Significado humano del valor económico que subyace a los mercados

El meollo o hilo conductor para la comprensión del capitalismo, sistema que ha dominado el mundo occidental durante los últimos doscientos cincuenta años, es la lógica del mercado. Así como el Rey Midas convertía en oro todo lo que tocaba, también el capitalismo ha convertido en mercancías todo lo que ha tocado, y cada vez abarca más ámbitos de la vida humana que, sobre todo en Occidente, llamamos civilizada.

Como es archisabido la racionalidad instrumental del capitalismo se expresa cuantitativamente a  través de los mercados, allí se transan por un lado precios y cantidades de mercancías. Por otro lado, el aspecto cualitativo de las mercancías transadas se toma en cuenta también con un criterio instrumentalmente racional: producir y publicitar objetos materiales o inmateriales, con utilidad real o imaginaria, que tienen demanda en el mercado para lucrar con su venta. La composición y dinámica de esa demanda es una expresión de la distribución del poder de compra entre los actores, personas y empresas, que pueden jugar el juego del mercado. El mercado responde a las escaseces relativas, y éstas a su vez se van midiendo por el juego de las cantidades demandadas y ofertadas, tanto a nivel de productos, sectores o ramas específicas como a nivel de los sistemas económicos considerados en su conjunto.

El poder económico que dinamiza el capitalismo es el capital, entendido como el poder adquisitivo general capaz de comprar todas las condiciones materiales  o inmateriales, públicas o privadas, requeridas para generar el poder productivo, para elaborar el producto y para intentar venderlo. La composición de ese producto debe responder a la demanda agregada, única forma de realizarlo (venderlo) para recuperar con ganancia el poder adquisitivo invertido. Esta es la lógica reproductiva del capital capaz de generar y administrar los niveles de escasez relativa que determinan directamente los precios  de las mercancías demandadas por aquellos actores sociales que pueden pagarlas.

El poder político, está inmediatamente detrás del capital, y consiste primero en fijar las reglas formales que regulan la sociedad en su conjunto y en  controlar, y administrar la coerción o la amenaza de utilizarla en caso de que otras fuerzas políticas intenten cambiar aquellas reglas. En este control y administración legalizados de la coerción radica en última instancia la cruda verdad del poder político efectivamente ejercido. Al ejercicio del poder político podemos denominarlo dominación política, y en las sociedades occidentales contemporáneas del capitalismo se ha expresado fundamentalmente en la existencia de los Estados Nación.

El poder cultural, a su vez,  sostiene y legitima los poderes anteriores. Y a largo plazo puede hacerlos colapsar, pues jamás en la historia un poder político ha sobrevivido sin apoyarse en una ética social legitimadora de las estructuras prevalecientes de poder económico y político. Ese relato legitimador provee los contenidos culturales difundidos a través de los mecanismos disponibles de información comunicación y conocimiento que la tecnología de cada época ha puesto a disposición de los poderosos.

El poder de la madre naturaleza, finalmente, ha estado detrás de todos los poderes mencionados; detrás de sus mecanismos instrumentales y de sus contenidos legitimadores. Este poder biológico ambiental hasta hace muy poco resistió la avasalladora lógica del capitalismo. Pero las crisis ambientales gravísimas que en el siglo XXI sufrimos de manera creciente, nos recuerdan que todos los otros poderes humanos están subordinados a éste que en última instancia procede de la madre naturaleza, y para los creyentes de las grandes religiones monoteístas encuentra su origen en una inteligencia trascendente y eterna. Pero para los fines de nuestro análisis económico nos basta con reconocer el poder de nuestra casa común planetaria, como último factor explicativo de la cadena de poderes que opera sobre los mercados.

La tesis que aquí se defiende es que, en última instancia, la dinámica de los mercados responde al juego interactivo de estos cuatro poderes. Por lo tanto el valor económico, entendido como la sustancia social que subyace a los precios, cantidades y calidades de las mercancías que se tranzan, expresa el impacto derivado de dicho juego interactivo. La prueba irrefutable de la existencia de estos poderes que subyacen al poder económico, y la medida de su impacto sobre los mercados se expresa precisamente en la manera como pueden modificar los precios, cantidades y calidades de las mercancías efectivamente transadas. Una prueba complementaria de la presencia activa de estos cuatro poderes, radica en que si omitimos el impacto de cualquiera de ellos no podremos entender cuáles son las razones que hoy, en el siglo XXI determinan la dinámica y perspectivas de los mercados mundiales. En un análisis más detenido se reconoce una permanente retroacción por parte de la lógica del capital que impacta sobre el modus operandi de estos poderes. La compartimentación disciplinaria actual en ciencias sociales conspira contra la comprensión y estudio de estos procesos multidimensionales.

