Una lectura multidimensional de las sociedades humanas
Las instituciones entendidas como reglas sociales vigentes, interiorizadas en el comportamiento habitual de las personas naturales y de las asociaciones, pueden ser examinadas en cuatro dimensiones que son consideradas esenciales para cualquier sociedad humana. Las instituciones están históricamente determinadas y por lo tanto nos referimos a las sociedades humanas contemporáneas tal como operan mayoritariamente, al menos en el mundo occidental del siglo XXI.
En la dimensión biológico-ambiental las instituciones pueden concebirse como las normas interiorizadas que regulan la posición y el comportamiento de las personas, por un lado, en los vínculos entre los seres humanos entendidos como entidades biológicas y el resto de la biosfera (por ejemplo contaminación local, calentamiento global, etc.), y, por otro lado, en los vínculos recíprocos entre los seres humanos en esferas tales como las estudiadas por la ciencia médica (en especial la medicina social) y demográfica (por ejemplo natalidad y aborto, o mortalidad y eutanasia con todas sus implicaciones bioéticas). Importantes posiciones y relaciones de poder se asocian con esta esfera, como las vinculadas a las relaciones de género, a la posición social de los ancianos, las formas de organización familiar, las relaciones de parentesco, etc.
En la dimensión cultural, campo evidentemente complejo, podemos quizá concebir las instituciones como las normas interiorizadas que regulan la posición de las personas en los regímenes que regulan el acceso a la información, la comunicación y el conocimiento. De otro lado el contenido de las instituciones culturales está referido a los valores así como a los bienes (y males) culturales que “circulan” por intermedio de dichas instituciones y definen en grado importante la estratificación de las personas en esta esfera. Los contenidos valóricos aludidos guardan una importancia decisiva como fundamentos legitimadores de las otras dimensiones de las sociedades humanas. Las instituciones de la cultura son, en grado importante de naturaleza informal, no establecidas jurídicamente, pero constituyen un fundamento general del poder institucionalizado en las otras esferas de las sociedades humanas.
En la dimensión política las instituciones pueden verse como las normas interiorizadas que regulan la posición de las personas en los regímenes que regulan la distribución de las libertades, derechos y obligaciones ciudadanas en el ámbito público, incluidas las oportunidades de acceso a las potestades judiciales, legislativas y ejecutivas del estado. Los subsistemas políticos dominantes en las sociedades occidentales del siglo XXI son las democracias liberales heredadas de las Revoluciones, Americana y Francesa, del siglo XVIII. Las instituciones políticas son por lo general jurídicamente formalizadas, y adquieren fuerza de ley. La regla de la ley puede imponerse en la esfera de los estados mediante la amenaza o aplicación efectiva de la coerción, entendida como el monopolio de la fuerza que los caracteriza en la era moderna.
En la dimensión económica las instituciones son las normas interiorizadas que regulan la posición de las personas en los regímenes que regulan el acceso a la propiedad, a los recursos productivos, y a los mercados. Los subsistemas económicos dominantes en las sociedades occidentales del siglo XXI, son una versión globalizada del capitalismo heredado de las principales revoluciones tecnológicas que se sucedieron a partir del siglo XVIII. El capitalismo es una economía de mercado fundada en el poder del capital. El capital es un poder de mercado que subordina el poder productivo de las sociedades humanas, y la institucionalización generalizada de este poder es lo que podríamos denominar capitalismo. El capitalismo global se asienta en el poder monopólico u oligopólico de las empresas transnacionales que operando con una mentalidad microeconómica orientada a maximizar la ganancia, asignan de manera decisiva los recursos productivos de la humanidad actual.
La dicotomía estado-mercado con que hoy se plantean los debates sobre la justicia y el bien común, es equívoca y confusa, si no aclaramos de qué estado y de qué mercado estamos hablando. Un estado, autoritario, dueño de todos los recursos productivos que elimina el mecanismo mismo de la propiedad socialmente descentralizada es obviamente contrario a los valores de la libertad la igualdad y la fraternidad. Los poderes arbitrarios y jerárquicos de las burocracias pueden ser un espacio social insoportable como lo han atestiguado, entre otros, los regímenes colectivistas y fascistas de la primera mitad del siglo XX.
