¿Es útil todavía la visión centro-periferia?

Acontece que los depositarios concretos del poder tecnológico de los centros son las CT. Ellas poseen la experticia productiva requerida por el poder militar y el poder cultural. Por lo tanto alcanzan un grado importante de independencia aparente. Esta independencia es aparente porque el gran mecanismo de poder que las empresas transnacionales utilizan es el mercado, el cual se asienta sobre una compleja institucionalidad. Las empresas transnacionales son organizaciones microeconómicas (es decir, unidades orientadas al lucro y a la acumulación) y mesoeconómicas, es decir, unidades que controlan sectores productivos integrados bajo el comando de un solo capital global.

Pero las potencias hegemónicas siguen siendo las encargadas de fijar las reglas del juego. Y quienes fijan las reglas de juego detentan el poder normativo (el poder de fijar las reglas del juego). En este momento el mundo asiste a una pugna, precisamente porque están vacilando las posiciones de poder y dominación que se habían establecido a fines de la Segunda Guerra Mundial. Bajo estas condiciones se impone una redefinición de las reglas del juego. La relación centro-periferia se está reconfigurando con el surgimiento de potencias emergentes, que chocan en el proceso de redefinir los términos del sistema preexistente de dominación.

Para la visión centro-periferia en su versión latinoamericana, la fuente del poder radica en el control de la tecnología ejercido por el capitalismo como sistema económico asociado con sistemas políticos que sean funcionales a la preservación de ese poder. A su vez, la fuente del poder tecnológico se verifica en las sociedades humanas, en las instituciones y organizaciones de la cultura de donde proviene la producción de ciencia y tecnología, y en  donde se fijan los contenidos de la educación. Esto no es más que un reconocimiento de la relación causal que existe entre la ciencia pura o básica, la ciencia aplicada y la tecnología, gestada en los centros académico-científicos y los departamentos de investigación y desarrollo de las CT, originadas en los grandes centros hegemónicos del capitalismo.

Los sistemas internacionales seguirán siendo asimétricos (compuestos por centros hegemónicos y periferias subordinadas), mientras las reglas del juego sean dictadas de manera más o menos unilateral por algunos ellos, sean nacionales o supranacionales.

Mientras esto suceda, podremos seguir hablando de centros hegemónicos o dominantes y periferias subordinadas para reflejar esta realidad sistémica.

En resumen, el conocimiento científico generador del poder tecnológico es, como hecho cultural, el elemento central de las posiciones y estructuras del poder del orden internacional. Estas posiciones y estructuras son asimétricas y, por lo tanto diferencian a los actores del orden internacional entre centros hegemónicos y periferias subordinadas. Los centros y las periferias seguirán siendo entidades políticas, porque es propio de la naturaleza del sistema político fijar las reglas de juego que ordenan las sociedades humanas.

Los procesos económicos y culturales se han transnacionalizado en alto grado en la medida que han quedado bajo un creciente control de las CT, cuyo espacio de planificación no coincide con las fronteras nacionales de ningún estado, ni siquiera el de sus casas matrices. Sin embargo, también se han transnacionalizado las redes sociales que, como ya observamos, son un poderoso vehículo a disposición de los ciudadanos. En un intento absurdo, basado en la «falacia de composición» (atribución de las cualidades de las partes al todo) que ya develó Keynes hace casi cien años, las CT intentan crearse una institucionalidad propia, desvinculada de todos los Estados Nacionales, incluso de aquellos donde residen sus casas matrices. Con ese intento «de paso» también se desvinculan de las instituciones fundamentales de la democracia (derechos y obligaciones de naturaleza no solo económica, sino también política, social y cultural).

Se afirma erróneamente que la suma de los comportamientos microeconómicos procesados a través de los mercados desregulados conduce a un equilibrio dinámico asegurado en la esfera macroeconómica. Se trata de un dogma socialmente nefasto, aún sin hacer referencia a las injusticias distributivas que el sistema neoliberal está produciendo en la esfera social o a los desastres que recientemente han acontecido en la esfera ambiental. Las diferentes versiones de la escuela neoclásica han intentado legitimar esta pretensión a escala nacional e internacional.

Frente a la persistencia de esta ortodoxia de mercado, la visión del sistema centro periferia referida a las relaciones entre estados a escala mundial sigue siendo válida y pertinente. En otras palabras las CT son depositarias de la racionalidad capitalista, pero siempre dependerán de la racionalidad política de los estados. Podrán evadir esa racionalidad mediante ciertas «movidas ilegales» (corrupción, evasión tributaria) o influir sobre ella mediante presiones (cabildeos, lobying, etc.), pero no prescindir de las «reglas de juego» que emanan del sistema político. Son, sin embargo, jugadores protagónicos del juego económico global y, en este carácter, deben ser estudiadas.

El verdadero peligro no está en estos intentos de evasión que efectúan las transnacionales respecto de las instituciones de la democracia; el peligro obvio está en que logren «colonizar» al estado y, en consecuencia, edifiquen sistemas políticos corporativos que a la larga generan una especie de hermandad excluyente no muy lejana de las fraternidades excluyentes que condujeron al fascismo y a la Segunda Guerra Mundial. Este tema ha sido comentado en el prefacio del presente libro en conexión con la crisis mundial iniciada en 2008.