UNA TEORÍA “ARISTOTÉLICA” DEL PODER Y LA DOMINACIÓN
(Nota: El entrecomillado para la palabra «aristotélica» es un recordatorio de que Aristóteles no formuló tal teoría ni pretendió hacerlo. En este capítulo se utilizan libremente sus categorías filosóficas básicas para proponerla)
Planteamiento del tema
El punto de partida del análisis de la dominación es la noción de poder. La noción de poder es una especificación de la noción de potencia. El poderoso es el que está en una posición de poder. En la vida social humana las posiciones de poder se refieren al lugar ocupado por las personas en las instituciones de la sociedad. Esas posiciones de poder son las que les permiten a los poderosos ejercer su poder. El ejercicio de poder es la dominación.
La posición de poder consiste en el control de algún incentivo que oriente el comportamiento de los seres humanos en sociedad. El dominador es el que en una relación de dominación, posee y ejercita el incentivo que le permite dominar. El incentivo es el mecanismo a través del cual, el dominador induce al dominado a actuar de determinada forma.
En relación con los seres humanos podemos definir tres incentivos o, lo que es lo mismo, tres mecanismos específicos de dominación. Un mecanismo económico, que consiste en administrar la escasez de algún satisfactor necesario para la vida en sociedad; un mecanismo político, cuya función es administrar la coerción o la amenaza de su utilización; un mecanismo cultural, establecido para administrar la información, la comunicación y el conocimiento. Todo esto puede expresarse a través de las cuatro causas de Aristóteles. Las cuatro causas aristotélicas se aplican a toda acción racional y, también, a las formas de la dominación racional. Por «racional» entendemos aquí aquella acción que busca la congruencia entre medios y fines, pero esta racionalidad es puramente instrumental, en la medida que los propios instrumentos de la acción se conviertan en fines. Por ejemplo, cuando los fines del poderoso son los de adquirir más poder. La racionalidad moral es la que aborda frontalmente el significado ético de los fines que eventualmente puedan perseguirse.
La racionalidad instrumental busca la eficacia y la eficiencia en la aplicación de los medios. Dicho con más precisión, administra medios con el objetivo final de obtener más medios. Tal es el caso, por ejemplo, del fin de lucro en las actividades de mercado.
Toda acción racional que podamos concebir, sea la creación del universo por un Dios (si es que somos creyentes), sea la producción ejecutada por un artesano o sea la dominación de un ser racional respecto de otro ser igualmente racional, puede ser examinada atendiendo a cuatro ángulos explicativos.
Esos ángulos de explicación fueron llamados «causas» por Aristóteles y deseamos adaptar ese abordaje explicativo complejo a los sistemas principales de dominación que operan en las sociedades occidentales contemporáneas.
Las cuatro causas que aborda Aristóteles son la final, la eficiente, la material y la formal. En el caso de una acción racional, la causa final responde a los fines conscientes que el actor se propone, la causa material expresa aquello sobre lo cual el actor ejerce su acción, la causa eficiente es la acción misma (o la cadena de actos parciales que la constituyen) y la causa formal es el resultado concreto de dicha acción (relativamente perdurable).
En el caso de la dominación racional en las sociedades humanas, la causa eficiente es la acción del sujeto dominante, la causa material es el comportamiento del objeto dominado (que también puede ser un sujeto racional), la causa formal es el resultado de la relación estructurada entre sujeto dominante y objeto dominado, y la causa final son los motivos por los cuales el sujeto dominante desea subordinar el comportamiento del objeto dominado.
Aristóteles no utilizó de manera explícita sus cuatro causas para explicar un proceso de dominación, pero sí abordó la noción de poder a partir de su dupla conceptual potencia-acto. En este aprovechamiento libre de las ideas de Aristóteles, partimos concibiendo la noción de poder detentado por seres humanos en cualquier relación social, como una variante conceptual de la noción de potencia, y la noción de dominación es la actualización de la potencia. Así, la dominación es la actualización de posiciones de poder, y estas posiciones son situaciones potenciales de dominación
Esta contextualización aristotélica de la noción de dominación es relativamente adaptable a los lenguajes contemporáneos de los sistemas y de los juegos.
En el lenguaje de los sistemas (por ejemplo versión de Mario Bunge), el dominador y el dominado podrían considerarse los componentes del sistema de dominación social; la causa eficiente de la relación de dominación se referiría a los mecanismos dinámicos que efectivizan el proceso de dominación; la causa formal aludiría a la relación misma (dominador-dominado) ya establecida como estructura del sistema de dominación; y la causa final, a los motivos (valores, fines) por los cuales el dominador desea o necesita dominar al dominado.
