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LIBRO PODER CAPITALISMO Y DEMOCRACIA

CAPITALISMO DESARROLLO Y POLÍTICAS PÚBLICAS

La noción de desarrollo económico como objetivo deseable deliberadamente asumido por las políticas públicas y sistemáticamente analizado en la esfera académica es sólo un aspecto del tema del desarrollo que tomó forma a partir de la Segunda Guerra Mundial. Paralelamente podemos hablar de procesos históricos de desarrollo económico vinculados al surgimiento de la Revolución Industrial Británica que otorgó al capitalismo su dinámica tecnológica contemporánea.

 

Si exploramos los orígenes del tema del desarrollo económico, lo que estamos haciendo es rastrear los orígenes del capitalismo. Solamente si abordamos el tema del capitalismo logramos conferir al tema del desarrollo económico su contexto histórico propio (Véase Parte I del presente apunte)

 

En suma, el uso de la noción de desarrollo en la literatura occidental se concentró originalmente en la dimensión económica del concepto y se asoció con la noción de capitalismo, es decir con ese sistema económico que, tras varios siglos de gestación, a partir de la era moderna, se asentó sobre las bases tecnológicas de la Revolución Industrial Británica desde fines del siglo XVIII.

 

Un punto de partida para el estudio del capitalismo y, consecuentemente, del desarrollo económico son los trabajos de los economistas clásicos y, en particular del, así denominado “padre de la economía política”, Adam Smith, quien asoció el crecimiento del producto social con el progreso técnico, vinculado a la división técnica del trabajo en el seno de los talleres de manufacturas. Los economistas clásicos (Adam Smith, David Ricardo, Robert Malthus) develaron los rasgos estructurales del capitalismo, y los fundamentos económicos de la estructura de clases que le es inherente. También plantearon los principales problemas del valor económico, subyacente a los precios de mercado que ponderan el producto social.

 

El trabajo humano concreto produce mercancías concretas, y la relación entre la cantidad de producto generado (Q) y la cantidad de trabajo requerida para generarlo (T), se denomina productividad (o poder productivo) del trabajo (Q/T) indicador básico de ese fenómeno que hemos denominado desarrollo económico. Cuando la productividad media del trabajo se plantea a nivel macroeconómico ponderada por los precios relativos de mercado, la contrapartida de ese aumento del poder productivo de las sociedades es el incremento en el poder adquisitivo medio de la población. Si denominamos (N) a la población total, podemos llegar a otro indicador (Q/N) que sería la cantidad de bienes y servicios que pueden en promedio ser adquiridos por persona. Si Q se expresa en unidades físicas, estamos en presencia de medidas técnicas y no económicas del desarrollo puesto que las mediciones del producto social pasan a través de las valoraciones del mercado siendo ponderadas por precios relativos. La profundización de la comprensión de esas medidas económicas nos remite nuevamente a la teoría que estudia los rasgos del capitalismo.

 

Aparte de la visión economicista que implican, otra enorme carencia de estas mediciones radica en que son promedios. Por lo tanto, queda afuera la noción de distribución (o reparto) del producto social. Si introducimos la noción de distribución del producto social no todo crecimiento del producto implica desarrollo económico, puesto que junto con el estudio de la distribución se “infiltra” (implícita o explícitamente) el estudio de la justicia distributiva, abriendo la puerta a consideraciones de naturaleza ética y social mucho más amplias.

 

El significado del reparto del producto social nos remite a una teoría de la justicia. La primera de esas teorías que ha perdurado largamente en la historia del pensamiento económico y político de Occidente es la distinción aristotélica entre la justicia distributiva y la justicia conmutativa. Este y otros enfoques posteriores sobre el tema de la justicia distributiva (el más importante en la segunda mitad del siglo XX fue planteado por John Rawls en su Teoría de la Justicia) han surgido con mucha fuerza en el siglo XXI, superando los límites del planteamiento de Rawls y planteando los problemas multidimensionales de la igualdad de derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales.

 

En suma, las nociones de crecimiento del poder productivo del trabajo y de crecimiento del poder adquisitivo de la población total nos remiten a una versión puramente cuantitativa y economicista de crecimiento, pero son absolutamente insuficientes si queremos penetrar en una comprensión del impacto de la noción de desarrollo económico sobre las sociedades humanas en su conjunto. Para esa comprensión más profunda hace falta examinar las condiciones históricas y estructurales que dieron lugar a la emergencia del capitalismo como sistema dominante en la era contemporánea de Occidente.

 

En efecto el enfoque puramente empirista-economicista del desarrollo capitalista es claramente reduccionista y no nos permite penetrar en las visiones más multidimensionales de la temática del desarrollo. No da cuenta de las profundas transformaciones sociales que acompañaron el advenimiento del capitalismo: cambios en la estructuración de las clases sociales y formación de un proletariado industrial, procesos de urbanización y metropolización, transformación de la organización familiar, separación entre el lugar de trabajo y el lugar de residencia personal, transición demográfica, incremento del proceso de alfabetización, etc. El estudio de los impactos sociales del capitalismo forma hoy parte importante de los estudios sociales en general y de los sociológicos en particular.

 

Como se sabe junto con el advenimiento de la era contemporánea a fines del Siglo XVIII tuvo lugar no sólo la Revolución Industrial Británica (base tecnológica del capitalismo a partir de esa fecha) sino también las Revoluciones Políticas Francesa (1789) y americana (1776) que instalaron los valores y principios republicanos de la democracia y de los derechos humanos, los que todavía predominan en la cultura occidental. Tomados en su conjunto el sistema económico capitalista y el sistema político democrático son, respectivamente, expresiones del liberalismo económico (Adam Smith) y del liberalismo político (Locke, Rousseau, etc.) que tuvieron un nacimiento simultáneo en la historia de Occidente.

 

Adam Smith considerado no sólo el padre del liberalismo económico, sino también el fundador de la corriente teórica clásica en la ciencia económica, fue el primero en establecer las conexiones entre la división técnica y social del trabajo, el crecimiento de la productividad laboral y la expansión de los mercados nacionales e internacionales.

 

También cuando Marx habla del desarrollo de las fuerzas productivas bajo el comando del capital (Precisamente El Capital se llama su obra principal), otorga un papel central (como punto de partida) a la Revolución Industrial, y de modo más amplio o general al desarrollo de las fuerzas productivas dentro del modo de producción capitalista. Lo mismo hacen autores no marxistas como Werner Sombart, Max Weber, y Joseph Schumpeter, todos vinculados al historicismo alemán. El capitalismo es el marco histórico estructural en donde ha tenido lugar el desarrollo económico entendido en sentido restringido como la expansión sistemática y secular del poder productivo del trabajo humano. Además de la escuela historicista europea, existe otra corriente de pensamiento económico que ha profundizado en la noción de desarrollo en el marco del estudio del sistema capitalista: el institucionalismo estadounidense (por ejemplo, ThorsteinVeblen y John Commons).

 

La noción de desarrollo económico adquirió especial relevancia política y académica al final de la Segunda Guerra Mundial del Siglo XX, con el proceso de descolonización acompañado y promovido por la fundación de la Organización de las Naciones Unidas (1945). Surgió entonces el tema del subdesarrollo, es decir, el estudio de las situaciones de pobreza y privación de las naciones que abandonaban su condición de colonia y entraban en el proceso de independencia política.  Este proceso histórico fue acompañado por el estudio del desarrollo y el subdesarrollo como disciplinas relativamente autónomas de la ciencia económica. Fue en ese momento cuando tuvieron lugar las contribuciones del estructuralismo latinoamericano (integrado por autores como Raúl Prebisch, Celso Furtado, Osvaldo Súnkel, Anibal Pinto, y Aldo Ferrer). Esta escuela de pensamiento establecida al alero de la CEPAL-ONU para estudiar los rasgos específicos del desarrollo y el subdesarrollo bajo las condiciones del capitalismo periférico, formuló una importante perspectiva histórica de interpretación de las sociedades latinoamericanas desde el momento mismo de su conquista y colonización por parte de las potencias ibéricas.

 

En el marco de los principios y valores de la ONU estuvo siempre subyacente a estos autores la defensa de la democracia y de los derechos humanos. Otros sociólogos latinoamericanos de la época como José Medina Echavarría y Gino Germani, también exaltaron el tema democracia en su interacción con el capitalismo, en las modalidades que estos sistemas asumieron en América Latina. En su libro postrero Raúl Prebisch el fundador del enfoque estructuralista originario de la CEPAL, volvió a poner de relieve los vínculos históricos entre las formas periféricas del capitalismo y los obstáculos de allí derivados para un firme desarrollo de las instituciones democráticas en América Latina.

 

Ética y capitalismo

El nacimiento de la economía como ciencia coincidió con la emergencia de una nueva ideología, la del liberalismo económico en la que se intenta demostrar la existencia de una conexión significativa entre los móviles egoístas del comportamiento de las personas y los resultados favorables que éste comportamiento genera sobre el bienestar general y conjunto de esas mismas personas.

 

Los principios éticos occidentales pre modernos de raíz grecolatina se habían construido con base en las nociones de bien y de mal, de virtud y de vicio, de deberes y dignidades, de justicia y de bien común. En particular las motivaciones personales altruistas eran consideradas buenas y las egoístas y hedonistas malas. A escala social estos eran los fundamentos del bien común. Sin embargo, el advenimiento del liberalismo económico se basó en el reconocimiento pragmático de que la mayoría de los seres humanos actúan, en la esfera de los mercados de una manera egoísta, y están más preocupados por la máxima satisfacción posible de sus deseos, que por el carácter virtuoso de sus comportamientos.