Por lo tanto cuando tomamos como punto de partida las teorías del valor económico que nos legaron las grandes escuelas económicas del pasado (clásicos, historicistas, marxistas, institucionalistas, neoclásicos, keynesianos, etc.) carecemos de una guía segura para entender y pronosticar el futuro de la economía mundial. Esta afirmación no niega que, como estas teorías lo establecieron, las mercancías son productos, directos o indirectos, del trabajo humano, y que por supuesto deben ser “útiles y escasas” para adquirir un precio de mercado. Tampoco se niega el carácter multidimensional de enfoques del tipo Sistema Nacional de Economía Política (F. List). Simplemente se postula que para entender los mercados contemporáneos se requiere  ampliar el escenario causal a los poderes políticos, culturales y biológico- ambientales que subyacen a esos productos del trabajo dotados de “utilidad” que se convierten en mercancías. Esa ampliación de enfoque debe superar los enfoques nacionalistas y proyectar una mirada planetaria del capitalismo como las formuladas por el Estructuralismo Latinoamericano o el Sistema Mundo de Wallerstein.

Todas estas ideas han contribuido a entender el funcionamiento de los mercados tal como éste se manifestó en los siglos anteriores al presente. Sin embargo la ciencia económica que terminó siendo hegemónica fue la que resultaba funcional al centro  hegemónico principal del capitalismo en el siglo XX. Esta ciencia emanó de la corriente neoclásica: abstracta, ahistórica, individualista, y utilitarista. Para ella el punto de partida del estudio de los mercados fue una situación de equilibrio general estable, bajo condiciones de competencia perfecta, en donde las mercancías transadas se denominaron bienes económicos caracterizados por su “utilidad y escasez”.

En el párrafo anterior las palabras “utilidad y escasez” van entre comillas porque sus significados efectivos actuales (distintos a los que nos cuentan los manuales) responden a la racionalidad instrumental del capital y a la lógica sistémica del capitalismo. La utilidad y la escasez de las mercancías dependen ante todo de la distribución del poder adquisitivo en la sociedad. En términos de ética social estamos en el ámbito de la justicia distributiva. Cuanto más concentrada sea esta distribución menor atención social se prestará a la satisfacción de necesidades objetivas que son inherentes a la naturaleza humana. En suma la justicia distributiva tiende a ser desestimada o ignorada completamente no sólo en la teoría académica sino también en la praxis concreta de la racionalidad capitalista del siglo XXI.

La razón capitalista se opone incluso a la razón democrática liberal legitimada a partir de la revolución francesa (“libertad, igualdad, fraternidad”) o a los principios del gobierno (“del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”) democrático, inspiradamente sintetizados por Abraham Lincoln  en sus esfuerzos republicanos por promover la libertad entendida como liberación de la dominación padecida por los esclavos.

El sistema capitalista opera como un mecanismo cibernético auto expansivo y retroactivo fundado en la racionalidad instrumental del capital. El modus operandi capitalista es totalmente autorreferencial y tiende permanentemente a controlar y colonizar para su propio provecho las lógicas políticas, culturales, y biológico- ambientales.

Podría objetarse que las voces agoreras que pronosticaron el fin del capitalismo se han equivocado múltiples veces a lo largo de los siglos XIX, XX y XXI y, al final el capitalismo ha  continuado expandiendo y profundizando su dominio, ahora a escala planetaria.

Sin embargo en este siglo se han agudizado o profundizado al menos dos circunstancias  históricas nuevas que están cambiando el “campo de juego”: por un lado el surgimiento de las tecnologías de la información, de la comunicación y el conocimiento (TIC), y, por otro lado la agudización de la crisis ambiental a escala planetaria. Estos factores están generando un impacto transformador definitivo e irreversible que no tiene precedentes en la historia humana. En particular están afectando en profundidad la lógica de los mercados en cuanto a precios, cantidades y calidades de las mercancías que se tranzan. De allí la necesidad de formular nuevas teorías multidimensionales del valor económico que expliquen este nuevo desempeño y permitan introducir frontalmente la lógica de la democracia en el juego íntimo del mercado.

El impacto planetario de estas mutaciones conduce a un replanteamiento ético nuevo que no puede deducirse directamente de los preceptos morales del pasado. Utilizando una analogía que equipara los sistemas sociales a los juegos. Se trata de un “juego” nuevo, que da origen a nuevos jugadores (tanto los que ganan como los que pierden), operando con nuevos tipos de jugadas, que conducen a la elaboración de nuevas reglas.

