Años setenta, surge el neoliberalismo y emergen los países asiáticos

Durante los últimos treinta años del siglo pasado el neoliberalismo comenzó a imponerse en los países desarrollados del mundo occidental justo cuando Estados Unidos y Europa empezaban a perder competitividad frente a las economías de Asia. Primero fue Japón enla década de los años setenta, seguido por las economías emergentes del sudeste asiático en la década de los años ochenta. Desde los años noventa se ha verificado la irrupción de China y, en un tono menos evidente pero igualmente importante, también la de India. Las corporaciones de los países desarrollados empezaron a encontrar cada vez más dificultoso el competir con los bajos costos laborales y ambientales del Asia derivados de los menores niveles de vida de esas naciones y de sus altísimos coeficientes de ahorro e inversión. El occidente desarrollado había basado su competitividad en altos niveles de productividad que superaban las diferencias de costos salariales con sus competidores. Apoyadas en dicho poder productivo y competitivo las grandes potencias occidentales promovieron la ideología de los mercados libres, abiertos y desregulados que, con la fundación del gatt, habían estimulado el comercio norte-norte desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Como lo hicieron notar los economistas latinoamericanos de la escuela estructuralista, la condición de centro hegemónico del capitalismo siempre se basó en el dominio de la tecnología aplicada al poder productivo global, y proyectada al campo de la capacidad militar y a los medios de propagación de la cultura hegemónica. El indicador de esa superior capacidad tecnológica fue la alta productividad media del trabajo y su proyección bajo la forma de costos unitarios más bajos por unidad de producto elaborado. Sin embargo tras el período de extremo dinamismo que había experimentado el capitalismo occidental durante el cuarto de siglo posterior al fin de la Segunda Guerra Mundial, se empezaron a experimentar tendencias recesivas e inflacionarias, alimentadas de un lado por el alto costo del petróleo tras la instalación de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), y por una expansión del gasto público en infraestructuras físicas y sociales. Otras fuentes de expansión del gasto público fueron las guerras de alcance limitado y el inicio de la carrera espacial.

Frente al mayor dinamismo de las economías de Asia y su fuerte penetración competitiva en el mundo occidental, la economía de los Estados Unidos a comienzos de los años setenta experimentó un punto de inflexión histórica, transitando desde una posición superavitaria y acreedora hacia otra deficitaria y deudora en el orden internacional. La declaración unilateral de la inconvertibilidad del dólar (1970) le permitió aprovechar el señoreaje derivado del papel de moneda de reserva y principal medio de pago internacional que ésta divisa detentaba desde fines de la Segunda Guerra Mundial. Endeudarse en su propia moneda era una manera de aprovechar los privilegios del señoreaje. Y Estados Unidos los utilizó para financiar su presencia militar en el mundo, principalmente la larga guerra de Vietnam (1964-1975).

A partir de los años setenta la economía estadounidense empezó a gastar por encima de sus ingresos y a solventar sus déficits emitiendo bonos soberanos que eran adquiridos por los países superavitarios y acreedores de Asia. Este cambio importante fue facilitado por nuevas reglas monetarias y financieras orientadas a promover el uso de la tasa de interés como instrumento principal de política.

Mirado este proceso desde una perspectiva amplia su rasgo esencial fue la creciente pérdida de competitividad del capitalismo occidental frente a sus competidores asiáticos de turno. Las economías asiáticas desarrollaron un capitalismo industrial orientado hacia la exportación y crecieron a tasas mucho más veloces que las economías occidentales, debido en primer lugar a altísimos coeficientes de ahorro-inversión respecto del producto, y segundo a costos laborales considerablemente más bajos. Por oposición las economías occidentales registraban coeficientes de ahorro e inversión mucho más bajos y niveles de gasto público mucho más altos por su participación en costosas guerras de alcance limitado, por la carrera armamentista y espacial, y por diferentes formas de estado benefactor que incrementaba sus costos laborales. Los consiguientes desequilibrios presupuestarios resultantes fueron financiados con creciente endeudamiento público y privado.

A partir de ese momento ese «pacto» entre capitalismo y democracia que fue la instalación de las socialdemocracias de postguerra comenzó a deteriorarse.

La economía europea, en donde las socialdemocracias habían arraigado con especial profundidad, registraba la misma pérdida de dinamismo y competitividad que la estadounidense debido a causas parecidas. Pero el peso relativo de los factores causales era distinto, con proporciones inferiores de gasto militar y de investigación espacial, y superiores en lo atingente al peso del estado benefactor. Aun así, los mecanismos de la integración económica europea lograban reservar buena parte de su mercado interno a su propia producción generando un cierto «blindaje» frente al embate de la competencia asiática.

A lo largo de los años setenta la recesión con inflación favoreció un deterioro de la confianza en las políticas fiscales que imponían fuertes cargas tributarias a las corporaciones transnacionales (CT) y aumentaban los costos laborales derivados del creciente peso de los salarios (públicos y privados) en el ingreso nacional total. Las corporaciones carecían de incentivos para acrecentar sus inversiones dentro de las propias economías desarrolladas de occidente.

A comienzos de los años ochenta, tuvo lugar un viraje importante en las modalidades de funcionamiento del capitalismo occidental con el advenimiento de los gobiernos de Ronald Reagan en Estados Unidos, de Margaret Thatcher en Gran Bretaña y de Helmut Kohl en Alemania Federal. Este cambio de estrategia denominado la Revolución Conservadora, se apoyó mucho más intensamente en la política monetaria y en una reducción gradual de la presión fiscal sobre las corporaciones oligopólicas fundada en las tesis de la «economía de oferta». Según estas tesis una presión fiscal menor podría lograr una recaudación tributaria mayor, si impulsaba el crecimiento económico. Para ello era necesario estimular la iniciativa privada de las corporaciones en el interior de los propios países de la Organización para la cooperación y el desarrollo económico (OCDE).

Esta estrategia significó reducir el poder fiscal y regulador de los mercados democráticos y transferir el poder asignador de recursos a las CT operando en mercados crecientemente «autorregulados». Este fue el momento histórico donde el pacto entre capitalismo y democracia alcanzado en la posguerra comenzó a disolverse rápidamente.

Las tesis de la «economía de oferta» no resultaron, porque las CT comenzaron a invertir en economías periféricas y emergentes donde sus costos ambientales, laborales, financieros y fiscales eran mucho más bajos que en sus países de origen. La nueva estrategia inversionista de las CT fue posibilitada gracias a las facilidades ofrecidas por la expansión de las tecnologías de la información la comunicación y el conocimiento (TIC). Durante los treinta años siguientes  las TIC fueron el fundamento de la globalización del capitalismo. El proceso de transnacionalización del capital productivo y financiero siguió las pautas ya comentadas en el capítulo anterior.

Adicionalmente a estas nuevas estrategias de las CT  las TIC favorecieron en especial al capital financiero creando las condiciones técnicas de posibilidad para operaciones especulativas fundadas en el uso del crédito. La participación del sector financiero en el PIB de los países desarrollados occidentales aumentó notablemente, inflando las cifras de crecimiento del PIB real, las que en cualquier caso quedaron muy por debajo de las cifras respectivas de crecimiento de las economías asiáticas de turno. La expresión «de turno» se refiere a que en los setenta y ochenta destacó el dinamismo de Japón, entre los ochenta y noventa fueron otros países del sudeste de Asia, y desde los años noventa tomó la posta China con ritmos de crecimiento sin precedentes en la historia previa del capitalismo.

Fragmento del libro Poder capitalismo y Democracia. Una visión sistémica desde América Latina. Armando Di Filippo RIL Editores 2013.