En el lenguaje de los juegos, (por ejemplo North,1995), más que hablar de dominación efectiva o consolidada, emerge la noción de pugna de poderes. Es una confrontación cuyo resultado no está definido, por lo tanto, la dominación definitiva sólo puede determinarse al final del proceso. Los dominadores y dominados potenciales son los jugadores; las causas eficientes que van configurando el proceso de dominación, son las jugadas individuales o por equipos con su respectiva ponderación (por ejemplo, goles anotados en un partido de fútbol); las causas formales son las reglas técnicas y sociales del juego; y las causas finales son precisamente dominar al adversario ganando el partido.
El lenguaje aristotélico de las causas ha sido frecuentemente presentado y ejemplificado refiriéndose a una acción productiva, de una manera en que está muy claro desde el inicio quién es el sujeto que domina y pone la causa eficiente (por ejemplo, el artesano productor o la naturaleza entendida como una fuerza inteligente), y cuál es el objeto dominado que es la causa material (transitando desde dominado en potencia a dominado en acto). La condición del dominador (productor, creador) se identifica además porque éste pone los fines o causa final, es decir las razones por las cuales efectúa el acto de dominación. Finalmente, el resultado del proceso de dominación (también producción o creación) asume una estructura dada que es la causa formal del proceso.
Resulta muy importante distinguir entre poder por un lado y dominación por otro lado, donde, como dijimos, poder es dominación en potencia, o dominación es poder actualizado y ejercido. Al respecto tenemos tres momentos: el primero es el de las posiciones de poder, el segundo es el de la pugna de poder y el tercero es el de la efectivización de la dominación.
Los momentos de la dominación de acuerdo con el lenguaje aristotélico
Volvamos al lenguaje aristotélico de las causas y al ejemplo de la producción. El artesano productor de una estatua de mármol tiene ante sí el mármol, que es la causa material de su arte, y las herramientas que utilizará para modelarlo. Estamos en el momento de las posiciones de poder. Pero podemos preguntarnos: ¿se trata de un proceso habitual y de un artesano avezado? ¿podemos decir que el artesano está en potencia (activa) de convertir el mármol en obra de arte, y que el mármol está en potencia (pasiva) de ser convertido en obra de arte?
Hay que transitar desde la potencia hacia el acto, y, en ese tránsito, es posible que nosotros como observadores externos descubramos que el artesano no conoce bien su oficio o posee herramientas inadecuadas, o que, siendo avezado, le tocó en suerte un material (mármol) imperfecto. Así, hay condiciones directas del proceso productivo que determinan las posiciones de poder de las partes interactuantes, tales como: la capacidad de acción del artesano sobre el material y la capacidad de reacción o resistencia del material. También hay condiciones indirectas o remotas, tales como: el recinto donde trabaja el artesano, su temperatura confortable o no, su iluminación, su aislamiento respecto de interferencias exteriores, etc.
Estas condiciones directas o indirectas son analógicamente las posiciones de poder de las partes interactuantes. En este ejemplo hablamos en rigor de producción y no de dominación, pero la producción es un caso especial de la noción de dominación. Todo proceso de producción es un proceso de dominación del productor sobre la materia que transforma para someterla a sus fines, pero no todo proceso de dominación es un proceso de producción. La noción de producción es una forma más sencilla o simple de la noción de dominación.
En este primer ejemplo referido a la estatua del artesano, el segundo momento es el de la pugna de poder donde el artesano con sus herramientas (causa eficiente), actúa sobre el mármol (que es causa material) para transformarlo en una estatua (causa formal), con el objeto de crear un objeto bello (causa final). Hay una pugna de poder porque el mármol ofrece resistencia a la acción del artesano, y el proceso de producción de la estatua expresa precisamente esa pugna, que conduce a la dominación del artesano sobre el mármol que utiliza.
El tercer momento es el de la dominación realizada (consumada, efectivizada), cuando emerge el resultado ya estructurado de la dominación, que es la estatua. Este es el momento de los valores y de los fines. Si la estatua alcanza los niveles perseguidos de perfección y belleza, entonces se habrá consumado el éxito del proceso de dominación (producción) del artesano sobre el mármol que transformó.
