En esta peculiar versión aristotélica de las necesidades objetivas que proponemos a continuación, caracterizamos al hombre como un animal dotado de razón (instrumental y moral) y, además, animal político. De aquí derivan dimensiones específicas de todo ser humano, por el mero hecho de serlo. Necesidades biológico-ambientales que derivan de su pertenencia al mundo de la vida animal, necesidades económicas que derivan de su racionalidad instrumental (productor, propietario, mercader), necesidades culturales que derivan de su libertad para fijarse fines y valores, y necesidades de convivencia política para generar normas e instituciones que regulen todas las dimensiones de la vida social y determinen sus esferas de acción como ciudadanos en la esfera pública.

Cada dimensión humana (biológica-ambiental, económica, cultural y política) convierte a las personas en componentes de subsistemas que pueden verse como totalidades internamente estructuradas. Esta visión aristotélica de la naturaleza humana deriva un «deber ser» a partir del «ser» y del «hacer» esencial del hombre transhistórico.

A partir del concepto de naturaleza humana surge la idea de desarrollo humano, en el sentido de tránsito desde la potencia al acto. Y la satisfacción de las necesidades objetivas es, precisamente, la condición para ese tránsito. Es el tránsito desde potencialidades y talentos hasta capacidades concretas para vivir en sociedad.

Las necesidades básicas son definidas aquí como objetivas, transhistóricas y universales. Son objetivas, como hemos dicho, porque no dependen de la opinión individual de quien las experimenta; son transhistóricas porque forman parte de todos los ordenamientos civilizados; y son universales porque todos los seres humanos las experimentan.

Aquí la idea de necesidades objetivas tiene un fundamento epistemológico (realismo crítico), asociado al hecho de que los humanos podemos llegar a conocer verdades objetivas, aunque sea de manera imperfecta, gradual o aproximada. Por lo tanto, el estudio sistemático de las leyes que gobiernan nuestra naturaleza humana puede llevarnos a una elucidación verdadera (objetiva) de nuestras necesidades. Esto es un salto desde el «ser», objetivamente cognoscible de cada ser humano, al «deber ser» (lo que es objetivamente necesario para actualizar las potencialidades de ese ser humano, incluyendo la necesidad objetiva de libertad).

Esta visión, en sus versiones más duras, ha sido considerada por la modernidad como estática y metafísica. Por lo tanto, no goza hoy de mucho apoyo dentro de la comunidad de filósofos y científicos contemporáneos.

Sin embargo, dentro de este concepto «esencialista» o «metafísico» de necesidades objetivas, cabe distinguir entre las necesidades básicas esenciales (las que acabamos de caracterizar) y las necesidades básicas existenciales. Las necesidades básicas existenciales son también objetivas, pero poseen una naturaleza concreta (experimentada por cada uno en el mundo de la vida que le toca vivir) y, por lo tanto, históricamente situada.

Desde un punto de vista práctico, lo que interesa considerar son las necesidades básicas existenciales. Éstas derivan de las necesidades esenciales inherentes a la naturaleza humana de cada uno. Se supone que cada necesidad existencial (cualquiera sea ella) experimentada por cada ser humano, deriva de algunas de las necesidades esenciales que son propias de todo ser humano. Por ejemplo, la necesidad de contar con un eficiente sistema de transporte urbano en las metrópolis contemporáneas deriva de la naturaleza espacialmente móvil que es propia de los primates superiores (por oposición a la mayoría de las especies del mundo vegetal, por citar un caso) y de la consecuente necesidad objetiva de desplazamiento.

En la esfera práctica lo que caracteriza las necesidades objetivas existenciales es que su no satisfacción impide la actualización de las capacidades concretas, requeridas por la sociedad y detentadas potencialmente en cada persona. Si mi hijo no puede asistir a la escuela y no se familiariza con las tecnologías de la información, sufrirá una grave privación en su desarrollo intelectual que es requerido (necesidad objetiva) por las sociedades contemporáneas del conocimiento.

En un plano más cotidiano, si mi sistema de transporte urbano me impide (quizá por su ineficacia) o me obstaculiza (quizá por su alto costo) llegar a mi trabajo o devolverme a mi hogar, sufriré graves perjuicios en las necesidades económicas y culturales de mi vida, que son esenciales a mi condición humana.

Son esas necesidades existenciales las que requieren de la provisión de satisfactores constitutivos de una canasta básica compuesta por bienes no solo económicos, sino también biológico-ambientales, culturales y políticos.

En la ciencia económica contemporánea predomina una visión que es metodológica y éticamente individualista. También esta noción predomina dentro de las corrientes filosóficas y éticas dominantes en el mundo occidental contemporáneo. Está basada en privilegiar el valor de la libertad individual por encima del valor de la verdad objetiva.

Esto se expresa muy concretamente en la teoría económica neoclásica utilitarista, vigente a través del hecho que los precios miden utilidad y escasez. La utilidad se concibe como la facultad de los bienes para satisfacer las preferencias de consumidores soberanos que expresan su voluntad (siempre que ésta sea económicamente solvente) en los mercados. Por lo tanto, la escasez se distribuye de diferente manera a escala social, de acuerdo con el acceso de las personas al poder adquisitivo general. De esta manera, el mundo del mercado se aísla del mundo de las necesidades humanas objetivas, las que son reemplazadas por las preferencias reveladas (Samuelson) de consumidores individuales, sin aclarar si estos están suficientemente dotados de poder adquisitivo general.

