de poder de los sistemas políticos democráticos, muy elocuente en la historia reciente de la Unión Europea, está generando una rápida erosión de la socialdemocracia frente al poder del capitalismo global. Es de esperar que las reacciones ciudadanas de indignación que están en curso actualmente (2012), se traduzcan en la formación de nuevas fuerzas políticas que recuperen el rol que le cabe a los estados democráticos en el control del capitalismo globalizado.

Las políticas de austeridad que se imponen sobre los países más endeudados, están hundiendo a Europa rápidamente en una recesión. Esto significa niveles alarmantes y crecientes de desempleo en algunos países de la periferia de Europa, menores recaudaciones fiscales, mayor crecimiento de los déficits públicos, mayores tasas de riesgo para el refinanciamiento de sus créditos etc. De este modo la lógica del capital financiero está «colonizando» no sólo estados periféricos (como Irlanda, Grecia, y Portugal) sino otros ubicados más cerca del centro (como España, o Italia) e imponiendo gobiernos no elegidos por la ciudadanía. En el corto plazo la victoria del neoliberalismo financiero parece completa en Europa.

Las firmes regulaciones requeridas para controlar los abusos y someter las finanzas especulativas a las necesidades productivas reales, no han podido ser implementadas. Por ahora el deterioro económico y social en términos reales es enorme, pero la distribución social de la carga es tremendamente injusta. La están soportando los ciudadanos de menores recursos que no encuentran empleo y ven reducidos sus beneficios sociales.

Estas comprobaciones nos remiten a las tesis centrales de este trabajo. A las nociones de justicia distributiva y justicia conmutativa, a la necesidad de subordinar la segunda forma de justicia a la primera, o, dicho de otra manera, a la necesidad de subordinar los valores, principios e instituciones del capitalismo, a los valores principios e instituciones de la democracia.

La indignación ciudadana recorre Europa y Estados Unidos, pero el poder ciudadano no ha encontrado cauces políticos que lo conduzcan. Son las instituciones mismas de la democracia social y económica, las que deben ser replanteadas. De lo contrario, la misma democracia política correrá serios riesgos.

Fragmento del libro Poder capitalismo y Democracia. Una visión sistémica desde América Latina. Armando Di Filippo RIL Editores 2013.