Los momentos de la dominación de acuerdo con el lenguaje de los juegos
Examinemos ahora el lenguaje de los juegos en la sencilla versión que nos expone Douglass North. Supongamos que el juego examinado es el fútbol. Los dominadores y dominados potenciales son los equipos que se confrontan. Cada uno de ellos se considera a sí mismo como causa eficiente, capaz de producir jugadas que conduzcan a la causa final, que es la victoria. Para cada equipo, el adversario es parte de la causa material, sobre la cual debe recaer el proceso de dominación. La mayoría de los deportes de equipos se juegan con un balón o pelota que es el «hilo conductor» del proceso y la causa material aparente del juego; sin embargo el objeto real sobre el cual recae la acción de cada equipo, es en realidad el equipo contrario. Dicho de otra manera, cada equipo se considera a sí mismo como causa eficiente de un proceso tendiente a transformar al equipo contrario en perdedor.
Existen reglas técnicas y lúdicas (sociales) que deben respetar los equipos y que le dan al juego su identidad y especificidad (razón por la cual, digamos, se trata de fútbol y no de básquetbol). Al comienzo, el juego es una pugna de poder, pero a medida que avanza el partido, se perfila un proceso de dominación (por ejemplo, el equipo que va anotando goles, domina provisoriamente el partido). El resultado final solo será conocido cuando se cumplan las reglas que determinan la conclusión del partido.
Examinemos en esta situación cuáles son los tres momentos.
El momento de las posiciones de poder es el de las condiciones directas e indirectas que afectan la capacidad o probabilidad que tiene cada equipo de triunfar en la contienda. Entre las condiciones directas están, por ejemplo, el estado de preparación física y la destreza de cada jugador y de cada equipo. También estados sicológicos tales como depresión, euforia o extremo nerviosismo.
Entre las condiciones indirectas están las condiciones de la infraestructura física tales como el campo de juego y los elementos que conforman su diseño y aptitud. Pero puede haber condiciones indirectas particulares a computar; por ejemplo, un partido que se celebra a una gran altitud, con mucho frío o calor, o humedad, etc., donde un equipo está acostumbrado a dichas condiciones físicas, pero el otro equipo las sufre, por no estar acostumbrado a ellas.
El momento de la pugna de poder tiene lugar durante el partido mismo, y allí se verifica este cuadro dinámico, muy complejo, donde cada equipo lleva adelante su acción encaminada a dominar al otro.
Son dos procesos paralelos, recíprocos y antagónicos. En ellos, los dos equipos se suponen uno a otro, pero también se oponen uno a otro. También se «necesitan» uno a otro, porque no puede haber contienda sin contendientes.
El tercer momento es el de la dominación realizada. Ese momento se perfila a lo largo del partido. Así, si un equipo está triunfando con un puntaje abultado y queda poco tiempo de juego, el asunto está fácticamente definido antes de la conclusión oficial, pero las reglas de juego expresan un momento formal u oficial de declaración de la conclusión del juego. En todo caso, desde una perspectiva dinámica, el partido (contienda, encuentro, etc.) es el tránsito efectivo desde una dominación potencial o hipotética a una dominación efectiva o final, que solo tiene lugar cuando las partes aceptan, de acuerdo con las reglas de juego, que ganaron o perdieron.
En el caso del juego, el momento de la dominación marca el fin de la contienda, pero en el caso de una guerra o de la dominación de una nación sobre otra, marca el inicio histórico de una relación estructurada que se prolonga en el tiempo.
Los momentos de la dominación de acuerdo con el lenguaje de los sistemas sociales
El tercer ejemplo es finalmente el de mayor complejidad y se refiere a las sociedades humanas, entendidas como sistemas sociales. Este es el ejemplo que interesa profundizar en este trabajo. También aquí es vital distinguir los tres momentos de los procesos de dominación. A diferencia de los juegos (deportivos, de azar, etc.), donde las reglas técnicas y lúdicas son previas y externas al juego, en los sistemas sociales históricamente existentes en las sociedades civilizadas, las reglas van siendo modificadas por los propios actores sociales y existe una lucha permanente por imponerlas. Esas reglas técnicas y sociales son las condiciones que se van modificando; a esas variaciones denominamos cambio estructural.
Un sistema social es intrínsecamente dinámico y está compuesto por actores que se vinculan a través de reglas técnicas y sociales, constitutivas de la estructura del sistema. El proceso social está movido por el comportamiento individual y colectivo de los actores, que es la causa eficiente de su dinámica, y está orientado por los fines y valores que estos sustentan.