Así, las necesidades objetivas de los seres humanos quedan desterradas de la teoría económica académicamente dominante y son sustituidas en ella por las preferencias subjetivas de consumidores dotados de poder adquisitivo general. Los pobres quedan entonces «entre la espada y la pared». La «espada» es el poder adquisitivo, desigualmente distribuido, que los priva de acceso a los mercados y los ignora (para la economía neoclásica no hay una categoría teórica que dé cuenta de la pobreza); la «pared» es la falta de reconocimiento en la filosofía relativista moderna y contemporánea, de la existencia de necesidades básicas objetivas que son propias de la naturaleza humana.

Pero el tema va mucho más allá de las necesidades económicas, es decir, referidas a instrumentos que en las sociedades capitalistas se ofrecen en los mercados. Es necesario también dar cuenta de las otras carencias y privaciones (biológicas, culturales, y políticas) que no necesariamente se satisfacen con mercancías.

Esto nos conduce a la conclusión de que la satisfacción de las necesidades básicas objetivas (cualquiera sea la forma como se las determine) tiene lugar siempre en el interior de un determinado sistema de poder. Como el tema es multidimensional, desde una perspectiva de la praxis política, no se resuelve tomando el poder detentado por el gobierno para imponer un igualitarismo económico(por ejemplo, estatizando los medios de producción), porque esto no elimina profundas estructuras latentes que terminan por revertir esos actos «revolucionarios». El tema depende de profundos factores culturales que están enraizados en el uso cotidiano que todos los humanos hacen de sus posiciones institucionalizadas de poder y libertad. Volvemos entonces al camino de la transformación social, fundada en la persuasión, la racionalidad comunicativa y la democracia integral.

Sin embargo, admitido todo esto, diremos que desde el punto de vista de la filosofía de la historia, el principal factor transformador de las estructuras sociales ha sido, es y será el cambio técnico, socialmente generalizado e incorporado a las prácticas habituales de la mayoría de la sociedad. De allí el carácter profundamente revolucionario de las tecnologías de la información que hoy se propagan por el mundo. Atendiendo al hecho de que el poder detentado por las personas depende de la posición ocupada por estas en las estructuras sociales, estas tecnologías están cambiando y democratizando rápidamente las estructuras sociales.

 Poder y necesidades humanas

La existencia de necesidades recurrentes de satisfacción habitual a través de mecanismos sociales, genera situaciones asimétricas de poder, según las cuales los que padecen necesidades insatisfechas (privaciones, carencias), dependen de aquellos que controlan socialmente los satisfactores que los primeros requieren. Las instituciones que regulan esas relaciones sociales son la fuente que distribuye el poder estructurado, dando lugar a relaciones asimétricas que pueden ser denominadas estructuras de dominación. No todas estas estructuras son injustas (tema ético y político que debe ser debatido), pero sin duda son asimétricas.

El tema del poder puede ser tratado a partir de las bien conocidas categorías weberianas, pero hay otras opciones epistemológicas y filosóficas alternativas. Aquí presentamos un esbozo teórico preliminar de una posible alternativa, capaz de vincular los conceptos de poder y de necesidades humanas (incluyendo la necesidad humana objetiva de libertad).

El carácter multidimensional del enfoque aquí propuesto debe fundarse en algún concepto de ser humano que ponga de relieve el carácter multidimensional de las potencialidades y las necesidades humanas. En lo que sigue nos limitaremos a algunas consideraciones puramente económicas, relativas a la temática general del poder.

El poder adquisitivo general es, por definición, una forma social de poder que se ejerce a través de las estructuras de mercado. En las sociedades democráticas capitalistas contemporáneas de Occidente, el control parcial de ese poder está en manos gubernamentales, a través del monopolio de la emisión de la moneda de curso legal y del control semipúblico de la distribución del crédito. Es un poder institucionalizado que les permite a sus detentadores adquirir bienes en los mercados. Si es un consumidor, puede adquirir los bienes de consumo que son propios de su canasta cotidiana o habitual. Si es un inversionista (capitalista), puede adquirir los recursos productivos que necesita y, en especial, los recursos humanos (trabajo potencial o fuerza de trabajo) que se ofrecen a cambio de un salario. El tema de los recursos humanos (expresión técnica de origen económico) tiene, como es obvio, su contrapartida política, social y ética. Existe una lectura de este proceso económico que es institucionalmente dinámica. El precio del trabajo potencial (voluntad de trabajar) del asalariado expresa las posiciones institucionalizadas de poder de las partes que contratan, en el marco de las condiciones tecnológicas que determinan las productividades laborales que pueden alcanzar los trabajadores. Esas posiciones de poder no se reducen a las relaciones sociales de producción (propiedad), sino que también abarcan dimensiones biológico-ambientales, culturales y políticas, que influyen indirectamente sobre aquellas y se expresan en cada transacción concreta. El concepto de necesidades humanas básicas puede abarcar esas otras dimensiones.

Fragmento extraído de Armando Di Filippo (2013) Poder capitalismo y democracia, RIL Editores.