 

El punto, paradojal si se quiere, del liberalismo desde el punto de vista ético era, la noción un tanto inusitada, de que la búsqueda de la ganancia y de su incremento sin límites, era fuente de abundancia social. Este resultado derivaba de la lógica de la competencia a través del mecanismo de mercado. La expresión histórica de esta lógica económica fue la emergencia del capitalismo, un sistema económico de mercado, fundado en una Revolución Tecnológica que, a partir del último cuarto del siglo XVIII comenzó un proceso sostenido de expansión productiva del trabajo humano.

 

La expresión capitalismo alude a un sistema económico fundado en el poder del capitalista, una persona que cuenta con poder adquisitivo suficiente para controlar no sólo los productos-mercancías, sino también los factores requeridos (recursos naturales, trabajo y recursos tecnológicos) para producirlos. El capitalista se propone acrecentar su poder inicial en una secuencia indefinida. Su instrumento inicial es la posesión de dinero, que adquiriendo factores productivos se convierte en poder productivo primero y en productos-mercancías después; la venta de esos productos le permite recuperar su dinero con ganancias, en un proceso indefinido donde la meta final es acrecentar continuamente el capital-dinero.

 

En la versión aristotélico tomista de la ética que predominó en Europa Occidental durante buena parte del período pre-moderno se presumía una congruencia entre la moralidad de los comportamientos personales de los actores económicos considerados individualmente y los resultados generales esperados del proceso económico. Había una correlación entre el comportamiento virtuoso de las personas y la consecución del bien común. Por ejemplo, el préstamo a interés era considerado usura, la que era éticamente mala tanto a nivel personal como social, del mismo modo el afán de ganancia ilimitada era considerado una perversión en la lógica del intercambio. Aristóteles había distinguido entre las nociones de crematística natural, donde el intercambio tenía como objetivo la satisfacción de necesidades de los contratantes y la crematística artificial donde el objetivo, éticamente censurable era el afán de lucro ilimitado.

 

Pero en un mundo donde imperaba la escasez y la pobreza, los ideólogos del liberalismo propusieron que desde el punto de vista económico la mayor producción de riqueza era un resultado bueno para el interés general, aunque estuviera basado en un comportamiento personal individual cuyos móviles eran considerados malos por la ética tradicionalmente aceptada. La magia o mano invisible del mercado lograba que a través de personas que se enriquecían más allá de todo límite (conducta considerada mala por la ética tradicional) a escala individual, se consiguiera un resultado (considerado bueno por la ética emergente) creador de riqueza que aumentaría el bienestar económico de todos. Esto generó nuevas actitudes morales que fomentaron el desarrollo del capitalismo, y nuevas justificaciones éticas, congruentes con una ciencia económica fundada en criterios cuantitativos, que fueran mensurables por los precios de mercado.

 

La ética clásica de raíz grecolatina concebida y aplicada a las conductas personales y, por extensión a sus resultados sociales, cuya expresión más generalizada en el mundo occidental consistía en perseguir el bien y rechazar el mal debió confrontar la nueva ética individualista y utilitarista según la cual a través de un comportamiento egoísta pero eficiente a escala individual, el mecanismo del mercado prometía superar el dolor de la escasez y disfrutar el placer de la abundancia.

 

Los conductores de este proceso, miembros de la burguesía industrial naciente, propietarios del capital productivo, impusieron un código de comportamiento egoísta que se legitimaba a través del mercado. El poder adquisitivo del capital aplicado a la producción y fundado en el control del poder tecnológico se revelaba capaz de generar una expansión indefinida de la riqueza de las naciones. Así se tituló precisamente el libro de Adam Smith, economista y filósofo moral considerado el padre fundador de la ciencia económica, la que emergió como disciplina autónoma en ese período histórico.

 

En su libro fundacional La Riqueza de las Naciones, Adam Smith enuncia con claridad esa mutación en virtud de la cual el comportamiento individualista y egoísta aplicado a las operaciones de mercado da lugar a una expansión del bienestar general, en la medida que dicho bienestar se mida o asocie con la creciente expansión de la capacidad productiva por habitante. No es por la benevolencia del carnicero o del panadero que obtenemos los productos de consumo, dirá Smith, sino apelando a su propio interés egoísta como logramos que ellos nos provean de los bienes que necesitamos. Aun así, la visión ética de Adam Smith, correspondía a la escuela ética escocesa, y no estaba vinculada a la ética utilitarista que sería formulada casi simultáneamente por el inglés Jeremy Bentham.

 

Estas diferentes formulaciones éticas evidencian que el desarrollo de las instituciones del capitalismo puede fundarse en diferentes posiciones (quizá debiéramos decir justificaciones o legitimaciones) en el campo de la moral y de la ética. Este proceso dista de haber terminado.

 

Examinando los hechos históricos, el sociólogo alemán Max Weber, elaboró trabajos publicados a comienzos del siglo XX donde vinculó el nacimiento del capitalismo, al surgimiento de una racionalidad formal basada en el cálculo económico, la que pudo llevarse hasta sus últimas consecuencias cuando las instituciones del capitalismo permitieron convertir en mercancías dotadas de un precio calculable a todas las condiciones y recursos requeridos por el proceso productivo y no sólo a algunos insumos y productos finales. El capitalismo convirtió en mercancías con precio calculable a la capacidad de trabajo de los seres humanos, a los recursos naturales, al conocimiento tecnológico, etc., expresándolos en unidades de valor económico a través del uso del dinero, unidad de cuenta y medio de circulación.

 

Ese proceso de expansión de la, así denominada, racionalidad formal, fue acompañado por una racionalidad denominada material que según la terminología de Weber se expresó en la ética calvinista, dotada de lo que podríamos llamar un ascetismo aplicado a la producción de riqueza. La ética protestante, y el calvinismo en particular, emergen, así como una alternativa a la ética católica, creando condiciones capaces de legitimar el desarrollo del capitalismo al permitir conciliar en principio los mecanismos del mercado con algunas de las viejas nociones de virtud a escala personal, convenientemente modificadas.

 

Sin embargo, el fundamento ético más generalizado y perdurable en la legitimación del orden capitalista provino del utilitarismo. Fue el inglés Jeremy Bentham (1748-1832) quien sentó las bases de este sistema ético sobre el que se asientan el capitalismo como sistema económico y la teoría académica que hasta hoy continúa siendo más difundida en occidente: la microeconomía neoclásica.

 

  • Ética utilitarista y economía neoclásica

El utilitarismo tiende a identificar la noción de felicidad con la noción de placer. Según Bentham un principio innato de la conducta humana es huir del dolor y perseguir el placer. Pero decir que la felicidad deriva de la búsqueda y obtención del placer, no es lo mismo que decir que la felicidad es el resultado de una vida virtuosa. Aquí se genera no sólo una confusión terminológica sino también un abismo respecto de los fundamentos de la ética tradicional. El utilitarismo concibe el placer como el resultado de la satisfacción de deseos individuales con independencia del carácter virtuoso o vicioso de esos deseos particulares y, con independencia aún de la moralidad concreta de aquellos que buscan dicho placer. John Stuart Mill discípulo de Bentham se contenta con aceptar que la felicidad es una cosa deseable, y basta con que sea deseable para considerarla un bien (es decir una cosa buena).

 

En resumen, para los utilitaristas un bien tiene la cualidad de satisfacer deseos, por eso es un bien, es decir, por eso es algo bueno. La cualidad de satisfacer deseos que tiene un bien, es la utilidad del bien, y la satisfacción del deseo genera “felicidad”. De donde la noción de “felicidad”, en su acepción utilitarista, consiste en la satisfacción de deseos y no en el cultivo de una vida de virtud.

 

La teoría de los mercados y de los precios se edificó sobre la base de las nociones de utilidad ya planteadas por Bentham cuyo rasgo más importante era la pretensión de mensurabilidad cardinal y de comparación interpersonal de magnitudes de utilidad. Por lo tanto, esta ética admitía su asociación teórica con el sistema de precios. Surgió a partir de esas ideas, continuadas por John Stuart Mill, la teoría neoclásica de los mercados y de los precios, en donde las sustancias del valor, mensuradas por el sistema de precios eran la utilidad y la escasez, y la materia mensurable era la utilidad marginal. La teoría utilitarista del bienestar fue perfeccionada por Wilfredo Pareto, en el marco del modelo de equilibrio general bajo condiciones de competencia perfecta formalizado por León Walras.

 

Pero el utilitarismo entendido como la ética sobre la que se asentó el capitalismo formaba parte de una ideología más amplia denominada liberalismo, apoyada en una visión individualista del mundo que incluyó, también una nueva visión del proceso político, en donde el fundamento ontológico del orden social reposaba en el individuo. Este era el punto de partida del sistema político, construido contractualmente, según Hobbes, por los propios individuos para preservarse de los abusos de poder provenientes de ellos mismos en el curso de las interacciones sociales. Esta visión contractualista de la sociedad contó con importantes sostenedores intelectuales en particular Hobbes, Locke, y Rousseau. La visión contractualista del sistema político, implicaba que la autoridad provenía de los propios individuos quienes pactaban su constitución. La soberanía del Estado ya no provenía de un origen divino, sino que era un fruto de las decisiones individuales de los seres humanos. El hombre no se concebía como un ser intrínsecamente social, sino que construía él mismo su propio ordenamiento social.

 

En el caso de Locke este ordenamiento consideraba a la propiedad privada como un legítimo derecho natural cuyo origen y legitimidad debía buscarse en el trabajo humano, y, por esa vía, contribuía indirectamente a la elaboración de una teoría de los mercados en que los precios se consideraban como una medida del trabajo contenido en los bienes. Desde ese punto de vista Locke es un predecesor de las teorías del valor trabajo sostenidas por los economistas clásicos y por Marx. También es un antecesor indirecto y remoto de las teorías así denominadas libertarias que toman como punto de partida la “propiedad de sí mismo”.

