La visión teórica del mercado y los precios de la escuela estructuralista latinoamericana, a veces implícita y otras veces explícita, es que en un momento dado la existencia del mercado refleja las posiciones de poder de los actores sociales respecto de los diferentes ámbitos de cada sociedad. En consecuencia, los precios de mercado pueden concebirse como una medida de las posiciones de poder y de las estrategias y tácticas específicas de las partes contratantes y, a su vez, las variaciones que experimentan a lo largo del tiempo revelan los cambios que se van produciendo en esa situación.

Esta tesis no niega que los precios también miden la utilidad y la escasez y tampoco que guardan relación con el trabajo cristalizado en las mercancías que se transan, pero lo que subyace tras estas mediciones es que, en última instancia, el factor determinante de los precios siguen siendo las posiciones de poder y las estrategias y tácticas de las partes contratantes.

En el mercado, el poder se calcula utilizando unidades de poder adquisitivo en general, es decir, unidades monetarias divididas por los índices de precios. Al respecto, se adopta aquí la noción más amplia de precios, que incluye el precio de los insumos productivos, de los bienes y servicios finales y, sobre todo, de los factores primarios de producción, que constituyen la remuneración a los propietarios de estos. Además, se incluye desde luego el precio del dinero, tanto desde la perspectiva de los tipos de cambio en la esfera internacional como de la determinación de las tasas de interés nacionales e internacionales.

Al respecto, cabe recordar la perspectiva de Polanyi (2006, p. 118), quien afirma que los recursos naturales, el trabajo humano y el dinero no pueden incluirse en una teoría ordinaria de los mercados, porque constitutivamente no son mercancías ni se producen como tales. En este contexto, es posible agregar que en gran medida es mediante la formación de los precios de estos factores originarios que se introducen las condiciones institucionales que, por el lado de la oferta agregada, afectan la estructura del mercado y de los precios. Ninguno de los precios de estos factores estratégicos deriva de un proceso productivo específico, sino más bien de las condiciones estructurales que sustentan o del poder de los actores, del cambio de estas circunstancias o de las tácticas y estrategias de poder asumidas por ellos. Además, desde el punto de vista de la demanda también existen situaciones estructurales, estrategias y tácticas que determinan el tránsito desde la distribución funcional a la distribución familiar o personal del ingreso.

En la esfera más específicamente distributiva, los estructuralistas consideran tres influencias estructurales básicas. Primero, asocian la distribución funcional del ingreso con las posiciones de poder productivo e institucional de los propietarios de los factores primarios de producción –aquí entra en juego la noción de excedente de distribución a que aludimos más adelante– y, por otra parte, incluyen la distribución personal o familiar del ingreso, derivada de la anterior, que afecta directamente la composición de la demanda agregada de bienes de consumo y los comportamientos personales en materia de ahorro e inversión.

Aunque los estructuralistas no hacen uso de estos instrumentos gráficos que son propios de la escuela neoclásica, para quienes gustan de las representaciones gráficas de la economía convencional, la posición e inclinación de la curva de demanda en el gráfico de coordenadas de un bien de consumo cualquiera, dependerá directamente del nivel de ingresos y de su distribución personal y familiar. Basta conocer la canasta de consumo de cada estrato de ingresos para calcular en forma aproximada el número de demandantes que accederán a un bien determinado a medida que su precio disminuye. Al examinar los movimientos a lo largo de la curva de demanda como consecuencia del desplazamiento de la curva o función de oferta, se aprecia que cuando bajan los precios de un bien determinado (desplazamiento de la curva de oferta hacia abajo), este pasará a formar parte de la composición del gasto de los estratos de ingreso inferiores y se incrementará la cantidad demandada, mientras que cuando aumentan los precios del bien en cuestión (desplazamiento de la función de oferta hacia arriba) ocurre lo contrario. De esta manera, desde el punto de vista de la demanda tanto la utilidad como la escasez de los bienes dependen del poder adquisitivo de las partes demandantes. En este contexto gráfico, los cambios en la distribución del ingreso personal implican un desplazamiento de la función de demanda. Finalmente, la composición de la demanda agregada en su conjunto depende en gran medida del nivel y la distribución del ingreso personal y familiar. También en este caso, los cambios de esta distribución implican una modificación de la composición de la demanda agregada.