Estamos en un profundo cambio de época cuyo desenlace desconocemos:  pero que puede conducirnos a un apocalipsis terminal o a un nuevo despertar civilizatorio. Por un mínimo sentido de cautela y auto conservación se impone una ética que tienda a preservar la sobrevivencia de la especie humana frente a los impactos objetivos que, en las esferas económica, política, cultural y biológico- ambiental, están derivando de la racionalidad descontrolada del capital y de la lógica sistémica del capitalismo, apoyado en los valores del individualismo utilitarista.

Esta ética de la sobrevivencia de la especie no se opone, pero tampoco se deduce directamente de valores trascendentes de naturaleza metafísica como los manifestados a través de las grandes religiones que son origen de las civilizaciones actuales. Del mismo modo, la ética que nos ligaron los grandes filósofos (Aristóteles, Kant, Espinoza, etc.) está compuesta de principios y de preceptos para el comportamiento de personas humanas que mayoritariamente vivieron en sociedades pre o protocapitalistas. Es una ética cada vez menos útil para regular el actuar de autómatas dotados de personalidad jurídica (como las grandes corporaciones transnacionales) orientados a maximizar el excedente privado en el marco del capitalismo globalizado actual.

Vivimos en un mundo pragmático en donde el razonamiento científico (y su búsqueda insobornable de la verdad) ha quedado capturado y colonizado por la racionalidad instrumental del capital, fundada en los criterios microeconómicos del cálculo costo beneficio.

¿Qué es lo nuevo de este planteamiento? Que se requiere una nueva ética fundada en el concepto de naturaleza humana, y de necesidades objetivas requeridas para la sobrevivencia de la especie.

Los seres humanos ya no se subordinan masivamente a un poder trascendente de naturaleza ultraterrena, como los mandamientos de las grandes religiones monoteístas. Los ciudadanos descreen de los mensajes ideológicamente interesados de los políticos profesionales que distribuyen promesas incumplibles para alcanzar el gobierno. Además,  en el marco de la cultura corrupta del capitalismo neoliberal, surgen múltiples formas de complicidad entre los detentadores de los poderes económicos y políticos desafiando todos los preceptos éticos heredados. Así, la ciudadanía cada vez confía menos en poderes temporales de tipo secular que deban depender de la moralidad y honradez de los gobernantes.

Hoy surge un panorama ambivalente. De un lado las tecnologías de la información, de la comunicación y del conocimiento (componentes del poder cultural) que se consolidan y propagan en el siglo XXI, han dado lugar a “periodismos rebeldes” (Wikileaks, Panamá Papers, etc.) que desafían los poderes establecidos, y  a redes sociales interactivas (Facebook, Twitter, etc.) que democratizan en grado importante los mecanismos mediáticos en que se asienta la opinión pública. Las actividades y  complicidades ilícitas de los que detentan el poder económico y político salen hoy implacablemente a la luz generando una seguidilla de escándalos mediáticos que no tiene precedentes en la historia.

De otro lado, el control por parte del capital transnacional de los mecanismos del poder mediático que modela la cultura contemporánea, introduce cuotas crecientes de sensacionalismo, exitismo, banalidad, y modelos superficiales de vida asociados a la lógica del individualismo utilitarista perturbando la búsqueda de las virtudes personales y cívicas.

Los preceptos de los moralistas profesionales, sean laicos o religiosos, expresados a nivel retórico tampoco persuaden a muchos. Quizá no sea demasiado aventurado pronosticar que los únicos mandamientos a los que todos estarán dispuestos en un futuro cercano a subordinarse son los que broten del temor. Más precisamente de la angustia ante la evidencia creciente de que nuestra casa planetaria común se está derrumbando y es necesario sostenerla. Los sistemas políticos deben reflejar esta ética que no depende de corrientes ideológicas, ni de preceptos morales tradicionales sino de la defensa transhistórica la especie humana efectuada colectivamente por los propios seres humanos como habitantes estables de este planeta.

En el este siglo XXI la ciencia económica tendrá que registrar el impacto cada vez más complejo del juego de poderes no sólo económicos sino también culturales y políticos que modelan los mercados y, por lo tanto, no podrá seguir siendo regida por teorías abstractas del valor económico fundadas solamente en la cantidad media de trabajo contenida en las mercancías, las que están quedando rápidamente obsoletas con el proceso creciente de robotización. Tampoco puede regirse por las preferencias individuales “soberanas”  de actores económicos que concentran el poder adquisitivo general, a niveles de desigualdad que el mundo nunca ha conocido.