 

A mediados del siglo XIX y como consecuencia de los excesos del capitalismo en el tratamiento de la clase obrera, (bajo un período histórico en que la democracia como sistema político estaba aún lejos de imperar en Europa Occidental), surgen diferentes formas de socialismo, así denominado utópico, fundadas en principios éticos de tipo cooperativo, los que preanuncian la llegada de las ideas de Karl Marx, y su “socialismo científico”.

 

  • El determinismo implícito en la teoría económica de Marx

En el caso de la teoría del valor de Marx se produce un determinismo tecnológico que fija los valores de las mercancías de acuerdo con su contenido de trabajo abstracto incorporado bajo condiciones técnicas medias correspondientes a una época dada. En el modelo más puro (planteado en el tomo I de El Capital) opera sin restricciones la ley del valor según la cual las mercancías se intercambian de acuerdo con su contenido de trabajo abstracto, social medio. En el tomo tercero de la misma obra se introduce la noción de precios de producción que son también calculados en términos de valor pero que incluyen la premisa de la igualación de las tasas de ganancia como consecuencia de la transferencia de capitales desde los procesos menos rentables hacia los más rentables. Hay aquí una mezcla entre un mecanismo originado en la esfera de la producción (atribución de valor a las mercancías mediante trabajo abstracto), y otro mecanismo originado en la esfera de los mercados (competencia entre los capitales que buscando maximizar su tasa de individual de ganancia terminan generando la igualación de la tasa general de ganancia).

 

¿Dónde entran los seres humanos, y, con ellos, la ética social en estos procesos?

En ninguna parte. En efecto, Marx observa en el penúltimo párrafo de su prólogo a la primera edición alemana del primer tomo de El Capital: “Unas palabras para evitar posibles interpretaciones falsas. A los capitalistas y propietarios de tierra no los he pintado de color de rosa. Pero aquí se habla de las personas sólo como personificación de categorías económicas, como portadores de determinadas relaciones e intereses de clase. Mi punto de vista, que enfoca el desarrollo de la formación económica de la sociedad como un proceso histórico-natural, puede menos que ningún otro hacer responsable al individuo de unas relaciones de las cuales socialmente es producto, aunque subjetivamente puedas estar muy por encima de ellas”.

 

En otras palabras, la visión es completamente determinista y la persona es una criatura de las estructuras que lo han condicionado. Las nociones de libertad y de responsabilidad social no son tenidas en cuenta.

 

En el primer cuarto del siglo XX, la Revolución Rusa instaló un experimento colectivista de planificación centralizada, inspirado en las ideas de Marx, y basado en la noción de que los precios podían entenderse como una medida del contenido en trabajo contenido en las mercancías. La visión colectivista, desde un punto de vista ético subsumió el individuo en una razón de estado orientada a un tránsito desde la sociedad de clases a la sociedad comunista. Nuevamente la noción de persona quedó sacrificada a los grandes objetivos políticos de la construcción del comunismo, y el tránsito desde un estadio hasta el otro se debía verificar a través de la dictadura del proletariado, legitimada en sus excesos por el resultado final, en el que las generaciones sacrificadas lo hacían en beneficio de las futuras generaciones que disfrutarían del mundo comunista. Marx consideraba que en la sociedad sin clases aparecería de nuevo la naturaleza humana en toda su integridad sin las alienaciones que se le imponían en el ámbito de las sociedades de clases.

 

En las economías centralmente planificadas donde operaba la, así denominada dictadura del proletariado, las consideraciones de ética social y humana quedaban, a la espera de que el proceso de la dictadura del proletariado permitiera llegar al mundo a la tierra prometida del comunismo propiamente dicho. En ese momento utópico, la ética emergería en el comportamiento de las personas efectivamente libres.

 

  • El determinismo implícito en el liberalismo económico neoclásico

Por otro lado, también es posible demostrar el determinismo contenido en la teoría económica neoclásica. El liberalismo clásico se fundó sobre otras bases teóricas diferentes al liberalismo neoclásico. A diferencia de los clásicos según los cuales los precios miden trabajo humano, los neoclásicos dicen que los precios miden utilidad y escasez, marginalmente determinadas de acuerdo con el cálculo racional de consumidores y de productores. Los primeros (consumidores) son el punto de partida de todo el proceso (soberanía del consumidor) y buscan llevar al máximo la satisfacción de sus deseos individuales, expresados a través de sus funciones de preferencias individuales. Ese máximo u óptimo depende desde luego de su poder adquisitivo general, determinado en el punto en que (gráficamente hablando de acuerdo con las formalizaciones neoclásicas) la recta de presupuesto es tangente a la más alta curva de indiferencia en el consumo, con base en la cual cada consumidor determina su “canasta” personal.

 

Los segundos (productores), con base en esas preferencias marginales de consumidores solventes enfrentan una curva de demanda que les permite producir bajo condiciones de eficiencia, asociadas al cálculo de costos marginales que determinan las cantidades producidas. En ambos casos los agentes económicos carecen de poder para influenciar los precios significativamente por sí mismos, son en léxico económico “precio-aceptantes”, y las premisas del análisis suponen la atomicidad de esos contratantes.

 

Bajo condiciones de competencia perfecta y posiciones de equilibrio general (o equilibrio parcial bajo la cláusula ceteris paribus) de los mercados, los agentes del proceso son meros optimizadores de magnitudes, calculadas con base en la racionalidad instrumental de un hombre económico. De esa manera aparentemente son los individuos libres (soberanía del consumidor) los que con sus comportamientos determinan la lógica de los mercados y de los precios. Pero solo aparentemente porque las premisas de la competencia perfecta hacen que la única “libertad” del hombre económico consista en desplazarse hacia posiciones de óptimo, según cuales sean sus preferencias de consumo o sus alternativas tecnológicas. El mecanismo es determinista, porque las premisas del modelo de la competencia perfecta y del comportamiento del hombre económico predeterminan los resultados del funcionamiento del mercado.

 

Los dos elementos sustantivos que determinan en última instancia los precios, no son considerados materialmente por la teoría económica neoclásica. Dicho de otra manera, la teoría no entra en materia para determinar el contenido de las preferencias de los consumidores ni para determinar el ingreso real que determina su poder de compra. El contenido de las preferencias de los consumidores no es algo que, según la visión positivista de la economía neoclásica, le competa a la teoría, sino sólo a los deseos del consumidor soberano. Del mismo modo, la magnitud del ingreso personal consumible forma parte de la distribución del ingreso real que tampoco es un tema que le competa a la ciencia económica neoclásica. De otro lado las necesidades esenciales mínimas que todo ser humano debe satisfacer, y que los economistas clásicos (y también Marx) habían considerado bajo la noción de salario de subsistencia, desaparecen del espacio teórico neoclásico. Por lo tanto, la ética social queda fuera de tema al ser imposible determinar ni la justicia distributiva asociada a esos comportamientos, ni, tampoco evaluar la naturaleza o motivaciones de las conductas individuales que se expresan en el mercado. El utilitarismo queda como un trasfondo ético según el cual la utilidad total de los bienes es siempre positiva, lo que constituye una buena base para los excesos de una psicología consumista.

 

El proceso, formulado de manera matemática por los neoclásicos, que conduce al equilibrio de los mercados es inexorable. Está totalmente predeterminado por las premisas del análisis, y la única racionalidad que se presume en las partes contratantes es de naturaleza instrumental asociado a la noción de eficiencia. Consiste en optimizar los fines (ganancia de los productores o bienestar de los consumidores) para una dada dotación de medios. Pero la ética no entra en el análisis, o, mejor dicho, la única que “puede entrar” es la ética utilitarista en su versión más individualista y consumista, porque las preferencias se evalúan por niveles de satisfacción personal y no por el contenido bueno o malo, altruista o egoísta, justo o injusto de las decisiones de los actores. Esta racionalidad instrumental está perfectamente aislada de los ámbitos de la política y de la cultura. Además, la noción neoclásica de los “hombres económicos” supone que éstos se comunican entre sí solamente a través de los mercados, y su naturaleza “humana” carece de cualquier otra dimensión, no sólo ética, sino tampoco cultural, lúdica o política.

 

Cuando a la teoría neoclásica, a partir del primer tercio del siglo XX no le quedó otro remedio que admitir, a regañadientes, que la competencia perfecta no existe y que los mercados se ven afectados por asimetrías de poder económico, de poder político o de poder cultural, entonces esa admisión trajo a colación la noción de “imperfecciones” del mercado. Es decir, se examinaron “desviaciones” a las premisas de la competencia perfecta. Aun así, la teoría microeconómica académica que todavía hoy se enseña mayoritariamente en Estados Unidos y América Latina, sigue considerando el mecanismo de la competencia más o menos pura o perfecta como el punto de partida para el estudio de la asignación de recursos. Una vez establecido ese artículo de fe, la teoría económica neoclásica estudia acotadamente algunas de las asimetrías de poder en los mercados bajo el rótulo de “imperfecciones de los mercados” (monopolio, oligopolio, teoría de juegos, competencia monopolística). Bajo estas imperfecciones que, obviamente no son tales, sino las condiciones reales en los mercados globales del mundo de hoy, emerge el tema de la responsabilidad de los actores más poderosos, por ejemplo, en las reflexiones recientes sobre la responsabilidad social empresarial.

 

Surge de aquí una conclusión importante en la esfera de la ética económica. Solamente reconociendo las asimetrías reales de poder que operan a través de los mercados es posible plantear los temas de la justicia.

