Estudiar a Hayek resulta un interesante ejercicio para verificar hasta qué punto, las palabras pueden ser tergiversadas y dotadas de contenidos conceptuales diametralmente opuestos a lo que realmente significan. Nos concentraremos aquí en dos conceptos claves, los de justicia y libertad, para contrastar la visión de Hayek con la que este trabajo intenta desarrollar. Dice Hayek (1981):

“En la terminología corriente, desde Aristóteles, podemos expresar la diferencia diciendo que una economía libre siempre puede alcanzar sólo justicia conmutativa mientras que el socialismo y, en gran medida, el ideal popular de justicia social, demanda justicia distributiva.

Justicia conmutativa significa, aquí, una recompensa de acuerdo con el valor que los servicios de una persona poseen actualmente para aquellos a quienes los presta; y que se expresa en el precio que estos últimos están dispuestos a pagar. Este valor no tiene, debemos conceder, necesariamente una relación con el mérito moral. Será el mismo, independiente de, si la labor realizada para una persona es resultado de un gran esfuerzo y doloroso sacrificio, en circunstancias que otra la realizó con absoluta facilidad e incluso contribuyó a su propio placer; o si ella fue capaz de satisfacer una necesidad en el momento preciso, como resultado de una cuidadosa proyección o simple azar. La justicia conmutativa, no toma en cuenta las circunstancias subjetivas o personales de necesidades o buenas intenciones, sino solamente, el cómo son valorados los resultados de las actividades de una persona, por aquellos que las requieren para su uso (pp. 154-156)

El «cómo son valorados los resultados de las actividades de una persona» es una frase ambigua que conviene desentrañar. De un lado hay valoraciones concretas de mercado, expresadas en el precio que alcanzan las mercancías, y del otro hay valoraciones individuales referidas a la libertad de la persona que elige de acuerdo con sus preferencias. El primero es un tema económico que afecta directamente el concepto de justicia distributiva; el segundo es un tema que afecta al condicionamiento moral de la libertad humana.

El tema del valor económico en Hayek

Respecto al tema más específicamente económico, el cómo son valorados los resultados de la actividad de una persona, referido a la praxis concreta del mercado, significa cuánto se está dispuesto a pagar por el deseo de aprovechar los frutos de esa actividad que se ofrece en el mercado. El punto económicamente significativo de esta argumentación es el del poder adquisitivo de que dispone el demandante en el mercado para satisfacer sus deseos, pero el origen de ese poder y el contenido moral de ese deseo son puntos totalmente indiferentes para Hayek. El origen de este poder adquisitivo depende de su distribución social y de los criterios que se apliquen para medir su grado de justicia o injusticia. Por lo tanto la valoración en el mercado es, prima facie, un acto de poder. El tema de la justicia distributiva está detrás del mercado y tiene relación con la naturaleza de las instituciones que determinan esa distribución y con el contenido moral de las decisiones de cada demandante. Estos dos puntos, que son centrales para hablar de justicia y de libertad, quedan totalmente fuera del planteamiento del economista austriaco.

Hayek (1981) más hace bien hincapié en lo siguiente: “Los resultados de una remuneración tal, que paga de acuerdo al valor del producto, aparecen como altamente injustos desde el punto de vista de la justicia distributiva. Rara vez, coincidirán con aquello que esperamos como el mérito subjetivo de una labor. Que el especulador que ha adivinado correctamente pueda ganar una fortuna en pocas horas, mientras que los esfuerzos de toda una vida de un inventor, que ha sido anticipado por otro en cosa de días, permanecen sin remuneración, o que el duro trabajo de un campesino arraigado a su tierra le dé apenas para mantenerlo en pie mientras que un hombre que le gusta escribir historias de detectives pueda ganar lo suficiente como para llevar una vida lujosa, parecerá injusto para la mayoría de la gente. Yo comprendo la insatisfacción que produce la observación diaria de casos como éstos y honro el sentimiento que llama a una justicia distributiva.”

“Si el problema fuera una cuestión de, si la fe o algún poder omnisciente u omnipotente debe recompensar a las personas, de acuerdo con los principios de justicia conmutativa o bien de justicia distributiva, probablemente todos nosotros elegiremos los últimos.”