Cuando examinamos un proceso de dominación entre seres humanos, solo podemos saber cuál es la causa eficiente y cuál es la causa material del proceso, si ese proceso está históricamente estructurado y se reproduce en el tiempo. En ese caso, está claro que, por ejemplo, en un régimen esclavista, el amo con su comportamiento es la causa eficiente del proceso; el esclavo con su acción subordinada es la causa material; las reglas que impone el amo al esclavo son la forma o causa formal de la dominación; y los fines o causa final de la dominación, cualesquiera sean, los impone el amo.
Suena extraño considerar causas materiales a los seres humanos, pero estos no son considerados como tales, cuando no se consultan sus fines particulares. A diferencia de lo que pide Kant, no siempre se los considera como fines, sino solamente como medios, es decir, como materia dominable, o, lo que es lo mismo, como causas materiales de la dominación.
La estructuración histórica de los procesos de dominación en el ámbito de las sociedades humanas, no obedece a ningún determinismo inexorable o inmodificable, pero una vez establecida, tampoco puede transformarse con facilidad. Este punto es esencial para distinguir entre los análisis deterministas y aquellos que no lo son. Esta diferencia es, por lo tanto, muy importante para entender los mecanismos que explican el desarrollo del capitalismo y de la democracia en las sociedades occidentales. Un ejemplo histórico presentado esquemáticamente puede ser el del proceso de dominación instalado en América Latina durante la época colonial. Tendríamos tres momentos del mismo. Primero, las posiciones de poder de colonizadores y colonizados, segundo, la pugna de poder durante el proceso de conquista, y tercero, la consolidación de un proceso de dominación estable y estructurado que duró por lo menos tres siglos. (Di Filippo, 1981; Sunkel y Paz, 1970).
El momento de las posiciones de poder era incierto para los dominadores potenciales, pero mirado retrospectivamente, los conquistadores tenían condiciones directas de acción más poderosas que las de los conquistados. El elemento más evidente fue el dominio de tecnologías productivas y bélicas de mayor eficacia y escala que las de los aborígenes. Además de esas condiciones (que incidieron directamente), hubo también otras importantes de carácter indirecto, como la necesidad objetiva de oro y plata que las naciones europeas en la fase mercantilista, tenían para la organización de sus economías internas. La apropiación de ese dinero bajo su forma metálica fue sin duda la “causa final” que movilizó inicialmente a los conquistadores españoles.
El momento de las pugnas de poder corresponde al proceso mismo de las guerras de conquista (fines del siglo xv y comienzos del siglo xvi), facilitado no solo por un mayor poder productivo y tecnológico y por una fortísima motivación adquisitiva de metales preciosos por parte de los conquistadores, sino también por la disposición al trabajo subordinado de los aborígenes, aprendido y practicado en las sociedades despóticas donde vivían.
El momento de la dominación propiamente dicha, supone la instalación definitiva de la sociedad colonial, incluye causas eficientes, que son los nuevos incentivos de naturaleza coercitiva (esclavitud, servidumbre) utilizados por los dominadores para lograr la subordinación de los dominados; causas materiales, que son los esclavos y siervos potencialmente modelables para cumplir con su trabajo subordinado; causas formales, que son el conjunto de las instituciones sociales y productivas que otorgaron estabilidad estructural al proceso de dominación (a través de ellas se administró el trabajo subordinado en las minas, en las encomiendas, en las mitas, en los repartimientos o en las plantaciones); y, finalmente, causas finales, entendidas como los fines políticos (subordinación de los pueblos indígenas), económicos (aprovechamiento de los metales preciosos) y culturales determinados por los dominadores.
En América Latina el proceso de colonización convirtió fines en medios, y el objeto de los dominadores fue mantener y, en lo posible, acrecentar sus posiciones de poder, dominación política y económica. Así, por ejemplo, cuando las misiones jesuitas lograron organizar a los aborígenes guaraníes en comunidades productivas autosuficientes y pacíficas, enseñándoles técnicas productivas, bellas artes y valores católicos, estas comunidades empezaron a adquirir una gravitación que fue considerada exagerada para los intereses políticos de la corona y los intereses económicos coloniales. En consecuencia, el éxito de estas misiones les valió la expulsión, por no estar en línea con aquellos objetivos de poder.
Fragmento extraído de Armando Di Filippo (2013), Poder Capitalismo y Democracia, RIL Editores, Santiago de Chile
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