 

Estado y políticas públicas en la teoría y en la práctica del sistema capitalista

En la visión teórica neoclásica y en la práctica histórica concreta del capitalismo, tras la aparición del régimen soviético, la imagen del estado era la del verdugo de la economía “libre”. Por lo tanto, los paradigmas de la teoría de la competencia perfecta se convirtieron no sólo en un instrumento presuntamente científico para entender la lógica de los mercados capitalistas, sino también en un instrumento ideológico poderoso para enfrentar los excesos de la planificación estatalmente planificada. Desde un punto de vista ético, también aquí se enfrentaba un determinismo donde la libertad y la creatividad humanas quedaban anuladas, o, mejor dicho, puestas al servicio de la construcción de una utopía: la sociedad comunista donde se hubiera superado definitivamente la sociedad de clases.

 

En los años treinta del siglo XX, la idea de la mano invisible y de la autorregulación de los mercados entró en una crisis profunda. La gran depresión de los años treinta demostró que el comportamiento microeconómico basado en los postulados de la competencia no lograba rescatar a la economía capitalista de una parálisis recesiva donde los niveles de actividad económica se hundieron y el desempleo alcanzó proporciones dramáticas. En ese momento histórico, el mensaje teórico del economista inglés John Maynard Keynes generó un fuerte impacto en las dinámicas y la lógica tanto del capitalismo como de la democracia.

 

La economía keynesiana legitimó el papel del Estado como agente económico. El Estado democrático dejó de ser para el pensamiento liberal el verdugo del capitalismo, como lo estaba siendo en la Unión Soviética, para convertirse en su eventual salvador. Surgió la macroeconomía como una rama nueva y bien establecida de la ciencia económica, y el liberalismo recalcitrante fundado en la autorregulación de los mercados cedió el paso a la legitimidad de las políticas públicas, fiscales, monetarias, y cambiarias del estado.

 

El keynesianismo impulsó la emergencia de una ética consumista, pues la dinámica del sistema capitalista, sufría decaimientos cíclicos de la demanda efectiva (poder adquisitivo aplicado al consumo), y ésta debía ser estimulada tanto a corto como a largo plazo. A corto plazo la política fiscal y monetaria podía ayudar a paliar situaciones recesivas y, a largo plazo, la publicidad exacerbada, la manipulación del consumidor, y la obsolescencia acelerada de los bienes se convirtieron en mecanismos de estímulos a la demanda efectiva que mantenía en funcionamiento la máquina capitalista. Los resultados de estas estrategias no sólo han promovido el consumismo, sino también el despilfarro, “cargado a la cuenta” del medio ambiente humano y de la estabilidad de la biosfera.

 

Este papel del Estado como regulador y estabilizador necesario del capitalismo, tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, se transfirió también a los sistemas políticos. El proceso de descolonización, y la fundación de las Naciones Unidas, crearon un espacio de acción en el ámbito de las políticas para el desarrollo. Tras dos guerras catastróficas y una crisis económica sin precedentes en la historia del capitalismo, apareció de nuevo la temática de la ética que había sido eclipsada del escenario en la primera mitad del siglo XX. La dignidad de los seres humanos se reconoció enfática y explícitamente en la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

 

El capitalismo regulado o de economía mixta y las socialdemocracias emergentes mostraron una cara del Estado regulador y benefactor, muy distinta a la cara del Estado opresor y autoritario del mundo soviético. Un tema muy importante de esta etapa histórica es el de la consolidación de la democracia en Europa Occidental. En ese momento histórico de posguerra la sociedad europea sufría varios riesgos. En primer lugar, el riesgo de ser absorbida por la ideología comunista, y, en segundo lugar, el riesgo de la fragmentación e irrelevancia políticas en un mundo donde las potencias hegemónicas presentaban una enorme escala en términos geográficos y demográficos.

 

La reacción europea ante dichos riesgos, liderada en medida importante por visiones socialcristianas neotomistas (como las inspiradas en las ideas de Jacques Maritain), fue la de avanzar por los caminos de la democratización y la integración. Europa se democratizó finalmente. Por primera vez de una manera generalizada las democracias parlamentarias se instalaron para permanecer. La democratización y la integración de Europa occidental se retroalimentaron recíprocamente dando lugar a un gran experimento económico y político que ha culminado en la Unión Europea.

 

La ética del capitalismo regulado en las economías desarrolladas

La ética del capitalismo regulado en la esfera económica y de las socialdemocracias en la esfera política, fue un compromiso entre las nociones del individualismo y el utilitarismo que están en la esencia de las conductas del capitalismo, por un lado, y las nociones de derechos económicos, sociales y culturales que están en la esencia de las conductas políticas de la socialdemocracia por otro lado.

 

A medida que estos procesos económicos y políticos se afianzaban surgieron nuevas posiciones éticas que los reflejaron. Una de ellas, muy representativa de las nuevas visiones éticas que éste proceso trajo consigo fue el igualitarismo liberal (John Rawls). El impacto de las ideas de Rawls fue enorme quizá porque reintrodujo una noción, propia de la ética social pre-moderna que el individualismo y el liberalismo de la primera mitad del siglo XX habían borrado del diccionario: la justicia.

 

Bien entendido, John Rawls fue ante todo un filósofo político que intentó preservar la visión de mundo del liberalismo contractualista. Sin embargo, pretendió ser también un igualitarista, y la convergencia de estos dos objetivos (libertad e igualdad) contribuye a configurar su Teoría de la Justicia. Conviene repasar esquemáticamente sus ideas principales en vista del enorme impacto que han generado en los estudios actuales de ética y de filosofía política.

 

Su teoría de los bienes es un fundamento de su teoría de la justicia. Los bienes primarios son caracterizados como los medios generales requeridos para poder aspirar o acceder a una vida buena (nótese la diferencia entre esta noción y la de bienestar en su origen utilitarista). Rawls distingue entre dos tipos de bienes primarios: los naturales y los sociales. Los bienes primarios naturales son la salud y los talentos. Los bienes primarios sociales son básicamente tres: las libertades fundamentales, las oportunidades de acceso a las posiciones sociales y las ventajas socioeconómicas ligadas a dichas posiciones.

 

Su teoría de la justicia se aboca al logro de una distribución justa de los bienes sociales. Los principios para tal cometido son dos: 1) Cada persona ha de tener un derecho igual al esquema más extenso de libertades básicas que sea compatible con un esquema semejante de libertades para todos los demás. 2) Las desigualdades sociales y económicas habrán de ser conformadas de modo tal que a la vez que: a) se espere razonablemente que sean ventajosas para todos, b) se vinculen a empleos y cargos asequibles para todos.

 

Esta mínima referencia a los principios de justicia de Rawls no es suficiente para profundizar en ella, ni es el objeto de esta mención intentar hacerlo. Sin embargo, recordando los paradigmas fundamentales de la ética considerados al principio de estas notas, un rasgo de la visión de Rawls es haber logrado una convergencia entre la noción de libertad y la noción de igualdad. La primera (libertad) considerada como un rasgo central del liberalismo y la segunda (igualdad) considerada como un rasgo central de la visión de una naturaleza humana compartida, la que asume diferentes orígenes y versiones. En cierto sentido la ética social rawlsiana es la que mejor representa, legitima y racionaliza el capitalismo regulado y la democracia social instalados en el mundo desde el inmediato período de posguerra hasta la así denominada revolución conservadora de los años ochenta.

 

Un punto decisivo de la visión de Rawls es su rechazo del utilitarismo y su adscripción a una visión kantiana de la libertad, donde lo necesario es preservar la dignidad de cada hombre considerado como un fin en sí mismo. Otro punto esencial es la enorme importancia que, en el marco de una visión fuertemente influida por el keynesianismo, otorga Rawls a la noción de bienes públicos o bienes sociales en la configuración de una sociedad justa.

 

Globalización económica y neoliberalismo

Finalmente, en el último cuarto del siglo XX fueron el capitalismo regulado y la socialdemocracia apoyada en un estado benefactor los que entraron en crisis en los centros desarrollados. El exceso de gasto fiscal en Estados Unidos, y la fuerte carga tributaria aplicada a las grandes corporaciones condujo por un lado a presiones inflacionarias y por otro lado a un desaliento de la inversión productiva. El exceso de beneficios sociales tendió a producir una creciente participación del sector público y de los salarios en el ingreso total, reduciendo la participación de las ganancias corporativas. Comenzó así un proceso de inflación con recesión que no tenía precedentes en la economía estadounidense. En la década de los años ochenta este proceso condujo a un rechazo de la economía keynesiana, a un esfuerzo por reducir tanto el tamaño del Estado como su intervención en el campo de la vida económica, incluyendo el gasto en bienes público-sociales. Con la llegada a comienzos de los años ochenta de los gobiernos de Margaret Thatcher en Inglaterra y de Ronald Reagan en Estados Unidos se dio inicio a una era conocida como la Revolución Conservadora.

 

El decenio de los años ochenta dio lugar a la acelerada propagación de las tecnologías de la información y de la comunicación, coincidente con una nueva visión de la economía política acorde con los principios del así denominado Consenso de Washington, que restauró el proceso de asignación de recursos controlado por las grandes empresas en un contexto de emergente globalización entendido por una creciente movilidad no sólo de los bienes a través del comercio sino también de nuevos servicios asociados al desarrollo de las TIC, así como de tecnologías e inversiones vinculadas a la inversión directa extranjera. El mismo año de la promulgación de las ideas del Consenso de Washington fue el de la caída del Muro de Berlín y del colapso de las economías centralmente planificadas de Europa Central.

 

El capitalismo y la democracia representativa liberal quedaron como los únicos sistemas reguladores de los procesos económicos y políticos del mundo occidental. Sin embargo, el capitalismo comenzó a operar con base en nuevas posiciones tecnológicas, y acudió a nuevas estrategias y tácticas de mercado. Ese proceso contribuyó por un lado a la concentración y por otro lado a la despersonalización del poder económico.

