Si a la demanda agregada se la hace depender de la distribución personal-familiar del ingreso y se la independiza de la ley del valor como fundamento de los precios de mercado en el sentido de Marx, se hace viable considerar los fenómenos de dominación-explotación que se verifican en el mercado. Así, el mercado puede ser la fuente efectiva de asimetrías de poder que no responden o no se detectan a través de las categorías marxistas, sobre la base de las cuales se ha edificado la noción de explotación de clases.

Esto no significa que la noción de clases sociales deba desaparecer o ser minimizada, pero la distribución personal-familiar del ingreso recombina de una manera diferente a los perceptores de ingresos, no de acuerdo a cada tipo de propiedad que controlan en la esfera de la producción sino de acuerdo a la manera como las diferentes fuentes de la propiedad (rentas de los propietarios, dividendos de los accionistas, intereses percibidos por los ahorradores, salarios de los trabajadores y remuneraciones a los ejecutivos de la alta dirección de las actuales corporaciones transnacionales) terminan convergiendo al bolsillo de familias o personas concretas.

El papel del estado democrático es vital en este tránsito desde la distribución funcional hacia una más justa distribución personal-familiar del ingreso.

Pero el punto principal y más actual de este giro teórico-ideológico originado en la revolución keynesiana, es que los procesos financieros que operan en la esfera de la circulación y se expresan en moneda de cuenta, han generado otros mecanismos de dominación injusta (explotación, si se quiere usar esa palabra) que afecta especialmente a los grupos medios y bajos de la distribución personal-familiar del ingreso. Estas formas de explotación cruzan transversalmente todas las clases sociales agrupadas, no por la fuente de donde vienen sus ingresos sino por la magnitud relativa de sus ingresos familiares y personales.

Especialmente en las sociedades periféricas contemporáneas (y de América Latina en particular), en los estratos medios y bajos de ingreso encontramos micro y pequeños empresarios o pequeños propietarios rurales, junto con profesionales independientes, u otros trabajadores por cuenta propia, cuyos ingresos respectivos para consumo personal o familiar no difieren sustancialmente entre sí ni respecto de los percibidos por asalariados que venden su fuerza laboral. Todos ellos considerados como personas o como grupos familiares, se ubican en parecidos estratos en materia de distribución personal/familiar del ingreso.

Existen nuevas formas de dominación-explotación de mercado que afectan a personas y familias, las que han emergido a fines del siglo XX y comienzos del presente siglo, y deben ser examinadas para entender aspectos esenciales de la primera gran crisis económica comenzada en 2008, cuyo desenlace aún no se vislumbra con claridad.

El mecanismo de dominación-explotación ejercido hoy por vía financiera, actúa sobre el crédito y el dinero, afectando tanto a las personas como a las empresas. Sobre las personas, este mecanismo se ejerce a través del crédito de consumo prestado bajo condiciones usurarias. Entre las empresas, se ejerce a través de la dominación financiera sobre las pequeñas, medianas y microempresas. El mecanismo es muy viejo y conocido: se concede crédito de consumo o se presta a deudores que carecen de la suficiente solvencia, y cuando a la larga no pueden pagar, entonces se los controla y manipula, so pena de «ejecutarlos», haciendo valer las garantías solicitadas.

Este mecanismo se ha difundido en la era global, a través de la banca transnacional que, cuando abulta sus créditos incobrables y roza la bancarrota, los gobiernos la rescatan porque es «demasiado grande para caer». Los gobiernos no pueden permitir la caída de la gran banca por sus repercusiones públicas a escala nacional o internacional. El impacto, como lo demostró el colapso de Lehman Brothers, puede ser devastador. Para evitar esa caída, los gobiernos han lanzado grandes cantidades de dinero para sostener la banca, lo que los ha llevado a aumentar su deuda soberana con un alza en la prima de riesgo.

El tema sin embargo radica en reglas de juego que generalmente «socializan las pérdidas pero privatizan las ganancias» de la gran banca. Se trata de un tema estructural de regulación y no un tema relacionado con coyunturas financieras de carácter cíclico.

Sin embargo los últimos «salvatajes» de la banca transnacional están afectando la estabilidad general de los sistemas económicos. En efecto, los países emiten deuda soberana de una manera habitual, por lo tanto tienen un grado de endeudamiento que «está siempre allí» dentro de ciertos márgenes. Algunas estimaciones puramente empiricistas de análisis contable señalan que la relación deuda soberana/producto no debe sobrepasar el 60%. Ahora bien, cuando la gran banca privada transnacional quedó endeudada por la crisis de las hipotecas «tóxicas» y pidió ayuda al estado, este respondió positivamente, financiando o comprando sus activos incobrables. Entonces el estado experimentó déficits fiscales crecientes, que alarmaron a los tenedores privados de la deuda pública. Esto hizo aumentar la prima de riesgo de estos títulos pertenecientes a los Estados más endeudados. Empezó así un círculo vicioso, con aumentos de deuda, derivados de aumentos en la prima de riesgo, que a su vez aumentan la deuda pública, etc. Los ciudadanos de Estados Unidos y de Europa Occidental son los que en este momento están pagando los déficits fiscales consiguientes.

Desde un punto de vista, los países desarrollados del mundo occidental padecen de un «endeudamiento consumista» que tiene profundas raíces culturales. Desde este ángulo, la contradicción fundamental que se verifica actualmente es entre liquidez y solvencia.

Los nuevos instrumentos monetarios tales como las tarjetas de débito y de crédito proliferan, ofrecidos desde el sector financiero o desde las grandes multitiendas. La liquidez de los estratos de bajo ingreso, entendida como la disponibilidad de poder adquisitivo inmediato, supone asumir la condición de deudor a mediano y largo plazo, pero la solvencia depende de la capacidad de generar ingresos futuros aún no ganados. En consecuencia, las personas fuertemente inducidas a gastar por encima de sus medios, quedan encadenadas por largos períodos a situaciones de endeudamiento que afectan sus libertades individuales y sus derechos personales.

Estas formas de dominación se verifican enteramente en la esfera del mercado y su instrumento es la moneda de cuenta, con la que se registran deudas y créditos. No es éste el lugar para desarrollar una interpretación en profundidad de los rasgos evolución y perspectivas de la crisis que se inició en 2008, cuyo examen sistemático exige el uso de este tipo de nociones, pero sí al menos para dejar planteado que muchas de las formas más agudas de la dominación y la desigualdad social en el siglo XXI se verifican a través de la esfera del mercado (y no de la producción) y su instrumento de acción y medida es el mecanismo del crédito.

En páginas anteriores hemos examinado la noción de moneda de cuenta formulada por Keynes, según la cual esta «cobra existencia junto con las deudas que son contratos para un pago diferido, y las listas de precios que son ofertas de contratos para venta o compra. Estas deudas y listas de precios sea que se registren verbalmente o se inscriban en antiguas baldosas o en documentos de papel, sólo pueden ser expresados en moneda de cuenta».

«La moneda misma, es decir aquella que a través de su traspaso posibilita que contratos de deuda o de precios sean redimidos, y bajo su forma un fondo de poder adquisitivo sea detentado deriva su carácter de su relación con la moneda de cuenta, puesto que las deudas y los precios deben inicialmente haberse expresado en términos de esta última».

Desde este ángulo la teoría keynesiana (sin pretenderlo) aporta nociones útiles para entender los mecanismos de dominación, ejercidos a través del mercado, que no son considerados en la teoría de la explotación de Marx.

Fragmento extraído de Armando Di Filippo (2013), Poder Capitalismo y Democracia, RIL Editores.