Del mismo modo un mercado que, como es el caso del neoliberalismo actual, coloniza y privatiza la propia lógica del estado y lo convierte en un accesorio dócil de las lógicas microeconómicas tampoco responde al ideal ético y político de una sociedad abierta (libre, fraterna, igualitaria). La racionalidad del capitalismo es destructiva no sólo del tejido social básico sino también de la biosfera donde habitamos como consecuencia de la expansión incontrolada del poder productivo del trabajo humano y de la ideología consumista que es su incentivo fundamental.
Desde ese punto de vista es mejor hablar de la dicotomía capitalismo-democracia, y aspirar a un orden social donde el poder económico del capital quede claramente subordinado al poder político de la democracia y a un conjunto de normas éticas controladas por la sociedad civil, y, construidas a través del debate público.
La economía que tenemos
El capitalismo se define como un (sub)sistema económico en el que todos los recursos humanos y materiales requeridos para el funcionamiento económico de una sociedad humana asumen la forma social de mercancías, las que están dominadas por el poder productivo del capital.
Esto incluye, al decir de Polanyi, mercancías ficticias tales como el trabajo humano, los recursos del medio ambiente (natural y construido) y el dinero, los que no son mercancías ni son producidos como tales, pero a través de los cuales se infiltran en la esfera económica las relaciones de poder que derivan de las otras tres dimensiones de las sociedades humanas consideradas en el punto anterior. El control del trabajo humano y de los recursos de la biosfera supone el control de las instituciones informales de la cultura en el caso del trabajo y de las instituciones (formales e informales) de la propiedad en el caso de los restantes recursos. Las instituciones formales de la propiedad dependen de los códigos gubernamentales jurídicamente establecidos en diferentes ámbitos políticos, y las informales se asocian con usos y costumbres habituales en diferentes ámbitos culturales. Por último, el control del dinero, instrumento esencial e irremplazable en el poder del capital, requiere, en su expresión contemporánea, del control institucionalizado de los mecanismos del poder político (presupuesto fiscal, bancos centrales, etc.).
En última instancia todas las instituciones operan en la medida que a través de los mecanismos de la cultura han sido interiorizadas en el comportamiento habitual de personas y asociaciones que son sus beneficiarias o sus víctimas.
El capitalismo global en su actual versión neoliberal ha mercantilizado aún más los comportamientos humanos invadiendo de manera directa otros ámbitos de la vida social. Si definimos la corrupción como la mercantilización de comportamientos que, por su naturaleza social no deberían ser mercancías, podemos encontrar ejemplos de aquella en los jueces que venden sus dictámenes a los litigantes más poderosos, los legisladores que sucumben al cabildeo de las grandes empresas, los jefes de estado que venden (de manera implícita) parte de sus comportamientos de gobiernos a quienes financian sus campañas electorales, los artistas que para sobrevivir entregan sus capacidades estéticas a las empresas publicitarias, o los periodistas que para no perder sus posiciones en las empresas privadas de comunicación masiva sesgan de maneras a veces sutiles el contenido de las informaciones que proveen y de los conocimientos que manipulan.
Esto genera una relación de doble vía (ida y vuelta) desde la mercantilización de los comportamientos humanos hacia las estructuras de poder y desde las estructuras de poder hacia la mercantilización de los comportamientos humanos. Se generan círculos viciosos que en la actual etapa neoliberal no encuentran fuerzas externas capaces de contraponer otros valores (bien, verdad, justicia) a los valores del individualismo y del utilitarismo (rentabilidad de los productores, bienestar en su acepción “neoliberal consumista”, productividad a costa de la biósfera, eficiencia en su sentido mercantil reduccionista, etc.).
El exacerbamiento de estos círculos causales perversos se ha profundizado como consecuencia de dos procesos interdependientes, por un lado la globalización del capitalismo con lógicas de mercados que atraviesan las fronteras nacionales y, por otro lado, la transnacionalización de las grandes empresas productoras de bienes materiales y de servicios. A su vez estos procesos se han expandido de manera explosiva como consecuencia de las tecnologías de la información de la comunicación y del conocimiento (TIC).