 

Desde una perspectiva ética, esta inflexión histórica acontecida a fines del siglo XX, generó posiciones “restauradoras” de un individualismo altamente concentrador así denominado neoliberalismo. Los fundamentos de dicho poder económico se “sinceran” apoyándose no ya en presuntas contribuciones al bienestar general (en una línea utilitarista) sino simplemente en la legitimidad y necesidad de un sólido régimen de propiedad privada en el sentido restrictamente capitalista de esta expresión. El proceso económico que se ha traducido en la emergencia de la Revolución Conservadora y en los principios del Consenso de Washington en su traducción a la esfera de la ética y de la filosofía política ha dado en denominarse libertarianismo. Sus principales ideólogos han sido Von Hayek, y Robert Nozick.

 

El libertarianismo define la libertad humana como la propiedad de sí mismo y de todos los objetos legítimamente poseídos. La legitimidad de las relaciones contractuales y de mercado depende solamente de la voluntad de las partes contratantes (que por definición son propietarios). El libertarianismo se ocupa del origen de una propiedad legítima, y presenta diferentes argumentos para intentar justificarlo, los que no podemos profundizar en esta reseña. Bástenos decir que el justo precio para los neoliberales es por definición el convenido entre dos contratantes legítimos y no depende ni de ninguna otra consideración de mercado ni siquiera de la igualdad de las cantidades demandadas y ofertadas.

 

En ciertos aspectos morales más bien extraeconómicos el libertarianismo reconoce el derecho de una persona de hacer con su vida lo que considere conveniente, puede drogarse, suicidarse, ser objeto de eutanasia consentida y voluntaria, practicar relaciones sexuales o establecer vínculos estables con personas del mismo sexo, aislarse del mundo etc. Los únicos límites que impone esta visión son primero, no ceder la propiedad de sí mismo a otra u otras personas, segundo aceptar la necesidad de supervisión que los jóvenes requieren hasta que adquieren su plena capacidad, y, tercero, limitar la libertad de cada uno respecto de acciones delictivas contra la propiedad de terceros o de los bienes legítimamente adquiridos.

 

Si bien, ésta ética adquiere plena inteligibilidad respecto de las personas humanas su mayor utilización y significación económica se ha volcado sobre las personas jurídicas, las organizaciones, y sobre todo, sobre las grandes corporaciones económicas. En ellas, la propiedad se despersonaliza bajo formas de grandes sociedades de responsabilidad limitada, o sociedades anónimas cuyo capital accionario se cotiza en bolsa y es fácilmente transferible.

 

En la práctica, el proceso de globalización ha enfrentado a Estados Nacionales cada vez más debilitados en sus opciones de política pública con grandes corporaciones transnacionales. Estas corporaciones imponen normas legales transnacionales originadas en agencias intergubernamentales y privadas respecto de la propiedad transnacional de inversiones, de servicios, de innovaciones y marcas industriales, etc., las que suelen entrar en conflicto con las normas legales de las naciones donde asientan sus inversiones. A un nivel más profundo el tema puede verse como una confrontación entre los derechos de propiedad de corporaciones transnacionales totalmente despersonalizadas en su responsabilidad y los derechos humanos y ciudadanos de los habitantes de las naciones donde localizan sus inversiones.

 

El mundo económico de hoy es, más que nunca antes, un mundo de instituciones y organizaciones empresariales vinculadas entre sí por una inextricable red de compromisos legales de tipo patrimonial. A diferencia de las personas humanas que son personas naturales, las organizaciones son personas jurídicas respecto de las cuales no cabe predicar derechos humanos porque las organizaciones como tales carecen de conciencia y voluntad, son meramente instrumentales. Sus derechos y obligaciones son patrimoniales y están reglados por las normas que regulan los contratos (públicos y privados) propios de la justicia conmutativa. Incluso aquellas instituciones dedicadas a satisfacer derechos humanos elementales (organismos de seguridad social, escuelas, hospitales, etc.) deben adquirir personería jurídica y quedan sujetas a normas patrimoniales que son fijadas mirando a las cosas que allí se administran y no a las personas que se benefician de esos servicios.

 

También por supuesto hay normas que regulan los derechos y deberes de las personas, códigos familiares y penales, normas morales escritas y no escritas, pero la justicia distributiva que se debe a las personas esta siempre mediada, en las organizaciones, por múltiples “costos de transacción” que limitan u obstaculizan su ejercicio.

 

En el mundo globalizado de hoy, las instituciones que regulan la justicia conmutativa aplicable a las organizaciones, especialmente a las organizaciones económicas transnacionales, tienden a predominar sobre las que regulan la justicia distributiva aplicable a las personas que son ciudadanos de los estados. Las primeras se imponen en el ámbito de las empresas (que carecen de ciudadanía política) con mucha fuerza a través del proceso de globalización del capitalismo, en tanto que las segundas sólo pueden operar a través de los sistemas políticos nacionales (o eventualmente supranacionales cuando varias naciones se integran para defender sus derechos).

 

El proceso de globalización del capitalismo es ante todo un proceso de transnacionalización de las empresas a escala global, o al menos, a escala supranacional, con la consiguiente consolidación de los cambios en los derechos de propiedad que son requeridos para un eficiente funcionamiento de la justicia conmutativa. En consecuencia, la justicia conmutativa aplicada a la lógica del capitalismo global predomina sobre la justicia distributiva aplicable a los sistemas políticos democráticos.

 

El desafío consiste en crear una cultura democrática consolidada a escala latinoamericana, atendiendo a las afinidades preexistentes, especialmente aquellas vinculadas a la común herencia católica que todavía subyace a nuestro ethos cultural. El objetivo fundamental debería ser el de lograr la prioridad de los derechos humanos y ciudadanos fundamentales de las personas sobre los derechos patrimoniales de las empresas. Esto no supone imponer a las empresas, y en especial a las micro, pequeñas y medianas, cargas económicas (salarios mínimos, por ejemplo) que no estén en condiciones de pagar, sino usar los mecanismos de la democracia política para consolidar las dimensiones económica y cultural de la democracia. También supone la aplicación de medidas correctoras de carácter redistributivo frente a las enormes asimetrías de poder económico existentes por ejemplo entre los grandes grupos económicos transnacionalizados, y las pequeñas y medianas empresas que tanto contribuyen a la generación de oportunidades de trabajo.

 

La “Revolución Conservadora” de los años ochenta

En 1980 se desatan las nuevas estrategias económicas de la, así denominada, “Revolución Conservadora” en los Estados Unidos (“reaganomics”) precedida por el viraje británico con Margaret Thatcher. Esta fecha (1980) podría también aceptarse como un   punto de inicio de la propagación mundial de las tecnologías de la información que entronizaron el papel protagónico de las transnacionales en la economía mundial y dieron comienzo al proceso de globalización. Se transicionó, así, hacia economías cada vez más abiertas y orientadas por las estrategias de las empresas transnacionales en la búsqueda de sus ventajas competitivas.

 

La nueva teorización neoliberal de la década de los ochenta, desacreditó el papel de las políticas fiscales de gasto público (y especialmente de gasto social) tras la alta inflación de los años setenta en los Estados Unidos. La revolución conservadora alentó las políticas “monetaristas” (basadas, prioritariamente, en el manejo de la tasa de interés) y “ofertistas” (basadas en la reducción de impuestos a las empresas) para que los inversionistas privados, reemplazaran la inversión pública y asumieran un papel decisivo en la asignación de los recursos.

 

Las teorías de la oferta, (así denominadas teorías “ofertistas”) fueron promovidas por autores como Laffer, que pedía una reducción de la presión impositiva. Argumentaba que esta medida estimularía la inversión privada y el crecimiento económico, posibilitando, así, como consecuencia del crecimiento de la economía, una recaudación impositiva mayor con tasas tributarias menores.

 

De esta Revolución Conservadora de los años ochenta, deriva la posición económica actual, así denominada neoliberal o libertaria.  Su estrategia en América Latina es “crecimientista” (desarrollista en el más estrecho y economicista sentido de la palabra) y compatible con un recalcitrante “libertarismo” en el plano de la ética. Es “crecimientista”, si se acepta este barbarismo terminológico, a nivel de la economía en su conjunto, pero su libertarismo hace total abstracción de cualquier concepción igualitaria o solidaria, en el plano distributivo o social.

 

El neoliberalismo económico, fuertemente afín con las postulaciones ya examinadas de la economía neoclásica. Rechaza el salario mínimo porque el salario “debe estar fijado por las fuerzas del mercado” y los empresarios no pagarán salarios por encima de lo que, a juicio de ellos, produzca marginalmente el trabajador contratado. Por lo tanto, dicen que un salario mínimo sería “arbitrario” (es decir, no vinculado a las productividades laborales). Por lo tanto, si se les obliga a aceptarlo, no contratarán trabajadores adicionales, no invertirán, y la economía no crecerá, todo lo cual provocará, obviamente, un aumento del desempleo.

 

Este punto, desarrollado con la política y las prácticas salariales, merece una consideración más detenida. De un lado es necesario aceptar que la supervivencia y el desarrollo de la empresa privada exige salarios medios que sean inferiores a las productividades laborales medias correspondientes, como única manera de permitir ganancias y reinversiones en la rama productiva de que se trate. De otro lado, los neoclásicos también se ven obligados a aceptar que el salario fijado por el mercado puede no ser suficiente para superar la línea de la pobreza de los trabajadores contratados. Sin embargo, en tal caso se desligan del problema y lo traspasan al Estado, encargado de asistir a los desocupados o sub-ocupados. Así, los neoclásicos y los neoliberales socializan y redistribuyen las pérdidas, pero privatizan y concentran las ganancias.