El rechazo de Hayek a considerar el tema de la justicia distributiva

Cabría responder a Hayek que el especulador, el campesino y el escritor de novelas de detectives ven valorados sus productos de acuerdo con el poder adquisitivo y los fundamentos morales de sus demandantes. Si el campesino produce trigo y la gente famélica carece de dinero para comprar pan, pero los ricos tienen dinero suficiente para disfrutar del ocio y leer novelas de detectives, una mayor justicia distributiva que conceda poder a los demandantes potenciales de pan y se lo reste a los demandantes de novelas policiales, conduciría de inmediato a una mayor justicia conmutativa, porque aumentará la demanda (y, consecuentemente la oferta) de pan y disminuirá la de novelas policiales en los mercados respectivos. Esto no tiene nada que ver con que la fe o algún poder omnisciente u omnipotente debe recompensar a las personas; tiene que ver con un problema de justicia distributiva arraigado en las instituciones y en los valores que imperan en una sociedad.

Con referencia a esta idea del poder omnisciente, dice Hayek (1981):

«Ésta sin embargo, no es la situación del mundo existente. En primer lugar, no podemos suponer que, si el sistema de remuneraciones fuera en su totalidad diferente, los hombres seguirían haciendo individualmente lo que hacen ahora. Realmente, hoy podemos dejar que decidan por ellos mismos lo que desean hacer, porque ellos soportan el riesgo de su elección y porque los compensamos, no de acuerdo con su esfuerzo y la honestidad de sus intenciones, sino solamente de acuerdo al valor de los resultados de su actividad».

En efecto, si el sistema de remuneraciones fuera diferente, por ejemplo más igualitario para los ingresos de los consumidores, el campesino vería incrementada la demanda de su trigo por parte de los famélicos que podrían comprar pan, y el redactor de novelas policiales (sobre todo si son mediocres) vería disminuida la demanda de sus libros. Aunque los productores (campesino y novelista) siguieran haciendo individualmente lo que hacen ahora, aumentarían los riesgos y las dificultades del novelista y se reducirían sus compensaciones, y lo opuesto acontecería con el campesino. Esto mejoraría, sin duda, la relación entre compensaciones y esfuerzo.

De inmediato afirma nuestro autor:

“La libre elección de ocupación y la libre elección de lo que quiere producir o de qué servicios quiere prestar cada uno, son irreconciliables con la justicia distributiva. La última es una justicia que remunera a cada uno de acuerdo a cómo desempeñe las obligaciones que debe realizar en la opinión de otros. Es la clase de justicia que prevalece y que quizás debe prevalecer en una organización militar o burocrática, en las que cada persona es juzgada de acuerdo a la medida en la que en opinión de sus superiores, ella realiza las tareas que se le dan; y puede extenderse no más allá del grupo que actúa bajo una autoridad por los mismos propósitos. Es la justicia de una sociedad dominada o de una economía dominada, e irreconciliable con la libertad de cada uno para elegir lo que quiera hacer” (Hayek, 1981).

De manera totalmente injustificada Hayek identifica aquí la justicia distributiva «con la clase de justicia que prevalece y que quizás debe prevalecer en una organización militar y burocrática, en las que cada persona es juzgada de acuerdo a la medida en la que en opinión de sus superiores, ella realiza las tareas que se le dan» y termina el párrafo con más afirmaciones injuriosas y gratuitas contra la justicia distributiva, calificándola como «la justicia de una sociedad dominada o de una economía dominada, e irreconciliable con la libertad de cada uno para elegir lo que quiera hacer».

En el ámbito de la democracia política, la justicia distributiva y la justicia social pueden perseguirse a través de mecanismos totalmente compatibles con el respeto de las libertades personales, a través, por ejemplo, de la tributación progresiva, aprobada con procedimientos democráticos legítimos y orientada a financiar sistemas previsionales, seguridad social, seguros de desempleo y otros arbitrios que podrían permitir a los famélicos alimentarse a sí mismos y a sus hijos, de manera que se modifique la demanda de bienes de consumo a favor de la fabricación de más pan y servicios de salud, y en detrimento de novelas policiales mediocres.

La caricatura patética de Hayek (1981) respecto de una justicia distributiva que se confunde con el totalitarismo, es la completa reversión del significado de las palabras. Al respecto continúa expresando el teórico respecto de la justicia distributiva:

“Es irreconciliable, además, no sólo con la libertad de acción, sino también con la libertad de opinión, ya que requiere que todos los hombres sirvan a una única jerarquía de valores. De hecho, por supuesto, ni estamos de acuerdo en qué representa un mayor o menor mérito ni podemos averiguar objetivamente los hechos, en los que se basa ese juicio. El mérito de una acción es, por su naturaleza, algo subjetivo y se sustenta, en gran medida, en circunstancias que sólo la persona puede conocer, y la importancia de las cuales será ponderada en forma distinta por distintas personas.”