Las TIC son éticamente ambivalentes o neutrales, pueden servir para propagar valores de libertad, igualdad y fraternidad, o para acentuar los valores neoliberales del pragmatismo de mercado. Por ahora, son controladas mercantilmente por las grandes corporaciones transnacionales pero hay dos factores contrarrestantes que pueden cambiar las condiciones objetivas que promueven la proliferación de los valores neoliberales asociados a la noción de corrupción propuesta en párrafos anterior.
Las dos condiciones objetivas que pueden hacernos transitar desde la economía neoliberal que tenemos hacia la economía subordinada a sociedades abiertas y democráticas que deseamos tener, son por un lado los mecanismos sociales, los productos y los bienes que están surgiendo de la actual revolución de la TIC, y, por otro lado, los avisos perentorios que nos está mandando la biósfera de que el derroche demencial del crecimiento económico capitalista no puede continuar (aumento de los niveles de dióxido de carbono, contaminación y calentamiento global, pérdida de la biodiversidad, destrucción de los equilibrios climáticos y atmosféricos, etc.).
Respecto de los productos de las TIC, estos son en alto grado bienes públicos o bienes comunes como las formas de comunicación de informaciones y conocimientos, o los softwares envasados que mejoran la productividad de las actividades humanas en todos los campos de la vida. Las TIC están produciendo condiciones para la proliferación del conocimiento humano en una escala jamás conocida por ninguna otra cultura, como consecuencia de los nuevos mecanismos de producción y distribución de informaciones, comunicaciones y conocimientos. Más allá de la masificación, mediocrización, y mercantilización actual de la cultura, hay aquí una potencialidad explosiva de cambio social en el buen sentido de la palabra. Las tecnologías de la información son coherentes con la expansión de sociedades democráticas y abiertas.
Respecto de la crisis ambiental la única manera de largo plazo de contrarrestar las catástrofes que se insinúan (incendios, sequías, deshielo de los polos, inundaciones, tifones, etc.) será aprender rápidamente comportamientos de sobriedad, equilibrio, y templanza (virtudes antiguas respetadas por múltiples culturas) en el manejo de los recursos materiales y una orientación hacia actividades buscadoras del perfeccionamiento físico a través del deporte, de la verdad, la belleza, el bien, la justicia, etc. No está claro el precio que tendrá que pagar la humanidad para reorientar sus valores hacia las rutas de una ética orientada hacia un desarrollo humano sustentable, pero es la única alternativa que nos imponen las leyes de la física, de la química y de la biosfera.
Este viraje esencial hacia la economía que queremos deberá suponer la subordinación de la dimensión económica de la vida (en especial la lógica del mercado), en primer lugar a la dimensión política de sociedades democráticas y abiertas y segundo a valores éticos que son transculturales y transhistóricos, fundados en la justicia y el bien común, claramente diferentes a los valores pragmáticos que orientan el comportamiento microeconómico de las corporaciones transnacionales o personal de los seguidores de una ética consumista.
Finalmente en el plano internacional, el poder del capital transnacional deberá ser sometido a través de la expansión internacional de los valores de la democracia, la cooperación y la paz. Los países periféricos deberán integrar sus fuerzas a través de acuerdos que les permitan hablar con una sola voz en la defensa de sus intereses legítimos. La encíclica de Benedicto XVI Caritas in Veritate (2009) contiene concretas sugerencias respecto del papel de una ONU modificada y aggiornada para el logro de esta mundialización deseable. Asimismo la más reciente encíclica del Papa Francisco Laudato Si (2015) contiene críticas y propuestas que también deberían estar en el sustrato de la economía y de la sociedad que queremos.
Estas reflexiones son fruto de intercambios intelectuales en el interior del Grupo Repensar la Economía, fecundo ámbito de debate, animado entre otros amigos académicos por Howard Richards, Raúl González Meyer, Marilú Trautmann, y Pablo Salvat. Para mayor información véase Repensar.cl
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