 

En la versión neoliberal concreta de la política económica, propagada a partir de la, así denominada, “revolución conservadora” (“reaganomics” y “thatcherismo”), la estrategia económica neoliberal se propone una reducción de la carga tributaria, lo que reduce las posibilidades estatales de entregar subsidios por desempleo o complementos salariales.

 

La única solución verdadera y profunda al problema de la pobreza es, para los neoliberales, el muy acelerado crecimiento económico, y en ese sentido, (estrecho y reductivo) son “desarrollistas” o, más precisamente, “crecimientistas”. Por supuesto ese crecimiento económico, así postulado, depende de la inversión de capital productivo proveniente de los propios empresarios (nacionales y/o transnacionales). Si estos, en su conjunto, deciden no invertir productivamente, impedirán el crecimiento y generarán el desempleo.

 

En la perspectiva neoliberal, el Estado debe ser el encargado de subsidiar a los desocupados para sacarlos de la pobreza. Pero, como ya observáramos, la posición neoliberal (frecuentemente sostenida por las cámaras empresariales) en materia de política fiscal es que debe evitarse el déficit presupuestario derivado de un “excesivo” gasto social, con lo que el límite superior de dicho gasto dependerá de los ingresos tributarios de los estratos de alto ingreso, empezando por el de los propios empresarios. Los empresarios piden “señales claras y estables” en materia de impuestos, y, en cierto modo, consideran que las aportaciones a las arcas fiscales, que los empleadores deben efectuar en virtud de las leyes socio-laborales son también una forma de impuesto.

 

En resumen, la visión neoliberal ignora el tema de la pobreza, porque no parte de las necesidades humanas para fijar un salario mínimo, sino que toma como punto de partida la productividad laboral marginal (incremental) del trabajo. Obsérvese además que, si los empresarios deciden no crear trabajo, el Estado, probablemente, tampoco podrá hacerlo porque las condiciones recesivas reducirán sus recaudaciones tributarias y su posibilidad de gasto social. Los argumentos neoliberales principales son: que la pobreza sólo puede superarse a través del crecimiento económico que asegure el pleno empleo de los trabajadores con salarios crecientes; que los subsidios del Estado son ineficientes e insuficientes; que el pleno empleo depende de la inversión privada, pero; que los empresarios no invertirán cuando el salario mínimo legal excede aquel compatible con el salario máximo que se está dispuesto a pagar.

 

En las formulaciones más recalcitrantes de la derecha económica, ni siquiera se intenta determinar cuál debería ser ese salario atendiendo a su productividad efectiva, sino que el argumento se apoya en la discrecionalidad del empresario respecto del salario que está dispuesto a pagar. De esta manera se cae en una profecía auto-cumplida: el indicador objetivo de que los salarios mínimos son altos y que las relaciones son rígidas es, para los neoliberales, la existencia de desempleo. Cuando los empresarios consideran que el salario mínimo o medio es demasiado elevado, simplemente reducen sus niveles de actividad en el país de que se trate, creando, de manera automática mayores niveles de desempleo. En el mundo global, esta opción es cada vez más viable, sin detrimento de los intereses empresariales, en vista de la creciente globalización de las oportunidades de inversión, tanto en el campo productivo como en el financiero.

 

Por oposición a esta visión, aquí se sugerirá que, el correcto planteamiento del desarrollo, como mecanismo necesario para paliar o solucionar el problema de la pobreza exige partir de las personas realmente existentes interactuando en medios sociales concretos, y tomar en consideración sus capacidades o potencialidades, por un lado, y sus necesidades por el otro. Esto es lo que hacen, por ejemplo, la Enseñanza Social de la Iglesia Católica, o las visiones aristotélicas originales en que aquella se basa. Pero jamás podremos llegar al concepto de pobreza partiendo de las condiciones de eficiencia del mercado de trabajo, o de las preferencias individuales de consumidores “solventes”.

 

Los economistas neoclásicos, incluyendo su expresión neoliberal contemporánea, aceptan que la pobreza existe como problema social. Obviamente no podrían negarla, pero derivan al Estado la obligación de subsidiar a los más pobres (los más ricos tienen una seguridad social crecientemente privatizada). Es claro, sin embargo, que la capacidad del Estado para subsidiar vía gasto social queda dentro de límites muy rigurosos dados por el equilibrio presupuestario y por una contención tributaria. El drama actual (junio de 2020) generado por la pandemia mundial, está poniendo dramáticamente de relieve las insuficiencias de esta concepción del mundo y de la historia.

 

A nivel global, las reglas de juego del Consenso de Washington han ayudado a consolidar estas restricciones a la capacidad operativa del Estado. Por lo tanto, tampoco el Estado cuenta necesariamente con los recursos suficientes para asegurar un mínimo nivel de vida a toda la población. En resumidas cuentas, la lógica del mercado en el capitalismo global, si opera sin contrapesos políticos, conspira contra la lógica de la justicia distributiva y de la democracia. De lo que se trata es de subordinar por la vía política la lógica del capitalismo a la lógica de la democracia.

 

La autorregulación del mercado (la vieja “mano invisible”), coloca a la empresa privada como el principal actor del orden capitalista. La visión liberal del mundo según la cual en la búsqueda del interés privado las empresas, a través del mecanismo de mercado logran acrecentar el bienestar general, entendido como un mayor crecimiento del ingreso y de la riqueza por habitante, ha sobrevivido como fundamento del capitalismo, desde el inicio de la era contemporánea.

 

Como ese mecanismo es presuntamente “automático”, ya hemos visto que las responsabilidades individuales se diluyen, y en particular, las responsabilidades de los poderosos. Sin embargo, el crecimiento de las grandes corporaciones globales desde fines de los años ochenta del siglo XX, hace evidente el inmenso poder de estas corporaciones y pone en relieve su responsabilidad social. En rigor a través del poder ejercido por las grandes corporaciones transnacionales, se pone en relieve la responsabilidad social de todos los actores dotados de poder.

 

Enfoques principales del desarrollo y del subdesarrollo

 

En cierto modo las cartas y declaraciones sancionadas en Naciones Unidas (empezando por la propia Declaración Universal de los Derechos humanos), dio lugar a la fundación de agencias sectoriales como UNESCO, UNICEF, FAO, OMS, OIT, etc., donde se definieron estándares mínimos en materia de educación, cuidado de la infancia y la juventud, alimentación, salud, trabajo, etc. Se fue creando por esta vía una gran base referencial para la defensa de los derechos económicos, sociales y culturales de los seres humanos que posteriormente dio lugar a estudios del Programa de Naciones Unidas para el desarrollo culminando en los años noventa con los informes sobre Desarrollo humano que son una importante vertiente a ser analizada en la este curso. Este fue el punto de partida para los estudios sobre desarrollo integral y desarrollo humano.

 

Otras teorías formuladas por pensadores latinoamericanos se desarrollaron de manera paralela e interconectada, haciendo un énfasis mucho más unilateral en la temática económica del capitalismo como por ejemplo la Teoría de la Dependencia a la que contribuyeron distinguidos sociólogos y politólogos tales como Fernando Henrique Cardoso, Enzo Faletto, Theotonio Dos Santos, Rui Mauro Marini entre otros. También otros científicos sociales latinoamericanos examinaron la naturaleza de las estructuras sociales fuertemente estratificadas no sólo por clases sino por etnias y culturas (Quijano, Stavenhagen, etc.). En estos autores la noción liberal de democracia tuvo una relevancia mucho menor.

 

Un rasgo específico del pensamiento latinoamericano ha sido la incorporación de las teorías del poder asociadas a situaciones de dominación y dependencia social. Estas nociones se vinculan naturalmente con los temas de la justicia distributiva también presentes en la Escuela Latinoamericana del Desarrollo. A medida que la noción de desarrollo se torna multidimensional, el tema de la justicia distributiva, no se circunscribe a la esfera económica, esto es, no se limita a la distribución del producto social (por el lado de la producción y la oferta agregada) o del ingreso total (por el lado del gasto o la demanda agregada) sino que el tema de la desigualdad debe ser planteado de manera multidimensional: económica, cultural, política e incluso ambiental.

 

Volviendo a los aspectos económicos del desarrollo, el estructuralismo histórico latinoamericano como escuela de pensamiento económico, ha desarrollado una teoría del valor económico, en donde los precios de las mercancías no son una medida del trabajo contenido en las mercancías como postularon los clásicos y Marx. Para esta escuela, los precios de mercado tampoco son una medida de la utilidad y la escasez, calculadas para mercados de competencia perfecta en función de preferencias de consumidores individuales como postularon los neoclásicos.

 

Los estructuralistas consideran que subyacentes a estas dimensiones (trabajo por un lado y utilidad y escasez por el otro) están las posiciones institucionalizadas de poder de las partes contratantes. Puesto que, en las sociedades capitalistas los factores de la producción (recursos naturales, trabajo, bienes de capital, conocimiento técnológico), se transan como mercancías, el punto de partida de toda la estructura de los precios y de los mercados son las posiciones institucionalizadas de poder de los propietarios de dichas mercancías. Así por ejemplo el salario como precio en el mercado de trabajo expresa posiciones de poder entre los trabajadores asalariados y los empleadores por el otro. Lo mismo acontece con los recursos naturales que están sujetos a toda clase de regulaciones institucionalizadas. En consecuencia, la noción de poder forma parte integral tanto de la Escuela Latinoamericana del desarrollo como de la teoría económica estructuralista.

 

El auge del estructuralismo histórico latinoamericano tuvo lugar durante la postguerra (1945-1970), coincidiendo con el desarrollo de la teoría macroeconómica keynesiana, que dotó a los estados nacionales con importantes elementos de política monetaria y fiscal para regular el funcionamiento del capitalismo en sociedades democráticas.