“¿Constituye un mayor mérito superar el tedio personal o el dolor, debilidad física o enfermedad? ¿Constituye un mayor mérito el haber arriesgado la vida de alguien o haber dañado la reputación de otro? Individualmente, cada uno de nosotros puede tener respuestas muy definidas a preguntas como éstas, pero hay una probabilidad muy baja de que todos estemos de acuerdo y, evidentemente, no hay posibilidad de demostrar a otros que nuestra opinión es correcta. Esto significa, con todo, que para un intento de recompensar a la gente de acuerdo a su mérito subjetivo siempre deberá aceptarse que la opinión de unos pocos sea impuesta sobre el resto. La justicia distributiva, por lo tanto, exige no sólo la ausencia de libertad personal, sino además, el cumplimiento de una jerarquía de valores indiscutible: en otras palabras, el establecimiento de un régimen estrictamente totalitario.»

Aquí entramos a la segunda interpretación de «cómo son valorados los resultados de la actividad de una persona», y esta corresponde claramente al terreno de la ética. El artículo que estamos citando, irónicamente titulado «Por qué no soy conservador» (Hayek, 1981, pp. 154-156), no menciona ni una sola vez las palabras igualdad o fraternidad. Cabe replicar a Hayek que el genuino liberalismo político actual intenta precisamente la creación de instituciones que posibiliten la coexistencia de grupos humanos con diferentes jerarquías de valores, siempre que todos coincidan en un razonable mínimo común denominador.

En los interrogantes siguientes, cuando Hayek se pregunta si «constituye un mayor mérito superar el tedio personal o el dolor, debilidad física o enfermedad», cabría responderle que los conceptos de igualdad y fraternidad que, entre otros eventos, nos legó la Revolución Francesa, sugerirían que (siguiendo con los propios ejemplos puestos por Hayek) una mejor justicia distributiva favorecería «la superación del dolor, debilidad física y enfermedad», por ejemplo, de los pobres que no acceden al pan y a los servicios de salud; y aumentaría el «tedio personal» de los lectores de novelas policiales que no pudieran adquirirlas después del proceso redistribuidor del ingreso.

Nótese, en materia distributiva, que el racionamiento propio de los regímenes militares o burocrático-autoritarios genera un tipo de uniformidad de comportamientos que no debe confundirse con la genuina igualdad. Supongamos, como caso extremo y puramente hipotético, una distribución estrictamente igualitaria del ingreso destinado al consumo. Esta igualdad no conduce a la uniformidad de comportamientos de consumo, ya que los intelectuales comprarán libros, los músicos comprarán violines o guitarras y los deportistas comprarán balones o raquetas. Es probable que la libertad de mercado se acreciente con la igualdad distributiva.

En cuanto al «mérito de arriesgar la vida de otro o dañar su reputación», el tema parece más propio del poder judicial con base en los códigos que regulan los conflictos civiles o penales en las democracias contemporáneas. Es allí donde legítimamente puede promoverse la justicia distributiva (no solo en el campo del mercado, sino también de los derechos y del honor de los seres humanos), compatible con una pluralidad de valores que pueden coexistir en un ámbito de tolerancia y respeto mutuo. Estos escenarios no tienen por qué desembocar, como insinúa gratuitamente Hayek, «en un régimen estrictamente totalitario».

Por último, en el párrafo que comentamos, Hayek afirma que «para un intento de recompensar a la gente de acuerdo a su mérito subjetivo siempre deberá aceptarse que la opinión de unos pocos sea impuesta sobre el resto», pero esta conclusión le parece «estrictamente totalitaria». Él parece sostener, por un lado, una defensa de principios democráticos y libertarios, y por otro, un relativismo ético. Pero finalmente su posición fundamental es la defensa del derecho sacrosanto de la propiedad privada y del mercado.

A diferencia del principio político de igualdad que determina, por ejemplo, una persona un voto, en el mundo de la catalaxia que tanto venera, los votos están en directa proporción al poder adquisitivo con que se cuenta, y es precisamente allí donde puede verificarse con mayor impunidad que «la opinión de unos pocos sea impuesta sobre el resto». Pero esto no le parece un método estrictamente autoritario.

En suma, es en la «justicia conmutativa» (que Hayek defiende) donde la opinión de unos pocos puede preponderar, mientras que en la «justicia distributiva» (que Hayek ataca) pueden defenderse los valores de la verdadera libertad, la igualdad y la fraternidad.

FRAGMENTO DE ARMANDO DI FILIPPO (2013), PODER CAPITALISMO Y DEMOCRACIA, RIL EDITORES.