En tercer lugar, los estructuralistas latinoamericanos hacen hincapié en el papel del Estado como «hacedor de las reglas de juego oficiales» y del gobierno –conceptualmente diferente del primero– como actor económico estratégico de las sociedades capitalistas avanzadas. En particular, la distribución original del ingreso se ve modificada a corto plazo mediante los efectos redistributivos de la política fiscal (tanto tributaria como de gastos). A largo plazo, la acción gubernamental afecta la distribución de bienes públicos fundamentales como la salud, la educación y la justicia entre otros.

El rasgo teórico más distintivo del estructuralismo histórico latinoamericano en materia de valores, mercados y precios es su carácter multidimensional. Las posiciones de poder que afectan directa o indirectamente al mercado y los precios se refieren al lugar que ocupan los actores (personas naturales o asociaciones) en la estructura económica, política, biológico-ambiental y cultural de las sociedades humanas. La estructura económica determina la situación de las personas en los regímenes productivos y de propiedad; la estructura política, el lugar que ocupan los actores (incluido el propio gobierno) en los regímenes que regulan los derechos, libertades y obligaciones ciudadanas, incluido el acceso a las potestades legislativas, ejecutivas y judiciales del Estado. Por su parte, la estructura biológico-ambiental establece la situación de los actores en los regímenes que regulan el acceso al «ámbito biofísico natural y sus sucesivas transformaciones artificiales, así como su despliegue espacial» (Sunkel, 1980, p. 13), mientras que la estructura cultural determina el lugar que ocupan los actores en los regímenes que regulan los sistemas de información, comunicación y conocimiento. Pero también existen estructuras informales que fijan el tipo de símbolos o códigos utilizados, empezando por el lenguaje, y de los valores tanto sustantivos –fines últimos tales como verdad, bien, belleza, justicia y otros– como instrumentales –utilidad, eficacia, eficiencia– que legitiman los comportamientos sociales y delimitan los mecanismos mediante los cuales se generan las estratificaciones culturales.

Este poder de las personas naturales y de las organizaciones se considera institucionalizado o estructurado si está incorporado a las expectativas recíprocas de comportamiento habitual en las interacciones sociales, incluidas desde luego las transacciones de mercado. Estas posiciones estructurales, que hemos caracterizado esquemáticamente, enmarcan de múltiples maneras el ejercicio de la libertad humana y, en última instancia, determinan tanto la cantidad de trabajo como la utilidad y la escasez de las mercancías que se transan.

El concepto de poder institucionalizado (o estructurado) permite superar o trascender el dilema holismo-individualismo que subyace tras numerosos debates epistemológicos. Según la visión holista, el comportamiento humano depende en gran medida de las estructuras sociales, mientras que desde una perspectiva individualista son los actores o agentes (personas naturales o jurídicas) quienes determinan la dinámica del cambio histórico mediante sus decisiones y comportamientos. Considerados unilateralmente, el primer enfoque puede conducir a conclusiones deterministas y el segundo, a conclusiones voluntaristas, pero ninguno de los dos agota las posibilidades de análisis de un sistema social. Por lo tanto, en una aplicación exhaustiva de la visión sistémica de las sociedades humanas, se hace necesario ir desde los actores hacia la estructura de poder y luego desde la estructura de poder hacia los actores (Bunge, 1999).

Esta incorporación sistémica del concepto de poder a la explicación de los mecanismos de mercado evoca las condiciones que le impone Thomas Kuhn (1969) a la estructura de las revoluciones científicas cuando las nuevas teorías emergentes amplían la visión de mundo de las teorías preexistentes y las incorporan a un nuevo paradigma explicativo.

Fragmento extraído de Armando Di Filippo: “Estructuralismo latinoamericano y teoría económica” Revista  CEPAL 98, año 2009, también incluido en: Armando Di Filippo: Poder capitalismo y democracia, RIL Editores, 2013.