 

Dos fueron las contribuciones del estructuralismo histórico a la comprensión del desarrollo latinoamericano. En primer lugar, su visión del sistema centro-periferia de relaciones económicas internacionales originado en los trabajos personales e institucionales que Raúl Prebisch elaboró en la CEPAL/ONU. Este planteamiento fundacional se formuló con una metodología que le permitió una interpretación histórico-estructural de las principales fases de la formación de las economías latinoamericanas (período colonial, Siglo XIX, y primera mitad del Siglo XX).

 

En segundo lugar, el estructuralismo histórico latinoamericano elaboró estrategias de desarrollo económico que, de manera esquemática han sido etiquetadas como «desarrollismo cepalino», el que implicó políticas y estrategias de desarrollo que tuvieron una enorme influencia en las naciones latinoamericanas durante el período 1950-1975, cronológicamente coincidente con el afianzamiento del Keynesianismo en los países hegemónicos occidentales.

 

El tema del subdesarrollo y del desarrollo también fue abordado desde diferentes perspectivas teóricas e ideológicas por otros autores del mundo desarrollado tales como Colin Clark, Albert Hirschman, Arthur Lewis, Gunnar Myrdal, Paul Rosenstein Rodan, Walt Whitman Rostow, Hans Singer, Jan Tinbergen, etc.

 

Sin embargo, el enfoque estructuralista latinoamericano fue probablemente el primero que desde su propio punto de partida examinó la relación desarrollo-subdesarrollo en términos planetarios y desde una amplia perspectiva histórico-estructural. El subdesarrollo latinoamericano fue examinado en el marco de la visión centro-periferia adoptada por CEPAL en sus estudios iniciales, y dio lugar a diagnósticos (como la heterogeneidad estructural), y a estrategias específicas, recomendadas por CEPAL a los gobiernos de América Latina. Estas recomendaciones fueron de vasta aplicación en nuestra región, e incluyeron propuestas tales como la industrialización por sustitución de importaciones, protegida por el estado (década de los cincuenta); las reformas estructurales (reformas fiscales y agrarias), la planificación del desarrollo (compatible con el funcionamiento de sociedades democráticas), y la integración regional (década de los años sesenta). El período cubierto por estas políticas (1945-1975) fue el más dinámico en la historia del capitalismo occidental tanto en los centros como en la periferia latinoamericana. Las tasas de expansión económica solo fueron superadas a partir de los años setenta por las economías asiáticas.

 

Sin embargo, los estructuralistas latinoamericanos siguieron produciendo teoría en períodos posteriores con sus contribuciones personales e incorporando la noción de poder institucionalizado, entendido como un componente inseparable de las interpretaciones latinoamericanas sobre el desarrollo. Esta noción de poder institucionalizado, entendida desde una perspectiva sistémica nos remite a los vínculos entre sistema político, sistema económico y sistema cultural, y a las interacciones de poder que se suscitan entre ellos. Actualmente la crisis del cambio climático y la amenaza gravísima de sucesivas pandemias obliga a considerar también las interacciones con el subsistema ambiental biológico-ambiental.

 

El capitalismo globalizado a partir de los años setenta

La importancia de seguir estudiando el capitalismo como marco referencial de los estudios sobre el desarrollo, se puso nuevamente de relieve a partir de los años setenta, cuando empiezan a surgir nuevos procesos que inician una era en la historia de la humanidad. Estos procesos fueron: a) el surgimiento de las tecnologías de la información, la comunicación y el conocimiento (TIC), b) la agudización de los problemas ambientales y la toma de conciencia de su gravedad (Club de Roma), c) la creciente interdependencia y globalización de la economía mundial, d) la emergencia de los países asiáticos como potencias económicas en ascenso, e) la posición hegemónica de las corporaciones transnacionales en la fase neoliberal del capitalismo globalizado

 

En el campo de las ideas se produjo la decadencia del keynesianismo como fundamento de las políticas de regulación y crecimiento en el mundo desarrollado y su creciente reemplazo por las políticas monetaristas de crecimiento que terminaron conduciendo a la economía política neoliberal cuyo expansión y afianzamiento tuvo lugar durante el período (1970-2000).

 

Desarrollo y subdesarrollo: un enfoque latinoamericano

En este apunte se efectúa un repaso del pensamiento de CEPAL por su influencia durante el medio siglo que media entre 1950 y 2000. Allí se resumen los principales diagnósticos y recomendaciones formuladas por la institución: la visión centro-periferia y las políticas de industrialización en los cincuenta; la desigualdad social y las reformas estructurales en los años sesenta; la recapitulación diagnóstica y la  búsqueda de los estilos de desarrollo en los setenta; los estudios sobre la deuda externa en los años ochenta; las propuestas sistémicas de los estudios sobre la transformación productiva con equidad en los años noventa; y el examen de la globalización a comienzos del nuevo milenio.

 

En el comienzo de este nuevo milenio, se produjeron nuevos eventos que están conduciendo a posiciones contestatarias y cada vez más críticas del modelo neoliberal vinculado a la, así denominada “Revolución Conservadora” (comienzos de los años ochenta) y de las reglas sancionadas bajo la denominación de “Consenso de Washington” (1989). Entre otros acontecimientos que marcan una divisoria de aguas a partir de este nuevo milenio, están los problemas civilizatorios y culturales anticipados por Huntington en su libro El Choque de Civilizaciones y que tuvieron una abrupta y violenta concreción en el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York en un estilo de terrorismo inédito hasta ese momento histórico.

 

En Estados Unidos y Europa en lo que va corrido del siglo XXI se han ido gestando movimientos de protesta social contra la creciente desigualdad social y progresivo desmantelamiento del Estado Social, cuyos mecanismos institucionales protegían los derechos económicos, sociales y culturales de sus ciudadanos.

 

En América Latina el inicio del siglo XXI presenció un viraje de los sistemas políticos vigentes, hacia formas que buscan revertir los rasgos neoliberales (o ultraliberales) del “mercadismo extremo”, como filosofía de vida y vía de desarrollo. Los gobiernos de Lula Da Silva en Brasil, de los esposos Kirchner en Argentina, de  Hugo Chávez en Venezuela, de  Evo Morales en Bolivia, de Rafael Correa en Ecuador, de José Mujica en Uruguay, iniciaron nuevas concepciones para la comprensión del subdesarrollo latinoamericano y la promoción de políticas de desarrollo, que han sido bautizadas con denominaciones ideológicamente cargadas como las (favorables) de “socialismo del siglo XXI” o (desfavorables) de populismo, demagogia, personalismos, y autoritarismos. Se revelan aquí situaciones históricas y nuevas visiones en proceso de maduración que también merecen ser examinadas en un curso sobre enfoques del desarrollo en América Latina.

 

En la esfera de los sistemas políticos se ensayaron reformas constitucionales orientadas a la formación de democracias participativas con una mayor presencia ciudadana y mejor representación de los pueblos (como por ejemplo en Venezuela, Bolivia y Ecuador). En la esfera de los sistemas económicos, se aceptó explícitamente el carácter periférico (exportador de productos primarios e importador de insumos y equipos industriales) de los aparatos productivos, especialmente en Sudamérica. Para ir superando estas estructuras productivas, heredadas ya desde la época colonial, y continuadas durante el período de vida independiente, se intentó generar en dichos países un presunto “modelo neoextractivista progresista” que pretendía utilizar los excedentes de exportación originados en la explotación de recursos naturales (cobre, estaño, petróleo, gas natural, etc.) para promover medidas de protección social y de redistribución progresiva del ingreso. Además, en este período se produjeron cambios importantes en los esquemas de integración dando lugar a la formación de nuevos organismos como el UNASUR el ALBA y el CELAC. Debe reconocerse que esta oleada de gobiernos contestatarios del neoliberalismo no se sustrajo completamente a los escándalos de corrupción que sacudieron al mundo desde comienzos del siglo XXI. Estos escándalos fueron aprovechados y magnificados por la derecha política en esos países para crear un frente mediático- judicial capaz de aplicar «golpes blandos» (por oposición a golpes militares) financiados y promovidos por el capital transnacional. A través de estos golpes el neoliberalismo latinoamericano se «asoció» con la cara nacionalista y racista que parece resurgir en los centros occidentales. El caso más flagrante en Sudamérica de esta “asociación” puede encontrarse en el rumbo que ha tomado Brasil con su presidente Bolsonaro a la vera del gran supremacista blanco Donald Trump.

 

Desde luego en estos tiempos del coronavirus falta escribir un capítulo esencial que empezará a manifestarse después de que se logre controlar esta pandemia.

Capítulo I de las notas de clase preparadas por el autor para el Diplomado sobre Enfoques del Desarrollo y Políticas Públicas, dictado en la Universidad Alberto Hurtado, Santiago de Chile.

PODER CAPITALISMO Y DEMOCRACIA

ÍNDICE Y PREFACIO DEL LIBRO PUBLICADO POR RIL EDITORES (2013)
Índice
Prefacio……………………………………………………………………….11
Índice de siglas ……………………………………………………………23
Agradecimientos…………………………………………………………..25
Parte I
Capitalismo
1. El capitalismo: sus rasgos definitorios…………………………….27
2. Capitalismo y sistemas políticos: un bosquejo histórico…….47

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CAPITALISMO GLOBALIZADO Y RESPONSABILIDAD DE LAS CORPORACIONES TRANSNACIONALES

CARACTERÍSTICAS DE UN ENFOQUE ALTERNATIVO

El presente fragmento, publicado aquí bajo otro título, corresponde al documento de Armando Di Filippo: “Fundamentos de un enfoque iberoamericano para la enseñanza de la responsabilidad social empresarial”, solicitado a su autor en 2012 por el Fondo Fiduciario España—PNUD referido al área temática: “Hacia un Desarrollo Integrado e Inclusivo en América Latina y el Caribe”.

