El estado democrático puede encauzar socialmente el destino del excedente (lucro) de las corporaciones tanto a través del mercado (empresas públicas), como desde afuera del mercado haciendo uso de sus poderes reguladores y fiscales. Así lo hicieron en la postguerra (en cierta medida, al menos), los estados benefactores de Europa Occidental dando lugar a una expansión del producto social que alcanzó niveles sin precedentes de equidad y dinamismo.

Sin embargo en las últimas dos décadas del siglo XX, las mega corporaciones ayudadas por las emergentes tecnologías de la información se globalizaron rápidamente propagando a escala planetaria sus cadenas productivas y sistemas de valor. Desde entonces los estados nacionales democráticos han venido perdiendo gran parte de su control sobre el excedente global (lucro) de las corporaciones transnacionales y sobre sus decisiones de inversión.

Debe entenderse que las corporaciones como tales carecen de racionalidad moral porque no son personas humanas aunque tengan personalidad jurídica, detenten propiedad y ejerzan poder de contratación. Son organizaciones que operan como artefactos o mecanismos sociales preparados para lucrar y acumular, y solamente pueden ser encauzadas a través de los mecanismos reguladores y fiscales. Cuando esos mecanismos están ausentes o los gobiernos carecen de poder para imponerlos, entonces emerge la cara perversa del capitalismo transnacional que lucra con el narcotráfico, la trata de mujeres, niños y migrantes indocumentados, el tráfico de armas, la depredación ambiental, etc.

Es función indelegable de los gobiernos democráticos reorientar el excedente (lucro) corporativo hacia bienes públicos que satisfagan las necesidades sociales básicas de la población (energía limpia, agua consumible, alimentación, educación, cuidado de la niñez, generación de empleos decentes, cooperación internacional con las naciones más pobres y oprimidas, etc.).

Existen actualmente dos datos esenciales para entender el modus operandi del neoliberalismo del siglo XXI: Primero, los instrumentos monetarios y financieros se han ido globalizando e independizando de todo control democrático. Y, segundo las funciones reguladoras del estado democrático y sus políticas fiscales, tan usadas durante la era keynesiana, han sido suplantadas por el dogma de la autorregulación de los mercados (y de las propias corporaciones) y la prevalencia de las políticas monetarias.

De esta forma se redujo radicalmente el poder de los gobiernos para desarrollar políticas públicas. La estrategia neoliberal para mantener los equilibrios fiscales fue reducir gastos y no incrementar la presión tributaria. La receta monetarista-neoliberal para estimular el crecimiento económico consiste en mantener bajas las tasas de interés y relajar los controles a la banca privada de inversiones, lo que favorece la especulación bursátil e inmobiliaria en todo el mundo desarrollado. Así fue cómo se precipitó la crisis de las hipotecas en Estados Unidos. El colapso de la gran banca estadounidense (que con la tolerancia cómplice del gobierno había provocado el inicio de la crisis), se propagó a todo el occidente desarrollado, y los gobiernos debieron asumir posiciones deficitarias y deudoras para rescatar la banca privada.

De esta manera se ha generado el círculo vicioso macroeconómico que está erosionando peligrosamente las economías de Europa. El proceso recesivo desatado agrava por sí mismo los déficits fiscales. Puesto que el Banco Central Europeo manifiesta reticencia a adquirir deuda pública, los especuladores privados se hacen cargo del asunto, induciendo altibajos en las primas de riesgo que les producen grandes ganancias. Con tal fin se encargan de generar rumores alarmistas respecto de la solvencia de los países que son víctimas de dichos ataques especulativos. Hacen uso para ello de las agencias evaluadoras de riesgo, y de algunos medios de comunicación. De esa manera la alarma pública deliberadamente promovida favorece la aplicación de mecanismos especulativos que agravan la inestabilidad financiera de los países europeos.

En Estados Unidos, todavía centro hegemónico del capitalismo mundial, la crisis de 2008 se enfrentó con «imaginativas» políticas monetarias. La banca central estadounidense tampoco presta dinero directamente al gobierno (no le compra bonos del tesoro) y el departamento del tesoro (ministerio de finanzas) no aumenta la presión tributaria ni genera gasto público para estimular el crecimiento. Como alternativa a estas políticas más tradicionales propias de la era keynesiana, la Reserva Federal (Banco Central) aplica políticas de flexibilización cuantitativa (quantitative easing) transfiriendo dinero a la gran banca privada a cambio de activos financieros de todo tipo poseídos por esta.

Dicho más directamente la banca central está al servicio del rescate de la gran banca privada incrementando sus reservas y manteniendo al mínimo las tasas de interés. Como a pesar de estas facilidades la banca privada no incrementa sus créditos al sector productivo, el resultado de estos comportamientos es promover una burbuja bursátil global, que robustece la posición de los especuladores, y daña en última instancia los derechos económicos, culturales y sociales de «ciudadanos de a pie».

Como la política del Banco Central Europeo es aún más restrictiva que la de la Reserva Federal, y, en el caso de la Unión Europea carecen aún de una unión fiscal, los mecanismos especulativos han brotado con mayor virulencia generando un círculo vicioso de recesión económica, crisis, social, y turbulencia política. En particular, el círculo vicioso macroeconómico europeo consiste en que, primero la actual recesión agrava el déficit fiscal; segundo, las políticas neoliberales pretenden enjugarlo reduciendo el gasto público y vendiendo bonos del tesoro a los inversionistas privados; tercero, la reducción del gasto público deprime la demanda agregada; cuarto, la depresión de la demanda agregada agrava la recesión; y, quinto, la mayor recesión agrava el déficit fiscal, recomenzando por esa vía el ciclo depresivo y hundiendo las economías europeas en un rápido endeudamiento.

El desenlace previsible de esta espiral descendente se asemeja al crecimiento de células cancerosas en un cuerpo sano, la proliferación de dichas células termina por producir la muerte del cuerpo pero con él también mueren los tejidos cancerosos. Esa es la victoria pírrica que están obteniendo los mercados que intentan controlar la política pública de los estados, y «socializar» las pérdidas con cargo a la destrucción del estado de bienestar.

La crisis generada por el capital financiero, se convirtió primero en una crisis económica (recesión), después en una crisis social (desigualdad, desempleo y pobreza) para desembocar actualmente en una crisis política. En consecuencia una adecuada apreciación de la situación actual exige, primero, un análisis sistémico que incluya todas las dimensiones de la crisis que de ninguna manera ha concluido, y, segundo, un reconocimiento de la prioridad de la esfera política sobre la esfera económica, o, dicho más precisamente una prioridad de los estados democráticos sobre los mercados capitalistas.

Para la superación de este perverso cuadro financiero, una forma de subordinar los fines privados del capitalismo a los fines públicos de la democracia, es por un lado, endurecer el control social sobre las corporaciones (en especial las del sector bancario-financiero transnacional), y por otro lado, estimular y tornar lucrativos los emprendimientos productivos de bienes y servicios que satisfagan las necesidades básicas de las mayorías ciudadanas con prioridad sobre las preferencias, deseos y/o caprichos individuales de minorías distributivamente privilegiadas. El primer elemento de esta estrategia significa un fortalecimiento del poder regulador de los estados democráticos en la esfera económica, y, el segundo, la formulación de estrategias y políticas públicas dirigidas a promover la justicia distributiva, y el progreso técnico ambientalmente responsable.

Fragmento (ligeramente modificado) extraído de Armando Di Filippo, Poder Capitalismo y Democracia, publicado por RIL Editores, 2015