Esto nos lleva a tomar como punto de partida para medir el valor económico, una unidad de cuenta cuyo valor de mercado sea equivalente a las condiciones de subsistencia requeridas para vivir con dignidad. Este objetivo fue enunciado por los economistas clásicos y por Keynes como el salario de subsistencia necesario para comandar el trabajo social subordinado a los dictados del capital. En este caso no hablamos de ese objetivo inherente a la lógica del capital sino de condiciones de vida que permitan efectivizar el artículo primero de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (San Francisco 1948): “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos, y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”. La concreción de estos ideales democráticos en el mundo real jamás podrá lograrse mediante la lógica del desarrollo capitalista que nos ha regido durante los últimos doscientos cincuenta años.

Las teorías del valor subyacentes a la lógica de los mercados, deben expresar este amplio contexto de poderes que hoy influencian la vida humana. El instrumento valorizador con el cual intentamos medir la dinámica de los mercados, puede tomar como punto de partida una renta básica universal, noción apoyada por diferentes filósofos político-sociales, que incluya pero que trascienda la canasta mínima de subsistencia que se puede adquirir con un ingreso pecuniario.

Aquí la multidimensionalidad de los poderes que hemos enumerado guarda correspondencia con la multidimensionalidad de la naturaleza humana que es transhistórica. Somos entidades biológicas interactuando en el marco de la madre tierra que nos engendró, además somos animales instrumentalmente racionales interactuando en sistemas económicos, además somos animales moralmente racionales interactuando en sistemas culturales, y además requerimos construir sistemas políticos donde actuamos como ciudadanos. En la tradición republicana grecolatina nuestra lucha por la libertad consiste en sustraernos a las formas de dominación que brotan de los sistemas injustos donde transcurren nuestras vidas. Pero esa lucha no se agota combatiendo las formas sociales de la dominación injusta; también está subordinada a las posibilidades de sobrevivencia de nuestra especie condición obvia para cualquier desarrollo humano posterior.

Hoy más que nunca en la historia, la complejidad e interdependencia de los poderes que modelan las sociedades humanas del tercer milenio, exigen una ciencia económica que los refleje y traduzca en su teorización general sobre los mercados. Las teorías abstractas del valor económico basadas en la cantidad de trabajo contenido en las mercancías, como lo visualizaron los economistas clásicos y el propio Marx, estaban destinadas a quedar obsoletas a medida que la técnica continúe imponiendo la robotización en el proceso productivo. Fue el propio Marx el que anticipó este desenlace. El peor de los problemas del capitalismo actual ya no es (o no es solamente) el ser humano explotado sino el ser humano innecesario y descartable que es marginado del sistema.

Las teorías abstractas del valor económico, de corte neoclásico basadas en las preferencias soberanas de consumidores individuales, hacen omisión de todas las formas de poder que permanentemente modelan los mercados. Han sido  especialmente diseñadas para desviar la atención respecto de las asimetrías de poder inherentes al juego capitalista. Tal es el caso del modelo de equilibrio general estable bajo condiciones de competencia “perfecta”. La teoría académica posterior ha incluido las formas de la competencia “imperfecta”, pero el escenario teórico de partida sigue siendo el mercado, aislado completamente de las dimensiones políticas, culturales y biológico-ambientales de las sociedades humanas. Las teorías historicistas (por ejemplo Friedrich List) e institucionalistas (por ejemplo Thorstein Veblen) que intentaron esa empresa, lo hicieron en el marco de los estados nación y sin tomar para nada en consideración la dimensión biológico-ambiental que necesariamente opera hoy en escala planetaria.

Son estas dos mutaciones históricas trascendentales las que obligan a plantearnos una teoría del valor económico fundada en la noción de poder. Primero la emergencia activa de la crisis ambiental y segundo la globalización esta vez a escala planetaria del capitalismo. Este es el nuevo escenario ambivalente en gestación que nos interpela radicalmente.

Referencias:

  • Armando Di Filippo 2013, Poder Capitalismo y Democracia, Editorial RIL, Santiago, Armando Di Filippo
  • Armando Di Filippo 2012, “Fundamentos de un enfoque iberoamericano en enseñanza de la responsabilidad social empresarial”, en Isabel Licha (compiladora): Enfoque y Herramientas de Responsabilidad Social Empresarial en Iberoamérica, PNUD, AECID
  • Armando Di Filippo (2011), “La Responsabilidad Social Empresarial como instrumento de vinculación Universidad-Sociedad”. Conferencia inaugural dictada en el Primer Seminario Iberoamericano sobre Modelos de Docencia e Investigación en Responsabilidad Social Empresarial, Buenos Aires.