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DEMOCRACIA INTEGRAL Y DESARROLLO HUMANO

DEMOCRACIA INTEGRAL Y DESARROLLO  HUMANO

Armando Di Filippo

 

El derecho a elegir y a ser elegido a cargos gubernamentales por parte de los ciudadanos de un régimen democrático, otorga un papel central a los seres humanos, ya que la condición de ciudadano se predica solamente respecto de los seres humanos.

 

Si bien no todo ser humano ha sido investido, en la historia, con la condición de ciudadano, queda claro que todo ciudadano debe ser necesariamente un ser humano. Este énfasis en la condición humana de cualquier ciudadano puede parecer una perogrullada obvia, si no fuera porque en el presente de las megacorporaciones capitalistas se ha acuñado la equívoca expresión «ciudadanía corporativa » o «ciudadanía empresarial» que confunde el significado básico de nociones centrales de la ciencia política establecidas desde los tiempos de Aristóteles.

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HACIA UNA NUEVA TEORÍA DEL VALOR PARA LA CIENCIA ECONÓMICA DEL SIGLO XXI

Significado humano del valor económico que subyace a los mercados

El meollo o hilo conductor para la comprensión del capitalismo, sistema que ha dominado el mundo occidental durante los últimos doscientos cincuenta años, es la lógica del mercado. Así como el Rey Midas convertía en oro todo lo que tocaba, también el capitalismo ha convertido en mercancías todo lo que ha tocado, y cada vez abarca más ámbitos de la vida humana que, sobre todo en Occidente, llamamos civilizada.
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UNA TEORÍA «ARISTOTÉLICA» DEL PODER Y LA DOMINACIÓN

UNA TEORÍA “ARISTOTÉLICA” DEL PODER Y LA DOMINACIÓN

(Nota: El entrecomillado para la palabra «aristotélica» es un recordatorio de que Aristóteles no formuló tal teoría ni pretendió hacerlo. En este capítulo se utilizan libremente sus categorías filosóficas básicas para proponerla) (más…)

HAYEK Y SU DEFENSA UNILATERAL DE LA JUSTICIA CONMUTATIVA

Estudiar a Hayek resulta un interesante ejercicio para verificar hasta qué punto, las palabras pueden ser tergiversadas y dotadas de contenidos conceptuales diametralmente opuestos a lo que realmente significan. Nos concentraremos aquí en dos conceptos claves, los de justicia y libertad, para contrastar la visión de Hayek con la que este trabajo intenta desarrollar. Dice Hayek (1981): (más…)

LA SOCIEDADES QUE TENEMOS Y LAS QUE REQUERIMOS CONSTRUIR

Una lectura multidimensional de las sociedades humanas

Las instituciones entendidas como reglas sociales vigentes, interiorizadas en el comportamiento habitual de las personas naturales y de las asociaciones, pueden ser examinadas en cuatro dimensiones que son consideradas esenciales para cualquier sociedad humana. Las instituciones están históricamente determinadas y por lo tanto nos referimos a las sociedades humanas contemporáneas tal como operan mayoritariamente, al menos en el mundo occidental del siglo XXI.

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LA VISION CENTRO-PERIFERIA Y EL PROCESO DE GLOBALIZACIÓN

Se han levantado voces en medios académicos y políticos que suscriben el acta de defunción de la visión centro-periferia del sistema de relaciones económicas internacionales, asociada a los estudios y propuestas de la Escuela Latinoamericana del Desarrollo que floreció al alero de la CEPAL. Esta visión tiene un carácter que podríamos denominar transhistórico o, al menos, aplicable a varios períodos  sucesivos de la era contemporánea, inaugurados a partir de las revoluciones políticas americana y francesa y de la Revolución Industrial Británica. El criterio periodizador de la visión centro-periferia incluye la Revolución Industrial (más…)

DEMOCRACIA, ASPECTOS PROCEDIMENTALES Y SUSTANTIVOS

La democracia como sistema político fue caracterizada originalmen­te por Aristóteles en su obra Política, pero lo hizo solamente para el ciudadano griego, apto para gobernar y para obedecer al gobierno de sus pares. Aceptó, simultáneamente, la esclavitud como régimen social compatible con la democracia al estilo griego. Aristóteles no solo caracterizó la democracia como un régimen que defiende la libertad de los ciudadanos griegos, sino que, de acuerdo con algu­nos intérpretes de su pensamiento, la consideró como el mejor de los regímenes políticos, apoyando simultáneamente la regla de la mayoría y la regla de la ley.
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CAPITALISMO NECESIDADES OBJETIVAS Y PREFERENCIAS SUBJETIVAS

En esta peculiar versión aristotélica de las necesidades objetivas que proponemos a continuación, caracterizamos al hombre como un animal dotado de razón (instrumental y moral) y, además, animal político. De aquí derivan dimensiones específicas de todo ser humano, por el mero hecho de serlo. Necesidades biológico-ambientales que derivan de su pertenencia al mundo de la vida animal, necesidades económicas que derivan de su racionalidad instrumental (productor, propietario, mercader), necesidades culturales que derivan de su libertad para fijarse fines y valores, y necesidades de convivencia política para generar normas e instituciones que regulen todas las dimensiones de la vida social y determinen sus esferas de acción como ciudadanos en la esfera pública.
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LA COMPETENCIA «PERFECTA»» DE LOS NEOCLÁSICOS Y SUS PREMISAS FUNDAMENTALES

En cierto sentido, el modelo neoclásico de equilibrio general bajo condiciones de competencia «perfecta» puede verse como una versión formalizada por León Walras de la visión de la «mano invisible del mercado» formulada originalmente por Adam Smith. Según dicha visión, los individuos en la búsqueda de su provecho personal, a través del proceso de mercado logran llevar a un máximo el bienestar general. El tratamiento de Walras es abstracto y basado en premisas que condicionan el desarrollo matemático del tema. El criterio de cientificidad está dado no por el realismo de las premisas, sino por la congruencia interna del desarrollo de un modelo. (más…)

By | mayo 13th, 2015|Economía, Filosofía|Sin comentarios

CAPITALISMO Y JUSTICIA

(… ) Un noveno rasgo específico del capitalismo es su naturaleza intrínsecamente dinámica, caracterizada por una permanente (aunque cíclica) expansión de su poder productivo, que lo convierte en un «juego de suma positiva», donde al menos teóricamente todos los participantes en el juego de mercado pueden estar ganando al mismo tiempo. Este proceso expansivo se inició a fines del siglo XVIII con la Revolución Industrial Británica.
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CONCEPCIONES EPISTEMOLÓGICAS ALTERNATIVAS DE LA CIENCIA ECONÓMICA

La ciencia económica en la perspectiva sistémica privilegiada en este trabajo, se funda en esa repetición de eventos históricos entrelazados que denominamos instituciones y que en su conjunto constituyen la estructura social. La realidad objetiva exterior que denominamos sociedad humana posee una estructura que carece de la solidez y permanencia de las cosas materiales inertes, como es el caso con un trozo de piedra o de madera. La estructura social no es más que la consecuencia entrelazada y compleja de comportamientos humanos repetitivos e interdependientes. El orden capitalista-industrial ha contribuido de manera decisiva a fijar esos ritmos habituales. En una gran metrópoli sus habitantes se levantan a horas parecidas, se higienizan y desayunan con productos y procedimientos similares, se trasladan masivamente de formas alternativas (por ejemplo, locomoción pública y privada) según cuáles sean sus ingresos medios, pero sujetas cada forma a ritmos repetitivos. (más…)

LA TEORÍA DEL VALOR DE LOS ESTRUCTURALISTAS LATINOAMERICANOS

La visión teórica del mercado y los precios de la escuela estructuralista latinoamericana, a veces implícita y otras veces explícita, es que en un momento dado la existencia del mercado refleja las posiciones de poder de los actores sociales respecto de los diferentes ámbitos de cada sociedad. En consecuencia, los precios de mercado pueden concebirse como una medida de las posiciones de poder y de las estrategias y tácticas específicas de las partes contratantes y, a su vez, las variaciones que experimentan a lo largo del tiempo revelan los cambios que se van produciendo en esa situación. (más…)

DEMOCRACIA Y TEORÍAS DEL VALOR ECONÓMICO: ENFOQUE INTEGRAL

El concepto multidimensional o integral de democracia nos obliga a una consideración igualmente multidimensional de algunos términos clave para nuestra indagación; por ejemplo, los términos de institución, necesidad, privación, pobreza, justicia, igualdad, etc. Todos estos conceptos son o pueden ser concebidos como multidimensionales y examinados desde perspectivas biológico-ambientales, económicas, culturales y políticas. Es por esto que el principal «término envolvente» de nuestra argumentación, que es la democracia, también puede ser concebido de modo multidimensional. Personalmente considero que el término justicia subyace en el término democracia, cuando se lo considera de manera sustantiva y no meramente procedimental. De aceptarse esta afirmación el término multidimensional envolvente sería en última instancia el de justicia. (más…)

FORMAS DE DOMINACIÓN CORPORATIVA A TRAVÉS DEL MERCADO

En el capitalismo, la noción de propiedad referida a las personas ha sido extendida por la noción de propiedad referida a las organizaciones. En las versiones liberales primigenias, por ejemplo en Locke o en Rousseau, la propiedad de los recursos se predicaba y legitimaba respecto de las personas naturales, y no de las personas jurídicas como es el caso con las corporaciones trasnacionales. En Locke la propiedad privada se legitimaba a través de la agregación de trabajo a bienes o recursos que antes estaban en un «estado de naturaleza». Esta idea asociaba también el derecho a la propiedad de los recursos con la iniciativa individual de aquellos que, mediante su trabajo, agregaban valor a dichos recursos. (más…)