Se han levantado voces en medios académicos y políticos que suscriben el acta de defunción de la visión centro-periferia del sistema de relaciones económicas internacionales, asociada a los estudios y propuestas de la Escuela Latinoamericana del Desarrollo que floreció al alero de la CEPAL. Esta visión tiene un carácter que podríamos denominar transhistórico o, al menos, aplicable a varios períodos  sucesivos de la era contemporánea, inaugurados a partir de las revoluciones políticas americana y francesa y de la Revolución Industrial Británica. El criterio periodizador de la visión centro-periferia incluye la Revolución Industrial Británica (fines del siglo XVIII), la segunda Revolución Industrial estadounidense (fines del siglo XIX) y la actual revolución de las tecnologías de la información (fines del siglo XX y comienzos del siglo XXI). Por lo tanto, la visión histórico-estructural centro-periferia no puede juzgarse por los resultados que derivan de su aplicación a períodos históricos ya superados. No es la visión la superada por la historia, sino que el proceso histórico se supera a sí mismo y plantea nuevos problemas.

Quienes auguran la defunción definitiva de esta visión están pensando en algunos resultados empíricamente verificados que fueron formulados para el tipo de comercio internacional que imperó durante el siglo XIX y los tres primeros cuartos del siglo XX. Fenómeno de esta naturaleza es el deterioro de los términos de intercambio de los productos primarios respecto de los productos manufacturados. Esa tendencia parece hoy desmentida por el desmesurado crecimiento de varias economías asiáticas que demandan ingentes cantidades de insumos industriales, alimentos y energía, y producen manufacturas a precios especialmente bajos. También los problemas ambientales son factores causales centrales de estas tendencias.

Sin embargo, las teorías deben ser aplicadas al ámbito para el cual fueron formuladas, pero las visiones de largo plazo pueden ser útiles de manera transhistórica. Desde esta perspectiva, lo que sigue es obviamente una interpretación personal de los aspectos medulares de la visión centro-periferia de relaciones internacionales.

Partimos de la tecnología como hecho cultural que deriva del desarrollo de la ciencia a través de sus corrientes empiricistas, experimentales y pragmáticas que se verificaron inicialmente en Inglaterra como preludio a la Revolución Industrial y se continuaron en los Estados Unidos como potencia heredera de la hegemonía capitalista a escala mundial. El control de la tecnología es la base del poder que ejercen las potencias rectoras del capitalismo industrial. En un sentido lato, el poder es la probabilidad o capacidad de imponer la voluntad en el seno de relaciones sociales específicas. En un sentido más específico definimos el poder normativo como la capacidad para fijar las normas que regulan el orden social o influir decisivamente en ellas, sea a escala nacional o internacional. Esas normas que establecen un sistema específico de dominación, son tanto técnicas como institucionales. Las posiciones de poder ocupadas por los diferentes actores dependen de su colocación específica en las mismas. Distinguimos además entre el poder fáctico, capaz de ignorar las reglas e imponerse por la fuerza (la guerra), y el poder institucionalizado, que es la mencionada posición en dichas reglas.

Definimos las instituciones como las normas o reglas vigentes, interiorizadas y practicadas por los actores sociales respectivos. Estos actores son, especialmente en el ámbito internacional, asociaciones u organizaciones de diferente naturaleza (privadas, estatales, no gubernamentales, etc.). En cierto modo, las organizaciones son también instituciones (podríamos quizá hablar de micro-instituciones) porque operan en base a reglas (estatutos, reglamentos, normas técnicas, etc.).

Sin embargo, siguiendo en este punto al institucionalista conservador Douglass North (1993), conviene distinguir entre las instituciones que son fundamentalmente normas de aplicación transversal y las organizaciones que son actores regulados por dichas normas. Esos actores-organizaciones, a su vez, poseen ciertos márgenes de maniobra para fijarse ciertas normas internas de comportamiento (estatutos, reglamentos). El problema emerge cuando esas organizaciones alcanzan una escala sistémica y, entonces –a veces sin quererlo–, con sus comportamientos privados pueden ejercer graves impactos sociales. (Di Filippo 2012)

Volviendo a la escala global, el control del progreso científico y tecnológico otorga a las potencias rectoras poder fáctico e institucionalizado. El fundamento de este poder es de naturaleza cultural. El progreso de la ciencia pura y de la ciencia aplicada, se traduce en «progreso técnico», pero en este caso la expresión va entre comillas porque el avance tecnológico, antes de instalarse, pasa por la criba o filtro de los criterios lucrativos de las grandes corporaciones transnacionales que administran dicho progreso.

Este poder derivado del control de la tecnología se expresa en múltiples dimensiones. El poder productivo es la consecuencia inmediata del poder tecnológico. A su vez, del mismo derivan el poder de mercado y el poder militar. El poder de mercado alude a la competitividad en las transacciones internacionales, no solo de mercancías, sino también de servicios, patentes tecnológicas y de instalación de inversiones productivas en otras naciones.

El poder militar opera como señal y reaseguro del poder económico y político ejercido por las potencias rectoras del orden capitalista. Pero el poder militar opera sólo en última instancia. En general los centros hegemónicos imponen una legitimidad dada por el control del poder cultural. Los mecanismos del poder cultural se sirven de las tecnologías aplicadas a los mecanismos de información, comunicación y conocimiento. De otro lado, los contenidos del poder cultural guardan relación con los valores básicos que orientan la vida moral: la verdad, el bien, la belleza, la justicia, etc. El poder tecnológico interactúa con los mecanismos del poder cultural, y de eso trata, precisamente la revolución actual de las tecnologías de la información y las comunicaciones.

Una versión multidimensional del sistema global

Lo que aquí estamos denominando sistema global incluye tanto un sistema internacional (donde los actores son los estados y sus gobiernos) como transnacional (donde los actores son organizaciones (con reglas propias) que atraviesan las fronteras nacionales como las CT, las grandes religiones monoteístas u otros actores no gubernamentales). El conjunto interrelacionado de las instituciones (y de los actores) internacionales y transnacionales constituye el sistema global.

Desde una visión sistémica, lo dicho anteriormente significa reconocer diferentes dimensiones del proceso de globalización actual: política, económica, cultural, ambiental, etc. De algún modo, el punto de partida está dado por los contenidos del poder cultural, que se traduce en el cambio tecnológico (fuente del mantenimiento y expansión de las otras formas del poder), en particular con el aprovechamiento que hacen los centros hegemónico y los emergentes de los mecanismos tecnológicos aplicados a la difusión y administración de la información, la comunicación y el conocimiento. El poder tecnológico se traduce en poder productivo, tanto cualitativo (nuevos procesos y productos más «eficientes»), como cuantitativo (incrementos en el valor agregado por trabajador ocupado). El término «eficientes» va entre comillas porque la eficiencia es un valor instrumental que no puede desvincularse de los valores morales y todo depende del fin (causa final aristotélica) que legitima dicha eficiencia productiva.

En todo caso, el lenguaje del poder no conoce pruritos morales y el poder productivo se traduce en poder militar que respalda de múltiples maneras las formas económicas y políticas del poder. También el poder tecnológico a escala mundial se asocia con los mecanismos de información, de comunicación y de conocimiento que se globalizan rápidamente al influjo de las tecnologías de la información y de la comunicación (TIC).

Fragmento extraído de Armando Di Filippo (2013), Poder Capitalismo y Democracia, RIL Editores.